Líbano y Palestina atraviesan el período más decisivo de su historia

La analista en temas de Medio Oriente, Leila Ghanem, reflexiona que el primer ministro de ocupación, Benjamín Netanyahu, cree que eliminar la resistencia allana el camino para la subyugación de los pueblos de la región a la supremacía estadounidense.

“Es en un momento de tristeza y contemplación, pero la reacción llegará”, aseguró la analista en temas de Medio Oriente, Leila Ghanem, en relación con el asesinato del líder de la Resistencia de Líbano (Hizbullah), Sayyed Hassan Nasrallah.

Netanyahu quería "derribar" a Hamás. Esta guerra podría derribar a Israel

Tras una embestida israelí especialmente intensa durante el asedio de Beirut en julio de 1982, el presidente estadounidense Ronald Reagan llamó a Menajem Begin, primer ministro israelí, para exigirle el cese de los bombardeos.

"Aquí, en nuestros televisores, una noche tras otra, se le muestran a nuestro pueblo los signos de esta guerra, y es un holocausto", afirmó Reagan.

Estamos en Palestina, habibi, y Palestina es el cielo

Es imposible mantener la calma sobre el destino del pueblo palestino. Desde 1948, se les ha negado su país y su derecho a existir. Una resolución de las Naciones Unidas tras otra ha dicho que su exilio debe terminar, que se les debe permitir construir vidas dignas. Entre la Resolución 194 (1948) y la 242 (1967) de la ONU hay una serie de resoluciones que reclaman el derecho de lxs palestinxs a tener una patria y a retornar a ella. 

"El conflicto en Medio Oriente ya no es bilateral; traspasa las fronteras y las cuestiona"

Las imágenes de la Franja de Gaza se multiplican, obscenas, cada día, todos los días, desde hace tres semanas, y convierten a ese pequeño territorio en un campo bélico, un verdadero infierno y una zona de desastre humanitario: el 50% de la población tiene menos de 15 años y el 75% de las víctimas son civiles, mujeres, niños y discapacitados que mueren en los bombardeos a escuelas, hospitales y mercados.

Poder e ignominia: obnubilados por Israel, ciegos en Gaza

El Senado norteamericano vota de modo unánime defender a Israel, incluyendo al senador Bernie Sanders, de Vermont. No creo que lo haya hecho por dinero. Es un miembro a sueldo del PETEI (‘Progresistas en Todo Excepto Israel’), el segmento liberal de la sociedad norteamericana, que no es progresista en muchas cosas, incluido Israel.

Tomemos, por ejemplo, el caso del ‘coronel’ Sanders. Yo pensaba que mi difunto amigo Alexander Cockburn era a veces demasiado duro con Sanders, pero me equivocaba. Sanders lleva mucho tiempo siendo un lameculos, tal como nos informó Thomas Naylor deshaciendo los mitos que rodean al senador en un artículo de CounterPunch en septiembre de 2011:

“Aunque pueda haber sido socialista antaño, en los 80, cuando era alcalde de Burlington [Vermont], hoy socialista no es. Más bien se comporta como un tecnofascista disfrazado de liberal, que respalda todas las repugnantes guerritas del presidente Obama en Afganistán, Irak, Libia, Pakistán, Somalia y Yemen. Puesto que siempre “apoya a las tropas”, Sanders nunca se opone a ningún proyecto de ley de gastos en Defensa. Respalda a todos los contratistas militares que llevan a Vermont puestos de trabajo muy necesarios.

El senador Sanders rara vez pierde la oportunidad de hacerse la foto con las tropas de la Guardia Nacional de Vermont cuando las envían a Afganistán o Irak. Está siempre en el Aeropuerto Internacional de Burlington cuando regresan. Si Sanders apoyara de verdad a las tropas de Vermont, votaría a toda prisa por acabar con todas las guerras”.

Un voto unánime del Senado es raro, por lo tanto, ¿qué explica ser más leal a Israel de lo que lo son unos cuantos judíos críticos en ese mismo país? Un factor importante es sin duda el dinero. En el año 2006 cuando la London Review of Books publicó un artículo (encargado y rechazado por el Atlantic Monthly) de los profesores Walt y Mearsheimer sobre el grupo de presión israelí, se produjo el habitual revuelo de los sospechosos habituales. No del difunto Tony Judt, que defendió públicamente la publicación del texto y que se vio él mismo sometido a violentas amenazas y odiosos correos por parte de ya sabemos quién.

The New York Review of Books, acaso avergonzada de su falta de arrestos en esta cuestión, entre otras, le encargó un texto a Michael Massing que señalaba algunos errores del ensayo de Mearsheimer/Walt pero proporcionaba a la vez algunas cifras interesantes. Su artículo merece leerse por sí mismo, pero el siguiente extracto ayuda a explicar el voto unánime de apoyo a la actuación israelí:

“A los defensores del AIPAC [Comité de Acción Política Norteamericano-Israelí] les gusta sostener que su éxito se explica por su capacidad de explotar las oportunidades de las que se dispone en la Norteamérica democrática. Hasta cierto punto, es cierto. El AIPAC dispone de una formidable red de apoya a lo largo y ancho de los EE.UU. Sus 100.000 miembros —han subido en un 60% en los últimos cinco años — tienen la guía de las nueve oficinas regionales del AIPAC, sus diez oficinas satélite, y un equipo en Washington de más de cien personas en el que se cuentan cabilderos, investigadores, analistas, organizadores y publicistas, respaldados por un ingente presupuesto de 47 millones de dólares….Esa descripción, sin embargo, pasa por alto un elemento clave del éxito del AIPAC: el dinero. El mismo AIPAC no es un Comité de Acción Política [entidades que en los EE.UU. recogen dinero para campañas políticas]. Más bien, tras evaluar el historial de voto y las declaraciones públicas, proporcionan información a esos comités, que dan dinero a los candidatos. El AIPAC les ayuda a decidir quiénes son los amigos de Israel de acuerdo con los criterios del AIPAC. El Center for Responsive Politics, un grupo no partidista que analiza las contribuciones políticas, recoge una lista de un total de 36 CAPs pro-israelíes, que en conjunto aportaron 3,14 millones de dólares a los candidatos en el ciclo electoral de 2004. Los donantes pro-israelíes dan muchos millones más. En los últimos cinco años, por ejemplo, Robert Asher, junto a varios de sus parientes (un mecanismo habitual para maximizar las aportaciones), ha donado148.000 dólares, sobre todo en sumas de 1.000 o 2.000 dólares a uno u otro candidato.

Un antiguo miembro del personal del AIPAC me describió cómo funciona el sistema. Un candidato entra en contacto con el AIPAC y expresa sus fuertes simpatías por Israel. El AIPAC le señala que no respalda candidatos, pero se ofrece a presentarle a gente que sí puede apoyarlos. Al candidato se le asignará alguien asociado al AIPAC para que actúe como persona de contacto. Se juntarán cheques de 500 o 1.000 dólares provenientes de donantes proisraelíes y se le enviarán al candidato con una clara indicación de las opiniones políticas de los donantes (todo esto es perfectamente legal). A esto se añaden reuniones para recaudar fondos en diversas ciudades. Con frecuencia, los candidatos proceden de estados con una insignificante población judía.

Un miembro del personal del Congreso me contó el caso de un candidato demócrata de un estado montañoso que, deseoso de acceder al dinero pro-israelí, contactó con el AIPAC, que le asignó un ejecutivo informático de Manhattan ansioso por ascender en la organización del AIPAC. El ejecutivo organizó una recepción para recaudar fondos en su apartamento del Upper West Side, y el candidato salió de allí con 15.000 dólares encima. En el reducido mercado de anuncios televisados y de prensa de su estado, esa suma demostró ser un factor importante en una carrera en la que se impuso por la mínima. Así se convirtió el congresista en uno de los varios centenares de miembros en los que se podía confiar para que votasen siguiendo los designios del AIPAC (la persona en cuestión me dio el nombre del congresista, pero me pidió que no lo dijera para evitarle el bochorno)”.

Todo esto es posible gracias a la política oficial norteamericana desde 1967. Si los EE. UU. llegasen algún día a modificar su posición en este asunto, los votos unánimes resultarían imposibles. Pero ni siquiera en los EE.U.U se han llegado a prohibir las manifestaciones públicas que se oponen a la brutalidad israelí y a su consecuente despliegue de terror estatal.

En un fin de semana (18-19 de Julio de 2014) en el que hubo manifestaciones en diversas partes del mundo, el gobierno francés prohibió una marcha en París organizada por numerosos grupos, entre ellos varias organizaciones judías no sionistas de Francia y demás. Desafiaron la prohibición. Varios miles de personas se vieron envueltas en gases lacrimógenos lanzados por los odiados CRS [las Compañías Republicanas de Seguridad, los antidisturbios franceses]. El primer ministro Manuel Valls, desesperado oportunista y neo-con, azote de los roma en Francia, que compite con Le Pen por el voto de la derecha, y es ornato, nada sorprendentemente, de un Partido Socialista Francés que sigue el modelo de un desvergonzado picapleitos y criminal de guerra (Tony Blair), explicaba la prohibición en razón de ‘no alentar el antisemitismo’, etc. El control del grupo de presión de Israel en Francia es total. Domina la cultura y los medios de información franceses y las voces críticas con Israel (tanto judías como no judías) quedan efectivamente acalladas.

El poeta y crítico israelí Yitzhak Laor (cuyas obras, que retratan la brutalidad colonial de los soldados israelíes han sido a veces prohibidas en su propio país) describe el nuevo ascenso del euro-sionismo en términos mordaces. La ‘ofensiva filosemita’ es ahistórica:

Sería simplista considerar esta cultura memorial como una crisis tardía de la conciencia internacional, o un sentido de la justicia histórica que ha tardado tiempo en materializarse…

La mayoría de los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas han surgido de un pasado colonial: son descendientes de los que sufrieron genocidios en África, Asia o América Latina. No debería haber ninguna razón por la que la conmemoración del genocidio de los judíos llevara a bloquear la memoria de esos millones de africanos o indígenas americanos asesinados por los civilizados invasores occidentales de sus respectivos continentes.

La explicación de Laor es que con la desaparición de la vieja dicotomía amigo-enemigo de la Guerra Fría, había que dar pábulo en Europa a un nuevo enemigo global:

En el nuevo universo moral del ‘fin de la historia’, había una abominación —el genocidio judío — que todos podían unirse para condenar; y lo que es igualmente importante, quedaba firmemente en el pasado. Su conmemoración serviría tanto para consagrar la tolerancia liberal-humanista de la nueva Europa frente a ‘el otro (que es como nosotros)’ y redefinir ‘al otro (que es diferente de nosotros)’ en términos de fundamentalismo musulmán.

Laor desmonta hábilmente a los Glucksmann, los Henri-Levy y los Finkelkrauts que dominan la prensa escrita y la videosfera en la Francia de hoy. Después de abandonar sus creencias marxistas de juventud a finales de los 70, hicieron las paces con el sistema. El surgimiento de una corriente ultrasionista en Francia es anterior, sin embargo, a los ‘Nuevos (sic) Filósofos’. Tal como explicaba el profesor Gaby Piterburg en su reseña de los ensayos de Laor en la New Left Review:

Al igual que en los EE.UU., fue la guerra de 1967 la que supuso un giro decisivo en la consciencia judía francesa. Un joven comunista, Pierre Goldman, describió la ‘gozosa furia’ de una manifestación pro-israelí en el bulevar Saint-Michel, donde se encontró a otros camaradas, ‘marxistas-leninistas y supuestos antisionistas regocijados por la capacidad guerrera de las tropas de Dayan’. Pero la reacción política del Elíseo fue opuesta a la de la Casa Blanca. Alarmado de que Israel trastocara el equilibrio de poder en Oriente Medio, de Gaulle condenó la agresión, y describió a los judíos como ‘un pueblo de élite, seguro de sí mismo y dominante’. Las organizaciones judías francesas que habían dado por hecha una política exterior pro-israelí comenzaron a organizarse sobre una base política, mientras Pompidou y Giscard continuaban el embargo de armas de de Gaulle en los años 70. En 1976 el Comité Judío de Acción (CJA) organizó un ‘día de Israel’, que movilizó a 100.000 personas. En 1977, CRIF, consejo representativo de unos 60 organismos judíos, anteriormente apacible, elaboró una nueva carta en la que denunciaba el ‘abandono de Israel’ por parte de Francia, publicada por Le Monde como documento de hecho. En las elecciones presidenciales de 1981, el fundador del CJA, Henri Hajdenberg, llevó a cabo una campaña de perfil alto en favor de un voto judío contrario a Giscard; venció Mitterrand por un margen del 3 %. Se levantó el boicot y Mitterrand se convirtió en el primer presidente en visitar Israel. Quedó así sellada una cálida relación entre el CRIF y la élite del Partido Socialista y se cubrió con un discreto velo de silencio el papel de Mitterrand durante la guerra como funcionario de Vichy.

[Una nota breve: cuando al profesor Piterburg (antiguo oficial de las FDI, el ejército israelí) le atacan los sionistas en sus intervenciones públicas acusándole de ser un “judío que se odia a sí mismo”, responde así: “No me odio a mí mismo, pero sí a vosotros”.]

Lo mismo vale para la Francia oficial. El país es diferente. Las encuestas de opinión revelan que, como mínimo, el 60 % de los franceses se opone a lo que Israel está haciendo en Gaza. ¿Son todos antisemitas? No les han podido influir los medios, ¿verdad? Porque están absolutamente a favor de Israel. ¿No será que la población francesa ignora a Hollande, Valls y los ideólogos mercenarios que les apoyan?

¿Y qué pasa con Gran Bretaña? Aquí el Extremo Centro que gobierna el país, así como la ‘Oposición’ oficial apoyaron debidamente a sus señores de Washington. La cobertura de los recientes sucesos de Gaza en la televisión estatal (la BBC) fue tan espantosamente unilateral que hubo manifestaciones frente a las oficinas de la BBC en Londres y Salford. La mínima experiencia que yo mismo tuve con la BBC revela lo temerosos y pusilánimes que se sienten en su interior. Como conté en mi blog de la London Review of Books, esto fue lo que pasó:

El miércoles, 16 de Julio, recibí cuatro llamadas del programa Good Morning Wales, de la BBC.

Primera llamada por la mañana: ¿podían contar conmigo para entrevistarme sobre Gaza mañana por la mañana? Contesté que sí.

Primera llamada de la tarde: ¿les podía contar lo que diría? Dije que (a) Israel es un estado matón, mimado y malcriado por los EE. UU. y sus vasallos. (b) Apuntar y matar niños palestinos (sobre todo chicos) es una vieja costumbre israelí. (c) La cobertura de Palestina que hace la BBC es abominable y si no me cortaban les explicaría cómo y por qué.

Segunda llamada de la tarde: estaría dispuesto a debatir con alguien favorable a Israel. Respondí que sí.

Mensaje por la tarde en mi teléfono: lo sentimos muchísimo. Ha habido un accidente de autopista en Galés, de modo que hemos decidido prescindir de su intervención.

Pocos ciudadanos británicos son conscientes del papel que desempeñó su país a la hora de crear este embrollo. Fue hace mucho tiempo, cuando Gran Bretaña era un imperio y no un vasallo, pero los ecos de la historia nunca se desvanecen. No fue por accidente sino intencionadamente que los británicos decidieron crear un nuevo Estado, y no fue sólo Balfour. El Centro de Información Alternativa de Beit Sahour, una organización conjunta israelo-palestina que promueve la justicia, la igualdad y la paz de palestinos e israelíes publicó recientemente un texto. Era una cita del Informe Bannerman, escrito en 1907 por el primer ministro de Gran Bretaña, Sir Henry Campbell-Bannerman, cuya importancia estratégica hizo que se ocultara y no se hiciera público hasta muchos años después.

“Hay un pueblo que controla espaciosos territorios [los árabes] que bullen de recursos ocultos y a la vista. Dominan las intersecciones de las rutas mundiales. Sus tierras fueron cuna de civilizaciones y religiones humanas. Esta gente tiene una fe, una lengua, una historia y las mismas aspiraciones. Ninguna barrera natural aísla a esas gentes unas de otras…si por azar esta nación se unificara en un Estado, tomaría el destino del mundo en sus manos y separaría a Europa del resto del mundo. Tomando todo esto seriamente en consideración, debería implantarse un cuerpo extraño en el corazón de esta nación para impedir la convergencia de sus alas, de tal forma que puedan agotarse sus poderes en interminables guerras. También podría servirle a Occidente para conseguir sus codiciados objetivos”.

Israel, Palestina: Cómo empezó todo

Cómo empezó todo, preguntan algunos estos días. Esto, lo que está ocurriendo en Gaza, se inició hace mucho tiempo. Comenzó con los pogromos, las persecuciones racistas de judíos primero en Rusia, después en Europa. Comenzó con el antisemitismo europeo, con el nazismo, con el genocidio contra los judíos y con la posterior decisión de Europa, motivada por la culpa de lo ocurrido, de apoyar y fomentar el sionismo -surgido en el siglo XIX- y la masiva emigración judía a Palestina.
Comenzó cuando el protectorado británico de Palestina miraba hacia otro lado mientras los judíos se organizaban en bandas armadas que cometieron atentados terroristas, matando a gente, contra objetivos británicos y árabes.

En 1947 la ONU, motivada por la responsabilidad y culpa europea del horror contra los judíos, aprobó un plan de partición que asignó el 54% de la Palestina del mandato británico a la comunidad judía (llegada la mayoría tras el Holocausto) y el resto, a los palestinos. Jerusalén quedaba como enclave internacional.

En los primeros meses de 1948 las fuerzas armadas judías clandestinas -escribo judías porque así se autodenominaban, y aún no se había declarado la independencia de Israel- elaboraron el Plan Dalet, cuyo fin era, entre otras cosas, hacerse con el control de la vía que unía Jerusalén con Tel Aviv, una zona que no figuraba como futuro territorio israelí en el plan de partición de la ONU. De ese modo expulsaron a miles de personas y asesinaron a cientos. Es decir, ya hubo entonces un plan de limpieza étnica.

Después, cuando los países árabes vecinos declararon la guerra a Israel tras su nacimiento en mayo de 1948, las fuerzas armadas israelíes aprovecharon para ocupar más tierras y expulsar a cientos de miles de palestinos. De ese modo Israel pasó a tener un 78% del territorio (posteriormente, en 1967 Israel ocuparía el 22% restante: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este).

Tras la guerra del 48, muchos palestinos intentaron regresar a sus casas, pero las tropas israelíes se lo impidieron, a pesar de que en diciembre de 1948 Naciones Unidas aprobó la resolución 194, incumplida hasta hoy, confirmada en repetidas ocasiones y ratificada en la resolución 3236 de 1974, que establecía el derecho de los refugiados a regresar a sus hogares o a recibir indemnizaciones.

Solo pudieron permanecer dentro de Israel, en muchos casos como desplazados, unos 150.000 palestinos, el 15% de la población, que en 1952 accedieron a la ciudadanía. Son los llamados árabes israelíes.

Gaza

Gran parte de los palestinos de Gaza son refugiados, expulsados o descendientes de los expulsados en 1948 a través de lo que constituyó, según historiadores israelíes como Ilan Pappé, una limpieza étnica, con el objetivo de levantar un Estado de mayoría judía. Incluso el historiador israelí sionista Benny Morris, ha escrito que “con la suficiente perspectiva resulta evidente que lo que se produjo en Palestina en 1948 fue una suerte de limpieza étnica perpetrada por los judíos en las zonas árabes”.

Los palestinos de Gaza viven hacinados, castigados, limitados. Israel controla qué productos y personas acceden a la Franja y prohíbe la entrada de materiales fundamentales. Practica un castigo colectivo.

Esto, lo que está pasando en Gaza, se inició hace 66 años, cuando se optó por una concepción de Israel como un Estado judío con mayoría judía. Para mantener esa mayoría Israel practica la ocupación, aparta y discrimina a los palestinos y, de vez en cuando, lleva a cabo operaciones militares que matan a cientos o miles y provocan el desplazamiento de miles más.

Para mantener la mayoría judía...

El Estado israelí, para ser fiel a su autodefinición -Estado judío- excluye el concepto de ciudadanía universal. Si aceptara como ciudadanos a los palestinos de Gaza y Cisjordania -territorios que controla u ocupa- su concepción como Estado judío estaría en peligro, ya que la población judía dejaría de ser la mayoritaria.

La elevada natalidad entre los palestinos es una de las preocupaciones principales de Israel. Lo llaman la cuestión demográfica. Ya hoy los judíos dentro de la llamada Línea Verde -las fronteras de antes del 67- conforman el 70% de la población, y se calcula que dentro de veinte años podrían ser el 50%.

Israel se opone a la creación de un Estado palestino pero también se niega a conceder derechos plenos y ciudadanía a los palestinos de Gaza y Cisjordania, porque si lo hiciera, estaría renunciando a su carácter judío como Estado. Es decir, a lo que algunos historiadores y politólogos llaman etnocracia.

Como subrayaba el israelí Sergio Yahni, integrante del Alternative Information Center, en una conversación que mantuvimos en Jerusalén:

“Israel solo puede ser un Estado judío si mantiene la supremacía demográfica o legal de la población judía, pero para ello tiene o que llevar a cabo una nueva limpieza étnica, como la de 1948, o practicar la segregación étnica legalizada, es decir, el apartheid. Mientras Israel no asuma una verdadera transformación democrática, no viviremos en paz y seguirá la represión”. ("El hombre mojado no teme la lluvia", Ed.Debate, 2009).

La Ley de Bienes Ausentes

Para que Israel pudiera ser un Estado judío, el gobierno del primer ministro David Ben Gurion organizó la recolonización de las tierras y distribuyó los bienes inmuebles que llamaron “abandonados”. Para ello se aprobó en 1950 la Ley de los Bienes Ausentes, que gestionó el traspaso a manos judías de las casas de los palestinos, no solo de los que se habían ido fuera de las fronteras israelies, sino también de aquellos que habían sido reubicados dentro del Estado israelí.

También se aprobaron otras leyes que prohibieron la venta o transferencia de tierras para garantizar que no cayeran en manos palestinas, y que permitían decretar la expropiación de bienes por interés público o declarar una superficie como “zona militar cerrada”, lo que impedía a los propietarios de la misma reclamarla como suya. De ese modo, 64.000 viviendas de palestinos ya habían pasado a manos judías en 1958.

La Ley del Retorno

Otra de las leyes fundamentales y una de las más controvertidas es la Ley del Retorno, que confirma esa insistencia en el carácter judío del Estado a través de la concesión de privilegios a los judíos. Esta ley concede el derecho a la ciudadanía de todos los judíos del mundo, de los hijos, nietos y cónyuges de los judíos, así como de quienes se conviertan al judaísmo. Sin embargo, no incluye a los judíos de nacimiento convertidos a otra religión y de hecho se ha denegado la ciudadanía a varios judíos convertidos al cristianismo.

La polémica en torno a esta ley reside en que Israel no permite regresar a su hogar a los palestinos expulsados ni a sus descendientes. Pero, por poner un ejemplo, un sueco que se convierta al judaismo sí tiene derecho a residir en Israel y a obtener la ciudadanía. Además, es probable que pudiera acceder a ayudas económicas del Estado para financiar estudios o adaptación a su nuevo hogar.

En 2003 se construyó un escalón más en esta política exclusivista con la aprobación de la Ley de Ciudadanía y Entrada en Israel, que indica que los palestinos de Cisjordania o Gaza menores de 35 años y las palestinas de Cisjordania o Gaza menores de 25 años no podrán residir en territorio israelí aunque se casen con un/a israelí. Sin embargo, si cualquier europeo contrae matrimonio con un ciudadano israelí tendrá derecho tanto a la residencia como a la ciudadanía.

La ocupación

La ocupación es la esencia del Estado israelí tal y como se concibe a sí mismo a día de hoy. Los colonos conforman una especie de ejército israelí paralelo al oficial, ya que ejercen una función paramilitar, la de invadir y ocupar, motivados por razones políticas, religiosas y también económicas, ya que el Estado concede préstamos y subvenciones a aquellos judíos que se instalan en la tierra de los palestinos.

En el territorio palestino de Cisjordania viven 450.000 colonos judíos, con una población total de más de dos millones de habitantes. Las colonias judías consumen un promedio de 620 metros cúbicos de agua por persona al año frente a los menos de 100 metros cúbicos de los palestinos. Esto sucede porque los asentamientos se apropian de parte de los acuíferos y de las áreas con más reservas.

Los colonos pueden llevar armas. Además, sus asentamientos están protegidos por el Ejército israelí, que de este modo legitima la ocupación. Es el propio Estado el que administra los terrenos de Cisjordania.

A través de las colonias, Cisjordania se ha convertido en una zona acantonada, sin continuidad territorial, donde los pueblos y ciudades están desconectados entre sí, convertidos en islotes rodeados por controles militares israelíes y por asentamientos judíos. Un Estado palestino con esta Cisjordania actual no contaría con conexión territorial y tendría tantas fronteras como colonias hay.

Exclusión y discriminación

Para controlar a la población palestina, Israel limita sus movimientos, lleva a cabo arrestos arbitrarios, aplica la llamada ley de detención administrativa, que permite mantener encarcelado a un palestino sin cargos ni juicio hasta al menos dos años, impide a los palestinos salir de su localidad o les obliga a esperar horas para hacerlo, les niega servicios públicos fundamentales, les prohibe construir viviendas y de hecho destruye algunas de sus casas, con la excusa de que no cuentan con permisos de construcción que se les deniegan de forma sistemática.

En la práctica aplica un apartheid y se guía por la ley del talión. Si alguien mata a un israelí, es el propio Estado el que se encarga de la venganza, derribando la casa de la familia del presunto culpable, torturándole a él, a sus amigos o familiares, o impulsando una ofensiva militar en su barrio o en otro, como la actual contra Gaza. Al contrario de lo que debería ser la actuación de un Estado democrático, Israel opta por la venganza en vez de por la vía judicial.

El precio de la paz

Ante ello, Estados Unidos o la Unión Europea se limitan a murmurar con tibias condenas que son simple tinta sobre papel, porque mientras las emiten, mantienen a Israel como socio comercial preferente, le venden armas, le brindan apoyo diplomático y estratégico. Nuestros gobiernos son corresponsables -desde hace décadas- del destino de palestinos e israelíes.
Como me dijo Rami Elhanan, israelí que perdió a su hija en un atentado de Hamás, los judíos que apuestan por excluir a los palestinos se excluyen a sí mismos, “están volviendo al gueto. La solución está encima de la mesa, pero solo llegará cuando Israel se dé cuenta de que el precio de no tener paz es más elevado que el de tenerla”.

Este año Hamás y Al Fatah anunciaron su reconciliación y un acuerdo incipiente para un gobierno de unidad nacional. Las autoridades palestinas han hablado incluso de estar dispuestas a recurrir a la vía judicial para denunciar a Israel en tribunales internacionales. Ante ello, la respuesta de Tel Aviv ha sido más mano dura. No quiere al pueblo palestino unido, porque eso también amenaza el carácter judío de su Estado.

La radicalización está llegando a tal punto que han brotado nuevos grupos extremistas israelíes que atacan a los manifestantes israelíes que salen a la calle para pedir paz y libertad para Palestina.

En su ansia por querer más, Israel sigue renunciando a un acuerdo más que beneficioso para él, por el cual los palestinos tendrían un Estado con tan solo el 22% de la Palestina inicial, lo que supondría ordenar la salida de Cisjordania de los 450.000 colonos judíos, algo a lo que Tel Aviv no está dispuesto, al menos hasta ahora.

De todo esto va lo que ocurre estos días en Palestina, en Gaza, en Cisjordania.

Otro Israel es posible

Cada día que pasa los palestinos son reducidos a números o al olvido, recubiertos por esa perversa sospecha que persigue a tantas víctimas, y que susurra “algo habrán hecho”, “algo habrán hecho”, porque resulta increíble que los crímenes se cometan con tanta impunidad. La entidad que se erige a sí misma como árbitro moral para decidir qué debería ocurrir y qué no en Palestina es la misma que robó y sigue robando la tierra de otros.

No hay solución militar posible porque a pesar de todo, a pesar de lo que dijera Golda Meir en 1969, Palestina y los palestinos existen. La única solución pasa por poner fin a la ocupación, a los asentamientos, a la exclusión. El racismo, según el semiólogo Walter Mignolo, es la decisión de aquellos que están en el poder de clasificar y evaluar el grado de humanidad de los otros con el objetivo de controlar y dominar.

Dicho en palabras de la académica israelí Nurit Peled, “el Estado de Israel, que se declaró oficialmente un Estado de apartheid, se distingue por lo que ha sido siempre el método del racismo más típico y exitoso: la clasificación de los seres humanos”.

Otro Israel es posible, al igual que otra Sudáfrica fue posible.

Gaza, la franja de la Hybris

No, decididamente no: la ultraderecha neoliberal y militarista que gobierna al Estado de Israel no me representa. Ni como judío, ni como poeta, ni como simple militante de causas justas, ni como anónimo ser humano. Digo no a este gobierno cruel, lo desconozco, le niego validez humanitaria, no es merecedor de la Jerusalén a la que volvemos nuestros ojos –ni de la terrenal Jerusalén, la de “abajo” (shelmata), ni de la Jerusalén celestial, la de “arriba” (shelmala)–, le prohíbo que hable en mi nombre o en el de mi pueblo, y menos en nombre de los mártires de la Shoá, nada tiene que ver con el pueblo milenario al cual pertenezco, ni siquiera lo avalan ni lo justifican los misiles disparados al bulto ni los túneles subterráneos ni las “guerras santas” de la demencia fundamentalista de Hamas.