Reseña de Salir del Fondo. La economía argentina en estado de emergencia y las alternativas ante la crisis
Salir del Fondo es un libro que con claridad y contundencia expone los principales lineamientos de la política económica implementada por Cambiemos y sus consecuencias socioeconómicas, hasta llegar a la situación que previsiblemente heredará un siguiente gobierno, sea del signo político que sea. La historia que Esteban Mercatante desglosa con detalle tiene pues un contexto innegable: la crisis económica que esas políticas públicas generaron (y a la cual no dan respuesta). También tiene dos protagonistas ineludibles: el Gobierno de Mauricio Macri y el Fondo Monetario Internacional. Finalmente, tiene una justificación subyacente: la ideología neoliberal que Macri y el FMI comparten, que fundamenta las políticas aplicadas, que explica el resultado de crisis, y que Mercatante critica tanto por sus fundamentos teóricos como por su aplicación práctica.
Mercatante no ignora el punto de partida del Gobierno de Cambiemos. En su análisis, adhiere a la existencia de varios de los desequilibrios macroeconómicos que Macri había identificado durante la campaña como cuestiones críticas a resolver. Pero como bien señala, en lugar de solucionarlos, el mandato de Cambiemos agravó muchos de ellos. Y para entender por qué los intentos de Macri son contraproducentes para la sociedad argentina, debe comenzar por entender las tradiciones del pensamiento económico que abrevan en el ideario de Cambiemos.
La grieta explicativa en este caso es múltiple. En un extremo del espectro ideológico, la escuela liberal y otras cercanas plantean una mirada ortodoxa, aludiendo a que falta ajuste del gasto. En el centro-izquierda progresista donde abreva (entre otras corrientes políticas) buena parte del kirchnerismo que gobernó hasta 2015, se habla de las políticas neoliberales como la causa y origen de buena parte de los males actuales; aunque durante la campaña electoral 2019 comenzaron también a surgir ciertas autocríticas a la herencia dejada en 2015 que se enraízan en la estructura productiva histórica argentina. Finalmente, en el medio entre ambas posturas, los actuales funcionarios (generalizables en masculino, dada la falta de diversidad de géneros perceptible en el gabinete económico de Cambiemos en los gobiernos que integra) caen en justificaciones vacías de contenido, resumibles en que “veníamos bien” pero “pasaron cosas” o en que la orientación de la política económica estaba bien pero “el mundo cambió de rumbo” en forma aparentemente imprevisible. Todas estas explicaciones son simplificaciones de la realidad, incompletas y por tanto falsas en su pretensión de explicar el conjunto complejo de factores que abonan a la actual crisis. Mercatante desnuda las falacias e intereses económicos particulares detrás de cada una de esas ideas falaces, incluyendo las transferencias de ingresos intersectoriales como resultado de tomar ciertas medidas y no otras bajo la misma lógica.
No es menor el hecho de que el gobierno de Cambiemos fuera el primero en la historia moderna del país electo democráticamente habiendo hecho una campaña que abiertamente proponía medidas económicas ortodoxas. “Toda su agenda apuntaba a la apertura económica, la desregulación financiera, las rebajas de impuestos (…) y nuevas privatizaciones. Es decir, el conjunto de políticas que empezaron a aplicarse en el país a mediados de la década de 1970, y avanzaron con furia en la década de 1990 hasta que ya no fue posible seguirlas imponiendo.” (p. 21) “Más que ‘lo nuevo’, el partido de Macri proponía una restauración” (p. 23).
Acertadamente, para entender las raíces de las políticas de Cambiemos, Mercatante realiza un prolijo desarrollo del devenir económico argentino desde la tercera presidencia de Perón. La caracterización precisa del comienzo de las políticas de tinte neoliberal en el país, que data del Rodrigazo en 1975, permite entender el deterioro gradual (o no tanto) del entramado social y productivo y la ocupación directa de los resortes del poder estatal por parte de representantes de sectores financieros. Sí debe pasar un peine más fino sobre la historia más reciente: saca a relucir los desequilibrios macroeconómicos que el kirchnerismo (y en particular la segunda Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner) no supo o no pudo contrarrestar, cuyo mayor síntoma fue quizás el cepo cambiario y que incluían una subyacente tensión entre clases sociales por la distribución del ingreso. En ese sentido, “la debacle económica a la que se arrimó Macri hunde sus raíces en las condiciones de atraso y dependencia de la economía nacional, y en el comportamiento cortoplacista y rapaz con el que operan los principales grupos económicos para maximizar beneficios y minimizar riesgos.” (p. 17).
Pero no se trata de limitarse a señalar errores repetidos por el macrismo o forzados por la “pesada herencia”. Más aún, de la misma manera identifica las ventajas que encontró Macri al asumir la Presidencia, como el relativo desendeudamiento y cierta reversión de algunas de las políticas neoliberales de la década menemista. No todas: Mercatante encuentra hilos de continuidad en las políticas laborales (y el aumento de la precarización laboral), los múltiples mecanismos para dar “seguridad jurídica” a las inversiones extranjeras directas o el fomento de una estructura productiva re-primarizada, concentrada y extranjerizada. El recorte obliga a evitar debatir en profundidad si los doce años de kirchnerismo comenzaron a generar una transición hacia una política económica distinta a ese neoliberalismo. Sí precisa que “ante la ausencia de un escenario catastrófico, la nueva administración [la de Cambiemos] debió construir un relato sobre la herencia para justificar la necesidad de tomar medidas que contradecían las promesas realizadas durante la campaña de 2015”.
Y sin embargo, ese diagnóstico sesgado ideológicamente y atravesado por intereses de clase le impidió a Macri entender las medidas a tomar. En rigor, su gobierno terminó profundizando gran parte de los desequilibrios heredados del kirchnerismo −y sumó otros−.
Macri cumplió inmediatamente con buena parte de lo que la clase empresaria esperaba de él: eliminar las restricciones a la compra de divisas, actualizar las tarifas de servicios públicos, reducir el gasto público, suprimir las retenciones a las exportaciones agroalimentarias, desregular la actividad privada en todos los sectores productivos y en general avalar una recuperación de la tasa de ganancia. Que estas medidas implican necesariamente una brutal transferencia de recursos desde la clase trabajadora hacia las empresas no es ningún misterio, ni siquiera para la línea de pensamiento casi única que primó entre los empresarios devenidos funcionarios nacionales del Gobierno de Cambiemos. Los consecuentes picos de devaluación e inflación contradecían las promesas de campaña y requirieron de un esfuerzo de marketing político para explicarlos como “sinceramientos” de los desequilibrios heredados. El férreo blindaje mediático que inicialmente tuvo Macri contribuyó a mostrarlos como un sacrificio necesario, acompañado por la promesa una eventual mejora para la mayoría de la población –mejora que no llegaría nunca durante el mandato de Macri−. Pero la falta de una crisis previa fue un condicionamiento muy fuerte en la práctica, que le quitó a Cambiemos la probable justificación para un ajuste más rápido y profundo. De aquí el desencanto que la clase empresaria comenzó a mostrar hacia el Gobierno, pasada la etapa inicial de “luna de miel”, tal como cita Mercatante en su libro.
Había otro punto clave para que el plan de Cambiemos se sostuviera hasta 2019: el financiamiento externo. Ya sea para poder realizar el ajuste gradualmente o simplemente para evitar nuevos síntomas de la restricción externa que convirtieran el estancamiento económico desde 2012 en una recesión profunda, era menester contar con dólares frescos desde el extranjero. La última etapa del kirchnerismo había detectado precisamente eso y actuado en consecuencia: no en vano el entonces Ministro de Economía Axel Kicillof había firmado acuerdos para solucionar buena parte de los conflictos externos pendientes para el país, pagando desde la expropiación del 51% de YPF hasta lo adeudado al Club de París, pasando por juicios ante el CIADI y compromisos con el Banco Mundial. Un poco por la propia retórica “anti-buitres” y otro por la existencia de un candidato presidencial opositor (el mismísimo Macri) que prometía pagar el 100% de lo reclamado por los holdouts si ganaba las elecciones, el kirchnerismo no había logrado acordar con los fondos buitre. De haberlo hecho, habría podido comenzar un proceso de endeudamiento que le diera aire a los desequilibrios externos y por tanto le permitiera continuar por un tiempo con cierto crecimiento económico.
Quizás éste sea uno de los mayores síntomas de fracaso de la gestión económica de Macri. Sus primeros días de gobierno incluyeron tanto la promesa de una “lluvia de inversiones” como el acuerdo con los holdouts en juicio. Se abría así un ciclo de endeudamiento que Macri llevaría hasta sus últimas consecuencias: pasará a la historia como el Gobierno que más endeudó al país en sólo 4 años. Las inversiones extranjeras, en cambio, llegaron con cuentagotas y para sectores puntuales que no transformarían drásticamente la estructura productiva: ya sea rubros tradicionales (como el agroalimentario), atados a oportunidades puntuales de negocios (como en hidrocarburos, en particular lo asociado al yacimiento no convencional Vaca Muerta) o garantizados desde el propio Gobierno (como servicios públicos o energías renovables). El “carry trade”, con altas tasas de interés y un tipo de cambio flotante que tendería a apreciarse en términos reales mientras el flujo de capitales fuera hacia el país, fue el que en definitiva financió las necesidades de divisas de la economía nacional.
Y sin embargo, ni siquiera la ventaja de contar con precios internacionales aún altos en comparación histórica (aunque mucho menores que los que disfrutaron las exportadoras durante el kirchnerismo) y un ingreso de capitales financieros inaudito evitó la crisis.
A dos años y medio de haber asumido la Presidencia y a seis meses de un resultado en las elecciones legislativas que era considerado un triunfo claro de Cambiemos en buena parte del país, los riesgos que la política económica del Gobierno exacerbaba se vieron concretados. Tras una colocación exitosa de deuda pública en enero de 2018, anticipándose a un inicio de suba de tasas de interés internacionales, los financistas internacionales comenzaron a retacearle crédito a Argentina. El alto y aceleradísimo endeudamiento de los primeros dos años llegaba a un techo: el Estado Nacional podría seguir tomando créditos en la medida en que mostrara mejoras en el perfil de esa deuda. La “mala suerte” fue que ese límite no vino solo. Un modelo exportador centrado excesivamente en mercancías agroindustriales significó que la sequía que destrozó la cosecha del año 2018 también secó la plaza de divisas provenientes del comercio exterior. La escasez de divisas a partir de marzo de 2018 era evidente y pese a la cantidad de Reservas Internacionales acumuladas en el Banco Central, era cuestión de tiempo antes de que el exceso de demanda generara una devaluación.
El 25 de abril de 2018 fue la señal de largada para que ese exceso de demanda se concretara en una carrera devaluatoria, señal dada (tal como consigna Mercatante) por el J.P. Morgan. El negocio del carry trade se había terminado y era el momento de tomar ganancias en moneda dura. Salir del Fondo incluye una cronología de los hechos, de los intentos infructuosos por parte del Banco Central por calmar la tensión devaluatoria, de lo que se dijo y de qué actores intervinieron en esos días y semanas posteriores al 25 de abril. Pero aquí aparece con fuerza, por primera vez en más de una década, una institución que hasta entonces había dado señales de apoyo a las políticas económicas de Cambiemos pero no había tenido mayor injerencia (aunque sí coincidencia ideológica) en ellas: el Fondo Monetario Internacional. Que ya en marzo de 2018 negaba que Argentina necesitara del FMI, en palabras de su directora ejecutiva Christine Lagarde; que en mayo del mismo año firmaba un acuerdo Stand-By que el Gobierno Nacional prometía que sólo iba a utilizar plenamente en caso de emergencia, aunque incluía ya giros inmediatos por USD 15.000 millones. En septiembre corregiría ese mismo acuerdo para incrementar y acelerar los desembolsos. En el interín se sucedieron nuevas corridas cambiarias, un discurso confuso y contraproducente por parte del Presidente y sus Ministros, tres Presidentes del Banco Central, una aceleración de la inflación no vista en casi tres décadas y una salida continua y enorme de los capitales financieros que habían apostado al carry trade en los años previos. Mercatante hace un trabajo preciso de historización e interpretación de esos meses en que la Argentina entera se mantuvo en vilo siguiendo la cotización del dólar.
El Gobierno que más nos endeudó en la historia: más de USD 160.000 millones entre diciembre de 2015 y marzo de 2019, tal como releva Mercatante, de las cuales el 78% fueron en moneda extranjera.
Salir del Fondo continúa por la propositiva: Mercatante aporta una serie de propuestas sobre cómo salir de esta crisis sin caer en las políticas del Fondo. Esas propuestas no son otra cosa que la interpretación personal del autor, aplicándolas a la coyuntura argentina actual, de los programas de transición que la izquierda argentina propone desde hace décadas. Plantea por tanto un debate que excede modelos económicos, que va más allá de describir cómo el FMI exige la aplicación de cierta línea ideológica en las políticas económicas a cambio de su financiamiento de última instancia, que no se queda en debatir propuestas que gusten a mayorías electorales. Sin dudas, Salir del Fondo puede ser visto como una sistematización e interpretación de la sucesión de hechos que llevaron a la actual crisis económica −con las políticas de Cambiemos y los acuerdos con el FMI como principales protagonistas−. Pero también es un aporte a pensar por qué la economía argentina recae una y otra vez sobre sus crisis y sobre las mismas recetas ideológicas para justificar políticas económicas que se han demostrado ya insuficientes (si no directamente erradas) y en definitiva preguntarse qué cambio es el que realmente se necesita para que haya una mejora sustentable en las condiciones de vida y trabajo de la clase trabajadora en nuestro país.ç
- Martín Kalos, Licenciado en Economía, Especialista en Docencia Universitaria, docente y economista jefe de Elypsis.
10 de octubre de 2019