Una política exterior acorde al tiempo y el espacio
Toda política exterior es una proyección en el plano externo de un proyecto de país, de ahí que la misma se define como una política pública constituida por el conjunto de decisiones y acciones que lleva adelante un Estado, dirigidas a cambiar o preservar las condiciones del contexto internacional, con el objetivo declarado de defender y promover los intereses y valores de ese Estado en el sistema internacional, en correspondencia con el modelo económico y político promovido internamente.
Por ello, comprender la performance externa de un Estado exige atender una serie de variables contextuales internacionales que definen las posibilidades de actuación en el sistema, y domésticas vinculadas especialmente a la estrategia general de desarrollo, cuyas demandas y necesidades se proyectan al plano externo.
A partir de estas definiciones conceptuales es posible pensar la reciente visita de Alberto Fernández a Israel y la gira que está realizando por Europa durante esta semana y la próxima, sucesos claves en el inicio de su gestión en materia internacional.
Como puntapié inicial cabe preguntarse lo siguiente: ¿con qué mundo debe lidiar el actual gobierno? Abundan análisis sobre este tema. Básicamente es un mundo en transición histórica, de multipolaridad relativa y con altos grados de imprevisibilidad sobre su futuro.
Desde el inicio de siglo que se han suscitado fenómenos tales como el terrorismo, la emergencia de China como potencia mundial y nuevo centro dinámico de la economía mundial, la revolución 4.0, guerra comercial entre Estados Unidos y China y más recientemente disputas en torno al 5G, flujo y reflujo de gobiernos de carácter nacional popular en América Latina, interna entre globalistas y americanistas en el seno de la potencia mundial (¿en declive?), la emergencia de movimientos políticos de ultraderecha peligrosamente xenófobos en Europa; etc. En fin: un mundo por demás complejo.
Sin ir más lejos, hace unos días, el analista internacional Juan Manuel Karg publicaba un tweet en el que resumía enero: asesinato de Soleimani por parte de EEUU, conflicto en la Asamblea Nacional en Venezuela y gira de Guaidó por Europa, inicio del impeachment a Trump, gobierno de coalición en España, conmemoración del holocausto en Israel, coronavirus en China, definición de candidatos presidenciales en Bolivia. A este mundo el Papa Francisco lo ha definido bajo el concepto de “Tercera Guerra Mundial Fragmentada”. No hace falta agregar mucho más.
Preguntémonos ahora sobre nuestra particular situación, ubiquémonos en tiempo y espacio. ¿Qué rol jugamos en este mundo de centros, periferias y semiperiferias y qué elementos estructuran nuestra inserción internacional? ¿Qué nos pone en frente la actual coyuntura y qué escenarios se visualizan? La respuesta podría ser el eterno retorno a 1824 o el trauma de la deuda y la restricción externa versión 2020.
Para echar luz sobre estos interrogantes resulta interesante citar al actual Ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas. En su libro titulado “Los tres kirchnerismos” sintetiza con claridad la situación argentina: un país de industrialización intermedia (ubicada entre los puestos 24 y 29 entre las economías industriales del planeta, algo nada desdeñable), con un sector agropecuario como principal generador de exportaciones (Argentina es uno de los principales exportadores mundiales de soja, trigo y maíz) pero con un peso en el PIB relativamente bajo (en torno al 10 %) y con una contribución al empleo muy baja, y un recurrente cuello de botella económico que es la restricción externa.
Esto nos da un mapa general de nuestra particular situación y consecuente inserción internacional. Un país de apenas doscientos años ubicado en el extremo sur del continente americano en donde la dinámica cíclica de una economía capitalista periférica es una realidad que debe asumirse como tal y a la que se le debe buscar una solución si se quiere encarar un verdadero proceso de desarrollo nacional.
No obstante, muy a contramano de ello estuvieron las medidas que implementó la anterior gestión de gobierno sino que más bien profundizaron los problemas, puntualmente los vinculados al endeudamiento externo.
Si en algo dejó su impronta Mauricio Macri (que empezó su gestión queriendo ser un globalista al estilo Macron y la finalizó haciendo tándem con Pichetto) es en materia de sobreendeudamiento improductivo: se tomó deuda a niveles exorbitantes y no se generó capacidad de repago.
Algunos datos: finalizando el 2015, el peso de la deuda pública sobre la economía en términos del PIB alcanzaba el 52,6% de los cuales, alrededor de un 12%, era con privados. Progresivamente y a lo largo de los últimos cuatro años de gestión, se revierte la lógica de desendeudamiento que había sido adoptada hasta entonces y a septiembre 2019 el ratio de deuda/PIB se ubicó en 91,7%, con una participación creciente de organismos multilaterales y bilaterales.
Por su parte, la nueva deuda contraída se caracteriza por estar compuesta principalmente en dólares y con mayor exposición a organismos internacionales y acreedores privados extranjeros. A todo esto debe sumarse la fuerte concentración de vencimientos tanto de capital como de interés en el corto plazo, lo que generó la situación crítica actual. Solo en 2020, los compromisos de deuda total asumidos son cercanos a 67.200 millones de dólares, 150% de las reservas internacionales actuales.
A su vez, si uno toma el período 2020 – 2023 y establece un promedio anual de vencimientos de la deuda, el mismo asciende a casi 50.000 millones de dólares y el 68% de las emisiones que generan ese perfil de vencimientos las hizo el macrismo. Los datos son elocuentes y ahorran la necesidad de googlear la charla de Villa La Angostura.
Esto nos permite observar por qué la renegociación de la deuda externa vuelve a ocupar el centro de la escena en materia de política exterior después de cuatro años de lo que el sociólogo Gabriel Merino denomina “involución periférica”.
En este marco se inscribe la visita del ministro Martín Guzmán a Estados Unidos y su reunión con acreedores, el gesto diplomático del gobierno argentino de asistir a Israel (aliado de Estados Unidos, potencia mundial con incidencia estratégica en el FMI, organismo multilateral de crédito al cual Argentina le debe aproximadamente 44.000 millones de dólares) y la gira iniciada por Europa en la cual Alberto Fernández mantendrá encuentros con el Papa Francisco, Sergio Mattarella, Giuseppe Conte, Angela Merkel, Emmanuel Macron y Pedro Sánchez. Esta agenda incluye también la reunión en Roma de Guzmán con la titular del FMI Cristalina Georgieva, una búlgara que a diferencia de Lagarde se forjó en ámbitos de cooperación internacional y ayuda humanitaria.
La reciente aprobación del proyecto de ley de Gestión de Sostenibilidad de la Deuda Pública Externa en la Cámara de Diputados de la Nación y su tratamiento en el Senado la semana próxima, también forman parte de esta estrategia.
El objetivo es tan claro como urgente. Renegociar la deuda y volver a la senda del crecimiento económico. Renegociada la deuda el ahogo financiero quedaría atrás y permitiría un margen de maniobra distinto al actual, y en donde la puesta en marcha del aparato productivo nacional juega un rol fundamental.
De allí que la tarea estratégica implique la implementación de un programa macroeconómico y productivo que potencie a aquellos proyectos que incrementen las exportaciones y sustituyan importaciones de manera genuina, generando un saldo comercial que sea palanca del crecimiento económico y permita afrontar los vencimientos de deuda sin ajustar sobre los sectores que hoy padecen una profunda crisis social y económica.
En este sentido, el trinomio institucional compuesto por el Ministerio de Economía, el Ministerio de Desarrollo Productivo y la Cancillería, pivoteando sobre el Congreso Nacional para dar curso legislativo a los proyectos que se inscriban en la estrategia descripta, se erige como protagonista de una etapa que requiere de mucho trabajo y compromiso político.
El margen de acción es mínimo y de ahí que la agenda del actual presidente se inscriba en este marco, descoloque a quienes pretenden entender la realidad desde enfoques dogmáticos y exprese una mixtura de elementos acordes al tiempo y el espacio.
Un tiempo de crisis, fragilidad y vulnerabilidad económica, hambre y postergación de millones de argentinos. Un espacio dinamitado en términos políticos si uno observa Sudamérica y que estrecha los márgenes de maniobra (golpe de estado en Bolivia, crisis político institucional en el eje andino, irregularidad institucional con dosis de irracionalidad en el principal socio comercial y una Venezuela desangrándose desde hace años ya). Por estas razones vamos a ver a un gobierno que otorga asilo a un líder popular como Evo Morales, articula y hace tándem político con López Obrador y el Papa Francisco, pero que también visita Israel y fortalece su relación con Europa, cuida su relación comercial con Brasil, financiera con Estados Unidos y en materia de inversiones en infraestructura con China.
¿Una actualización de la Tercera Posición? Parece apresurado tamaña afirmación. Está por verse. De mínima hay diplomacia comercial activa y pragmatismo acorde a las urgencias.
- Jesús Rodríguez, Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional del Centro. Actualmente realizando la Maestría en Política y Gestión Local de la Universidad Nacional de San Martín.
Resumen del Sur - 31 de enero 2020