Reflexiones post pandémicas: el derecho a lo común
La salida individual es en falso, es un gritar libertad corrompiendo su significado, pensando que contamos con herramientas personales suficientes para dotarnos de certidumbres para nuestro futuro
Muchas personas a lo largo de sus vidas se enfrentan a situaciones, en ocasiones extremas, que les obligan repensarse, a construir una nueva visión de sí mismos, de las demás personas y del mundo en el que vivimos. Según expertos como el psiquiatra Pau Pérez-Sales, la identidad juega un papel clave en cómo experimentamos estas experiencias, así como el impacto que tienen en nosotros. Quién eres y cómo integras lo que ha pasado en tu vida, te ayuda (o no) a responder a la pregunta de quién vas a ser después de lo que has vivido.
En ocasiones las sociedades enfrentan situaciones límite, o incidentes críticos, no ya de manera individual, sino de forma colectiva. La nuestra acaba de pasar por ello: una pandemia mundial inesperada que, de un día para otro, cambió el modo en que vemos el mundo, a nuestros semejantes y también a nosotras mismas. Repentinamente tuvimos que dejar de ver a nuestros seres queridos, cambiar nuestra forma de relacionarnos, pasar meses sin salir de casa más que para ir a trabajar o, directamente, teletrabajar, sin esas escuelas y abuelos que tanto hacen por la conciliación en nuestro país. Los viajes pasaron a ser recuerdos y la mascarilla el nuevo complemento imprescindible. Todavía hoy muchas personas prefieren usarla por la calle aunque no sea obligatorio.
Detrás de tantos cambios, tan brutales, flotando en el ambiente, una de las emociones más movilizadoras del ser humano: el miedo. El miedo al virus, a perder seres queridos, a no tener trabajo cuando todo termine, a no poder pagar el alquiler, la luz. Miedo a quedarnos aislados, a la vulnerabilidad, al futuro, a que la nueva normalidad no sea tan normal como esperábamos.
Hemos vivido cada uno de nosotros y nosotras un evento potencialmente traumático. En teoría colectivamente, pero en realidad, bastante solos, sin tan siquiera poder abrazarnos a nuestros seres queridos cuando lo necesitábamos. Y así se siente mucha gente en todo el mundo. Cada persona ha vivido esta pandemia de manera muy personal, con más o menos capacidad de afrontarla en función de sus experiencias previas, sus recursos económicos, sus redes de relaciones o su estilo de afrontamiento psicosocial. Muchas personas que estaban al borde de la ansiedad o la depresión han caído de lleno en ellas. Otras han descubierto ambos problemas.
Quiénes éramos nos enfrentó a esta pandemia con poco recursos como sociedad, digamos que nos pilló con el pie cambiado. Nos guste o no, hemos sido una sociedad que abandonó los servicios públicos y a sus trabajadores y trabajadoras, dejándose engañar por el mantra de que “lo privado es mejor”. Hemos comprado el mito del “hombre hecho a sí mismo” que no necesita a los demás para su vida, donde el cuidado y las relaciones son, como mucho, servicios que se subcontratan. También hemos vivido de espaldas a un planeta que nos nutre, nos cuida y es condición de posibilidad de nuestra existencia. Destrozar la biodiversidad, acabar con especies animales y vegetales tiene mucho que ver con la expansión de un virus que, todavía hoy, no podemos controlar. Hemos sido (y somos) una sociedad que trabaja demasiadas horas por poco dinero, que concilia regular y cuida peor. Una sociedad con una parte importante del parque de vivienda con casas pequeñas, caras y poco habitables, donde la intervención pública es escasa.
Pero la psicología también lleva tiempo estudiando cómo los acontecimientos traumáticos pueden ser una oportunidad. A nivel individual, se habla del crecimiento post traumático y, a nivel colectivo, son numerosos los ejemplos de comunidades que sacan lo mejor de sí para organizarse y afrontar estos acontecimientos, reconstruyendo el tejido social, creando, como dice la escritora Rebecca Solnit, paraísos en el infierno. El bofetón vital, personal y colectivo que ha supuesto la covid-19, nos da la oportunidad también de repensarnos, de preguntarnos quiénes queremos ser, quiénes vamos a ser después de todo lo vivido.
En este mundo interdependiente los desafíos sólo se pueden afrontar desde lo colectivo
Superar colectivamente el trauma que ha supuesto para nuestra sociedad esta pandemia puede ayudarnos a construir una identidad social más fuerte y resiliente para lo que está por venir. Visibilizar y abordar el tema tabú de los problemas de salud mental, como hizo Simone Biles en los Juegos Olímpicos de Tokio, es crucial para poder reconstruir nuestra sociedad sobre cimientos más sólidos. También cuidar lo común, lo público, lo que es de todos y todas y nos protege y cuida cuando las cosas se ponen difíciles, como la sanidad, la educación, el sistema de atención a la dependencia y los servicios sociales. El cambio histórico en la política económica que se ha producido a nivel internacional y europeo nos muestra que planteamientos que hace diez años eran tildados de antisistema, hoy se revelan los únicos correctos desde una perspectiva de eficacia y humanidad.
Por otra parte, tal y como señala el sexto informe del panel intergubernamental de expertos en cambio climático (IPCC, por sus siglas en inglés), los efectos de éste se harán progresivamente más presentes en nuestras vidas. Ello exige incrementar la ambición en la lucha contra la emergencia climática y ecológica, pero también afrontar el contexto de incertidumbre que esta supone para el futuro, que se suma a las consecuencias de la globalización. La salida individual es en falso, es un gritar libertad corrompiendo su significado, pensando que contamos con herramientas personales suficientes para dotarnos de certidumbres para nuestro futuro. Pero no es real, en este mundo interdependiente los desafíos sólo se pueden afrontar desde lo colectivo.
Por ello necesitamos reforzar los lazos comunitarios, promoviendo el barrio, el pueblo o el municipio, trabajando menos horas en nuestros empleos para poder dedicarle más tiempo al cuidado de las personas de nuestra familia y nuestro entorno, al apoyo mutuo, al asociacionismo, al activismo, a proyectos colectivos que apuesten por el autoconsumo o formas de vida más sostenibles. También para tener más tiempo libre, descansar, hacer deporte o comer más sano. Para construir comunidad, que no deja de ser la forma natural de existencia de un animal social como el ser humano, hace falta una cosa más que ninguna otra: tiempo.
El tiempo y el derecho a lo común, a la comunidad, a lo colectivo, están íntimamente relacionados. Es más, disponer de tiempo y de una comunidad que te arrope, cuide de ti y haga que te sientas importante y valiosa es clave para garantizar el derecho a ser felices y a una vida digna. Aunque a veces parezca tan alejado de nuestra realidad que sea difícil de imaginar, es lo que todas deseamos para nuestros hijos e hijas, para la gente que amamos y también, por qué no decirlo, para nosotras mismas. Quizás eso sea lo más valioso que nos ha arrebatado el neoliberalismo, un sistema económico salvaje que solo valora a las personas en función de su capacidad de producción y desecha a quienes no le sirven a ese objeto, creando seres humanos aislados y estresados. Defender nuestro derecho a la vida en común es, al fin y al cabo, defender nuestro derecho a una buena vida. Hagamos que esta pandemia sea una oportunidad para hacerlo posible.
- Ione Belarra, es secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030.
- Miguel Ángel Navarro, es doctor en Psicología Social y responsable de DD.HH. en Podemos Euskadi.
Ctxt - 28 de agosto de 2021