La quema de la historia

Guillermo Wierzba


Un excelente libro escrito por Rodrigo López y editado por el Ministerio de Economía, Mariano Fragueiro: escritos sobre moneda y banca resulta de notable utilidad para los debates abiertos en nuestro país entre enfoques diversos, muchos antagónicos entre sí, con relación al abordaje de las cuestiones monetarias y macroeconómicas que la Argentina debe afrontar y resolver.

López explicita que Fragueiro no perteneció a la generación de los hombres de Mayo. Su época fue posterior y su vida se desplegó durante las confrontaciones internas que respondían a distintos proyectos de país. En ese marco, sin embargo, fue un hombre con la peculiaridad de haber mantenido su presencia durante 50 años, “desde la década del ’20, cuando ingresó en el Banco de Buenos Aires, hasta la del ’70, debatiendo proyectos de la Argentina con (…) hombres de la Generación del ’80”. Se vinculó con Rivadavia, Quiroga, Rosas, Urquiza, Derqui, Mitre, Avellaneda, Sarmiento, Alberdi y Carlos Pellegrini.

En el texto citado pueden encontrarse sus reflexiones “sobre los temas por los que pasaba la frontera del conocimiento de su época, como la moneda, el crédito y los bancos”. El primer ministro de Economía del país “fue una rara avis, al declararse socialista pacifista entre los unitarios y los federales. Sus reformas tenían como sentido el progreso, en base a la industrialización, pero como una efectiva democratización de los frutos de ese progreso. Esta no se limitaba a efectos redistributivos del ingreso, sino que buscaba transformar las bases del orden social capitalista, por el cual se define el destino de la clase trabajadora”. Fragueiro entendía a la economía como una ciencia social, pues sostenía que la misma versa sobre la riqueza de los pueblos. Su objeto de incumbencia no era la riqueza privada. López destaca conceptos de Fragueiro que son demostrativos del núcleo de su pensamiento social, por ejemplo: “Mientras los capitales estén acumulados en ciertas manos favorecidas por la conveniencia recíproca e individual, el trabajo no es libre; porque si bien se tiene el derecho de trabajar, falta el poder hacerlo. Con el derecho apenas tendrá un salario, que equivale a la subsistencia, porque en la distribución de la riqueza no le cabe más parte. Con el poder, es decir, con el capital, tendrá la ganancia correspondiente a una distribución equitativa”.

Rodrigo López recupera el rol vanguardista de Fragueiro

Respecto del aumento del déficit fiscal, quien fuera el ministro de Justo José de Urquiza reflexiona que, en épocas de detención del comercio, los impuestos resultaban insuficientes para llenar los gastos ordinarios y extraordinarios del Estado y que, por lo tanto, fue necesario hacer emisiones de papel, incrementando el circulante. Fue ese aumento de moneda y aquella disminución de valores la que produjo la depresión del papel. Es el enfoque que invierte el orden causal según el cual el déficit público provoca inflación. Fragueiro supone que los shocks depresivos de la producción impactan mermando la recaudación y fuerzan la emisión. Resulta concluyente su afirmación de que, cuando los gobiernos quieren ser dispendiosos, malgastan lo mismo con crédito, que sin él. A mediados del siglo XIX, este intelectual y hombre de gobierno daba las herramientas para entender por qué el ajuste conduce al déficit fiscal y no a su solución. Esto resulta imprescindible de comprender cuando hoy se discute un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El marco analítico del socialista Fragueiro conduce a advertir sobre la necesidad de expandir la economía para reducir el déficit y la emisión. La expansión del consumo y el gasto público son esenciales para tonificar la economía y estimular la inversión privada, única forma de incrementar la recaudación y mejorar las cuentas públicas.

El camino inverso conduce a un espiral recesivo, más desempleo y pobreza, menos gasto público y recaudación y depresión del proceso de inversión privada. Sería el rumbo del desastre.

  • Fragueiro rechaza la teoría de los fondos prestables. El sistema financiero no es un dispositivo para que se preste lo que hay o para cumplir la función de juntar lo que hay para disponerlo en créditos. Supera este marco teórico y postula que el crédito bancario debe ser mayor a las reservas bancarias y a las sumas de los fondos de los ahorristas. La concepción clave de este rumbo analítico no repara en lo que hay, ni en lo que se junte, sino en lo que habrá y repartirá. López concibe como nuclear la idea de “futurización” a la que recurre el decano de los ministros de Economía para el dinero tanto bancario como para el estatal. Esta idea consiste en la representación de adelantos de producción, de congregar tanto mercancías presentes como futuras. El solo intercambio entre dinero y mercancías sería un cambio de manos entre “frugales y dispendiosos”, un sistema cerrado sin posibilidad de crecimiento, “incompatible con el funcionamiento del capitalismo”. La “futurización” proporciona un interés como participación en el producto que creará. Los depósitos se constituyen en un medio de pago eficaz para quienes lo usan, convirtiendo a los bancos en un “centro de comercio eficiente”. Pero la independencia de los préstamos respecto de los depósitos no convierte a los primeros en ilimitados. El dinero no puede exceder la demanda de mercado por el mismo. Si así fuera, los particulares demandarían otro activo de reserva. Fragueiro fue un adelantado de la heterodoxia. A su mirada fiscal respecto a que el comportamiento virtuoso de las finanzas públicas no descansa en las políticas de ajuste se le agrega una concepción monetaria que se sostiene en una lógica de dinero endógeno. El crecimiento y el progreso no provendrían del apretón monetario sino del ajuste de los mecanismos de emisión a las demandas de la economía real, que se traducen en la demanda de dinero.
  • Se destaca que en su época haya propuesto la intervención estatal en la economía. Lo hizo explicitando que la misma debía recurrir a la expansión del gasto y a la política monetaria. El impacto de estas en el consumo conseguiría ampliar la producción. Cita casos exitosos que resultaron por “la excitación a la producción por los grandes consumos públicos”. Rodrigo López aprecia que algunos de los pasajes de su obra Cuestiones Argentinas y Organización del Crédito no parecen haber sido escritas por un autor del siglo XIX, por ejemplo, cuando lamenta que a la intervención del Estado en la economía “aún no se le ha dado toda la aplicación que admite”. Piensa la inversión con la dualidad de ser, a la vez, componente de la oferta cuando la obra esté terminada, pero habiéndolo precedido su pertenencia a la demanda mientras la misma está en construcción, etapa en que a la vez indujo consumos.
  • Insiste en que el Estado debe ser proveedor de crédito y no tomador del mismo. Sostiene que “las operaciones de crédito, que implican la fe pública, como estampar moneda, emitir billetes pagaderos a la vista y al portador, recibir depósitos (…) y dar dinero y recibir dinero a interés (…) son operaciones de propiedad pública y que, en el esquema de la centralización, los capitales monetarios deberían estar ocupados en la industria de sus tenedores, o bien centralizados en el crédito público (…) De este modo, se les saca de la aristocracia industrial donde están monopolizados y se les da una colocación democrática; se les pone al mayor alcance de capacidades para multiplicar los propietarios, para dar pasaporte al proletariado en la carrera industrial, para extinguir el abuso del poder pecuniario, la usura; para extirpar el individualismo y ensalzar el socialismo. Por lo tanto, la operación de dar y tomar dinero, que es de propiedad pública, sería exclusiva del crédito público, y la ley no la autorizaría entre particulares”. El ministro de Urquiza, paradojalmente, no seguía el modelo norteamericano, sino que se aferraba –opina López– al ya existente Pacto Federal de 1931, celebrado por un puñado de provincias en tiempos de Juan Manuel de Rosas. Para Fragueiro, con la centralización de los capitales no se pretendía abolir el interés del dinero, pero sería el Estado el que tendría la exclusividad de “recibir el dinero a interés y pasarlo a los que lo soliciten, cobrando una diferencia que llamaremos comisión o renta”.
  • La propuesta de Fragueiro era muy avanzada para la época: el abandono de los metales para la creación de una moneda en base al crédito público, la nacionalización del crédito y de la deuda externa –en un doble carácter, la asunción de la deuda de Buenos Aires como de la Nación y el canje de la deuda externa por deuda local, con pagos y plaza en moneda local–. A mediados del siglo pasado, el decano de los ministros de Economía veía lo que no ven –o lo que ocultan porque no quieren que se vea– los candidatos de Juntos-Juntos por el Cambio-Cambiemos–: que no son asimilables la deuda pública externa con la deuda pública en moneda propia, siendo la posibilidad de reemplazo de la primera por la segunda un objetivo político que ninguna visión patriótica y sapiente dejaría de procurar. Sin embargo, hoy María Eugenia Vidal y Mauricio Macri suman la una con la otra para comparar endeudamientos con monedas distintas. No sólo ellos lo hacen. También el FMI supone que el ahorro del Estado en pesos permitiría un mejor pago de la deuda. Pero el Fondo, más bien, perseguiría ese ahorro para provocar una recesión que aumente la capacidad de pago del país mediante la reducción de las importaciones y de la producción industrial. Y si no fuera así, porque habría producido un cambio copernicano en sus habituales condicionalidades, ese organismo debería dejar de lado su obsesión por reducir el déficit. Como también si Macri y Vidal pensaran sincera e ingenuamente que se pueden sumar ambos endeudamientos, se deberían abocar a convencer a quienes les prestaron para que acepten el pago en pesos de la deuda que contrajeron en moneda dura.
  • Fragueiro es el gran antecedente del peronismo respecto del régimen financiero aplicado durante sus tres primeros gobiernos (y en el que volver a insistir sería un desafío valioso). La nacionalización de los depósitos y el direccionamiento público del crédito fueron el centro de ambas propuestas y actos. Dice López que, en ambos casos, se resuelve la retribución al sector privado con el pago de una comisión, en lugar de obtener su margen de beneficios con la libre indeterminación de tasas pasivas y activas.
  • Al igual que Karl Marx, Mariano Fragueiro considera al trabajo como la única mercancía que es “productor y producto”, “planteando que la moneda de crédito público se afirma en un atributo presente en todas las mercancías, en el trabajo”. López bien recuerda que la Constitución de 1949 también incluyó al trabajo como única fuente de riqueza.

Quemar el Banco Central para desorganizar la Nación

El despliegue de la propuesta y organización del crédito público y de la creación de un Banco Nacional fue precedido por intensos debates, en los que los prestamistas privados se oponían a estos proyectos y amenazaban con retirar sus capitales, suspender la entrega de empréstitos y cancelar su financiación a actividades –que ejercían sin regulación alguna–, antes de la institucionalización pregonada por Mariano Fragueiro. Un debate ardoroso desplegado en la prensa chilena de aquella época.

Pasado más de un siglo, el neoliberalismo reabrió ese debate, consiguiendo pasos parciales que fueron en el camino inverso al propugnado por el organizador de la institucionalidad económica del Estado argentino. La Ley 21.526 de Entidades Financieras, dispuesta por el régimen del terrorismo de Estado, desespecializó el crédito, descentralizó los depósitos, abandonó la orientación pública del crédito, avanzó en privatizar y extranjerizar entidades y vinculó el sistema financiero local con el internacional, introduciendo la alternativa del atesoramiento en divisas. Estas políticas quitaron potencia al manejo del crédito por parte del Estado y fragilizaron el sector externo, al abrir el camino a la demanda especulativa de dólares, que competía por divisas con las industrias que los requerían para su maduración. Este desquicio crediticio provocado por intelectuales orgánicos del capital privado financiero internacional interrumpió el proceso de industrialización por sustitución de importaciones y lo reemplazó por una lógica de valorización financiera que inauguró un raudo proceso de concentración del capital y de la propiedad. La política de José Alfredo Martínez de Hoz no sólo destruyó el paradigma de Juan Domingo Perón, sino también las primeras ideas y construcciones institucionales de Fragueiro. Esa ley, cuya vigencia permanece, es la base sobre la cual se construyó un dispositivo maligno que luego se profundizó durante décadas. Sólo basta con detenerse en la rentabilidad relativa de las entidades financieras privadas frente a otras aplicaciones industriosas del capital, sobre todo cuando se trata de pequeñas y medianas empresas. Su derogación es un mandato de la Historia y un continuo clamor.

La inserción financiera internacional hizo su trabajo para construir una economía bimonetaria. A través de la liberalización cambiaria, también mediante el endeudamiento externo público, al cual se le agregó luego el interno para defender el tipo de cambio en mercados liberados a la compra de divisas para cualquier uso y con el que el Estado procuró el financiamiento obsesivo de equilibrios fiscales y/o la desarticulación del sistema tributario construido predominantemente durante los gobiernos peronistas. Sin dólares para la producción, sin impuestos para financiar el gasto que promoviera la actividad, sin orientación del crédito público y con la actividad bancaria cedida a capitalistas privados, se erosionó el poder del Estado y su potestad de crear moneda, aniquilando décadas de esfuerzo para la construcción de una política de desarrollo, que incluía el propósito de una mejor distribución del ingreso.

Más tarde, durante la gestión de los Presidentes Carlos Menem y Fernando De la Rúa, se profundizaron estas políticas. Con la introducción de la convertibilidad, el Estado restringió la potestad de crear dinero para promover el crecimiento y atendiendo a la demanda de crédito y circulante. El neometalismo vigente imponía un nivel de la base monetaria determinado por las reservas en divisas. A la vez, la constitución de un sistema financiero bimonetario debilitó la posibilidad de crear dinero secundario en moneda propia, ya que el crecimiento de los depósitos en dólares, frente a los nominados en pesos, fue la tendencia que se impuso en el período. El Estado permitió la expansión del crédito en dólares, sobre el que no tenía dominio. Esta etapa finalizó con el empobrecimiento del pueblo, una intensificación de la desindustrialización y niveles inéditos de desempleo. Además de un gran deterioro fiscal, agravado por la privatización del régimen previsional. El período incluyó una inaudita concentración y extranjerización de la banca y el crédito, a la vez que la consumación de un esquema regulatorio que expulsaba a la pymes del acceso al mismo e igualaba absurdamente las regulaciones de la banca pública con las de la banca privada. Fueron los tiempos de las ventas y privatizaciones de la mayoría de los bancos provinciales.

El desendeudamiento externo de los gobiernos kirchneristas, sus políticas de estímulo del consumo y de reindustrialización y sus esfuerzos por ganar grados de libertad frente a la financiarización del capitalismo internacional abrieron un rumbo de recuperación de los atributos de un Estado organizado. La posterior experiencia de aperturismo, liberalizaciones y reendeudamiento con el FMI se ocuparon de destruir lo conseguido. El debate sobre proyectos de país fue sustraído de la ciudadanía. La entente de la concentración mediática, el capital financiero y el poder económico concentrado respaldó un discurso despolitizado, cuyo recurso fundamental constituyó la mentira repitente –el mundo de la posverdad–, y el reemplazo de la reflexión sobre la dificultad por la preconización de axiomas falsos y la descripción de realidades inexistentes.

La debacle económica que propinaron quienes hicieron la inversa del pensamiento de avanzada de Fragueiro (un Estado prestatario en lugar de creador de crédito, el endeudamiento en moneda extranjera en vez de su sustitución por otro en moneda local, la liberalización de la regulación del crédito en lugar de su direccionamiento, la represión del consumo contrariamente a su estímulo) llegó al colmo de acordar con el FMI un programa de emisión 0, que constituyó la renuncia a cualquier atribución para hacer política monetaria. Pero, además, la Alianza Cambiemos destruyó la fe pública. No sólo en la moneda y otros dispositivos del poder estatal, sino en la política como herramienta de transformación y construcción de la vida en sociedad.

El Frente de Todos recibió un país destruido económicamente, con la potencialidad de la acción política dañada. Pandemia y endeudamiento heredado constituyeron fuertes limitantes para desplegar un programa que revierta la situación social, cuya modificación todavía está pendiente. Aprontarlas es urgente porque la permanencia y fortalecimiento del gobierno de Alberto y Cristina Fernández es crucial para enfrentar surgentes amenazas, no sólo a la democracia, sino a la Nación misma.

Nuevas variantes de neoliberalismo retornan con proyectos de liquidación de la moneda nacional, dolarización de la economía y destrucción de las instituciones que regulan el dinero y el crédito, a la vez que quieren minimizar el sistema impositivo, liquidar derechos económicos y sociales –mercantilizando actividades que los protegen–, mientras pretenden desregular precios y debilitar, mediante la flexibilización laboral, la capacidad negociadora de los trabajadores. También se proponen bajar abruptamente el gasto social y la intervención del Estado en la economía. Lo predican y anuncian con un lenguaje poco académico, dirigiéndose a sectores sufrientes y empobrecidos a quienes la UCR y el PRO se encargaron de despolitizar y sembrarles el odio por los políticos, ubicados en el lugar del chivo expiatorio de los dolores del pueblo argentino. La patota “libertaria” grita por la quema del Banco Central para desempoderar a la política. Friedrich von Hayek, uno de los fundadores del neoliberalismo, decía que el gobierno de la política sobre la economía conducía al totalitarismo, y agregaba que un autoritarismo preventivo era preferible a una democracia totalitaria –como caracterizaba al populismo o lo popular–. Hoy no hay lucha entre dos proyectos para la Nación. La pelea es entre un proyecto nacional, aun discutido y debatido, y otro de desorganización nacional, que prepara la disolución de la Argentina.

 

El Cohete a la Luna - 29 de agosto de 2021

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