Argentina y el desarrollo productivo verde

Daniel Schteingart


Históricamente, las políticas macroeconómicas y las políticas productivas se centraron en objetivos como la generación de empleo, la baja de la pobreza, la estabilidad económica, el desarrollo territorial, la productividad de las empresas, la incorporación de tecnologías y el incremento de las exportaciones. Si bien estos objetivos siguen siendo totalmente prioritarios en un país como Argentina (que hace una década que decrece y en donde 7 millones de compatriotas cayeron debajo de la línea de la pobreza en los últimos tres años), no es menos cierto que dichas políticas prestaron poca (o directamente nula) atención a una variable también central: la ambiental.

Es bien sabido que el mundo está experimentando enormes desafíos ambientales, como el calentamiento global y la presión sobre los ecosistemas, entre muchos otros. Si bien el crecimiento económico ha traído una prosperidad sin precedentes en la historia de la Humanidad (particularmente a los países que más crecieron en los últimos 200 años, como los hoy desarrollados), también es cierto que dicho crecimiento tuvo un impacto negativo en diversas variables ambientales. Una de las condiciones de posibilidad del crecimiento que siguió a la revolución industrial fue la disponibilidad de energía abundante y barata provista por los combustibles fósiles, que hoy son responsables de la gran mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global. Definitivamente, la dinámica de los últimos 200 años no es sostenible en términos ambientales. Y si se daña irreversiblemente al ambiente, la propia economía y la producción se verán afectadas: a modo de ejemplo, de proseguir el calentamiento global el agro argentino podría sufrir consecuencias severas. En este sentido, es muy atinada la frase del documentalista naturalista David Attenborough, quien dice que “una especie prospera cuando todo lo que la rodea también prospera”.

La búsqueda de la triple sostenibilidad

Nuestra economía necesita armonizar y congeniar tres sostenibilidades en simultáneo. Por un lado, la sostenibilidad social, esto es, necesitamos crear puestos de trabajo para reducir la pobreza, la desigualdad y la desocupación, tres problemáticas graves en un país como el nuestro. Ello indefectiblemente requiere de una elevada tasa de crecimiento, habida cuenta de que: a) ningún país con el PBI per cápita de Argentina (20.000 dólares per cápita anual) eliminó la pobreza y b) en los últimos 20 años, casi siempre que creció la economía bajaron simultáneamente la pobreza, la desigualdad y el desempleo (y viceversa).

En segundo lugar, necesitamos ser sostenibles en términos macroeconómicos: de nada sirve hacer una política de ingresos expansiva y reparadora si a los pocos meses tenemos una devaluación que nos deja peor que antes de dicha política. Este punto es fundamental y a veces no se lo tiene suficientemente en cuenta desde ciertas miradas. Cuando subimos los ingresos de las familias (algo clave para que millones de hogares salgan de la pobreza), lo que ocurre es que aumenta el consumo. Ese incremento del consumo tracciona la actividad económica, dado que el consumo es más del 60% de nuestro PBI. Sin embargo, el problema es que cuando el consumo y la economía se ponen en marcha, nuestras importaciones se disparan. Por ejemplo, si suben los salarios, muchas familias querrán cambiar el celular, la TV, el auto o irse de viaje al exterior, por poner algunos ejemplos. Todos estos consumos se abastecen con importaciones: por ejemplo, la mayoría de los autos que consumimos acá son de origen brasilero, y los autos que fabricamos localmente tienen más de un 50% de piezas importadas. Algo similar ocurre cuando cambiamos el celular o la TV: si bien se ensamblan en Tierra del Fuego, casi todos los componentes son importados. De este modo, si queremos incrementar salarios reales y el consumo, indefectiblemente requerimos financiar ese incremento de las importaciones. Y ese financiamiento se puede dar de varias maneras, entre las que sobresalen dos: a) exportando más (o sustituyendo importaciones), o b) tomando deuda externa. Mientras que este último camino ya sabemos que es insostenible, el primero es genuino y garantiza la sostenibilidad macroeconómica. Si bien son menos de 10.000 las empresas que exportan, cuando nuestro país vende más al exterior eso es bueno para toda la población pues ingresan dólares al Banco Central, y todo eso minimiza el riesgo de devaluaciones y, por ende, da mayor espacio para que crezcan nuestros salarios, aún si no trabajamos en dichas empresas exportadoras.

Las políticas macroeconómicas y productivas tradicionales prestaron mucha atención a las dos sostenibilidades mencionadas, pero poco y nada a la tercera sostenibilidad, tan necesaria como las otras dos: la ambiental. Recién en los últimos tiempos, el mundo (particularmente los países desarrollados y China) empezó a rediseñar las políticas productivas de modo tal que permitan congeniar el crecimiento, la creación de empleos y la sostenibilidad macroeconómica con la sostenibilidad ambiental. Es ahí donde aparecieron conceptos como “crecimiento verde” o programas de políticas públicas como los denominados “Nuevos Acuerdos Verdes”. Estos planes se fundamentan en una premisa: la búsqueda de la sostenibilidad ambiental, lejos de ser un costo o un obstáculo al crecimiento y al empleo, puede (y debe) ser una palanca de ambos.

Argentina y el desarrollo productivo verde

Hace unos días se presentó el Plan de Desarrollo Productivo Verde, el cual apunta a lograr la triple sostenibilidad mencionada. El Plan está estructurado en cuatro ejes estratégicos y propone numerosas políticas concretas, tanto de corto como de mediano/largo plazo.

El primer eje se denomina industria nacional para la economía verde, y propone generar sectores productivos nuevos (como la movilidad eléctrica -incluyendo no solo autos y buses eléctricos sino también bicicletas eléctricas- y el hidrógeno), y desarrollar proveedores de bienes y servicios para estos sectores. Aquí es importante tener en cuenta que si Argentina importa este tipo de bienes, podría contribuir en el corto plazo a la sostenibilidad ambiental, pero descuidando la sostenibilidad social (ya que no se crearían puestos de trabajo en estas actividades) y la macroeconómica (ya que se irían dólares por importaciones). Descuidar la sostenibilidad macroeconómica a la larga termina en recesión, lo cual repercute en la sostenibilidad ambiental, ya que el país dispone de menos recursos para invertir en estas nuevas tecnologías. De ahí la importancia de pensar la triple sostenibilidad en simultáneo.

¿Qué políticas concretas se proponen para promover este eje estratégico? Por un lado, la reciente capitalización de IMPSA es crucial, ya que permite que Argentina tenga una empresa de vanguardia en la provisión nacional de equipos para las energías renovables. En segundo lugar, prontamente se enviará al Congreso el Proyecto de Ley para el desarrollo de la Movilidad Sustentable, que procurará crear un régimen de promoción para que Argentina pueda fabricar vehículos eléctricos, que como es sabido son mucho menos contaminantes que los tradicionales de combustión interna. Vale tener en cuenta que la electromovilidad requiere de dos insumos que Argentina dispone en relativa abundancia, como el litio y el cobre, de modo que tenemos una gran oportunidad para integrar nuestra actividad minera con la industria nacional. En tercer lugar, el gobierno nacional viene trabajando desde distintos organismos en una estrategia para la promoción de la cadena del hidrógeno. El hidrógeno es un combustible alternativo que requiere de energía para ser producido (ya que el hidrógeno, si bien es el elemento más abundante en la naturaleza, no viene en forma pura y para extraerlo hace falta un proceso productivo que requiere energía). Si dicha energía es renovable, se dice que el hidrógeno es “verde”. En tanto Argentina tiene excelentes niveles de radiación solar en el NOA y los mejores vientos del mundo en la Patagonia, las posibilidades de fabricar hidrógeno en base a la energía solar y la eólica son importantes. Y eso podría ser un notorio producto de exportación (15.000 millones de dólares es el potencial estimado para 2050, equivalente al complejo sojero el año pasado), además de generar 50.000 empleos en toda la cadena. Vale tener en cuenta que la estrategia de hidrógeno de Argentina incorpora también otras modalidades relevantes además del “hidrógeno verde”.

Yendo a políticas que se implementarán en el corto plazo, tenemos el programa Soluciona Verde, que apoyará con aportes no reembolsables a empresas de la economía del conocimiento que provean soluciones tecnológicas de alto impacto en mejora ambiental. También se prevé firmar en el corto un convenio con entidades del sector privado para impulsar la fabricación local de bicicletas eléctricas con creciente contenido nacional, a la vez que se prevé apoyar  por medio de líneas de crédito el consumo de las mismas. De modo similar, el Plan de Desarrollo Productivo verde prevé crear un programa para el desarrollo de la industria nacional de calefones solares, el cual también incluye financiamiento al consumo de los mismos.

El segundo eje es el de la transición hacia una economía circular. Los procesos productivos tradicionales fueron concebidos de modo lineal, es decir, primero se extraen recursos de la naturaleza, luego se los transforma, luego se los consume y por último se los desecha. Por el contrario, el paradigma de la economía circular apunta a que los residuos sean reutilizados como insumos productivos. De este modo se resuelven dos tensiones ambientales: en primer lugar, se presiona menos sobre la naturaleza y, en segundo orden, se generan menos residuos sin reuso. El Plan de Desarrollo Productivo Verde prevé en una primera etapa crear un Piloto para el Fortalecimiento de la Economía Circular, que servirá luego para avanzar en una política integral que permita incrementar la capacidad productiva de las cooperativas y PYMEs. Particularmente, se pondrá el foco en la valorización de residuos en sectores de productos como plásticos, papel y cartón, aparatos eléctricos y electrónicos y aceite vegetal usado. El Plan de Desarrollo Productivo Verde también procura fomentar la oferta nacional de equipamientos necesarios para la economía circular. Por ejemplo, por medio del Programa de Desarrollo de Proveedores se apoyarán -entre otras iniciativas- proyectos centrados en la fabricación de equipos nacionales para reciclado.

El tercer eje se llama producción sostenible para más competitividad. El mundo está demandando cada vez más productos elaborados con buenos estándares ambientales. En la medida en que las empresas no mejoren sus prácticas productivas en lo que concierne a lo ambiental, tendrán crecientes trabas para exportar (nótese que así como el descuido de la sostenibilidad macroeconómica compromete la sostenibilidad ambiental, también puede ocurrir lo contrario, esto es, que por no invertir en sostenibilidad ambiental se afecten nuestras exportaciones y por ende nuestra sostenibilidad macro). Es por ello que es fundamental apoyar iniciativas que favorezcan la adecuación ambiental de nuestras empresas, la trazabilidad y la eficiencia de recursos y energía en los procesos productivos. Una de las herramientas del Plan de Desarrollo Productivo Verde será el Programa PyMES Verdes, que otorgará financiamiento, capacitaciones y asistencias técnicas para que en una primera etapa 3.400 PyMEs puedan innovar y adecuarse en procesos y productos de menor impacto ambiental.

Por último, el cuarto eje es el de la industrialización sostenible de los recursos naturales. Lejos de ser un oxímoron como a veces se piensa, la industrialización sostenible de los recursos naturales puede ser una palanca clave del desarrollo si se implementan políticas y regulaciones adecuadas, como lo demuestra la historia económica de países como los escandinavos, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Canadá, por mencionar algunos. La industrialización sostenible de los recursos naturales supone desarrollar cadenas de valor, sea tanto agregando valor a nuestra producción primaria como desarrollando proveedores de maquinarias y equipos necesarios para las actividades intensivas en recursos naturales. Además, supone también estrictos controles ambientales y procesos de inclusión de los actores locales. En concreto, políticas como el Programa de Desarrollo de Proveedores apuntan a tal industrialización, al brindar financiamiento a proyectos que incentiven la producción de equipos para la energía y la minería. El impulso que se viene dando al cannabis medicinal (con media sanción en el Senado por amplísima mayoría) va en una trayectoria similar, al apuntar a desarrollar la bioeconomía nacional en toda su cadena de valor. Del mismo modo, la reciente creación de YPF Litio va en la dirección de apuntalar este cuarto eje.

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Argentina necesita urgentemente volver a crecer para reducir la pobreza, la desigualdad y el desempleo, esto es, para lograr la tan necesaria sostenibilidad social. Y necesita que ese crecimiento sea sostenible tanto en lo macroeconómico como en lo ambiental. El Plan de Desarrollo Productivo Verde, creemos, es el inicio de un camino para lograr tales objetivos tan fundamentales para mejorar el bienestar de nuestra población. El potencial que tenemos para lograr ese objetivo es enorme.

- Daniel Schteingart, Director del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI) en el Ministerio de Desarrollo Productivo. Doctor en Sociología, profesor universitario en la Universidad de Quilmes.

 

Abro Hilo - 17 de julio de 2021

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