Chaco salteño, entre guaraníes y wichis
Pequeña crónica de un viaje a dos comunidades originarias en el chaco salteño.
GUARANÍES
El primer vuelo hacía a Salta desde Aeroparque sale puntual a las 7:45 de la mañana. Debido al buen tiempo y a que sopla viento de cola, se anuncia después de despegar, que llegará unos 20 minutos antes al aeropuerto Juan Miguel Martín de Güemes. El avión va completo y sin zozobras ni turbulencias el viaje es relajado. Al llegar, en un cartel digital se lee que la temperatura, siendo las 9: 30 de la mañana en la capital salteña, es de unos 30 grados. Aún no sé cuál será en Orán, lugar hacia donde viajaremos con Nacho, Marcelo y Álvaro, mis guías y acompañantes, en ese viaje hacía la comunidad wichi en Misión Carboncito, ubicada en la localidad de Embarcación, donde nos espera al día siguiente la referente comunitaria Rafaela Vallejos. Nacho es un técnico de la Secretaría de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena del Ministerio de Agricultura, Marcelo es fotógrafo y junto con Álvaro, quien produce mangos a unos cien kilómetros de la capital, militan en el Movimiento Nacional Campesino Indígena. Rafaela, además de referente de su comunidad, lo es también del MNCI en Misión Carboncito.
El calor se vuelve denso y el aire acondicionado mitiga un poco los efectos de la temperatura en ascenso en la ruta nacional 53, la cual atraviesa parte de la provincia de Jujuy y también los latifundios de los ingenios azucareros y las fincas productoras de berenjenas y tomates. Poco antes del mediodía hacemos un alto en un parador para comprar agua fría y seguir viaje rumbo al norte. Una hora y media después, cruzamos el torrentoso y amarronado río Bermejoy. Decidimos almorzar en uno de los lugares donde bajo una enramada protectora, se ofrece pacú, bagre, tararira o sábalo a la parrilla, productos provistos por los pescadores artesanales de la zona. Esta es la mejor opción gastronómica para atemperar el calor infernal, que parece calcinar todo lo que yace bajo los rayos del sol.
Álvaro y Jotapé, otro acompañante que se sumó al viaje por el camino, caminan hasta la orilla del río. Dan ganas de ir, pero es más razonable no exponerse a una insolación que sería funesta, y además, una de las chicas que atienden en el local ya avanza con los platos servidos en la mano. El aire tibio de un ventilador se desparrama en ese ámbito, donde la vivacidad de los comensales pasajeros es capaz de resistir y hacer frente a la temperatura del trópico y sus efectos acentuados por el cambio climático.
Antes de continuar el viaje, Nacho me aclara que en más o menos una hora llegaremos a Misión San Francisco, un sitio a la entrada de El Pichanal, donde tres franciscanos, Elvio, Guillermo y Roberto, contienen de algún modo y con mucho esfuerzo, a los miembros de la comunidad guaraní que viven en un asentamiento lindante a la iglesia. Después de salir de la ruta, entramos en una calle bastante ancha, donde proliferan los puestos donde se venden frutas de estación y también tabaco, coca y bicarbonato.
Damos un pequeño rodeo para llegar a un predio de la iglesia, donde está instalado un vivero y una construcción de cemento donde funciona la cocina en la que Haydee Dionisia Cuellar y Nelly Evangelina López, dos mujeres guaraníes elaboran dulces artesanales. Son jóvenes, una tiene 44 y la otra 48 años, pero la vida dura y les ha desgastado el cuerpo. Se definen como dulceras, porque fabrican mermeladas de mangos y arándanos, frutos con los que también elaboran jugos. Son ellas las que cuentan que también en el predio funciona una carpintería, un taller de serigrafía, una panadería y que hay también mujeres textileras y otras que fabrican alpargatas. Son ellas las que dicen que es mejor trabajar de manera comunitaria que tener que ir a romperse el lomo a las fincas como recolectoras, donde el trabajo es duro y la paga por cosechar tomates o berenjenas es muy poca y además ya están viejas para ese trabajo.
Antes de ir a recorrer parte del asentamiento, donde por una subvención del Banco Interamericano de Desarrollo se está llevando adelante la construcción de 35 piezas para el mejoramiento habitacional, las dos me aclaran que otra parte de la lucha que la comunidad lleva adelante en conjunto con los franciscanos y el MNCI es la recuperación de la propia identidad, avasallada entre otras cosas por la pérdida del idioma guaraní:
“Queremos que la escuela tenga maestros bilingües y que nuestros hijos recuperen la lengua que nosotras perdimos, porque nuestros padres eran discriminados si la hablaban delante de los blancos y la borraron de las escuelas y las familias, esa escuela nos perjudicó culturalmente”.
Nos despedimos de Haydee y de Nelly y caminamos unos metros hasta el asentamiento, con uno de los responsables de censar a las familias para otorgarles la subvención para construir las mejoras edilicias en el mismo. No dejan de asombrar las dimensiones de las piezas construidas, unas edificaciones de ladrillos de 3X3 con el techo de chapa y una ventana pequeña, donde cuesta imaginar un uso digno de las mismas. El muchacho me responde que:
“No tuvimos más remedio que aceptar las condiciones del BID, porque al menos se generaban algunos puestos de trabajo temporario y la gente por aquí necesita tanto el trabajo como ganarse un ingreso”.
Esa realidad lleva a interrogarnos sobre el uso de la pobreza que realizan los organismos internacionales, con recursos que camuflan actos caritativos en lugar de acciones reales y concretas para aportar soluciones que mejoren la vida de las comunidades originarias, expuestas a todo tipo de marginación tanto económica como social.
WICHIS
Al día siguiente salimos de Orán a las 7 de la mañana rumbo a Embarcación y desde ahí tomamos la ruta provincial 34, un camino de cantos rodados de tránsito dificultoso, que une los territorios chaqueños tanto de Salta como de Formosa. Es prácticamente una línea recta que a veces se interrumpe por una curva, donde los lagartos huyen asustados por entre las piedras. Casi a mitad de camino después de una hora de transitar ese pedregal, nos detenemos a comprar frutas y agua en un almacén frente al destacamento policial. Nacho me dice que falta poco, no más de una hora de viaje para llegar a la Comunidad Carboncito, donde nos espera Rafaela Vallejos, la referente del MNCI en el lugar. Allí hasta el año 1981 la iglesia anglicana era una suerte de guarda protectora, ya que fueron comprando miles de hectáreas de monte y cediendo los títulos de propiedad a los habitantes de la misma. La guerra de Malvinas determinó que los pastores anglicanos abandonaran el lugar, pero la fe profesada por ellos no se abandonó y hoy los eclesiásticos son wichis, aunque el sincretismo con la religión ancestral del pueblo originario está presente en ciertos rituales, donde confluyen ambas creencias religiosas. Esto me lo explica Rafaela Vallejos, una mujer de presencia fuerte, madre de cuatro hijos, quien con voz dulce me dice:
“Ellos se fueron cuando la guerra, pero nosotros somos de religión anglicana, pero también tenemos los rituales de la Pachamama y los primeros de agosto realizamos las ceremonias y con los ritos y las ofrendas que hay que hacer, respetamos las creencias de todos, en el pueblo anterior hay muchos cristianos porque viven muchos criollos y nosotros les respetamos”
Rafaela tiene todas las características de una líder natural. Estamos sentados bajo un tinglado muy bien construido, donde nos protegemos del sol, y es allí donde me cuenta que la obra se hizo para funcionamiento del merendero del cual está a cargo junto a otras mujeres. Ellas dan de comer a unos ochenta niños y niñas del poblado cuando los fines de mes se aproximan y los pesos escasean en los ranchos. La alimentación, la educación y el cuidado de las nuevas generaciones, son parte de las mayores preocupaciones de Rafaela, quien dice:
“La escuela primaria es trilingüe, se enseña español, wichi e inglés, pero no hay secundario en el pueblo. Hay que ir a El Pichanal y esto es peligroso porque apareció la merca. La ruta por la que vinieron ustedes la usan los narcos y les dan a los jóvenes bebidas o merca para que transporten paquetes. Yo no salgo mucho, pero ya se dice que aquí hay consumo de marihuana y alcohol, hemos ido a ver a uno que vende bebidas para que deje de vender, pero nos ha dicho que si no vende no come. Mi hijo va al secundario y me da miedo, queremos que también haya acá escuela secundaria, así los jóvenes están menos expuestos. Muchas veces también los jóvenes quedan solos porque los padres se van a trabajar a las fincas y no están en todo el día. Por eso es importante que haya trabajo en las comunidades, así los padres no tienen que salir y pueden cuidar mejor a los hijos. Los padres de Pamela trabajaban en las fincas, por eso la dejaron sola y la mataron, es muy triste todo esto”.
Rafaela se refiere a Pamela Julia Flores la nena wichi de 12 años, violada y asesinada en Misión Kilómetro 2, comunidad no muy distante de la suya.
Con una economía basada en la recolección de frutos del monte, la caza y la pesca; y con esos bienes naturales amenazados por la deforestación y los desmontes llevados adelante por la agricultura industrial, las comunidades wichis también sufren esas prácticas destructivas, que afectan la economía general y particular.
A la rueda bajo el tinglado se han sumado algunas mujeres y hombres, que nos siguen por una de las calles polvorientas, por la cual vamos rumbo a la carpintería comunitaria. Bajo un techado desprolijo de chapas y lonas, protegidos por la sombra de los algarrobos blancos o negros, se distribuyen unas sierras sinfín y un par de tornos. Cualquiera puede usar la carpintería si paga el consumo de electricidad correspondiente al tiempo de uso. Esto me lo explica Ramón, quien además agrega:
“El problema es que nadie quiere pagar lo que valen en verdad las cosas. Yo fabrico una mesa de algarrobo y el que la compra para vender en Salta o Jujuy, no quiere pagar más de $7000 y el después la vende a más del triple, porque muchas veces se la decomisa el destacamento o los de medio ambiente. Lo mismo pasa con las sillas, no quieren pagar lo que realmente valen, porque el medio ambiente pide las guías y nosotros no tenemos, porque trabajamos con madera muerta. Es madera que encontramos en el monte, no talamos los árboles para fabricar. Lo mismo pasa con el carbón; viene el de Embarcación o El Pichanal a comprar, pero no quiere pagar más de $200 porque dice que se arriesga a que la policía le decomise la carga, porque no tiene la guía y nosotros para hacer carbón tampoco usamos madera viva, entonces no conviene trabajar con el carbón tampoco”.
Esa problemática, por momentos se torna desesperanzadora, pero, Rafaela se encarga que la misma no cale hondo y dice:
“Ahora estamos viendo otras maneras de vivir, empezamos con las huertas y los cercos para plantar tomates y maíz. Esto es nuevo para nosotros porque siempre vivimos del monte, con la carne de la corzuela y el chancho de monte, la miel para medicina, la harina de algarroba. Todo venía del monte. Ahora también estamos haciendo viveros y queremos uno para mejorar las plantas de chaguar con las que hacemos nuestros tejidos. Todo esto se lo debemos al MNCI y a Nacho que nos enseña el uso de las semillas y como hacer los cercos y las huertas”.
Esta referencia al movimiento campesino me lleva a preguntarle acerca de qué modo se dio su acercamiento a esa organización campesina y me responde:
“Mi padre siempre nos contaba como en la época de la dictadura los milicos atropellaban a los miembros de la comunidad. Yo siempre me dije que no hay que permitir esas esas cosas, por eso hace unos años estaba en la Campora, porque vino una chica joven y me sume con ella, porque si hay una organización que está con vos te respetan más. Con ella paramos un desmonte del diputado Olmedo, pero cuando ganó Macri dejó de venir. Por suerte apareció Nacho y estamos trabajando con el MNCI, porque siempre hay que estar en una organización para defenderse mejor. Acá somos unas 180 familias y hay unas 37 que se acercaron al MNCI y a trabajar en las huertas, eso es importante porque ayuda a resolver algunos problemas de desnutrición que hay en la comunidad. También hay que resolver problemas de salud, el médico es criollo y viene solo una vez a la semana y atiende solo a seis y después se va. Por ejemplo, la semana pasada murió un chico de 22 años por una infección en una muela.”
Ya pasado el mediodía llega el momento de la despedida. Algunos me preguntan de dónde vengo y siento cierta vergüenza al decir Buenos Aires, porque en cierto punto es ahí donde se cultivan y originan todas las desmemorias y marginaciones. El lugar desde donde también, se derraman todas las injusticias. Por un momento dejamos de lado ese detalle y nos despedimos con apretones de mano y abrazos, que trascienden a los tiempos pandémicos y estrechamos los vínculos humanos. Ya en la ruta pedregosa, retornando a Salta capital, nos queda la certeza de haber estado con gente digna que lucha y espera. La mejor gente.
Revista Zoom - 8 de febrero de 2022