Modo de vida imperial

Ulrich Brand, Markus Wissen


En el apogeo de los gobiernos progresistas, el crecimiento vertiginoso provocado en base a un neoextractivismo desbocado invalidaba las discusiones sobre sus consecuencias ecológicas y también sobre los modos de inclusión social basados en el consumo luego de décadas de crisis. Años más tarde llegó la debacle económica y ardió el fuego ambiental en Argentina y otros países de la región y el mundo. Dos académicos y activistas desarrollan una crítica del modo de vida en los países centrales pero también en nuestros países periféricos que soñaron con serlo.

La reflexión central en la que se basa el concepto modo de vida imperial es que son las relaciones sociales y con la naturaleza en otras partes del mundo las que hacen posible el modo de vida cotidiana en los centros capitalistas: a través del acceso prácticamente ilimitado a la fuerza laboral, los recursos naturales y los sumideros, es decir, aquellos ecosistemas que reciben, a nivel global, más de cierta sustancia de lo que producen (por ejemplo, las selvas tropicales y los océanos en el caso del CO2). El factor decisivo para la vida en los centros capitalistas es la manera como las sociedades en otras partes del mundo (en particular, en el Sur global) están organizadas y cuál es su relación con la naturaleza, ya que de esto depende garantizar la transferencia de la fuerza laboral que requieren las economías del Norte global. Así, el modo de vida imperial en el Norte global tiene una fuerte influencia de carácter jerárquico sobre la estructura de las sociedades en otros lugares. Esta expresión tan indeterminada “en otros lugares” se utiliza de forma intencional. La procedencia de la materia prima que utilizamos se utiliza para producir electrodomésticos, aparatos médicos o la infraestructura del transporte, así como el suministro de agua y energía, las condiciones laborales en las cuales se extrae la materia prima o se producen textiles y alimentos, así como la energía necesaria para ello, no están visibles a la hora de comprar, consumir y utilizar productos de uso cotidiano, incluyendo productos culturales, por ejemplo, los medios impresos y digitales. Es esta invisibilidad de las condiciones sociales y ecológicas la que causa la sensación de normalidad cuando compramos y consumimos productos. “Food from nowhere” es como denominó el sociólogo agrario Philip McMichael (2009) esta estrategia de opacar la procedencia y el modo de producir alimentos, con la cual la disponibilidad ilimitada por espacio y tiempo de estos productos se convierte en una condición normal. Las fresas chinas que sirven en invierno en las escuelas alemanas, los tomates cultivados por migrantes ilegales andaluces para el mercado noreuropeo o los camarones producidos para el consumo en el Norte global en criaderos que destruyen los manglares tailandeses o ecuatorianos son solo algunos ejemplos. 

También podes leer:

- Recursos naturales/Bienes comunes: planes hegemónicos/disputas y resistencias - Realidad Económica Nº 249
Extractivismo minero, conflicto y resistencia social - Realidad Económica Nº 265

El concepto modo de vida imperial que proponemos hace referencia a las normas de producción, distribución y de consumo que están profundamente arraigadas en las estructuras y prácticas políticas, económicas y culturales en la cotidianidad de la población del Norte global y cada vez más también de los países emergentes del Sur global. No se refiere solo a las prácticas materiales, sino, en particular, a las condiciones estructurales y los ideales y discursos sociales que las permiten. Dicho de forma más aguda: los estándares de una vida “buena” y “correcta” se configuran en la cotidianidad, a pesar de que forman parte de condiciones sociales complejas y, sobre todo, de infraestructuras materiales y sociales (Kramer, 2016: 29). 

Nuestro concepto de modo de vida sigue la tradición de Antonio Gramsci porque partimos de la idea de que una estructura social contradictoria como la capitalista solo se puede reproducir cuando está arraigada en las prácticas cotidianas y en la racionalidad cotidiana, y por eso se convierte en algo “natural”. Con el adjetivo “imperial” buscamos enfatizar, más allá de Gramsci, en la dimensión global y ecológica de este modo de vida. 

La vida imperial es un momento clave en la reproducción de sociedades capitalistas. Se produce a través de discursos y cosmovisiones, se solidifica en prácticas e instituciones, es el resultado de conflictos sociales en la sociedad civil y en el Estado. Se basa en la desigualdad, el poder y el dominio, incluso a veces en la violencia y, al mismo tiempo, la produce. No es algo externo a los sujetos. Más bien produce los sujetos en su racionalidad cotidiana (Gefängnishefte [Cuadernos desde la cárcel], en adelante GH, por su abreviatura en alemán, 11: 1375), los estandariza y los pone en condiciones para actuar: como mujeres y hombres, como individuos que maximizan el beneficio y se sienten superiores a otros, como personas que aspiran a determinadas formas de “buena vida”. Ludwig (2012: 113) lo expresa de la siguiente manera: “La adopción de la cosmovisión hegemónica y la constitución del sujeto coinciden. Al orientarme y dirigirme, me estoy subjetivando. Precisamente porque hegemonía no es igual a obligación, si no se basa en un consenso, la integración de las cosmovisiones hegemónicas en la racionalidad cotidiana no es simplemente algo forzado, sino que más bien implica un automatismo” (Cfr. GH, 10: 1341). Al mismo tiempo, esto significa que el modo de vida sigue estando en disputa. Siempre incluye interpretaciones y prácticas subversivas, y se integran exigencias y deseos alternativos. Cada modo de vida siempre incluye una simultaneidad contradictoria de sumisión y apropiación (Ludwig, 2012: 114; cfr. Habermann, 2008). 

El concepto de modo de vida imperial relaciona la cotidianidad de las personas con las estructuras sociales; pretende hacer visibles las condiciones sociales y ecológicas de las normas de producción y consumo predominantes, así como las relaciones de dominio inmersas en estas condiciones. Además, se propone explicar cómo el dominio en la relación neocolonial Norte-Sur (en las relaciones entre clases y géneros y a través de relaciones racializadas en las prácticas de consumo y producción) es normalizado, de tal forma que estos fenómenos ya no son percibidos como tales. En este sentido, el concepto de modo de vida abarca el concepto de modo de producción, se enfoca en las condiciones técnicas de la producción, así como en las formas de la organización empresarial y laboral en su relación con las normas de consumo predominantes. 

Por consiguiente, el concepto se distingue de dos conceptos afines a nivel semántico y, en parte, a nivel teórico: los de gestión de vida y estilo de vida. El concepto sociológico bien elaborado de gestión de vida cotidiana se refiere a la manera como los individuos logran integrar los múltiples desafíos cotidianos que representa la puesta en práctica de un proyecto de vida más o menos coherente. Describe “un arreglo o, más bien, la relación de diferentes actividades prácticas que una persona ejerce a diario en los diferentes ámbitos de la vida” (Diezinger, 2008: 204). El acceso y la posibilidad de disponer sobre los recursos materiales, culturales y sociales son factores considerados importantes para los patrones concretos de gestión de vida (ídem). A su vez, la desigualdad en su distribución es fuente de descontento y críticas. En este punto se cruzan los conceptos de gestión y de modo de vida. Sin embargo, en el concepto de gestión de vida, las condiciones sociales se producen principalmente “a espaldas de los actores” y como resultado de una manera de actuar estratégica, y no se toman en consideración. Por esta razón, nuestro concepto de modo de vida apunta más hacia los modos de producción y distribución de las condiciones (materiales y culturales) de la gestión de vida. También toma más en consideración las cuestiones de la conciencia de la crisis y los dispositivos dominantes y alternativos. En conclusión: mientras el concepto gestión de vida se enfoca en comprender cómo los seres humanos logran manejar las exigencias de los procesos de trabajo y del consumismo neoliberal e integrarlos en su proyecto de vida, el concepto de modo de vida imperial cuestiona la medida en la cual la gestión de la vida cotidiana, bajo condiciones neoliberales, se logra por la posibilidad de externalizar sus consecuencias destructivas a nivel socioambiental. 

Del concepto de estilo de vida nos distinguimos en la medida que este se utiliza en el contexto del debate sobre la individualización y abarca un momento de libertad de elección que abstrae de las estructuras de clase, las relaciones de género y las relaciones racializantes, así como de la constitución de las sociedades capitalistas como Estados nacionales. Nuestro concepto modo de vida, en cambio, enfatiza las asimetrías inmersas en las estructuras sociales, sin negarles a los individuos cualquier tipo de libertad de elección. Si el término estilo de vida se utiliza en la tradición de Pierre Bourdieu, se aproxima a nuestro concepto modo de vida imperial porque entonces implica una idea de condiciones de desigualdad social que se manifiestan de forma física, por ejemplo, en las preferencias de gusto. En las “finas diferencias” (Bourdieu, 1987) de gusto y en la conducta resultante se reproduce la desigualdad social, se inscribe en los cuerpos de los individuos y se convierte, de esta manera, en “naturaleza”. Este es el punto de partida de las reflexiones que describimos a continuación, con la diferencia de que el enfoque será en las condiciones imperiales de tales patrones de conducta. 

   

Neoextractivismo en américa latina

Las características centrales de una expansión del modo de vida imperial se muestran no solo en el modelo chino de la industrialización clásica, fomentada por un Estado emergente autoritario, sino también en América Latina, donde en tiempos recientes se observan incluso rasgos de crisis. Alrededor de los años 2003 y 2004 se inició un boom poco previsto en la demanda de materia prima que estaba relacionado, en primer lugar, con la dinámica en países como China y la India. Con ello, se consolidó el modelo de desarrollo del neoextractivismo, que apuesta por intensificar la extracción, la producción y la exportación de materia prima. Desde el punto de vista económico, esto implica enormes inversiones de actores de la industria autóctona y extranjera, por ejemplo, para explorar y extraer los recursos minerales y construir la infraestructura necesaria, como carreteras y vías fluviales, abastecimiento de energía, puertos y posibilidades de almacenamiento. En la agricultura se extienden los latifundios y una producción agroindustrial de monocultivos de soja, algodón y caña de azúcar, cada vez más con semillas genéticamente modificadas. En los últimos diez años, la pampa argentina (que antes era conocida como tierra fértil para la ganadería extensiva) ha sido cubierta casi en su totalidad por monocultivos de soja genéticamente modificada de Monsanto, para producir alimento para la producción porcina en China (Svampa, 2012; Brand y Dietz, 2013). También en países como Brasil, la industria se orienta al modelo neoextractivista. La producción de semillas, fertilizantes y pesticidas, la construcción de maquinaria para la agricultura y la minería, así como el procesamiento de alimentos, son sectores industriales importantes. Las relaciones del poder político, las estructuras de clases y los conceptos hegemónicos de “proceso” y “desarrollo” están estrechamente vinculados a ello. 

El neoextractivismo trajo a los países latinoamericanos, entre 2003 y 2012/2014, flujos financieros considerables e imprevisibles (en vista de las crisis económicas de las décadas de 1980 y 1990). A pesar de un sistema tributario poco elaborado, los Estados lograron obtener ingresos considerables de la exportación de bienes primarios, que fueron utilizados para combatir la pobreza y mejorar las condiciones sociales. 

El punto importante es que, en la fase neoextractivista, un modo de vida como la del Norte global no solo era el ejemplo a seguir, sino que empezó a ser una meta alcanzable para cada vez más personas. Con los altos ingresos de las exportaciones y manteniendo la estructura económica y social existente, se logró un compromiso que conformó a la oligarquía, a los estratos medios y a los pobres. Fue en las clases medias donde se notaba el mayor cambio en el modo de vida: la gente compraba más automóviles y motocicletas, electrodomésticos, aparatos de comunicación de alta tecnología (como objetos de uso y símbolos de estatus); adquirió alimentos costosos y servicios médicos privados; salía más seguido a comer en restaurantes y viajaba. Un indicador para este desarrollo es el incremento del uso de tarjetas de crédito. Maurizio Bussolo, Maryla Aliszewska y Elie Murard (2014: 3) argumentan que, con el aumento de los ingresos medios, se incrementa la demanda de servicios, con las implicaciones correspondientes para el mercado educativo y laboral. La alta tasa de consumo es importante para la dinámica de la economía y se logra mediante el aumento del empleo en el sector público y la estabilización macro económica, pero también a través de políticas de redistribución del Estado. 

Sin embargo, no se trata de un fenómeno exclusivo de las clases medias. Para el caso de Argentina, Verónica Gago (2015) demuestra que hay un “neoliberalismo popular” que consiste, entre otras cosas, en la financierización de la vida cotidiana de los sectores populares: por ejemplo, las prestaciones sociales del Estado se pagan a través de los bancos. El aumento del consumo, la deuda y la economía informal (incluyendo las remesas de los migrantes y los microcréditos) forman una unidad. Y de esta manera se generan, bajo circunstancias de mucha inseguridad y simplemente para asegurar la sobrevivencia, diversas formas de “empresariado popular” que hacen crecer, por su parte, la economía monetaria. 

El modo de vida imperial fomenta una relación específica entre el Estado y los ciudadanos (“ciudadanía a través del consumo” o la promesa de disponer de mayores posibilidades de consumo si se aceptan las condiciones políticas y económicas actuales). A través de las transferencias sociales del Estado, lo que se promete a muchas personas se vuelve realista, aun cuando no tienen un empleo (que sea pagado de manera adecuada). Incluso, Gago (2015) y Blühdorn (2013) analizan que la legitimidad de la democracia se relaciona cada vez más con las posibilidades de consumo. 

Debido a que los precios de las materias primas están bajando desde hace varios años, muchos países latinoamericanos han entrado en una crisis económica. Sin embargo, siguen aferrándose al modelo de desarrollo del neoextractivismo; incluso lo intensifican para compensar los ingresos bajos (Brand, 2016a). Por dar unos ejemplos emblemáticos, véase: en agosto de 2013, el presidente de Ecuador levantó la prohibición de extraer petróleo en la región del Yasuní y en el país petrolero Venezuela se asignaron 150 regiones para la posible extracción de petróleo a inversores transnacionales (Lander, 2016). Ambas cosas suceden en regiones habitadas por pueblos indígenas y muy sensibles desde el punto de vista ecológico. 

 

Revista Crisis - 9 de agosto de 2022

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