La sociedad sorpresa y lo nuevo en Milei

Sergio Carpenter

Javier Milei emerge sorpresivamente a la escena central de la política argentina ganando la elección PASO con un 29,9% de los votos. Había expectativa, pero fue una sorpresa para propios y extraños. Dos meses después, en la primera vuelta, Sergio Massa alcanzó la delantera con un 37,7% de las preferencias, protagonizando también una sorpresiva remontada.  Esos eventos recuerdan otros en donde aparece una especie de sorpresa social. No la victoria de Cristina Fernández en 2011, sino quizá que haya alcanzado el 54,1% de los votos; o la contundencia del 47,8% de Alberto Fernández en las PASO de 2019. A una semana del balotaje tenemos una elección con final abierta, hay más encuestadoras que muestran a Milei ganador que a Massa ganador, aunque con diferencias no tan significativas y alta indecisión. Como las encuestadoras han mostrado una robusta capacidad de pifie, se hace difícil tomarlas en cuenta y uno se abandona a la idea de que ambos contendientes tienen chances. El estado deliberativo del electorado, o el temor a develar sus preferencias o los cambios de último momento, son factores objetivos que inciden en la evaluación de la intención de voto.

La comparación de los resultados de las elecciones presidenciales de los últimos quince años muestra tres puntos que queremos resaltar. Uno, que la participación en 2023 estaría reduciéndose un 4,5% respecto de 2019. Esto representa una baja con cierta significatividad, habrá que ver si se refrenda en la segunda vuelta. Dos, que el peronismo alcanza en primera vuelta un porcentaje similar al que obtuvo en 2015, pero con una trayectoria inversa: el 2015 redujo su caudal de votos respecto de las PASO, y en 2023 la incrementó. Tres, que desde 2007 a 2019 el voto blanco más nulo presenta una tendencia hacia la baja, mientras que 2023 se incrementó, aunque representó el 3,1%, una cifra no significativa, menor a las de 2007-2015.

Contrariamente a lo que se escucha en la prensa hegemónica, el peronismo muestra una vigencia electoral competitiva. En 2007, 2011 y 2019, con preferencias que superaron el 45%. En 2015 y 2023, con guarismos menores al 40%. Sin embargo, estas preferencias están determinadas por distintas circunstancias. 

Esta “sociedad sorpresa” emerge cuando el voto se vuelca hacia un lugar que resulta a contrapelo de lo que asumen ciertas lógicas interpretativas de los hechos. Milei ganó las PASO y se pensaba en que la fuerza de la Sra. Bullrich y de Juntos por el Cambio se impondría a Milei en las preferencias derechistas, pues se trataba de un outsider sin estructura política e ideas descabelladas. Massa ganó la primera vuelta y se pensaba que un ministro de economía de un país con 150% de inflación anual, prácticamente sin reservas internacionales en el Banco Central, estaba condenado al oprobio electoral. El resultado fue la remontada de Massa, la mantención del voto a Milei y la clara derrota de la Sra. Bullrich, quién llevó su consigna favorita y neofascista “hay que terminar con el kirchnerismo ahora y para siempre” a la unidad con Milei, su ex castigador. Una unidad posibilitada por Mauricio Macri, que siempre tuvo “buena onda” con el falso libertario, y que habría vuelto amigable el voto derechista a un personaje violento y -hasta- psiquiátrico.

La magnitud del voto a Milei tiene factores objetivos que ayudan a explicarlo. Uno es el malestar presente en la sociedad, derivado del deterioro económico existente. El PIB per cápita disminuye desde hace 10 años, la pobreza y la desigualdad van en aumento, la institucionalidad, la estatalidad aparece débil en su función de hacer cumplir la ley. Otro es que incide fuertemente la magnitud de la confrontación política entre no iguales: el poder económico se alinea naturalmente con el macrismo y se fomenta la demonización de su adversario nacional popular, que lo transforma en el enemigo a derrotar de cualquier manera, inclusive sin respetar un convencional republicanismo. En su afán de torcerle el brazo a la adhesión democrática hacia el progresismo se les “fue la mano” con la promoción de un Milei con ideas que extremaron el debate hacia la derecha más ultra y se dieron cuenta tarde, luego que el histrionismo disruptivo de su figura conectó con vastos sectores sociales y barrió con las preferencias por una derecha que pretendía volver con facilidad al gobierno. Un cálculo que falló al evaluar la profundidad de la pésima gestión que emprendieron cuando fueron gobierno entre los años 2015 y 2019.

Pero aquel malestar se produce y reproduce cuando la democracia política parece desentenderse del bienestar económico de la población. Se produce cierta erosión a la democracia, cierta “insatisfacción democrática”, que remite a la contradicción existente entre el capitalismo como modo de producción y la democracia política; es decir hay un problema cuando los frutos de la producción material resultan esquivos a la población toda. Resuena allí el incumplimiento de la máxima alfonsinista, “con la democracia se come, se educa y se cura”. En la actualidad, la disminución en la participación electoral respecto del año 2019 puede estar reflejando esa indiferencia.

En este sentido, Milei supo traducir en un concepto -el de “la casta”- aquello que los medios de comunicación del poder concentrado habían relevado y promovido, el descrédito en la política y los políticos. Eso esconde el verdadero problema de la aparente inoperancia de la política, la de borrar o invisibilizar que su basamento original no es otro que la necesidad del ejercicio del poder. Y que por ello confronta intereses presentes en la sociedad que es una pluralidad heterogénea, en cuyo centro encuentra la relación capital/trabajo. En la particularidad argentina, existe un problema económico central desde hace por lo menos cincuenta años: la dolarización del excedente productivo. Eso caracteriza el interés de su poder económico dominante, que al impulsarla le pone un techo al crecimiento económico y tensiona la distribución del ingreso a más no poder, volviendo “inoperante” el accionar político.  Y sobre esa arena se juegan los proyectos de país que disputan la dimensión política del poder.

Lo nuevo en Milei tiene algunas aristas visibles. En democracia, el impulso de la violencia discursiva con el otro a niveles cósmicos resulta un tanto novedoso. Otra es llevar como candidata a Vicepresidenta a una mujer que, en los hechos, por más que lo desmienta, reivindica la dictadura militar. También lo es recibir el apoyo de un sujeto político de creciente influencia aquí y en el mundo entero: la pujante industria financiera moderna, el capital financiarizado, los fondos internacionales de inversión. Pero en su núcleo esencial, encontramos un discurso ultraliberal con un programa que es copia de múltiples experiencias: del discurso Martínez de Hoz, el economista de la dictadura militar de los años 1976 -1983 y del neoliberalismo menemista y macrista; todos impulsores del endeudamiento externo como mecanismo de la mencionada dolarización del excedente. Por allí, nada nuevo, todo conocido. La variante que hoy adopta esta visión parece nueva pues apela a una versión extrema del liberalismo denominada anarco capitalismo, cuya figura central es Murray Rothbard, un profesor neoyorkino de la denominada escuela austriaca, famoso por combate feroz a la intervención estatal, que la veía como una agresión a la individualidad. Esa visión se cuela en las propuestas estrambóticas como la venta de órganos, la contaminación de los ríos, la escuela voucher, la paternidad irresponsable, el corte de relaciones diplomáticas con China, Brasil y el Vaticano, la agresión al Papa, y la dolarización, entre otras. Un combo que está a disposición de una sociedad que lo dirimirá en menos de 10 días.

 

IADE - 10 de noviembre de 2023

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