¿Hay que temerle a Victoria Villarruel?

Analía Goldentul, Cristian Palmisciano


A diferencia de Javier Milei, la nueva vicepresidenta argentina no construyó su carrera en los círculos libertarios, sino en organizaciones ligadas a los militares que reivindican a las «otras víctimas» de la década de 1970 y niegan los crímenes de lesa humanidad. ¿Quién es y cómo ascendió al poder la mujer que batalla contra los organismos de derechos humanos y admira a la italiana Giorgia Meloni?

El próximo 10 de diciembre, Victoria Villarruel asumirá como vicepresidenta de Argentina. Será la cuarta mujer que ocupa ese cargo en la historia del país (tras María Estela Martínez de Perón, Gabriela Michetti y Cristina Kirchner) y la primera en reconocerse abierta y orgullosamente de derecha. Su asunción ampliará la saga de mujeres conservadoras que han ocupado posiciones de liderazgo en América Latina, como Mireya Moscoso –primera presidenta mujer en Panamá–, Alicia Pucheta –vicepresidenta de Horacio Cartes en Paraguay– y Jeanine Áñez en Bolivia, a la cabeza de un gobierno reaccionario.

Victoria Villarruel nació en 1975 y es, en términos generacionales y políticos, una hija de los años 70. Pero no es hija de desaparecidos ni de militantes. Es hija de un veterano de la guerra de Malvinas que se negó a jurar la defensa de la Constitución Nacional cuando Argentina recuperó la democracia. Villarruel es, además, sobrina de un militar imputado por crímenes de lesa humanidad. A diferencia del meteórico ascenso de Javier Milei, Villarruel fue construyendo su perfil a fuego lento. ¿Quién es, cómo llegó y hasta dónde puede escalar la hasta hace muy poco inesperada vicepresidenta? ¿Cuál es el perfil de la mujer que ostentará la segunda magistratura del país?

El odio, el resentimiento, la estrategia y el cálculo suelen ser parte del repertorio analítico de quienes estudian las nuevas derechas y bien podrían ser el punto de partida para reconstruir la historia de Villarruel. ¿Pero cómo juegan otros sentimientos en el intento de comprender a quienes, según el sociólogo alemán Nitzán Shosán, se nos aparecen como personas «desagradables»?. ¿Qué lugar ocupan el amor, la lealtad y la solidaridad en el universo de las extremas derechas? 

Comencemos por el amor. Como tantas otras hijas e hijos de militares, Villarruel ama la institución militar que la cobijó desde pequeña. En ese ámbito, es una persona de compromisos estables y duraderos. En su juventud, formó parte de la Asociación Unidad Argentina, una agrupación creada por un grupo de militares en la década de 1990 con el objetivo de impugnar la política de reconciliación del gobierno de Carlos Saúl Menem. Cuando Néstor Kirchner accedió a la presidencia en 2003 y se reabrieron los juicios por delitos de lesa humanidad, su militancia se enfocó en los militares que consideraba «injustamente detenidos». En un boletín informativo de la época, Villarruel llamó a luchar «por la libertad de los prisioneros políticos» y por una «amnistía que permita la pacificación» (Boletín Nº 4 de la Unión de Promociones, abril de 2006). Paz o pacificación como estadíos posteriores a una guerra, porque en su visión eso es lo que vivió la Argentina en la década de 1970. Ni siquiera una «guerra sucia», como ha expresado el ex-presidente Mauricio Macri, sino una guerra a secas, entre «terroristas» que amenazaron a la patria y militares que pusieron el cuerpo para defenderla. 

Hacia fines de 2006, con buen olfato para captar el nuevo clima ético y político bajo el kirchnerismo, Victoria Villarruel dejó de lado su compromiso público con los victimarios y se dedicó a las víctimas. O, mejor dicho, a las «otras víctimas»: aquellas que murieron por el accionar de las guerrillas y que no han formado parte de la memoria promovida por el Estado, menos aún bajo los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Una causa que, en comparación con la defensa de los militares juzgados por crímenes de lesa humanidad, podía tener resonancia en públicos más amplios, particularmente en aquellos que se asumen como la «gente común» o como parte de una mayoría silenciosa que no apoyó el terrorismo de Estado, pero tampoco tuvo simpatías por las causas revolucionarias. El reclamo apelaba a la moral humanitaria, porque lo que pedía Villarruel era, en última instancia, empatía. Si en las sociedades contemporáneas toda víctima tiene derecho a la palabra, a la reparación, a la escucha y al consuelo, ¿por qué no escuchar a los familiares de personas que murieron por el accionar guerrillero? 

En esta otra causa, Villarruel, quien visitó al ex-dictador Jorge Rafael Videla en prisión, no apeló a la sangre como manto de legitimidad. Hizo de su profesión como abogada la marca distintiva de su carrera militante. Con esa impronta fundó en 2006 el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), una organización no gubernamental con perspectiva humanitaria que le permitió convertirse en la principal voz pública de las «otras víctimas» de la década de 1970. 

Luego de recibirse como abogada en 2003 por la Universidad de Buenos Aires se dedicó a estudiar el enfoque adoptado por los familiares de víctimas del accionar armado de ETA en el País Vasco. Quiso trasladar la categoría transnacional de «víctima del terrorismo» al contexto argentino, esfuerzo que quedó plasmado en su libro Los otros muertos. Las víctimas civiles del terrorismo guerrillero de los 70, escrito junto al abogado Carlos Manfroni, y editado en 2014 por Random House-Sudamericana. Este fue el primer y único título que una activista proveniente del mundo militar logró insertar en el mercado de libros a través de una gran editorial. Su obra previa, Los llaman…jóvenes idealistas, había sido publicada en 2009 por su propia cuenta. 

A medida que se consolidó como emprendedora de la «memoria completa», Villarruel fue desplazando a otras referentes icónicas del mundo militar como Cecilia Pando, la violenta esposa de un militar retirado que supo ser la cara visible del activismo cuando las políticas de derechos humanos del kirchnerismo estaban en pleno auge. En 2018, cuando el sector nacionalista ya tenía la idea fija de competir en las elecciones presidenciales del año siguiente con una opción «100% de derecha», Pando fue elegida para acompañar como candidata a vicepresidenta al diputado Alfredo Olmedo, un político de la derecha conservadora de la norteña provincia de Salta que hoy también forma parte de las huestes de La Libertad Avanza. Pero, a diferencia del éxito que tuvo Villarruel en su candidatura, esta primera fórmula no prosperó y terminó siendo reemplazada por la dupla de Juan José Gómez Centurión (militar veterano de la guerra de Malvinas) y Cinthia Hotton (dirigente del ala derecha del mundo evangélico), que tampoco despegó: obtuvo menos de 1,7% de los votos en las elecciones de 2019.

Pando juega en la liga nacional y es conocida exclusivamente por un público argentino mayor de 30 años. Villarruel, en cambio, se hizo un nombre más allá de las fronteras y penetró en el mundo de los jóvenes, lo que en términos de construcción de su figura e imagen la acerca a algunos intelectuales e influencers de derecha como Agustín Laje, cuyos libros contra el «marxismo cultural» y la «ideología de género» le permitieron trascender el «nicho» de los años 70 y acoplarse a una agenda global de las derechas radicales. De manera análoga a Laje, Villarruel nunca perdió de vista la arena internacional. En 2008, tomó cursos en el área de seguridad en el Centro de Estudios de Defensa Hemisférica William J. Perry dependiente de la National Defense University de Washington. Y, desde entonces, participó en seminarios y conferencias sobre «víctimas del terrorismo» en distintos países de América Latina y Europa, donde la categoría no remite a la década de 1970, sino a conflictos contemporáneos. Así también construyó aceitados vínculos con el partido de extrema derecha español Vox, y en particular con uno de principales referentes, Javier Ortega Smith. Esto le permitió, más adelante, oficiar de intermediaria entre Milei y Vox. Hace poco dijo que la mujer que más admira hoy es la primera ministra italiana Giorgia Meloni. 

«Como dicen mis queridos amigos de Vox en España: si amás a tu país y te animás a decirlo, sos facho. Si te quejás de cómo te ahorcan con los impuestos, no sos solidario y sos facho. Si no estás de acuerdo con el feminismo hembrista y con la ideología de género que discrimina entre los hombres y las mujeres y privilegia a unos sobre otros, sos machista y por supuesto sos facho. Si defendés tu casa o tu tierra y exigís al gobierno que no te la usurpen los delincuentes o los mapuches sos racista y por supuesto sos facho. Los progres nos impusieron la dictadura de lo políticamente correcto y nos miran desde su dudoso pedestal de superioridad moral mientras nos callan», señaló en la campaña de 2021 que la llevó al Congreso.

Si algo le falta al contrapunto entre Villarruel y Pando es que la relación de ambas es muy mala. A la nueva vicepresidenta no le han faltado chispazos con muchos activistas. Contra lo que podría pensarse, a Villarruel son pocos quienes la quieren en el universo de organizaciones de civiles y militares retirados que ha estudiado Valentina Salvi. Según distintos activistas, la nueva vice construyó su camino «pisando cabezas». Se enfrentó en este tiempo con diversos familiares -hijos y nietos- de perpetradores en medio de diversas pujas políticas y personales. Valga un ejemplo: en julio de 2022, los integrantes del Centro de Estudios Cruz del Sur –un grupo de jóvenes que defiende el «orden social cristiano» y orbita alrededor de Juan José Gómez Centurión– hervían de la bronca cuando Villarruel, luego de enterarse que no iba a ser oradora en un homenaje a víctimas de la organización guerrillera Montoneros, intentó boicotear el acto. Segundo Carafi –presidente de Cruz del Sur y anfitrión en las últimas dos presentaciones de libros de Agustín Laje en la Feria del Libro en Buenos Aires– asegura que no se la invitó a hablar porque en ese entonces Villarruel ya era diputada nacional y les pareció conveniente preservar el carácter no político del homenaje. La idea, según remarcó, era que el protagonismo lo tuvieran los familiares. En el CELTYV el protagonismo lo tiene Villarruel. Su asociación se aproxima mucho más a la lógica de un estudio jurídico, donde su presidenta –que es abogada– patrocina y representa a los familiares de los militares, sin hacerlos partícipes de las decisiones a tomar o de los pasos a seguir. 

El CELTYV es Villarruel, pero Villarruel es mucho más que el CELTYV. La asociación fue su punto de partida para forjar su carrera política sobre la base de controversias, a pesar de que no todos los familiares que representa (o que dice representar) quieren confrontar o se sienten a gusto en el escándalo. Luego de insertar su libro en la editorial más importante del país, su ascenso fue lento pero constante. En 2016, cuando Mauricio Macri transitaba sus primeros meses de gobierno, Villarruel se convirtió en la primera activista de la «memoria completa» en ser recibida por un secretario de Derecho Humanos en el predio de la ex-Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde funcionó el centro clandestino de detención más emblemático de la última dictadura militar. Algunos días después, en un clima de tensión con los organismos de derechos humanos, el secretario le quitó entidad a la reunión y Villarruel fue implacable en las redes sociales: «quién se imaginó que esto iba a ser fácil y compró globos amarillos [usados por el partido de Macri] es porque no conocía del tema. Hay que luchar». 

Al año siguiente, mientras Javier Milei daba sus primeros pasos como celebrity mediática vociferando contra «colectivistas» y «keynesianos», Villarruel comenzó a hacer lo suyo en el único programa del prime time de la televisión argentina que la invitaba: el ciclo Intratables, conducido a la noche por el presentador Santiago del Moro en la canal América TV con un tono sensacionalista. Milei y Villarruel todavía no se conocían, pero sus luchas eran complementarias sin saberlo. Al denunciar que la economía seguía igual y que las víctimas de las organizaciones armadas continuaban sin su lugar en la historia, ambos dejaban en falta al gobierno de centroderecha de Mauricio Macri; o a la «derechita cobarde» en palabras de Laje. 

2018 fue una oportunidad para Villarruel, porque la obligó a ver más allá del campo de las disputas memoriales. A partir del debate parlamentario en torno de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), no dudó en colgarse el pañuelo celeste -contra el verde, pro-legalización- y comenzar a marcar presencia en las marchas «pro-vida». El debate en el Congreso no solo significó un parteaguas para ella, sino para el devenir de las derechas vernáculas. Los conflictos derivados del pasado reciente que alimentaban a la vertiente más nacionalista y católica habían perdido centralidad en la agenda pública, y el debate sobre el aborto les dio una nueva vida. 

Como afirmaba el sociólogo estadounidenses Howard Becker en su libro Outsiders, al final de una cruzada los emprendedores de una causa pueden «ampliar sus intereses» y descubrir que hay otros temas y otros males contra los que se «debe hacer algo». Desde entonces, comenzaron a organizarse eventos contra la «ideología de género» y el «marxismo cultural» que reunían a diversas personalidades del liberalismo-libertario, el conservadurismo y el nacionalismo católico, y que además contaban con una amplia participación de jóvenes. El fenómeno estaba a punto de masificarse cuando Villarruel comenzó a escalar el tramo más empinado del camino que inició en la década de 1990, siendo apenas una adolescente.

En 2021, luego de la cuarentena «más larga del mundo», Villarruel aceptó la invitación de Javier Milei para ser parte de La Libertad Avanza (LLA), la coalición fundada en julio de ese año por el economista libertario para competir en las elecciones legislativas en la ciudad de Buenos Aires. LLA obtuvo un sorpresivo 17% de votos y Villarruel, una muy buena polemista que estaba segunda en la lista, accedió a una banca en el Congreso. Así logró batir otro récord: de todas las mujeres que alguna vez vistieron la camiseta de la «memoria completa», fue la primera en ganar el cargo de diputada nacional. El empuje final lo terminó de dar el pasado 19 de noviembre cuando fue electa vicepresidenta de la Nación en la segunda vuelta, imponiéndose con casi 56% de los votos y con una diferencia de 12 puntos sobre la fórmula de Unión por la Patria. 

Una paradoja de la nueva vicepresidenta es que, si bien integra un espacio que vocifera virulentamente en contra del intervencionismo estatal, lo que ha perseguido siempre no es ni más ni menos que «sus» víctimas sean reconocidas por el Estado -y defiende a las Fuerzas Armadas, que son la columna vertebral de este Estado (eso Murray Rothbard, el teórico libertario que sigue Milei, lo tenía muy claro)-. Al fin y al cabo, los procesos de acreditación con sello oficial son instancias predilectas para que una víctima pueda instituirse como tal y ser reconocida por otros. Porque si bien los familiares de víctimas de organizaciones armadas participan de un sinfín de actos y homenajes, ninguno de ellos tiene el valor simbólico de los rituales del Estado. 

Como vicepresidenta, Villarruel está en una posición privilegiada para ser ella misma quien, en nombre del Estado, reconozca a las víctimas que representa. Se trata de un gesto que la pondría en espejo con Néstor Kirchner y su mítico acto de recuperación de la ex-ESMA en marzo de 2004. Sin embargo, las exigencias de la investidura pueden generar cortocircuitos entre el «yo funcionario» y el «yo militante», y muchos militantes que han ocupado funciones de gobierno lo saben.

Si bien durante la campaña Villarruel había pactado con Milei supervisar las carteras de Seguridad y Defensa, y colocar allí gente de su confianza, la llegada de la ex-candidata presidencial Patricia Bullrich a Seguridad y de Luis Petri -candidato de vice de Bullrich- a Defensa, parece dejar a la flamante vicepresidenta sin ningún poder real de mando, más allá de su puesto más bien simbólico en un Senado en el que los libertarios tienen una representación casi marginal. 

También habrá que ver cuántos en el nuevo gobierno se suman a la causa de la «memoria completa»; una causa que puede interpelar a una minoría intensa, pero no es prioritaria ni urgente para las mayorías. La «batalla cultural» parece dirigirse a otros frentes, y la década del 70, por el momento, no es uno de ellos. 

 

Nueva Sociedad (NUSO) - diciembre de 2023

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