La brisa progresista que llega de Uruguay
Yamandú Orsi, del Frente Amplio, se impuso con 52% de los votos al candidato de centroderecha Álvaro Delgado. De ese modo, la izquierda logra volver al gobierno luego de su derrota en 2019. En esta entrevista, Álvaro Padrón, asesor en política internacional del presidente electo, brinda algunas claves de la elección.
En un contexto regional en el que los discursos de derecha radical vienen pisando fuerte, sobre todo tras la victoria del libertario Javier Milei en Argentina, la campaña presidencial uruguaya se caracterizó por la moderación. Tanto los discursos del presidente electo como los del candidato derrotado llamaron al diálogo, y el mandatario saliente, Luis Lacalle Pou, felicitó al ganador mucho antes de que el conteo electoral estuviera finalizado. Hasta ahora intendente de Canelones, el departamento más poblado después de Montevideo, Yamandú Orsi es un político con fama de negociador, nacido en el interior -de familia de chacareros- y con un profesorado de Historia en su biografía. Lejos del peso de los liderazgos históricos de la izquierda uruguaya, Orsi logró ganar las primarias y vencer al oficialismo pese a la alta popularidad de Lacalle Pou.
Álvaro Padrón, asesor del presidente electo en temas internacionales, dialogó con Nueva Sociedad sobre las elecciones, la estrategia del Frente Amplio y la nueva coyuntura política.
Uruguay rompió la sensación de que en la región estamos frente a una ola de derecha. ¿Qué explica este resultado en términos de aciertos de la centroizquierda?
Coincido en que el triunfo del Frente Amplio en Uruguay tiene una gran relevancia en la región, no solo estrictamente política, sino en el estado de ánimo de las fuerzas progresistas, en particular a la vista de los últimos resultados en la región y en el mundo. Sin duda, es un influjo de esperanza. Este triunfo llega tras la derrota de 2019, después de 15 años de gobiernos del Frente Amplio. En estos cinco años como oposición, el partido llevó adelante un proceso de autocrítica profundo y muy amplio y participativo. Eso permitió recorrer todo el país y realizar miles de visitas en el territorio; en este trabajo capilar está una de las claves del resultado electoral. Se trata de una fuerza que ha colocado al partido como pieza clave de su proyecto político. Hasta las localidades más chicas fueron visitadas al menos tres veces; al mismo tiempo, se realizaron centenares de reuniones con organizaciones sociales, empresariales, académicas, feministas, de estudiantes, ambientalistas, de productores rurales. La autocrítica del Frente Amplio se centró en la pérdida de contacto con la sociedad durante sus tres periodos de gobierno. Se habla de que los gobiernos fagocitan a sus partidos, y algo de eso ocurrió: el Frente Amplio había perdido músculo y en este tiempo se fue recuperando.
Detrás de ese trabajo, hubo una renovación de liderazgos. Estábamos muy supeditados a la triada representada por Tabaré Vázquez (fallecido en 2020), Danilo Astori (fallecido en 2023) y José «Pepe» Mujica, con roles centrales en los gobiernos de la izquierda uruguaya. Y se logró que liderazgos nuevos concitaran no solo el apoyo de la militancia, sino también el de la mitad del electorado. Junto con esto, fue necesaria una renovación del programa. Pero no una renovación burocrática, sino que durante dos años el Frente Amplio discutió con la sociedad civil y en los territorios ese programa.
Finalmente, una cuestión clave fue la forma en que el Frente practicó la oposición al gobierno de centroderecha de Luis Lacalle Pou, cuidando siempre una actitud responsable -incluso en el momento de la pandemia o en la severa sequía que sufrió el país, situaciones que ponen a prueba a la oposición-, y eso habla de una fuerza política muy madura a la que la sociedad le vuelve a dar la responsabilidad de gobernar.
Finalmente, una receta uruguaya para la izquierda uruguaya, que es la unidad en la diversidad. Después de la derrota, el Frente Amplio no perdió ni un solo integrante en términos de los partidos que lo componen, pero tampoco en términos de militancia. Y esa unidad fue clave en el resultado del 25 de noviembre.
¿Hasta qué punto fue un simple voto contra el oficialismo encarnado en la Coalición Multicolor (centroderecha) y el Partido Nacional que la encabezaba? La campaña electoral no pareció entusiasmar como en el pasado…
Puede haber algo, sí, de voto castigo. Pero hay que entender que el presidente Lacalle Pou sale del gobierno con más de 50% de popularidad (aunque no pudo trasladar ese apoyo a su candidato). Por lo tanto, el clima en Uruguay no es de crisis. Ese no fue en ningún momento el tono de la campaña y la oposición no desplegó el relato de que estamos en crisis y de que por eso era necesario cambiar. No había, en los hechos, demandas de un cambio radical. Por eso, la campaña fue muy compleja y eso explica que careciera hasta cierto punto de entusiasmo. Uruguay no es ajeno al creciente desinterés global por la política. Y, al mismo tiempo, ni Yamandú Orsi ni Álvaro Delgado tienen el estilo ni la historia de candidatos anteriores de sus fuerzas políticas. Pero 90% de participación da un mensaje de respaldo indiscutible a la democracia uruguaya y a sus partidos.
¿Cómo podemos ubicar el liderazgo de Yamandú Orsi, en términos personales y programáticos, en relación con Tabaré Vázquez y José «Pepe» Mujica en el pasado?
Efectivamente, quizás ayer Yamandú Orsi era solo un candidato; hoy ya entra en la categoría de líder. La renovación del liderazgo fue posiblemente el proceso más delicado y difícil, junto con la recuperación del contacto con la sociedad. Eso no se consiguió en 2019 con la candidatura de Daniel Martínez, a pesar de que el Frente Amplio siguió siendo la fuerza individualmente más votada en Uruguay. Orsi pertenece a un sector político (el Movimiento de Participación Popular, de Mujica) que hoy tiene 40% de los votos del Frente Amplio y por lo tanto va a tener un peso sustantivo a la hora de gobernar y en el diálogo político en el interior de esta fuerza. Orsi y la generación con la que comparte este liderazgo representan una nueva época. Y por eso vamos a escuchar énfasis que no estuvieron en gobiernos anteriores: junto con temas tradicionales de la izquierda uruguaya, como la igualdad y la distribución de la riqueza, se colocan temas como la cuestión ambiental, la igualdad de género, la transformación digital y su impacto en el mundo del trabajo, y la nueva dinámica internacional. Hay una renovación de agenda y de programa que se corresponde con los nuevos tiempos y que se sintieron en un nuevo liderazgo.
En la primera vuelta, la población rechazó en un plebiscito paralelo una reforma para reducir la edad jubilatoria y otra que habría permitido los allanamientos nocturnos. Dicho rápidamente, una progresista y una conservadora. ¿Cómo interpretar esos resultados?
Los plebiscitos son, sin duda, una de las características de la democracia uruguaya. Formas de democracia directa que nos permiten combinar el sistema electoral tradicional con debates sobre temas sustantivos de la sociedad, y así fue con estos dos, que implicaban reformas de la Constitución, y por eso el mecanismo es más complejo. Por un lado, estaba la reforma de la seguridad social, un debate que recorre el mundo, vinculado a la sustentabilidad del sistema jubilatorio y al desfinanciamiento de los sistemas debido al drama demográfico. Uruguay es un país con muy baja natalidad y hay un problema estructural. Lo que se estaba plebiscitando era una reforma conservadora de Lacalle Pou que había sido cuestionada por diversos partidos y movimientos. Pero no hubo consenso en cómo enfrentarla. Mientras que la izquierda política optó por poner el foco en la elección -presidencial y parlamentaria- y promover luego un cambio a la ley actual mediante el diálogo social, el movimiento sindical optó por el plebiscito. Esta división redujo las posibilidades de aprobar la iniciativa y se terminó con un apoyo de 40%, que resultó insuficiente. No obstante, el nuevo gobierno podrá reformar la ley a partir del diálogo.
En relación a los allanamientos nocturnos, que son parte del debate sobre la seguridad pública, el tema fue instrumentalizado como parte de la estrategia electoral de la centroderecha. Y al no ser aprobado, lo que hay que discutir en profundidad es una nueva estrategia de seguridad pública, sobre todo contra el narcotráfico, lo que requiere una estrategia regional. El gobierno saliente tampoco ha podido dar en el clavo en este tema tan complejo.
¿Cuánto incidió la figura de «Pepe» Mujica en este resultado? La campaña estuvo marcada por la progresión de su enfermedad…
Mujica influyó mucho y probablemente hayamos estado frente al mejor «Pepe» Mujica de toda su vida política, contradictoriamente con su estado de salud. Pero él mismo dice que su estado de salud le permite ser más escuchado y le da una importancia particular a su voz, sobre todo en relación con la necesidad de mirar lejos, de pensar lejos, pero con esa capacidad de aterrizar sus ideas a la realidad completa y de comunicar como nadie. Mujica está haciendo un enorme esfuerzo para instalar un clima de diálogo, un clima de consensos, de pensar los desafíos más allá de la disputa coyuntural, y sobre todo de inscribir esas reflexiones en una mirada global, casi filosófica, que permita darles más calidad a la política y la democracia y más sentido a la vida. Tenemos a un Mujica en un estado de reflexión que ayuda mucho a levantar el nivel del debate político y a conectar a nuestro país con la región.
¿Incidió en la campaña el giro ideológico radical en Argentina tras la victoria de Javier Milei y su discurso ultra?
Sin duda nuestros vecinos -y más aún los argentinos- influyen no solo en una elección, sino también de manera permanente en los medios de comunicación, la economía, el comercio, el turismo, la cultura. Por eso, el proceso político argentino ha generado un debate que excede el campo de la izquierda: la centroderecha uruguaya también tomó distancia de las posiciones de Milei. El presidente Lacalle Pou dio un discurso en un acto en Buenos Aires, con el propio Milei presente, en el que cuestionaba algunos de sus postulados ideológicos sobre el Estado. Nadie en Uruguay ha tomado las banderas de Milei y ese tipo de ideología. El desafío viene más hacia adelante, sobre la forma de relacionamiento con él. Es muy distinto el caso de Brasil. El Brasil de Lula [da Silva] genera mucha más afinidad; ese sí que es una referencia, con su estrategia de construcción de región. Y allí se desarrollará un vínculo fuerte y prioritario.
Fuente: Nueva Sociedad - Noviembre 2024