El sueño de Rivadavia

Horacio Rovelli
Bernardino Rivadavia fue el administrador de la subordinación de las clases acomodadas post independencia (criadores de ganados y grandes comerciantes) a los intereses de Inglaterra, potencia dominante en pleno proceso de revolución industrial. No solo abrió de par en par nuestra aduana a los productos británicos destruyendo nuestras precarias industrias de tejidos, alimentos, muebles, carros, embarcaciones, etc., sino que lo hizo endeudándonos con la banca inglesa en general, y con la Baring Brothers en particular, por un millón de libras esterlinas, y dio como garantía los ingresos fiscales y la tierra pública (la pampa húmeda y hasta las sierras de Famatina en la provincia de La Rioja), y, como demuestra la historia de esa deuda, una parte menor llegó al país para financiar las importaciones, pero se terminó pagando más de veinte veces esa suma hasta saldarla en la presidencia de Manuel Quintana (quien antes y después de ser Presidente fue abogado principal del Banco de Londres en el Río de la Plata).

Rivadavia no solamente se rindió ante Brasil cediendo la Banda Oriental que formaba parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino que impulsó la ley del conchabo, por la cual todo habitante que no tuviera trabajo (obviamente en las estancias o grandes comercios) era reclutado por la fuerza para mandarlo a pelear contra los indios en la extensión de la frontera agropecuaria.

De Rivadavia dijo Bartolomé Mitre que fue el mayor estadista que tuvo nuestro país, y repatrió sus restos que están con monumento y todo en plena Plaza Once de la ciudad de Buenos Aires. Y al haber sido elegido Presidente con una Constitución unitaria, el predominio ideológico y cultural denomina a la titularidad del Poder Ejecutivo nacional “el sillón de Rivadavia”.

Esa estigma histórica y cultural, aceptar como propios los valores y ambiciones de los sectores más ricos de la sociedad, se repite periódicamente no bien gobiernos populares que consiguen mejorar la situación económica y social de amplios sectores de la población, no bien se encuentran mejor, por un lado, y observan, perciben, que el modelo de crecimiento que los llevó a esa mejor situación se debilita o frena, no dudan en pasarse al bando contrario. Como diría Don Arturo Jauretche: “…la clase media (en realidad abarca a todos los sectores populares) que vota bien cuando está mal, y vota mal cuando está bien”.

Podemos argüir mil excusas, plantear otras mil dudas, asegurar con argumentos contundentes o subjetivos porque un amplio sector de la sociedad argentina piensa como piensa, pero lo cierto es que ese país distinto que planteó Néstor Kirchner se fue diluyendo de mayor a menor con su muerte.

Uno de nuestros grandes filósofos, “Bombita” Rodríguez, sostiene que nuestra burguesía no tiene conciencia nacional, y parafraseando a Antonio Gramsci lo que en realidad pasa es que nuestra burguesía se subordina como clase auxiliar a las grandes corporaciones y capitales extranjeros, quienes (el gran capital nacional y extranjero que opera en nuestro país) paradójicamente tienen sus principales mercados afuera y nuestros trabajadores son vistos más como un costo que en una potencial demanda.

Pero no es así para el grueso de la población que vive y trabaja para el mercado interno. En grandes proporciones, más de las tres cuartas partes de lo que producimos se destina al mercado interno, y es a la vez la que mayor parte de la población comprende (la amplia mayoría de los trabajadores, de los pequeños y medianos emprendimientos productivos y comerciales, de los jubilados y pensionados, etc.).

Por ende, así como Rivadavia y Mitre subordinándose a Inglaterra mejoraban sensiblemente su situación económica y social, lo hacían a costa de destruir y empobrecer a la mayoría del país. Los Macris de ahora, como los Rivadavias y Mitres de la historia, también plantean la lógica del capital, de la eficiencia, de la técnica, etc., etc., todo acompañado con manifestaciones estéticas y culturales del primer mundo, pero lo hacen a costa de toda la población.

Macri plantea la lógica del capital y de los mercados financieros internacionales, donde solo les interesa el país para obtener altas rentas, generando una economía más concentrada y centralizada que les deja los principales resortes de la producción y distribución a las grandes empresas, quienes van a crecer más todavía integrándose al resto de su cadena internacional, pero que van a excluir por su propio accionar a la producción local, esencialmente las pymes y las economías regionales, dado que van a invertir en los sectores más redituables con que cuenta la Argentina.

Ese tipo de producción de enclave implica crecimiento para el sector elegido por la lógica del capital y de los mercados, pero no hay respuesta de consideración para el resto de las actividades, más allá de un limitado multiplicador por la necesidad de trabajos e insumos locales. Paralelamente esa división de inversión y productividad hará que conviva una economía floreciente y con estándares mundiales, con otra opacada y de subsistencia, profundizando la dualización de nuestra sociedad.

Macri lo ha demostrado en su gestión en la Ciudad, bajo una supuesta eficiencia en la administración, que implica mejoras en la red de transporte, o de trámites por internet, pero que abandona a su suerte al hospital y a la escuela públicos, que permite por acción u omisión la existencia de talleres clandestinos como el de la calle Páez 2796 en el porteño barrio de Flores, donde murieron carbonizados dos hermanitos, de 7 y 10 años, al incendiarse el taller textil donde los dos padres trabajaban todo el día para firmas y negocios que ganan tasas astronómicas, y ése es el verdadero modelo de gestión del PRO-Cambiemos y la dualización de la sociedad a la que nos referimos.

Qué significa el cambio en el tipo de cambio

Todos sabemos quién es Macri, de dónde viene, qué representa, y lo que no lo sabemos lo dice él tajantemente: que va a devaluar y que va a levantar el mal llamado “cepo” cambiario. El tipo de cambio tiene como función relacionar todos los precios de nuestro país con el mundo (de los bienes y servicios, de los salarios, de la energía, de las tarifas, etc.), esa función debe subordinarse a los niveles de bienestar de la población.

De otro modo, como pretenden los supuestos eficientistas como es el equipo de Macri, si se fija el valor del dólar por la productividad, lo que se va a conseguir es una economía dual, donde solo se integran al resto del mundo las economías en que somos competitivos (soja, acero, caramelos y no mucho más), pero el resto de las producciones y comercios conformarían lo que Menem llamaba las economías inviables, no vamos a ser más competitivos por una fuerte devaluación que reduzca nuestros salarios en dólares, China y Corea del Sur ya existen y no podemos competir con ellos por ese camino. Repetimos, somos la mayoría de la población y del país geográfico los que quedamos afuera con una política de tipo de cambio alto.

Por lo tanto, definir un tipo de cambio creíble y confiable no debe ser solo para los que poseen dólares o los consiguen, sino fundamentalmente para toda la Nación Argentina. Debe ser un valor que resguarde nuestra producción de la competencia desleal (máxime cuando desde el 1º de enero de 2016 se eliminan las DJAI-Declaraciones Juradas Anticipadas de Importaciones) y que permita colocar nuestra producción en el extranjero (que también debe ser acompañado por medidas promocionales, arancelarias y paraarancelarias), pero que primeramente preserve el valor adquisitivo del salario, asegurando un pujante y sostenido mercado interno, base y punto de partida de las inversiones (que tienen que venir al país por el sostenido y creciente mercado interno que les asegura sostenidas y crecientes ventas y ganancias), y no que las inversiones se realicen por colocar a precio vil (totalmente depreciado) nuestro trabajo y nuestros activos del campo y de la ciudad.

No se necesita una importante corrección cambiaria, tanto el nivel de solvencia, endeudamiento y de relaciones comerciales y financieras no indican que sea necesaria una fuerte devaluación, es más, la misma sería contraproducente porque atenta contra el poder adquisitivo del grueso de nuestra población, cercenando nuestro presente y nuestro futuro.

En cambio, Macri y sus muchachos van a dejar, en una economía concentrada como la nuestra, donde las 500 primeras empresas por volumen de facturación representan el 16,2% del PIB, que sea el mercado el que defina el tipo de cambio. A esas empresas Macri les promete levantar el mal llamado “cepo” cambiario, que existe no para que Doña Rosa no compre dólares al año, sino para que esas grandes empresas no pasen sus ganancias a dólares y las fuguen del país.

Los dólares que ingresan al país van a financiar la fuga de capitales como lo han hecho siempre. No aumentó la tasa de inversión con la dictadura militar o con el menemismo, Macri es la garantía –como en su momento fueron Martínez de Hoz y Cavallo– de que tras una brutal devaluación inicial, ingresan dólares (como deuda) comprando nuestro trabajo, nuestra producción y nuestros activos a precio vil, para luego sacarlos de la Argentina con exponenciales ganancias que pagamos nosotros, de los cuales muchos lo votaron. Se equivoca Antonio Negri cuando opina que la democracia implica mayor participación en el poder de los sectores populares; mediante el engaño y la debilidad ideológica, los patricios de Atenas y sus fieles empleados siguen gobernando.

Miradas al Sur - 1 de noviembre de 2015

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