Bin Laden, ese viejo socio
Quién le hubiera dicho al entonces joven empresario Bush “junior” a fines de los años ’70, que James Bath, el hombre con el que se asoció para fundar la empresa petrolera Arbusto Energy, representaba los intereses en Estados Unidos de Salem Bin Laden, uno de los hermanos del mismísimo Osama.
Salem, con mansiones y empresas en Estados Unidos, hombre clave en las relaciones entre el gobierno estadounidense y la monarquía saudita, apareció en más de una ocasión fotografiado también con Ronald Reagan.
La relación indirecta de George W. Bush con los Bin Laden a través de su socio James Bath, no acababa allí. Bath mantenía también importantes negocios con el Banco de Crédito y Comercio Internacional (Bcci), la oscura entidad que llegó a tener 400 sucursales en 73 países –entre los que estaba la Argentina–, y terminó protagonizando en los ’90 uno de los mayores fraudes bancarios de la historia.
Y, la relación de Bath con el Bcci, fue a partir de su amistad nada menos que con Jalid Bin Mahfuz, cuñado de Osama Bin Laden e hijo de Salem Bin Mahfuz, el hombre que fundó en 1950 el primer banco de Arabia Saudita, el poderoso National Commercial Bank (NCB).
Paradójicamente, el NCB fue acusado años después por la CIA de haber servido para transferencias hechas por Osama Bin Laden a grupos ligados a su red terrorista, Al-Qaeda.
La experiencia de Arbusto Energy fue un fracaso. Las cosas recién cambiaron para Bush “junior” a mediados de los ’80, cuando su padre era vicepresidente de Ronald Reagan y Spectrum 7, la empresa que había absorbido a Arbusto Energy, fue a su vez comprada por un gran “tiburón”, por la Harken Energy. Un importante socio de Jalid Bin Mahfuz, el financista saudita Adbullah Taha Baksh, representante en Estados Unidos de buena parte de los negocios del Binladin Group, entró en 1987 en la Harken Energy Corp.y llegó a detentar el 11,5% de su capital. Los caminos volvían a cruzarse.
El “holding” Bin Laden. Estados Unidos tuvo numerosos intereses comunes con el Saudita Binladin Group, del que Osama formaba parte activa.
Hijo de Mohamed Bin Laden, un inmigrante yemenita y analfabeto que empezó como albañil de la empresa petrolífera árabe-norteamericana Aramco en Arabia Saudita y llegó a contar con una de las empresas constructoras más importantes del mundo, Osama Bin Laden pasó a controlar a partir de los ’70 parte del Saudi Binladin Group, multiplicando en poco tiempo los beneficios de ésta y diversificando sus actividades.
La constructora familiar edificó buena parte de los palacios de la familia real saudita y restauró y amplió las mezquitas sagradas de Medina y la Mecca. El clan también intervino en la construcción de la que se construyó en Palermo, en uno de los terrenos más caros de Buenos Aires que fue donado por el gobierno de Carlos Menem a la monarquía de Arabia Saudita.
Todavía después del 11-S los Bin Laden mantenían inversiones en el Carlyle Group, una poderosa firma de inversiones de Washington, de cuyo Consejo de Asesores llegó a formar parte George Bush “senior”, y al que pertenecían también Frank Carlucci, antiguo director adjunto de la CIA, y James Baker, antiguo jefe de Gabinete de Reagan y secretario de Estado de Bush padre.
Aquellas estrechas relaciones entre el poder económico y político de Estados Unidos con la familia Bin Laden que existían en los años ’70 y ’80 facilitarían también una alianza estratégica de otro tipo, bélica, y muy lejos de Washington, en Afganistán, con uno de los miembros de la familia Bin Laden, con Osama.
Nuevamente los intereses volvían a confluir. A fines de 1979 miles de soldados soviéticos habían entrado en Afganistán para auxiliar a su gobierno aliado del acoso de las guerrillas islámicas.
El ultra religioso Osama, después de entrar en contacto con estas y con el apoyo del poderoso príncipe saudita Turki al-Faisal y de sus propios vínculos familiares, puso en pie una red de financiación de las guerrillas con dinero de países árabes. Sus conocimientos y medios en construcción servirían para construir lugares de entrenamiento en la frontera paquistaní, para adaptar cuevas y túneles para los “muhjaidin”.
Su labor coincidía con la de Estados Unidos. Primero bajo el gobierno todavía de Jimmy Carter, y luego con el de Ronald Reagan, se comenzaba a articular una gran operación encubierta para que Afganistán se convirtiera en el Vietnam de la Unión Soviética. Estados Unidos pasó a controlar la macro operación, recabando apoyo tanto financiero como armamentístico y logístico tanto de países como Reino Unido y Francia, como de China, Arabia Saudita, Pakistán, Marruecos y muchos otros.
Osama Bin Laden se convirtió en una pieza clave para reclutar combatientes en distintos países islámicos, hasta formar un ejército de decenas de miles de hombres.
Para la CIA era un aliado vital, uno de los suyos, un hombre que cada vez ganaba más influencia entre los miles de “muhjaidin” que combatían a las tropas soviéticas. Pero Osama tenía otros planes. En 1988, creó Al-Qaeda (La Base, en árabe), un año antes del fin de la guerra.
Las tropas soviéticas terminaron por ser derrotadas en 1989 y dos años después se desmoronó la Urss. Estados Unidos cantaba victoria, pero también la cantaba Bin Laden y Al-Qaeda, cuyos objetivos eran otros.
Gracias a esa alianza contranatura con Estados Unidos, a esa experiencia en el frente de guerra de tantos miles de “muhjaidin” de distintos orígenes y al dinero y armas con que se quedaron, Al-Qaeda salió de ese conflicto como una poderosa red terrorista capaz de actuar en cualquier parte del mundo.
Estados Unidos y varios otros países, habían ayudado en definitiva inconscientemente a impulsar la primer “yihad” de la era moderna y a crear nada menos que a Al-Qaeda.
Miradas al Sur - 08 de mayo de 2011