Inflación: ¿cuál es el problema?
En ese sentido, ambos artículos hacen un aporte, porque al describir sus hipótesis colocan variables que escapan a la reducida mirada neoclásica. De hecho, Manzanelli-Schorr remarcan que los aumentos de precios tienen una tendencia mundial y que las estructuras de precios nacionales reaccionan al vínculo internacional que tienen, agrego: más aún en una economía altamente expuesta como la argentina, y que además la concentración económica condiciona los niveles de precios.
En este punto, Crespo-Fiorito remarcan que, por el contrario, la capacidad competitiva y la capacidad de división del trabajo y producción a escala de las grandes firmas permiten reducir costos y generan un efecto deflacionario (o de menores costos), entre otros efectos, lo que no contribuye a pensar que las corporaciones impulsen directamente los precios y que, por el contrario, sostienen que la inflación en Argentina es producto de una “puja distributiva”, tirándole un guante a Manzanelli-Schorr, sosteniendo que su versión no sale del esquema clásico, donde entendiendo la falta de competitividad oligopólica genera una clase empresaria rentística que provoca la inflación por no reaccionar ante la demanda.
Cabe destacar que el artículo de Manzanelli-Schorr aclara que el grado de concentración no induce necesariamente al alza de precios, pero sí sostienen que es aceptado que el problema inflacionario es estructural y que tiene como una de sus causas principales el comportamiento de los actores concentrados. Los autores centran el problema inflacionario en propiciar mayor competencia, punto que reiteran como visión en su respuesta del día 24/3/13 y retrucan a Crespo-Fiorito indicando que los oligopolios no pueden jugar un “rol deflacionario” por sus márgenes de beneficios.
Es interesante remarcar que ambos artículos salen de la vulgaridad ortodoxa, que desde una visión neoclásica explica la inflación como un exceso de Demanda, donde al entender que la Oferta siempre se encuentra en un punto óptimo al equilibrio, la inflación no es más que una sobre emisión monetaria, generalmente causadas por aumentos salariales, que desequilibran el mercado y llevan al ajuste vía precios de esa osada picardía de los sindicatos que colocan los sueldos por encima de su precio natural.
Lo cierto es que el debate entre Manzanelli-Schorr y Crespo-Fiorito cambia el centro de atención de quienes se orientan a buscar problemas en los índices de precios, como incluso el seudosocialista Héctor Polino, que se suma a la tropa de onegerilistas que siguen precios en las góndolas y despliegan sus dardos contra el gobierno nacional por las remarcaciones sin criticar a quiénes y por qué remarcan. No basta con reconocer un alza de precios, sino que hay que identificar los problemas.
La posición de Crespo-Fiorito debería llamar la atención para visualizar la tensión existente en la distribución del ingreso, e incluso el estudio de Manzanelli-Schorr, para ver la concentración económica, y de estar de acuerdo con la idea de la “puja”, cómo operan los oligopolios en el posicionamiento de precios, tal como lo destacan en su respuesta.
Y es que la inflación de la Argentina no se explica por dos variables, sino que es el enlazamiento estructural de problemas que tiene Argentina. Hay que tener presente la exposición exportadora de nuestro país, cuyas estrategias de producción están fuertemente condicionadas por el nivel de liberalización comercial y los precios internacionales. Más aún, teniendo presente que el perfil de las exportaciones de Argentina está relacionado con la canasta de alimentos básicos. Además, la dependencia tecnológica externa condiciona la estructura de costos internos, por ende, los precios internos necesariamente están vinculados con variaciones internacionales.
A la vez, la situación cambiaria de Argentina, y gran parte de los países latinoamericanos, está condicionada por su grado de endeudamiento externo, que la condiciona en su nivel de reservas. Por lo que los tipos de cambio sufren vaivenes que van más allá de sus condicionamientos de mercado.
Además, en el planteo de la “puja distributiva” como factor explicativo de la inflación deberían tenerse presente ciertos efectos que ésta genera, especialmente en un proceso inercial de inflación por expectativas, expresadas en contratos (como los alquileres) que fijan aumentos en el tiempo sin otra explicación que la mera prevención. Además, cabe sostener que en muchos casos la “puja” es asimétrica, porque los trabajadores no tienen la misma capacidad para sostener sus salarios o están condicionados a negociaciones a futuro que son superadas sencillamente con un nuevo aumento de precios.
Frente a la cruzada monetarista, que intenta congelar la economía para frenar la inflación, sería interesante repensar esquemas dejados de lado, como la curva de Phillips, que asociaba niveles de inflación con bajo desempleo y viceversa, que al ver la tendencia argentina podrían explicarse muchas cosas y evitarse buscar soluciones que provocarían alto desempleo.
Tal como propone un economista de Página/12, Alfredo Zaiat, estas reflexiones se proponen ir a “contramano” de la economía vulgar y sostener una reflexión sobre los condicionantes estructurales que marcan las variaciones de precios en Argentina. Se abre así el necesario llamado a generar un consenso de economistas que salgan de las propuestas de “ajuste” bajo “planes de estabilización” y “reformas promercado” y se constituya un espacio que aliente estrategias macroeconómicas que aborden en los problemas estructurales que tiene la economía argentina, centrados en la distribución y bienestar de la población y no en los mezquinos intereses del mercado.
Página/12 - 31 de marzo de 2013