La mirada de Axel Kicillof
Julián Blejmar
Una reciente conferencia académica del flamante ministro de economía, Axel Kicillof, permite comprender su particular visión sobre el ciclo kirchnerista, la alternativa ortodoxa y algunos de los riesgos macroeconómicos futuros.
A mediados de agosto, Axel Kicillof brindó su última conferencia en un marco académico, en la que expuso su visión sobre el desarrollo de la economía durante los últimos diez años y sus perspectivas a futuro. La misma se desarrolló en el marco de un seminario sobre América latina organizado por la Comisión Nacional de Valores, la agencia intergubernamental South Centre y los centros de estudios económicos Cefid-Ar, CEMoP, y Ciges, lo cual permitió que la extensa disertación tenga un enfoque más general, alejado de las cuestiones coyunturales que tiñen las declaraciones de los funcionarios.
Kicillof comenzó su exposición haciendo referencia a los resultados de lo que denominó “el modelo de desarrollo económico con inclusión social llevado adelante entre 2003-2012”, enfatizando que la administración económica durante la era kirchnerista demostró ser “muy robusta y muy potente”, ya que también permitió atravesar con éxito los años de una crisis mundial “solamente comparable, en cuanto a su envergadura, con la de los años treinta”. En este sentido, señaló que ya resultaba “anacrónico” hacer referencia al “viento de cola” como la causa del crecimiento en las distintas variables socioeconómicas, pues detalló que si bien entre 2001 y 2007 el comercio mundial creció a tasas superiores al 5%, llegando a casi el 10% en 2004, a partir de 2008 sobrevino una “época con una fuerte turbulencia internacional y de gran incertidumbre, donde el viento no fue de cola sino de frente”. Así, detallo que en 2009 el comercio mundial experimentó una caída de alrededor del 10%, que no se había revertido sustancialmente, por lo que en la actualidad las producciones de todos los países no encuentran los suficientes compradores. Luego, profundizó su descripción contraponiendo el desarrollo económico durante la década del noventa y la actualidad. “La del noventa fue una década importante, ya que allí culminó el proceso de desindustrialización de la Argentina que empezó con el golpe de Estado de 1976. Y la fase actual de crecimiento con inclusión social no es otra cosa que un modelo de reindustrialización de la Argentina”, remarcó, al tiempo que brindó una serie de cifras para sustentar esta afirmación, señalando que durante los últimos diez años el PBI creció a una tasa anual promedio del 7,2%, “incluyendo 2009 y 2012, que son los dos años de peor performance de la década”, contra un 2% durante la década del noventa.
Asimismo, afirmó que “en términos de capacidad productiva, éstos son los diez años en que la economía argentina tuvo el mayor crecimiento promedio sostenido de toda la historia, tomando todas las estadísticas que ustedes quieran tomar, incluso las difundidas por un libro de Orlando Ferreres”. Y agregó que “tenemos también los indicadores más importantes en el terreno de la inversión, el 24,5% sobre el PBI alcanzado en 2011 es el récord histórico de la serie, pero el promedio en general de estos diez años es superior al de los diez anteriores, lo cual es importante para discutir con aquellos que plantean que nuestro modelo carece de ‘clima de negocios’, algo tan subjetivo como la ‘sensación térmica’ o la ‘seguridad jurídica’”. En este sentido, remarcó que, siendo la economía argentina fundamentalmente privada, el crecimiento y la inversión habían sido determinados por el sector privado “que ha invertido porque ha tenido buena rentabilidad, buenos negocios y competencia”, destacando además que una parte importante de esta inversión se había realizado en maquinarias y equipos para la producción, “que alcanzó récords del 12%, comparado con el 9% promedio de los momentos de mayor apogeo del período de la convertibilidad”. También hizo referencia a la encuesta industrial que demuestra “que el índice de volumen físico de la producción industrial creció durante los noventa a una tasa del 0,5% mientras que en estos diez años lo hizo al 10%”, resaltando que dicho crecimiento estaba por encima del PBI, y que un estudio encargado por Techint señalaba también que entre Argentina, Colombia, Brasil y México, el país con mayor crecimiento industrial sobre el PBI era el nuestro. La primera etapa sobre este panorama económico finalizó haciendo referencia a índices socioeconómicos, enumerando que el desempleo de los conglomerados urbanos llegó a alcanzar en el pico de la crisis el 21,5%, mientras que hoy en día se encontraba en el 7,2% (las últimas cifras divulgadas esta semana dan cuenta de un 6,8%) y que “en el modelo anterior, la porción más grande de la torta iba a los sectores más favorecidos, pero ahora esa proporción se invirtió y va a los asalariados”.
Razones para el cambio. Acto seguido, Kicillof expuso las razones que motivaron los contrastes anteriormente marcados. En este sentido señaló que “las políticas que se han implementado en este tiempo están en las antípodas de aquellas que propuso la ortodoxia económica nacional e internacional, e incluso de las que propuso cierta heterodoxia regional, cuando el país estaba en una época tan crítica”. Específicamente, detalló que “en la década de los noventa, el pensamiento convencional era que primero había que apuntar al crecimiento para poder distribuir, lo cual es un lugar común de la ortodoxia y de la derecha, bajo el supuesto de que el gobierno se tiene que dedicar exclusivamente al crecimiento, para que luego este crecimiento derrame a lo que Adam Smith definía como ‘las clases inferiores del pueblo’. Pero hemos demostrado que la verdad es precisamente la contraria, que el único crecimiento con estabilidad es fundamentalmente con inclusión social, la cual tiene como subproducto el crecimiento”. En ese punto, pasó a enumerar todas las acciones desarrolladas por los gobiernos kirchneristas para apuntar esa inclusión social, como los incrementos en el salario mínimo, vital y móvil, en las jubilaciones y en los programas sociales de inclusión. De hecho, admitió que todas esas políticas tenían como uno de sus grandes objetivos “apuntalar la rentabilidad de los capitalistas”, ya que dentro de las condiciones de nuestro país “esa es la única plataforma sostenible de crecimiento”, y que en efecto había sido el mercado interno “la variable distintiva que permitió que el país creciera a estas tasas, se reindustrializara y creara empleo”, enfatizando además que “el haber fortalecido durante diez años la capacidad adquisitiva de los trabajadores y el consumo interno nos dio grados de libertad para no depender exclusivamente de lo que ocurría en el mercado mundial”.
Pero además, Kicillof remarcó que todas estas políticas se habían desarrollado en paralelo a la estrategia de desendeudamiento, lo cual sostuvo que resultó fundamental para sostener el crecimiento luego de la crisis mundial de 2008. “Un modelo de industrialización tiene que pensar qué grado de libertad tiene un país para llevar adelante una política de Estado encaminada a recuperar la industria, y uno de los obstáculos fundamentales que tuvo la Argentina es la deuda externa, que llegó a ser del 160% del PBI, es decir, que el país adeudaba una vez y media más de lo que producía, con una carga de intereses insoportable. Y no hay política económica cuando el país está sobreendeudado”, afirmó, resaltando asimismo que una fortaleza central del modelo era “lo que justamente nos han reprochado, que ‘nos caímos del mundo’. No nos hemos caído del mundo, sino que no aceptamos endeudarnos para sostener este modelo de crecimiento. Por el contrario, nos desendeudamos como nunca en nuestra historia. Hoy no somos esclavos de los movimientos internacionales de capitales, y vemos como eso rinde sus frutos, al leer los indicadores mensuales de actividad económica, incluso de la UIA o de las consultoras tendenciosas de la ortodoxia, que señalan que en el segundo y en el tercer trimestre se están dando señales de una sostenida recuperación en muchas ramas de la industria”. De hecho, remarcó que “nos hemos peleado con buena parte del mundo financiero internacional, porque al dejar de endeudarnos perdieron clientes, y buenos clientes. Un país como la Argentina, que fue un megaendeudador serial durante cuarenta año, estaba dispuesto a entregar cualquier cosa que le pidieran para conseguir un dólar. Pero se les acabó el negocio con la Argentina”.
En este punto, hizo referencia al aumento de la inversión y la capacidad recaudatoria del Estado. Sobre el primero, destacó el hecho de que la misma había alcanzado cifras récords, incluso frente a los pronósticos difundidos por gran parte del establishment económico. “Michael Kalecki afirma que la inversión depende de la rentabilidad de las empresas. Pero ustedes entenderán que el sector privado también tiene un fuerte componente de expectativas, y durante estos años la prensa dominante, las consultoras, la oposición, los economistas ‘respetados’ anunciaban de forma permanente catástrofes que no ocurrían, pero que estaban a la vuelta de la esquina. Y los empresarios tenían que decidir si se dejaban llevar por los mismos profetas que nos iban a sacar de la crisis en la que nos metieron y lo único que hicieron fue profundizarla, o por ver lo que sucedía al interior de sus empresas, que crecían y necesitaban más inversión para que no les roben el mercado. Por eso, la economía se siguió moviendo, a pesar y a contramano de los presagios derrotistas”.
En relación con acción tributaria, planteó que “algunos lo llaman ‘presión tributaria’. Nosotros lo llamamos ‘capacidad de acción política del Estado’, porque de esa capacidad de maniobra salen las políticas de Estado, las jubilaciones, las grandes inversiones, incluso las políticas de desendeudamiento”. Y, en seguida, resaltó que esta capacidad recaudatoria “no está hecha sobre nuevos impuestos sino por la mayor eficiencia en la recaudación y el círculo virtuoso del crecimiento, un 41% de la estructura tributaria argentina son impuestos directos, y no a través de mecanismos indirectos como el IVA, que es un impuesto fuertemente regresivo”.
Con todo, y más allá del panorama, advirtió un importante riesgo a futuro, relacionado con las circunstancias externas. “Estamos ante una situación mundial muy complicada y ante una situación financiera mucho más complicada. También los commodities se han convertido en un refugio para las inversiones financieras tóxicas luego de la crisis de 2008, y por eso hay ‘burbujas’ en esos mercados, lo cual es un tema formidable para aquellos países que comerciamos una gran parte de nuestra producción primaria.”
En el cierre de la conferencia, volvió a arremeter contra la ortodoxia económica. “El microclima local, muchas veces fomentado por aquellos que manejan la opinión pública, nos hace perder de vista el bosque y hasta el árbol. No se engañen con los objetivos que dicen plantear, porque los objetivos que se dicen son muy seductores, crecer y beneficiar a la gente, pero es necesario discutir las políticas, que es un grado superior y más complejo del debate. Los resultados de estos diez años se pueden ver, un 7% de crecimiento anual acumulativo, que no es por ‘viento de cola’, sino por una economía dirigida por una política que tiene objetivos y que está dispuesta a hacer lo que hay que hacer para que esos objetivos se cumplan.”
La difícil misión de la heterodoxia. En uno de los tramos de su discurso, Kicillof sintetizó las principales diferencias entre la ortodoxia y la heterodoxia económica, así como los mayores desafíos que implicaba realizar políticas desde esta última. “La heterodoxia la tiene mucho más difícil que la ortodoxia. La segunda tiene un libro de recetas que todos los que estamos en esta sala podemos deletrear, esto es, bajar salarios, bajar jubilaciones, ajustar el gasto público, endeudarse con el extranjero, subir la tasa de interés, devaluar fuertemente la moneda para resolver los problemas de la balanza comercial (diferencia de saldo entre importaciones y exportaciones) y después ‘dale que va’. Es un recetario muy sencillo, la panacea que resuelve todas las enfermedades, porque se aplica en toda circunstancia, sea en crisis o en prosperidad, y en cualquier economía del mundo. Las causas de la crisis también son de manual: los salarios altos, el elevado gasto público, un Banco Central que no se rige por los dictados del sector financiero, los bancos que no tienen total autonomía y los capitales internacionales que no tienen una puerta giratoria para entrar y salir”. Así, Kicillof señaló que “la heterodoxia la tiene más complicada, porque no hay un recetario sino simplemente la realidad, los problemas concretos, e ideas claras sobre qué es lo que hay que defender. En este caso, está claro que no es ni más ni menos que la gente, el pueblo, los trabajadores, que son los que están indefensos, porque no pueden mudarse de donde viven, no pueden fugar sus capitales ni tienen negocios alternativos cuando la mano viene mal”.
Mitos caídos. Durante el transcurso de la exposición, Kicillof señaló también que “con este modelo hemos pinchado miles de globos de mentiras”. Entre ellos, enumeró el crecimiento con mayor distribución del ingreso, así como el hecho de que un sector que creció fuertemente fue el agro, con lo que “hemos matado también esa idea de que hay una antinomia entre el crecimiento y la distribución y entre la industria y el campo”, y que también cayó el mito de que la Argentina vive exclusivamente de la exportación de materias primas sin procesar, ya que “la industria ha ganado fuerte impulso como resultado de un modelo que se basa en el mercado interno, pero que también sale al mundo con una ascendente producción de MOI (manufacturas de origen industrial), una tendencia que se registra salvo con pequeños baches en 2009 y 2012.
Miradas al Sur - Año 6. Edición número 288. Domingo 24 de noviembre de 2013
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