“Este es el mejor momento de la ciencia en la Argentina”
–¿De qué origen es Kornblihtt?
–Kornblihtt es un apellido judío. Es una palabra compuesta del idish probablemente. Korn es grano, cereal, y blihtt es una deformación mal escrita de blüte, que es lo que florece. Y me ha dicho hace poco una colega extranjera judía que se refiere a lo que en inglés se llama corn flower, que es una flor azul que crece como maleza en los campos de maíz.
–¿De dónde eran sus abuelos?
–Mis padres fueron argentinos, y los Kornblihtt, los abuelos paternos también eran argentinos, nacieron en 1900 en Argentina. Sus padres habían venido de Ucrania. Y mis abuelos maternos, los Groisman, si bien nacieron en el Este europeo, vinieron a la Argentina cuando tenían cinco años, por lo tanto son también argentinos.
–¿Y qué hacían? ¿Alguno le inculcó este amor por las ciencias?
–Sí, porque mi papá era ingeniero civil y le gustaban mucho las matemáticas y mi mamá era profesora del secundario en la especialidad geografía, que también está muy relacionada con las ciencias naturales. En la familia de mi papá había muchos maestros. O sea que la educación y un poco el amor por el razonamiento científico, si bien no eran científicos mis padres, existió desde chiquito.
–¿Hubo un día de deslumbramiento por la biología?
–Sí, fue cuando cursé cuarto año con nuestra profesora de botánica Rosa Guaglianone. Hasta cuarto año del secundario yo sabía que iba a seguir alguna carrera relacionada con las ciencias exactas, pero no tenía la idea de qué era la biología. Y en ese cuarto año, a través de sus clases y de los conocimientos que hicimos prácticamente y de la lectura de material, fue un deslumbramiento porque realmente aprendimos cómo eran las células –estoy hablando de 1970–, qué es el ADN, qué es el ARN, qué son los ribosomas, cómo se fabrican las proteínas. En fin, las bases de la información genética, que en ese momento se habían descubierto hacía diez años, las aprendí en ese cuarto año y lo disfruté mucho. Y me marcó para toda la vida.
–¿Al día de hoy lo sigue sorprendiendo?
–Absolutamente. El día que uno pierde la capacidad de asombro se acabó la ciencia. A mí me apasiona enseñar, pero a su vez como me apasiona enseñar me encanta que me enseñen y escuchar una charla, una conferencia de alguien que me despierta la pasión o la curiosidad o el gusto... Es como ver una buena película o leer un buen libro, genera emociones. Si bien la práctica de la ciencia tiene un aspecto muy rutinario y a veces muy frustrante, porque la mayor parte de los experimentos que uno se plantea no dan el resultado esperado o técnicamente son frustrantes, cuando uno ve el panorama general, lo que queda de lo bueno es bárbaro.
–Recibió muchos premios en los últimos años, ¿qué siente cada vez que es reconocido?
–No voy a desconocer que uno tiene su ego y los científicos en particular tenemos un ego muy grande. O sea que obviamente uno siente satisfacción y placer. Por otro lado, pienso mucho en mi grupo de investigación, en los estudiantes, en los colegas, en el esfuerzo conjunto que hacemos porque ésta no es una tarea individual. Pero yo no me la creo, en el sentido de que ninguno de estos premios o reconocimientos me ponen en una posición en la cual yo deje de hacer las cosas que venía haciendo a nivel de trabajo cotidiano y de obligaciones conmigo mismo y con la comunidad. No me cambia en mi perspectiva, en mi ideología.
–Sí da más visibilidad, ¿trae otros apoyos?
–Relativamente. La visibilidad tiene importancia por la visibilidad de la ciencia, de la disciplina. Y en este momento, la Argentina está pasando por un momento especial. Creo que es el mejor momento que ha tenido históricamente, por varias razones. Entre ellas está el apoyo que ha tenido por parte del Gobierno y del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Yo también, en cierta medida, pido que haya subsidios de mayor monto, y que se jerarquicen los salarios de los científicos, pero aun con esa falencia, el discurso de la ciencia está llevado a la práctica por el ministerio y, por otro lado, está en el tope del discurso oficial. Eso es muy bueno para los científicos y para el país.
–Hace poco publicó el libro La humanidad del genoma... La divulgación siempre le ha preocupado.
–Sí, porque es una preocupación por la docencia, que se manifiesta en la actividad acá en la facultad. Nosotros dictamos una materia en primer año de Biología, que tiene unos 400 alumnos. Es muy intensa y satisface mucho, porque hay pasión tanto del lado de los docentes como de los alumnos. Es una materia donde por primera vez muchos empiezan a pensar que no tienen que aceptar la palabra del docente porque es docente, que no tienen que aceptar lo que está escrito en los libros porque esté escrito en los libros, que tienen que preguntarse críticamente cuáles son las razones por las cuales cierta afirmación se toma por válida, si su validez es absoluta o relativa, transitoria o permanente. En fin, ese tipo de cosas de cómo funciona el pensamiento científico las vemos en primer año. Yo tomo a la docencia universitaria como una militancia social que tiene que ver con mis convicciones políticas también.
–¿Cuál es el rol del científico?
–Los científicos tenemos el deber de aportar a la sociedad no solamente dando cuenta de lo que hacemos, sino además ayudando a entender problemas que tienen que ver con la ciencia y la tecnología y que están relacionados con la vida cotidiana y con las decisiones políticas. Por ejemplo, ahora se está discutiendo el Código Civil y el artículo 19 se plantea dónde comienza la vida humana.
–Se me adelantó a la pregunta...
–Bueno, acá confluyen prejuicios, dogmas religiosos, conservadores. Y, la verdad sea dicha, uno tiene que explicar que cuando un espermatozoide se junta con un óvulo y forma un cigoto, eso todavía no es un ser humano. Y que puede ser un embrión inclusive fuera del útero de una madre, pero ese embrión, si no se lo trasplanta al útero de una madre, no progresa para dar un ser humano. Llega a un cierto punto y muere. Por lo tanto no basta con que la gameta masculina y la femenina fecunden para generar un ser humano. Tiene que haber otra información ya no genética sino ambiental que proviene del útero de la madre. Entonces no tiene sentido definir que el ser humano comienza con la concepción. También es cuestionable decir si el ser humano comienza con la implantación en el útero. Por mis conocimientos científicos, yo sería partidario de aclarar primero que la vida humana no comienza con la fecundación. Segundo, que tampoco es que comience con la implantación, porque en la implantación el embrión todavía no ha desarrollado el sistema nervioso. En todo caso es un proceso dinámico en el cual hay distintas etapas.
–Se espera que el año que viene, cuando se reabra de nuevo la discusión, se introduzcan estas consideraciones.
–Yo creo que tiene que discutirse profundamente en Diputados. Que no se puede aprobar a libro cerrado. En particular, que se tiene que discutir el artículo 19. Y espero que no haya una mayoría dogmática al respecto; en todo caso, que se deje a los diputados votar a conciencia. Pero además, yo estoy en el Comité Nacional de Etica en la Ciencia y la Tecnología, donde este tema ha sido discutido. Hubo una consulta a los científicos y hubo un documento, que de alguna manera se tuvo en cuenta a la hora de modificar algunos artículos. En el Comité hemos decidido hablar con los diputados o con las autoridades para explicar los aspectos biológicos y jurídicos.
–¿Cuáles son los principales mitos que circulan en relación con el ADN?
–El determinismo genético, por ejemplo. Sospechar o afirmar que todas las características humanas e incluso muchas enfermedades están causadas por los genes o por las variantes de genes que uno heredó de sus padres. Eso no es así. El medio ambiente cumple un papel fundamental en las características socioculturales, afectivas y cognitivas del ser humano y en muchos casos se sabe que para un fenotipo dado, para una capacidad o característica externa dada, hay un componente genético y hay un componente ambiental. Eso se puede determinar que es así, pero no se sabe cuál es la proporción de cada uno. Los hijos de (Johann Sebastian) Bach fueron buenos músicos, pero uno no puede saber si fueron buenos porque heredaron los genes del papá o porque se identificaron con él. Entonces cuando no se sabe eso respecto de una característica saliente, lo mejor que se puede hacer es no decir nada.
–¿Cuál es el peligro?
–El determinismo genético es muy grave porque está siempre asociado ya no solamente a la estratificación en clases de la sociedad, sino a la elaboración de políticas. Por ejemplo, las capacidades cognitivas de los alumnos pueden tener que ver con el ambiente, pero también podría ocurrir que se les quiera asignar intencionalmente un origen hereditario que no tienen (ya se ha dicho). Entonces, un gobierno que quiere hacer recortes puede decidir no invertir en educación de sectores que están estigmatizados porque hereditariamente no tendrían capacidades para aprovechar esa educación. O sea que todo lo que signifique discriminación individual, social, de grupos, de grupos étnicos, en virtud del determinismo genético es una herramienta de poder.
–Usted dice que para la biología no existen en las razas, ¿lo puede explicar?
–Exacto. El tema es que el concepto de raza como una población de alta homogeneidad genética no se aplica en los humanos porque todas las poblaciones, por más que difieran en algunas características externas, tienen una alta variabilidad genética interna. Yo hago mía la frase del genetista brasileño Sérgio Pena que dice que no es que seamos todos los humanos iguales, sino que somos todos igualmente distintos. Hay diferencias, pero no están estigmatizadas en razas, en poblaciones cerradas. Esto hace que pueda ocurrir que las diferencias genéticas entre dos negros sean mayores que entre un negro y un blanco, porque el color de piel es una característica, la estatura es una característica, pero nosotros tenemos 23 mil genes y hay muchas variantes de cada gen. No obstante, nuevamente el concepto de raza es utilizado para el racismo, que es una actitud política. Por lo tanto, perteneciendo a la misma especie, siendo la misma humanidad, el mismo genoma y la misma humanidad del genoma, la biología nos dice que no hay razas, pero aun si dijera que existieran, no se justificaría y habría que luchar contra el racismo.
–En cuanto a la clonación humana, ¿en qué estado está la discusión?
–Está prohibida legalmente en muchos lados y no aprobada por la comunidad científica en casi todo el mundo. Por varias razones. La primera de todas es que no hay ninguna necesidad ni social ni médica de clonar humanos, porque en última instancia sería un método de reproducción asistida distinto de los que se usan hoy en día. Segundo, porque se sabe por el clonado de animales, que se practica profusamente, que la técnica de clonación es biológicamente insegura porque de entre los embriones que se generan por clonación un porcentaje no despreciable nace con malformaciones. Y si eso se aplicara en los humanos sería éticamente inaceptable. Pero en este contexto, la razón por la cual nos oponemos o no aceptamos la clonación humana no es que no se puede clonar humanos porque si se clonaran tendrían un destino personal idéntico al de quien se le obtuvo el núcleo para hacer el clon, porque sabemos que eso no es así. Los gemelos univitelinos son genéticamente idénticos y además en ellos el ambiente fue muy uniforme porque pasaron los mismos nueve meses en el mismo útero de la misma madre, nacieron el mismo día, fueron muchas veces criados y educados por los mismos padres, mandados al mismo colegio, vestidos igual, y aun así, con esa uniformidad ambiental y socioeconómica y teniendo los dos genomas idénticos, son dos individuos distintos. O sea mucho más distintos serían entonces, en cuanto a su destino cultural, social, afectivo, biológico, dos individuos que están desfasados en el tiempo. Pero hay muchos prejuicios en la sociedad que deben ser escuchados porque la fantasía determinista persiste.
–Está esa fantasía de “clonar para sacarle los órganos”.
–Eso es un acto ilegal que podría hacerse también con niños no clonados. En nuestras sociedades hay explotación cuasi esclava. Y si es de niños o bebés, nada cambiaría que fueran clonados respecto del delito de ocultar a seres humanos en un sótano para tenerlos como reservorio de trasplantes. Un inescrupuloso millonario podría hacerlo con niños no clonados que fueran histocompatibles con él. Están las fantasías de la producción en serie de seres humanos como en Los niños del Brasil. En fin, todas estas fantasías también de la literatura y del cine son válidas, pero no se restringen al evento de la clonación, en todo caso hablan de la ética y las perversiones de los humanos en general.
–¿La clonación terapéutica sí es válida?
–Se supone que hay ciertas técnicas de terapia de un individuo que podrían hacerse con células que no sean rechazadas por el propio individuo a nivel inmunológico. Entonces, la idea de la clonación terapéutica sería generar células troncales o madre a partir de embriones que se generaron por el trasplante de un núcleo del individuo que va a recibir esas células; con eso se garantiza que sean genéticamente idénticas a ese individuo y por lo tanto no sean rechazadas. En ese sentido, la clonación terapéutica generaría embriones humanos en el laboratorio que no son trasplantados al útero de una madre sino que son sus células disgregadas y utilizadas para generar nuevos tejidos. Pero eso no se ha hecho de manera rutinaria, está en experimentación. Y hay otras alternativas, también en experimentación, como tomar células adultas del paciente, no de un embrión, y convertirlas en células troncales. Entonces no aprobamos la clonación con fines reproductivos pero queremos que quede abierta la posibilidad de la clonación con fines terapéuticos.
–En ese punto también se oponen los sectores conservadores.
–Sí, la Iglesia se opone también a eso porque considera que ese embrión es una persona y que por lo tanto destruirlo es lo mismo que en un aborto.
Es notable, porque la Academia Pontificia sacó un documento en el cual se opone a la clonación terapéutica porque eso implica la destrucción de embriones humanos, pero deja una cierta vía de permisividad para la clonación reproductiva, porque dice que “al menos en la reproductiva se terminaría en un bebé”. Cuando, en realidad, las razones para no apoyar la reproductiva son que, básicamente, es biológicamente insegura y que todavía en la sociedad hay prejuicios con el determinismo genético, pese a que nosotros decimos que no debe ser prohibida por esas razones. Convengamos en que existiendo esos prejuicios, el recibimiento social de alguien que es físicamente idéntico de otro que existió, le puede generar problemas a esa persona. Más allá de lo que uno piense científicamente, eso existe. Si a alguien se le muere un hijo, conserva sus células, y luego quiere repetir el evento con células del hijo, hay aspectos psicológicos que son complicados, porque ese nuevo niño es otro, pero como va a tener el mismo aspecto físico... Hay complicaciones de orden psicológico que, como no hay ninguna necesidad, no serían deseables.
–¿Y qué pasa con los organismos genéticamente modificados, como las plantas transgénicas?
–Los sectores ambientalistas que están en contra porque supuestamente no son naturales ponen en la misma bolsa a todos los organismos genéticamente modificados, como si fuera que son malos por sí mismos, cuando en realidad la transgénesis es un método para introducir un gen en una planta o animal para cambiarle la información, cosa que se han venido haciendo hace 10 mil años...
–Con otras técnicas...
–Más artesanales. Pero lo que yo transmito es que ser transgénico no es malo. Transgénico es un método de obtener una variedad. Luego, si esa variedad es peligrosa para el ambiente, peligrosa para la salud animal o humana, o su utilización causa problemas económicos, sociales o de salud, eso no tiene que ver con que sea transgénica. Yo uso la metáfora: decir que un transgénico es malo per se es lo mismo que decir que un rodado contamina. El ser rodado no es contaminante porque el monopatín y la bicicleta son rodados y no contaminan, en cambio el colectivo es un rodado y sí contamina. Hay un problema epistemológico ahí. Entonces, muchos ambientalistas al poner la culpa en la técnica y no en el uso de la técnica, a la larga están minando las bases de la ciencia y están desconociendo la posibilidad de que la técnica pueda ser utilizada para beneficio de ciertos sectores vulnerables de la humanidad sin causar perjuicios.
–¿Quiénes invierten en esto, las empresas solamente? ¿Qué controles hay?
–En todo el mundo siempre hay un tipo de control y por supuesto hay intereses económicos que pueden subvertir y pasar por encima de esos controles. Yo estoy hablando del evento técnico de generar una variedad transgénica. El problema es quién la usa, con qué controles. En eso estoy de acuerdo absolutamente en que debe ser controlado, preferentemente por el Estado.
–En un momento del libro plantea que lo natural es la tecnología, ¿puede explicarlo?
–Es que el ser humano es la especie que domina al planeta y su propia supervivencia en este planeta, más allá de las guerras, la explotación y el capitalismo, está basada en la modificación del ecosistema. Está basada en el dominio de la agricultura, de los ríos, de los mares. Y esa modificación del ecosistema implicó, desde el principio mismo, tecnología. Los monocultivos de arroz, de trigo; la generación de plantas cultivadas, de animales domésticos, son necesidades para la supervivencia del ser humano y son intervenciones tecnológicas. Entonces, pretender volver a una sociedad con métodos de cultivo parecidas a la sociedad primitiva pretecnológica es utópico porque la esperanza de vida bajaría drásticamente, habría hambrunas, habría muertes. No tiene nada de natural primitivamente cultivar 2000 hectáreas de arroz en un monocultivo, es decir arrasar lo que había en esa zona. Pero si vos no cultivás esas 2000 hectáreas de arroz, mucha gente se muere de hambre. Entonces ahí es donde lo tecnológico es natural, es natural a nuestra especie.
–Lo difícil es el límite. Por ejemplo, los problemas que surgen con las mineras...
–Por supuesto. El límite está más relacionado con el para quién que con el para qué. El problema es si la intervención está sólo basada en el provecho económico de la empresa que lleva adelante el proyecto y no hay un control del Estado de manera de impedir que contamine, que arrase. Pero si el Estado hace los controles adecuados, la tecnología per se no es mala, puede ser provechosa. Tenemos que plantearnos la posibilidad de que haya tecnologías usadas por quienes no tienen intereses solamente de lucro y controladas sean más que útiles.
–Al final de La humanidad del genoma... hace una especie de oda a los libros.
–Ese capítulo era una reflexión sobre todos los avances tecnológicos que hubo en la vida cotidiana desde 1810 a 2010 en el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Uno repara en que no había fósforos, no había hojitas de afeitar, no había alambre de púas, no había petróleo, etc. Todas cosas que se fueron incorporando en esos 200 años. Pero algo sí había: los libros. En ese sentido, si bien hay una discusión de si el libro va a perdurar como objeto, el libro en sí es una de las cosas más grandes que tiene la humanidad.
Página/12 - 22 de diciembre de 2013