“La globalización le ha ganado la pulseada a la posmodernidad”
En una entrevista con Página/12 pasó revista a las nuevas temáticas culturales latinoamericanas, al triunfo de la globalización sobre la posmodernidad, al estado la industrialización cultural, entre otros temas. Dejó clara su sensación de que el sueño de Carlos Menem de que la Argentina sea parte del Primer Mundo se entiende como un paso de grotesco cuando se analiza con rigor la realidad del país, o incluso lo que los diarios publican sobre la actualidad internacional.
–¿Por qué habla de la “modernidad latinoamericana”, cuando el mundo intelectual parece reflexionar sobre la posmodernidad?
–Para muchos autores la posmodernidad no sustituye a la modernidad, sino que es una profundización de algunas características de ella. Por ejemplo, la relativización de las narraciones absolutas, la multifocalidad en el análisis de los procesos sociales. Algunas de las orientaciones de la posmodernidad implican cuestionar supuestos propios de la modernidad, por ejemplo la pretensión teleológica moderna de conducir la historia en cierta dirección y para todo el mundo. Después de veinte años el pensamiento posmoderno ha aparecido acentuando tendencias del pensamiento moderno y llevándolas a consecuencias más radicales. Pero es necesario plantear otra cuestión: en el pensamiento actual la cuestión de la posmodernidad ha declinado mucho. Ha habido un avance de la globalización como temática hegemónica en el pensamiento internacional. Lo que sucede en cualquier lugar del mundo tiene resonancia en los otros lugares. Tal vez donde más se advierte ese fenómeno es en el mercado financiero: la crisis de México en 1994, el sudeste asiático en 1997, Brasil y Rusia. Esto significa un desafío al énfasis exagerado que el pensamiento posmoderno hizo de la idea de lo fragmentado o disperso. No es falso, pero no es consistente ordenar el mundo con esos términos. Aun en el campo cultural, que fue donde el pensamiento posmoderno logró mostrarse más exitoso, encontramos que el 80 por ciento de la producción musical mundial está concentrada en seis grandes empresas trasnacionales. No es posible pensar el mundo en forma fraccionada. El pensamiento de la globalización se ha impuesto al posmoderno, aunque captando algunos de sus aportes.
–Su insistencia en un análisis latinoamericano de la realidad, ¿es una respuesta a la existencia de un discurso que porfía en que el mundo está definitivamente globalizado?
–No soy latinoamericanista como han sido en otras épocas los que hablaban de la patria grande. Pero me parece que el modo en que América latina puede ubicarse en el mercado mundial de bienes materiales y simbólicos sigue siendo una cuestión pertinente. Es una pregunta viva, y además hay debates políticos y económicos todos los días sobre el tema. Hace dos años nos preguntábamos si íbamos a participar de un modoespecífico como conjunto de países latinoamericanos en los debates sobre el libre comercio internacional, y luego apareció el acuerdo multilateral de inversiones que transitoriamente se ha apagado pero que puede resurgir en cualquier momento, y que busca una indiferenciación trasnacional de las inversiones, y la imposibilidad de que los estados nacionales puedan poner límites a las inversiones que reciben. Reaparece más recientemente con los proyectos de dolarización, el debate si a la Argentina y otros países latinoamericanos le conviene integrarse a la economía norteamericana o mantener un juego más diversificado,
–¿Ve a la Argentina participando de ese proceso?
–La Argentina tiene una semejanza progresiva con América latina, tanto en la estructura económica como en el desarrollo cultural. La mayor presencia de la diversidad regional del país ya no puede expresarse sólo a través de lo que ocurre en Buenos Aires. Por otro lado, la aplicación de políticas idénticas, desde el ajuste neoliberal hasta las formas de integración a los mercados globales, generaron efectos integradores, pero también segregadores hacia dentro, acentuando características que tradicionalmente han sido vistas como latinoamericanas: predominio de los mercados informales sobre los formales, degradación de la vida en las ciudades, lumpenización de aspectos de la vida social y cultural. A eso se suman las migraciones de países vecinos. Y todo ello coloca la latinoamericanidad de la Argentina en primer plano.
–¿Cree que los medios de comunicación poseen tanto poder de homogeneización como la economía?
–Las redes de TV y la informática se interconectan cada vez más, en lo simbólico y en lo material, en la circulación y el consumo. Todo está relacionado con la reorganización de la vida cultural este fin de siglo en el contexto de la cultura industrializada. Ese reordenamiento es homogeneizador y a la vez generador de nuevas diferencias. Homogeneizador porque pierden importancia las diferencias nacionales. La mayor parte de la cultura que recibimos procede de instancias supranacionales. Pero esa industrialización y masividad del desarrollo cultural también produce segmentaciones mayores entre generaciones. En algunos casos particulares –como MTV– reconocen también diferencias regionales. MTV es un ejemplo elocuente de modulación trasnacional de una empresa muy centralizada que va adecuándose para ofrecer voces, músicas diferentes en las distintas zonas en que actúa; también es uno de los actores más importantes no sólo en la integración latinoamericana sino interamericana.
–¿Cómo ve usted la situación de la industria cultural en la Argentina?
–Algo que me sorprende mucho cuando vengo a Buenos Aires es la bajísima presencia de información internacional en los medios de prensa. Llevo 12 días aquí sin haber leído una sola noticia sobre una reunión de presidentes de 14 países latinoamericanos que hubo en México. Un diario que envió un corresponsal al evento, publicó el sábado una entrevista a Menem donde habla sobre dolarización, en lugar de informar sobre la reunión o de lo que pasa en los otros países latinoamericanos. La prensa argentina se ha vuelto un instrumento poco útil para entender lo que ocurre en el mundo. En cambio, algunos programas de TV por cable pueden ser mucho más útiles, aunque por las exigencias de ritmo y lenguaje televisivo la capacidad de profundizar la complejidad del problema es menor que en la prensa escrita. Distintas industrias culturales ofrecen distintas posibilidades de apertura al mundo, de comprensión de la propia diversidad multicultural de la sociedad en que se vive. Los diarios no parecen acompañar la pretensión del menemismo de situarnos con fluidez en el Primer Mundo. Hoy esa pretensión resulta grotesca, quizá de la más inverosímiles del discurso de Menem. Mucho de lo que llega de información a Buenos Aires desde el extranjero lo podemos recoger a través de MTV o de CNN. Por otro lado, creo que existe una apertura –especialmente en los jóvenes– donde la interacción con músicas de distintas regiones del mundo es mucho más dinámica, creativa y complejo. No se puede hablar de las industrias culturales como un solo bloque.
–¿De qué trata el libro, en síntesis?
–Algunas de las preguntas que lo organizan son las siguientes: ¿por qué han fracasado en América latina tantos intentos de integración interregional, ya sea en los sistemas de información, en intercambio cultural, en la producción radial y cinematográfica? ¿Qué va a pasar en los próximos años con la enorme producción latinoamericana, con la incipiente producción cinematográfica, que está resurgiendo? En algunos campos como la informática, la situación parece alarmante, por haber perdido el tren respecto del desarrollo internacional. En otros campos, por ejemplo los audiovisuales, hay una producción valiosa en los países exportadores como Brasil y México, aunque también en otros como Argentina, Chile, Colombia y Venezuela. Este libro intenta hacer un diagnóstico actualizado tomando información reciente, confrontando los datos latinoamericanos con los de la industria mundial, y tratando de establecer nuevas coordenadas para pensar el problema.
Página/12