El virus del zika: bienvenidos al futuro de un clima distópico
Extendido por mosquitos cuyo alcance se amplía a medida que el clima se recalienta, el zika provoca síntomas como los de una gripe suave. Pero las mujeres embarazadas a las que pique el mosquito equivocado son susceptible de dar a luz bebés de cabeza reducida. Brasil registró el año pasado 4.000 casos de esta “microcefalia”. A día de hoy, las autoridades de Brasil, Colombia, Jamaica, El Salvador y Venezuela han apremiado a las mujeres a que eviten quedarse embarazadas.
Pensemos en esto. Las mujeres han de evitar la más esencial y hermosa de las tareas humanas. Es impensable. O más bien, es algo salido de una historia ciencia ficción, el núcleo absoluto de un futuro distópico. “Se recomienda que la mujeres retrasen – en la medida de lo posible – la decisión de quedarse embarazadas hasta que el país pueda salir de la fase epidémica del virus del zika”, afirmaron las autoridades sanitarias colombianas, añadiendo que quienes viven en zonas de baja altitud deberían mudarse a zonas más elevadas si es posible, fuera del fácil alcance de los mosquitos.
Ahora pensemos en las mujeres que ya están embarazadas y que pasarán los próximos meses en un tránquilo pánico por si sus vidas se ven trastornadas. Tratemos de imaginar lo que significa sentirse así, la ira, la culpa, la penetrante ansiedad en el momento en que más quieres sentirte en calma y con serenidad.
Y pensemos ahora en las consecuencias mayores, menos íntimas: este es un paso más en la division del mundo entre zonas relativamente seguras y zonas peligrosas, un apartheid epidemiológico emergente. Los CDC [Centros de Control –y Prevención- de Enfermedades / Centers for Disease Control and Prevention, organismo de la sanidad pública norteamericana] ya le ha dicho a esas norteamericanas que piensan en quedarse embarazadas que eviten viajar a veinte países latinoamericanos y caribeños.
Al final, por supuesto, la enfermedad llegará a estas costas: una decena por lo menos de norteamericanos ha vuelto con la infección del extranjero, y ya ha nacido aun bebé microcéfalo en Hawaii de una madre que estuvo expuesta en Brasil al inicio de su embarazo. Pero Norteamérica es lo bastante rica como para evitar lo peor del desbarajuste que sus peores hábitos de combustibles fósiles han ayudado a crear.
Como de costumbre, son los más pobres y vulnerables los que llevan la peor parte. En Brasil, las tropas del Ejército van puerta a puerta drenando charcos y macetas de agua estancada en los que pudieran engendrarse mosquitos; en Jamaica, el ministro de Sanidad afirmó de modo lastimero: “Voy a ser franco, no tenemos bastantes bombas termonebulizadoras para cada una de las comunidades de Jamaica” con los pesticidas que podrían ayudar a controlar el brote.
Y así los residentes del mundo rico viajarán inevitablemente con menos frecuencia a los lugares que empiezan a salir de la pobreza. Los vínculos que aceleran el desarrollo comenzarán a marchitarse; hasta las Olimpiadas, en teoría nuestro escaparate de solidaridad internacional, es probable que se convierta en dos terribles semanas en Rio este próximo agosto.
El zika no es la única fuerza que empuja en esa dirección, por supuesto. Es duro imaginar quién va a visitar Burkina Faso o Mali en un próximo futuro, después de que Al Qaeda y el EI hayan hecho volar los principales hoteles occidentales. Los expatriados están empezando a desertar de Beiying y Nueva Delhi porque quién quiere criar a sus hijos en medio de un “smog” tan nocivo que llevar mascarilla es un complemento de moda.
Evidentemente, tenemos que brindar toda la ayuda posible a todas las Américas, tenemos que asegurarnos de que disponen de bombas termonebulizadoras y equipos de pruebas y grupos de médicos que puedan ser de ayuda. Pero aún más evidentemente, tenemos que afrontar el hecho de que presionar sobre los límites de la ecología del planeta se ha convertido en un peligro que adopta formas novedosas. Los acuerdos de París sobre el clima parecen ya caducos y pusilánimes a la vista de estas noticias. Estamos en una emergencia que se metamorfosea cada semana en una nueva y espantosa calamidad.
Una civilización en la que no se puede tener un bebé en condiciones seguras apenas sí es una civilización.
- Bill McKibben, es un conocido medioambientalista estadounidense, especialmente respetado por sus escritos sobre el cambio climático y fundador de la organización 350.org. Actualmente es «Schumann Distinguished Scholar» en el Middlebury College, en Vermont.
Sinpermiso - 31 de enero de 2016