Corrupción y Proyectos Políticos

Germán Linzer
En 1969 Dudley Seers, quien fue economista especializado en desarrollo de Oxford, Sussex y las Naciones Unidas, afirmaba sobre su especialidad: “Las preguntas que hay que formular sobre el desarrollo de un país son, por lo tanto, las siguientes:

¿qué ha pasado con la pobreza? ¿qué ha pasado con el empleo? ¿qué ha pasado con la desigualdad? Si los tres indicadores no han empeorado [y la renta per cápita ha mejorado], entonces, más allá de toda duda, se puede afirmar que ha habido un período de desarrollo en el país en cuestión.”

Tomando estas variables, luego de doce años de administración kirchnerista debería haber un consenso generalizado de que el país se desarrolló… pero no es así.

Más bien, el porcentaje mayoritario de la población entendió que el país estaba sumido en una “crisis” (que no por “asintomática” sería menos grave) y por eso decidió torcer el rumbo político.

Un investigador sueco o danés, por ejemplo, tratando de entender el proceso, podría pensar que eso ocurrió porque que el porcentaje mayoritario de la población entendió que esas variables considerada (empleo, pobreza, distribución del ingreso y renta per cápita) no cubrían todos los aspectos del desarrollo. Pero ese investigador hipotético no saldría de su asombro cuando cotejase la posición relativa de la Argentina según el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, que cubre otras áreas (como salud, educación y riqueza), y que ubicaba en 2015 al país en la mejor posición de Latinoamérica.

¿Que fue entonces lo que falló? ¿Por qué la sensación crisis y falta de desarrollo en la mayoría de la población? Este fenómeno requiere que intentemos comprenderlo si es que queremos superarlo.

Desde un punto de vista económico, se puede sin duda decir que la Argentina no llevó adelante una “agenda del desarrollo”, y, por ello, chocó con las históricas limitaciones existentes para profundizar el proceso de industrialización y el programa de obras públicas. En ese sentido, se puede decir que el estímulo de la demanda como motor del crecimiento, que le permitió a la Argentina crecer, incluso en 2015 y en el marco de un contexto externo hostil, generó un proceso inflacionario que fue percibido como nocivo (aunque las negociaciones paritarias superasen en casi todo el período kirchnerista a la pauta inflacionaria).

Por otro lado, se acusó al “régimen kichnerista” de “moralmente enfermo”. Nada bueno, ni aun el desarrollo mencionado, podía ser “sano” si sus funcionarios y militantes, como se acusaba, eran corruptos: el bajo porcentaje del desempleo sería el resultado de contratar militancia y de “mantener vagos” que fugarían el dinero por la “alcantarilla del juego y las drogas”; el crecimiento y la inversión pública habrían sido creados artificialmente por medio del déficit fiscal y la emisión monetaria; la redistribución del ingreso, asociada con una presión impositiva “de las más altas del mundo”, habría sido la causa de la falta de estímulos a la inversión; e, incluso el crecimiento de la ciencia y la tecnología habría sido causado por la inversión en proyectos innecesarios e ineficientes.

Pero se dio un paso más y se asoció la corrupción política con uno de los fenómenos más deletéreos para la sociedad: la inseguridad y el narcotráfico.

En este punto nadie puede negar que los hechos de corrupción, y más aún los asociados con el narcotráfico, deben ser investigados y duramente castigados. La pregunta es ¿son ellos la esencia de los proyectos políticos en la Argentina? O invirtiendo por un rato las acusaciones, ¿el gobierno de Cambiemos puede ser descalificado porque el Presidente tiene sociedades off shore para evadir y desfinanciar al Estado que ahora gobierna?

La idea que inspira este trabajo es que no, que aun en la existencia probada de hechos de corrupción, condenables todos y cada uno de ellos porque son un agravio para la sociedad que los sufre, no pueden confundir sobre la naturaleza de los proyectos políticos.

Se acusó al Yrigoyenismo de corrupto, y lo hicieron quienes después instaurarían la “década infame”. Se acusó al Peronismo de corrupto, por parte de quienes luego devastarían al país durante sucesivas dictaduras militares. Se acusó al Alfonsinismo de corrupto, y luego vino la década de los ´90, que se animó a volar por los aires a un pueblo entero.

Interpretar la naturaleza de los gobiernos por hechos de corrupción, sin entender los proyectos políticos que hay detrás de ellos, muestra ser una maniobra de manipulación electoral extremadamente perjudicial en nuestra historia.

Hablar de corrupción sin mencionar los proyectos políticos no sólo es deletéreo para el proceso democrático (piénsese que De La Rúa vence “moralmente” al “menemismo” dando continuidad a su proyecto político), sino que, además, poner a “la corrupción” en el centro del debato político es parte de una estrategia sistemática contra los gobiernos nacionales y populares.

En efecto, los gobiernos nacionales y populares tienen a la población como el sujeto de desarrollo (empleo, derechos sociales y económicos, dignificación, desarrollo de capacidades nacionales, etc.). Por lo tanto, las grandes mayorías mejoran su calidad de vida a partir de ellos… hasta que se chocan con las limitaciones históricas producto de la falta de “cambio estructural”.

Los programas liberales, en cambio, siempre priorizan la estabilidad de las variables (macro) económicas para alentar una supuesta inversión privada (fundamentalmente externa), que será la que se promete que nos salvará de todos los males del atraso. Pero para llegar a esa situación, se requiere de “esfuerzos” y “ajustes” (que sólo recaen sobre los sectores medios y populares).

En los hechos, y comparados por las consecuencias de sus programas sobre el grueso de la población, un programa de derecha nunca podría ganarle a uno de orientación nacional y popular… pero… ¡la corrupción!

Se busca (exitosamente) asociar corrupción a proyectos políticos para poder deslegitimar a estos últimos sin recurrir al duro ejercicio de contrastar programas. Se habla de corrupción para desmantelar la presencia del Estado en la economía y como garante de derechos, porque para la derecha el sujeto del desarrollo es “el inversor” y no la sociedad en su conjunto.

Terminemos de redondear la idea. Ninguna lucha contra la corrupción puede legitimar enviar a más de cuatro millones de compatriotas por debajo de la línea de pobreza.

No hay fin que justifique los medios si la política se financia con dinero del narcotráfico y la corrupción, pero, ¿fue esa la esencia del kirchnerismo? No lo fue, así como no es la esencia de Cambiemos el “capitalismo de amigos”, la evasión fiscal y la fuga de capitales.

Detrás están los proyectos políticos, esos que ya no están en la agenda de los medios de comunicación, pero que definen el futuro de los pueblos.

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