Mitos del Pacífico
La Alianza del Pacífico cuenta con más crecimiento económico, más exportaciones y más comercio, que la iniciativa del Mercosur”. Se trataba así de un agrupamiento novedoso, opuesto al esquema de asociación encabezado por Argentina y Brasil, en el que cuatro países con economías no demasiado complementarias impulsaban aumentar el comercio y “desideologizar” las relaciones entre países de la región.
Resulta entendible que este discurso, pretendidamente pragmático, seduzca al presidente Macri, ya que resulta casi un calco de su prédica posideológica y su visión sobre las relaciones internacionales. Sin embargo, más allá de las declamaciones ¿Qué es la Alianza del Pacífico? ¿Constituye un modelo de integración regional? ¿Cuáles son sus objetivos y cuáles sus logros? ¿Puede aportar algo a la Argentina?
Los cuatro países que integran la Alianza del Pacífico se caracterizan por un perfil exportador, de escaso valor agregado, y con una estrategia de inserción basada en la apertura comercial indiscriminada. Mientras Chile, Perú y Colombia se especializan en la exportación de materias primas, México se especializa en manufacturas industriales de diverso tipo, mayormente bajo el régimen de maquila, por medio del cual la agregación de valor doméstico apenas se limita al ensamblaje de productos finales, por lo relativamente barato de su mano de obra.
Sin perfiles económicos demasiado complementarios, ni planes de desarrollo conjuntos, no sorprende que, en materia comercial, la Alianza no haya producido demasiados resultados. Si observamos el comercio entre los países del bloque veremos que no fue más dinámico que el que estos países tienen con el mundo en su conjunto. Si en 2011 (año en que se puso en vigor la Alianza) el 4,8 por ciento de las exportaciones de México, Perú, Chile y Colombia se explicó por el comercio intrabloque; en 2015, la cifra se había reducido al 4,7 por ciento.
Encontramos en cambio, muchos más rasgos comunes entre los países de la Alianza si observamos su estrategia de inserción económica global. Todos ellos intentaron suscribir acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos, y sólo la falta de voluntad del Congreso estadounidense evitó que Perú y Colombia se encuentren en la misma situación que Chile y México en esta materia. Asimismo, Chile, México y Perú son firmantes del acuerdo transpacífico y Colombia ha expresado su voluntad de integrarlo.
Como vemos, si bien la Alianza no muestra resultados en materia de integración comercial entre sus socios, es cierto que propone un modelo de inserción global. Vale entonces preguntarse si este modelo tiene elementos positivos para la estrategia argentina en la materia.
Un caso que resulta interesante para evaluar es el mexicano, país que, junto a Brasil y Argentina, cuenta con una trayectoria industrial de significancia mayor a la de otros de la región. El caso mexicano deja a la vista varias cuestiones. Desde la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, suscripto con Estados Unidos y Canadá en 1994) el país fue bastante dinámico en términos de exportaciones. Sin embargo, su PIB creció a tasas sensiblemente menores a los de otros países latinoamericanos. La parte de la economía que no exporta no vivió ningún efecto contagio respecto de los sectores exportadores, que operan como si estuvieran aislados del resto del tejido productivo.
En paralelo, diversos eslabones de las cadenas productivas mexicanas desaparecieron, invadidos por productos norteamericanos. Un ejemplo claro es el sector agropecuario, donde México tenía un leve superávit a mediados de los ‘90 y hoy es deficitario, con la consecuente crisis para las economías rurales y sus consecuencias sobre la población local (es un dato llamativo que las regiones mexicanas más castigadas por este fenómeno sean donde el narcotráfico más se ha desarrollado).
Por otra parte, el caso mexicano ilustra que la canasta exportable de un país no significa mucho en sí misma, y que es clave la función que cumple el país en el proceso productivo. México se limita a ofrecer mano de obra barata para los eslabones de ensamblaje, que requieren relativamente bajas capacidades, y cuya participación en funciones intensivas en conocimiento como investigación y desarrollo, diseño, marketing, know-how manufactureros complejos o comercialización es escasa. Ello explica que al pobre desempeño económico mexicano desde la entrada en vigencia del TLCAN, se sumen también escasos logros sociales: hoy el salario mínimo real es en México 4 pro ciento inferior al del año 2000 (cuando en países como Argentina o Brasil es cerca del doble) con el 53 por ciento de la población debajo de la línea de pobreza (cuando en 2003-2007 promedió el 46 por ciento).
Los gobiernos mexicanos –que desde los ‘80 han abrazado la idea de que el Estado debe intervenir poco en la economía– han sido responsables de la decisión de que el país sea una plataforma de exportación en base a salarios bajos, en lugar de aprovechar un enorme mercado interno (por la vía de mejoras en el poder adquisitivo de la población) para potenciar las capacidades productivas en el conjunto del territorio. A su vez, la adhesión al TLCAN redujo el grado de autonomía para la ejecución de la política económica, por ejemplo al limitar el uso de mecanismos de administración del comercio o al haber sellado numerosos compromisos regulatorios en favor de las multinacionales extranjeras, sin que éstas se vean obligadas a hacer mayores contraprestaciones al resto del aparato productivo mexicano.
Esta situación podría potenciarse de entrar en vigencia el Acuerdo Transpacífico, que prevé numerosos mecanismos de arbitrajes para “protección de las inversiones”, similares a los que conocemos en Argentina por la jurisdicción del CIADI y cuyos costos aún hoy estamos pagando. Por otro lado, el acuerdo incrementa la protección en materia de patentes, dificultando los desarrollos tecnológicos autónomos en los países más débiles.
En estas condiciones, no parece haber ningún elemento relevante que permita compartir el entusiasmo mostrado por el gobierno argentino en estrechar vínculos con la Alianza del Pacífico. Si los ambiciosos objetivos declamados por los gobiernos progresistas de la región quedaron en gran parte irrealizados, la colaboración entre estados, el desarrollo de instrumentos financieros e infraestructura a nivel continental, por utópicos que parezcan en la actual coyuntura, mantienen carácter estratégico para nuestras naciones. La renuncia al indispensable objetivo de integración y complementación productiva con las economías de la región para dar paso a un proceso de apertura indiscriminada con las grandes potencias globales es un augurio preocupante para un país que pretende alcanzar una etapa de desarrollo.
- Martín Schapiro, Abogado, maestrando en derecho administrativo (UBA) y analista internacional.
- Daniel Schteingart, Magister en Sociología Económica (Idaes-Unsam) y miembro de SIDBaires.
Suplemento CASH de Página/12 - 17 de julio de 2016