El Tirano a la mexicana: Trump, la inverosímil verdad

Abraham Trillo

 

Aunque el candidato republicano no gane las elecciones, Peña Nieto ya se ganó un lugar en los libros de historia de México, como el Presidente que invito a su enemigo a insultarle a su propia casa.

En México existe una expresión coloquial por todos conocida: “ponerse de pechito”; esto significa situarse -consciente o inconscientemente- en una posición vulnerable para ser atacado. Enrique Peña Nieto invoco este regionalismo azteca al extender la invitación al país, al candidato republicano a la presidencia a Estados Unidos, Donald Trump, para “conversar sobre la relación bilateral”.

Históricamente, -con el marco del conflicto bélico de mitad del siglo XIX- , la relación entre ambos países nunca se han caracterizado por ser armónicas, equilibradas o fraternales; las discordancias son de tal grado, que continúan cicatrizando; son lesiones que han marcado a generaciones de mexicanos y que su continuo proceso de sanación no puede pasar inadvertidamente. Por ello, un factor inmerso en nuestro ADN, nos decía que la reunión era un acto de inclinarse ante el hombre que más ha insultado públicamente a nuestro país.

A manera de un chiste de mal gusto, los mexicanos comenzamos a sentir el rigor del rumor, de que el candidato a la presidencia de EE.UU. Donald Trump, aquel que como promesa de campaña ha jurado que obligará a México a pagar un muro fronterizo entre ambos países, era invitado a “dialogar”. El rumor dejo de serlo, cuando a través de redes sociales, el Presidente confirmaba la reunión bajo el argumento de “apostar por el diálogo para promover los intereses de México en el mundo y, principalmente, para proteger a los mexicanos donde quiera que estén” explicaba vía twitter Peña Nieto.

Previo a la reunión, las especulaciones flotaban y mostraban un sinsabor generalizado y preocupante. Los pocos creyentes pensaron que se trataba de un acto pragmático del gobierno mexicano para construir líneas de comunicación con Trump, como serio aspirante a la presidencia de EE.UU. Otros, ingenuamente apostaban por el viraje de la retórica del candidato, con suavizar su enfoque migratorio y cesar de una buena vez la fila de insultos y humillaciones que hemos sido objeto durante más de año. Para los más, la reunión podría enfocarse a la táctica de mejorar la desgastada imagen del mandatario mexicano, considerando el bajo nivel de aprobación de su labor presidencial y los escándalos de la Casa Blanca, la construcción del tren México-Querétaro y recientemente el plagio de su tesis de licenciatura. No obstante, un punto coincidente era que el encuentro representaba la apuesta más arriesgada del sexenio de Peña Nieto.

Sin embargo, ni el cambio de discurso, ni la praxis diplomática, ni la estrategia de repunte de aceptación, fueron tesis airosas, tampoco lo fue el encuentro con la presidencia de la república, por el contrario, con el discurso sobre política migratoria dado en Arizona, donde muy distante de los dichos ofrecidos horas antes en la conferencia de prensa junto a Peña Nieto, Trump eufóricamente afirmaba que “quienes están aquí ilegalmente y buscan estatus legal, solo tendrán una ruta: volver a casa…vamos a construir un alto y hermoso muro en la frontera sureña”, nada lejano a su discurso de presentación como candidato donde aseguraba que el gobierno mexicano enviaba criminales y violadores a través de la frontera, Donald ratificaba su antipatía hacia los mexicanos, nada nuevo ni nada sorprendente, sobre todo si razonamos que suavizar su política significaba perder a su electorado.

Por ello, Trump ganó la batalla dispar. Era lógico, tenía todo para hacerlo. Su dureza en el trato, lo proyecto como un hombre realmente presidencial, apuntaló su posición demagógica, fascista y populista y con ello atrajo el voto, entre ellos el latino. Posterior a su visita, rompió la racha negativa en los sondeos electorales y registro un discreto acercamiento a la candidata demócrata Hillary Clinton, apenas 3 puntos porcentuales. Lo anterior lo documenta claramente el periódico The Economist, en su publicación del pasado 3 de septiembre cuando afirma que “al permitir a su visitante verse presidencial, ha ayudado a Trump a presentar algunos quiebres en una retórica que parecía inevitablemente electoral” y agregó “incluso si Clinton ganara la presidencia, ella no podrá dar las gracias a Peña Nieto por eso. Si resulta que Peña Nieto ayudó a Trump a ser electo, muchos mexicanos nunca se lo perdonarán a él ni a su partido, y tampoco la mayoría del resto del mundo”. Confirmado, México no solo daba el espaldarazo a Donald sino que contribuía en su campaña política.

Por desgracia, la experiencia de lo que va de la administración del presidente Peña Nieto, nos orilla a pensar –paranoicamente-, en que detrás de la osada jugada existe algo más, sobre todo si consideramos que México históricamente ha mantenido distancia con el proceso electoral del país vecino y que apenas en julio el mandatario mexicano le hacía saber a su similar Barack Obama, que no intervendría de ninguna manera en el proceso electoral de ese país. Que detrás de la derrota sobre la diplomacia mexicana, existen otros intereses, una necesidad estratégica quizá. Muchas de las decisiones que toman los gobernantes, pueden ser impopulares entre la población, pero cuando estas son rechazadas absolutamente por todos los sectores sociales, el problema ya no es el enfrentar a la opinión pública, sino a evitar que la oposición general se volqué en una crisis política. Eso no estaba en el guión.

Peña Nieto no solamente no dimensionó el error histórico de su encuentro, sino que tampoco supo aprovechar la oportunidad irrepetible de redimirse hacia un pueblo mexicano, sobajado por las recurrentes injurias del multimillonario gringo. Debió de decirle “Mr. Trump, discúlpese por llamarnos criminales y violadores”, “no vamos a costear y a permitir la construcción de ningún muro” entre otras cosas. Debió de enfrentarlo como se le encara a un opresor, en palabras del historiador Enrique Krauze, “a los tiranos no se les apacigua, a los tiranos se les enfrenta”. Muchos de nosotros esperábamos esa disculpa. Contrariamente, la valentía y dignidad estuvieron ausentes en la cita, y con ellas la exoneración presidencial. Los insultos se convirtieron en “malos entendidos” y los pinches mexicanos nos volvimos “gente tremenda…sin tacha”.

Aunque el candidato republicano no gane las elecciones, Peña Nieto ya se ganó un lugar en los libros de historia de México, como el Presidente que invito a su enemigo a insultarle a su propia casa. Pero si Donald Trump llega a ganar la presidencia, el gobierno de Peña medirá la dimensión histórica de su error; como lo apunta el ensayista mexicano Jesús Silva Herzog “los historiadores recordarán el 31 de agosto del 2016 como la fecha en que relanzó, desde Los Pinos, su campaña”, la fecha en que Peña Nieto, termino poniéndose de pechito.

 

Con Nuestra América - 10 de septiembre de 2016

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