Arjun Appadurai, un antropólogo en la corte de las finanzas
El ensayista sostiene que vivimos una época al ritmo de los mercados que ocupan el lugar de Dios y del sacerdote.
Parece estar siempre de buen humor Arjun Appadurai. Será para contrarrestar el universo de pesadumbres y violencias políticas y sociales en el cual suele internarse. De las minorías, sus derechos, a la agresividad del mundo financiero vuela sin escalas. Habla rápido y conecta ideas, tiempos y lugares con precisión. Es antropólogo y posee una mirada inquieta: no se le escapa detalle de lo que pasa a su alrededor en el hall del más clásico y refinados de los hoteles de la ciudad. Estuvo en Buenos Aires invitado por la Fundación Medifé, dio una conferencia en el Malba acompañado por su colega Alejandro Grimson y trajo bajo el brazo su reciente libro Hacer negocios con palabras (Siglo XXI).
En este trabajo, Appadurai aborda el capitalismo contemporáneo y sostiene que la crisis del sistema financiero de 2007-2008 fue una crisis del lenguaje. ¿Cómo lo explica? A través del concepto de “derivada”. Se trata de un activo que posee un valor encadenado al de otro activo que a su vez, también puede ser derivado. Es por ello que sostiene que este círculo financiero se transforma en un fenómeno lingüístico porque adquiere fuerza en el intercambio. Es decir, cuando dos partes firman un contrato escrito para hacer una transacción y cumplir con lo prometido. El antropólogo explica que el sistema financiero actual está asentado en este papel firmado, muy antiguo, que entró en crisis. Y es aquí donde encuentra una verdadera revolución en la historia del capitalismo: los contratos más lucrativos ya no son esos que las partes honran el pacto inicial. Son aquellos con los que una parte gana sumas siderales cuando el otro no cumple. Parte de estos temas, ya los había tratado en El futuro como hecho cultural(FCE).
Appadurai también aprovechó esta incursión en el mundo financiero para entretenerse con una decena de películas que retratan el mundo financiero como Wall Street; El lobo de Wall Street; La gran apuesta, etcétera. “Esas películas captan el espíritu de Wall Street, la agresión, el estrés, y esa sensación de estar siempre en el límite, en el abismo de la ilegalidad, todos quieren más dinero”.
Bolsa de Londres. En sus pensamientos, dice Appadurai, el mercado es siempre eficiente, todo puede andar mal pero los mercados se creen eficientes. Foto: EFE
–O sea que estamos viviendo la era del dinero, de...
–La era de las finanzas o de la financiarización. Es un proceso muy grande y es lo que define nuestros planes.
–¿Desde cuándo estamos viviendo esta época?
–Es algo que comienza en los inicios de los 70 en los EE.UU. cuando un economista y un grupo de estudiantes de negocios crearon un modelo matemático nuevo para poner los valores a futuro. Eso es la financiarización, es decir, la forma en que el dinero se utiliza para obtener más dinero a través de créditos, especulaciones e inversiones. Así se introduce la comercialización de “futuros” de todas las mercancías en esos mercados de mediados del siglo XIX en Estados Unidos. Era imposible saber lo que iba a costar una mercancía en el futuro pero así se valúan las commodities. En realidad no hay suficientes mecanismos para calcular el precio de esos valores. Este modelo de intercambios financieros se intensificó en los 70, 80, 90 y después creció desmesuradamente por más de quince años y lo hizo en un nivel muy muy alto. Y después colapsó en 2007, 2008. Hoy realmente la financiarización domina el mundo de la economía, y tiene efectos en otras cosas.
–¿De qué globalización estamos hablando, cuál es la que usted define?
–Claro, hay diferentes modelos pero lo que veo es que la globalización está regida por la idea del dinero que produce más dinero, y esto tiene que ver con la creación de servicios, la producción de manufacturas, las fábricas. Y lo que veo es que el campo del dinero que hace dinero, el de las finanzas, es el que más está creciendo. La globalización, en realidad, es efecto de esto porque las finanzas provocan las mudanzas de fábricas, por ejemplo. Constantemente se están buscando mercados globales. Ellos siempre están en temporada de caza. ¿Dónde van? Van adonde están los mejores valores, los mejores intercambios, y es por esto que tienen efectos en la política, la cultura, la sociedad incluso si la gente no es consciente de ello. Lo que ocurre con las economías nacionales es que están realmente contentas de pertenecer a este entramado. Qué pasaría si las finanzas fueran realmente eliminadas, si hubiera un control nacional de la economía. Entonces la gente comenzará a sentir que ellos tienen el poder de las fuerzas reales y verían los resultados de esto. Y esos resultados pueden ser muy diversos: populismos, en algunos casos terrorismo, brexit, exit, separatismos como el catalán, por ejemplo. En todos los casos hay conexión con profundas crisis económicas, escenarios de finanzas rotas. A veces la conexión es directa, porque la gente se enoja con los bancos como en Grecia, en Brasil donde las pensiones son cada vez más pequeñas,y en otros casos, la gente no sabe por qué está enojada. La gente no puede vivir si no tiene crédito. Y eso no está bien porque también vemos que hay gente que vive extremadamente bien que lleva el dinero al banco y el banco, a su vez, la trabaja con pensiones, seguros, salud.
–¿Por qué cree que la crisis del 2007-2008 fue un problema lingüístico?
–En la crisis de 2007-2008 cayó un castillo hecho de palabras de contratos, que eran una cadena, una montaña generada por la acumulación de los valores monetarios que venían de las apuestas a precios futuros que nadie puede conocer. Cuando los mercados se detuvieron y no hubo más compradores colapsó la estructura de promesas en la que se apoyó el negocio de las finanzas. En el sector financiero los países latinoamericanos participan de los negocios globales como pasó en Buenos Aires, Río de Janeiro. Los mercados globales financieros encuentran una presencia muy sofisticada en América Latina. Eso no ocurre en otros lugares, ni siquiera en la India, donde ni los bonos ni los fondos buitres son situaciones tan avanzadas. Aquí, en Latinoamérica, hay mercados similares a los europeos o de EE.UU pero se distinguen porque el mercado financiero se basa en la capacidad de producir deuda: deuda estudiantil, de seguros, de consumidor, cada vez que producimos un dólar de deuda, alimentamos esa fe global. Es nuestro dinero que luego se multiplica y todo vuelve a comenzar. Me pregunto si en Latinoamérica, con sus complejidades como región, si no hay preocupación por la relación siempre complicada con el sector financiero.
–Antes de escribir este libro, ¿usted conocía este mundo?
–Publiqué este libro en 2015 pero nació cuando yo era estudiante de posgrado en el Comité de Pensamiento Social de la Universidad de Chicago, fue entonces que tomé contacto con la obra de Max Weber. Escribí pensando en cómo la antropología podía explicar el mundo de las finanzas. Y lo que quise demostrar es que la crisis financiera 2007- 2008 fue una crisis del lenguaje. Su papel en el mercado
–¿La gente común puede entender este mundo?
–En mi opinión esta es la forma en que las operaciones, instituciones se representan a sí mismas, es muy complejo, muy sofisticado que ellos nunca comprenderán. Y no se entiende porque, entre otras cosas, el mundo de las finanzas se compone de gente muy agresiva.
–Hay religión aquí, usted habla del mercado como algo sagrado...
–Claro, lo sagrado, la salvación, etcétera. Esta idea viene de Max Weber, padre de la sociología, que analizó el capitalismo moderno. La religión sería un conjunto de significados y prácticas con el que se hace visible lo invisible y eso es precisamente el costado financiero de nuestras vidas. El mercado –básicamente el de los Estados Unidos– es tomado como un espacio que se confundía con Dios o lo sagrado, tal como lo planteaba Emile Durkheim. O sea, hacer negocios en el capitalismo está relacionado con la salvación. La gente que hace esa suerte de negocios en el capitalismo, hacen algo más que lo simplemente económico. Es un simbolismo que tiene que ver con la religión, la fe, pero no necesariamente se cree en Dios. Esta gente cree en el mercado y en las finanzas. Hay una idea de que el éxito del mercado es poder conectar lo invisible con las fuerzas visibles de nuestro mundo. Y así se termina con cualquier idea de solidaridad o comunidad moral.
–¿Cómo se sale de la antinomia -antigua pero vigente- de regulación del mercado o de la mano invisible del mercado?
–Esa idea está aún ahí en los mercados financieros, y entre los bancos. En sus pensamientos, el mercado es siempre eficiente, todo puede andar mal pero los mercados se creen eficientes y esa vieja idea de la mano invisible del mercado es pensar que el mercado sabe algo: eso es incorrecto. Son desregulados, y se los toma como lo que reúne a Dios y al sacerdote, está detrás de todo. Todo está allí, incluso si la realidad colapsa, si la casa se viene abajo, si el trabajo desapareciera, los mercados seguirían allí. El mercado es inteligente, eficiente, óptimo, ellos se ven a sí mismos como los sacerdotes del mercado. Pregunta: ¿si son dios y sacerdote, por qué no hacen algo mejor? La regulación del estado puede ser una situación tramposa cuando los mercados están un poco a la deriva. Algunos estados han tenido más o menos éxito controlando la capacidad de riesgo de las finanzas. En Latinoamérica ha habido controles, por ejemplo bajo los Kirchner, Pero hay límites, en Europa o en la India –con el banco central– hay controles por parte del estado pero con límites, regulan los bancos y las financieras. Pero en el mundo, la industria financiera empuja siempre un poco, más en los países donde el capitalismo es el más avanzado, donde el mercado es el dios de la biblia.
–El mercado es un ser vivo....
–Hay una palabra que usamos para la eficiencia, es algo nuevo y no es del estilo de Adam Smith. Esa palabra es liquidez. En la liquidez estamos seguros. Ese es el trabajo de un dios, mover el dinero para tener ganancias. Después del colapso, muchos bancos grandes, reforzaron la liquidez tanto porque es importante y porque deben continuar. Liquidez es todo, es conectar, es la nueva forma. El mercado es inteligente y es Dios y por eso estamos seguros, y el mercado es justo.
–El profesor de arte en la Universidad de Columbia, Jonathan Crary en su libro 24/7, tomó como ejemplo el mundo financiero para hablar de quienes trabajan las 24 horas del día, toda la semana. ¿Este ritmo ha contaminado nuestro estilo de vida?
–Es así. Hice una investigación y vi la conexión. Nuestro trabajo está muerto. Estamos aburridos de la tele, de la casa, de estudiar, de ir al club, y cuando estás aburrido, te dedicás a crear dinero y a gastarlo, los bancos lo saben y lo hacen. Esa es la base de la trampa: es el dinero que viene de nosotros. Tu trabajo como periodista y el mío de profesor son importantes para nosotros pero no para el sistema. Sí lo es el del que está en un banco. Todo es aburrido.
–¿Su libro La modernidad desbordada (FCE), fue un libro optimista? Entonces, usted creía en una armonía global. Luego, llegó el 11/9... ¿Qué piensa hoy?
–La idea de que este es un mundo de flujos de personas, ideas, commodities, todavía lo creo de verdad. Esos flujos crecen todo el tiempo. Cuando escribí ese libro en 1996, tenía la idea de que las naciones estaban en una gran posición y eso desapareció. Pero no me equivoqué en la esencia de que las naciones tienen muchos canales como los movimientos sociales, movimientos transnacionales, compañías multinacionales, muchos canales que no son controlados por las naciones. Me criticaron porque decían que era un libro escrito en un clima de celebración, con expectativas de un nuevo mundo de fronteras abiertas, mercados libres y democracias jóvenes. Años después escribí El rechazo de las minorías (Tusquets) analizando cómo esa globalización produjo movimientos etnocidas en los 90 y una guerra contra el islam en el siglo XXI. Muchos ven la globalización con efectos peligrosos, como el terrorismo, es posible porque el dinero influye y sirve para producir drogas, atentados, operaciones, populismos, represión a las minorías, refugiados, ¡mirá Trump! Los indios, por ejemplo, son optimistas, capaces de comunicarse rápido, usan la potencia de los redes sociales, pueden contar historias, usan twitter, tienen resultados maravillosos inmediatamente, hay posibilidades de que pasen cosas buenas con la globalización. Por otro lado, creo que hay sentimientos a los que nadie presta atención y es importante empezar a estudiarlos y seguirlos: ira, odio, envidia, ansiedad. Estas cosas se instalan, muchas veces desde los sectores más reaccionarios.
Revista Ñ de Clarín - 1 de diciembre de 2017