Caso José López: toda la verdad
La ficción queda relegada, amenazada. La realidad es todo, la hace trizas. El realismo socialista era aquella cultura monótona, ideológica, previsible. En cambio, nuestro realismo capitalista pretende hacer añicos a Netflix. House of cards era la cumbre, pero la conspiración brasileña la doblegó. Ninguna serie sobre seres ametralladores toleraría incluir en un solo capítulo los episodios que ocurren en Estados Unidos en una semana. Ni qué hablar de alguien que pretenda denunciar el hambre en el mundo o el cambio climático apelando a la ficción. Nada que hacer, el realismo nuestro, el realismo capitalista, podrá más.
La escena completa del monasterio, con bolsos, distintos tipos de moneda, relojes y el arma, es casi imposible de tornar verosímil por los mejores narradores y directores cinematográficos. Y sin embargo, lopecito lo hizo. Hizo “los pesitos”.
El gran narrador imaginario, llamativamente, necesitaría hacerse las mismas preguntas que los argentinos querrían hacerle a López, si pudieran tenerlo un buen rato delante de ellos. ¿Cómo piensa un corrupto? ¿Sabe al dedillo lo que está haciendo o se construye un relato para sí mismo? ¿Cree que por sus extraordinarios servicios a la patria merece muchísimo más que su salario de funcionario? ¿Un poquito más acaso?
Si supiera lo que los argentinos más pobres podrían hacer con ese dinero, ¿podría hacerlo? No lo creo. Para atreverse a “sacarle la comida a la gente de la boca”, como decía un ex funcionario, seguramente no se puede pensar de ese modo.
Imagino que el ladrón de guante blanco duerme tranquilo. Lava sus culpas en sábanas de una calidad vedada para la mayoría de los mortales. Vive con intensidad única el realismo capitalista, accede a todos los consumos que haya podido imaginar. ¿Cómo resonarán en su mente los discursos políticos, las promesas de cambio, los gritos y aplausos del pueblo, los sinceros agradecimientos que le hacen uno y otro ciudadano? ¿De qué piel está hecho para nunca ponerse colorado?
La historia del monasterio es difícil de creer, pero es real. Más aún nos costará creer un relato que nos diga que estos son los únicos pesitos de López. Y que López los juntó a escondidas de todos, durante largos doce años.
El ladrón que roba al Estado siempre ha vuelto locos a los argentinos. Nunca le guardan un rencor irremediable a todos por igual. Depende: si es de aquí, o si es de allí. Si es “de los nuestros”, se dice “qué macana, che”, nada que ver, la sociedad no entiende. Es sólo para del desarrollo nacional. O es sólo para el financiamiento y la democratización espeluznante de la política. Como si fuera imaginable un atentado mayor a la política que afanar las arcas públicas. Como si el desprestigio y la erosión pudieran llegar desde alguna reivindicación de la vocación transformadora de la política.
¿Cómo financian la política los relojes que debían enterrarse, los libros incunables, la plata de Qatar, las armas largas? Que nos cuente, por favor, nos gustaría saber. Si tenía esos millones para democratizar de modo espeluznante: ¿qué ayudaba a financiar últimamente? ¿Por qué no ayudaba a los naipes que se caían del castillo? Ah! No era para financiar la política, era un seguro de vida.
¿Es sólo ingenuidad por parte de miles de personas comprometidas? Miles que incluyen militantes, dirigentes y exfuncionarios que jamás tocaron un centavo. Insisto miles que jamás cometieron un delito. ¿Es autojustificación? ¿Es autopreservación? ¿Es el límite absoluto de su propio poder, el sapo que decidieron tragar?
En realidad, hay cómplices y hay víctimas al cuadrado. Los cómplices son los que a sabiendas decidieron callar. Las víctimas al cuadrado son los que ven cuestionados sus ideales por grupos de ladrones de cuello blanco. ¿Acaso el 49% debe pedir perdón? ¿O el 51% debe hacerse cargo de las empresas offshore? En la Argentina hay proyectos políticos distintos, hay conflictos ideológicos entre la regulación pública y el libre mercado, hay nociones contrapuestas sobre derechos sociales. Algo común con muchas sociedades contemporáneas. Los únicos que están unidos son los que de uno u otro modo se apropian de recursos públicos.
¿Cómplices o víctimas al cuadrado? La disyuntiva, sabiendo que hay más pesitos, es ¿qué proyecto político tiene futuro tratando de convencer a las mayorías de que “esto era todo”? Que ahora tenemos que ir por los otros, que tenemos que ir por los empresarios, pidiendo por favor que ahora quiten la vista de aquí ¡ya mismo! La sociedad sólo tiene la sensación de que se busca desplazar la mirada. Tapar.
Habrá qué ver cómo incidirá el caso lopecito en una fragmentación que puede devenir diaspórica. Desde ya, hay que descontar la desilusión antipolítica. Pero también a aquella cruda verdad “para hacer política hay que tener plata” se confrontará la pregunta, ¿qué tipo de política se hace con estos mecanismos? ¿Cuáles son sus problemas endémicos, cuáles son sus límites? Los simpatizantes, votantes y militantes del Frente para la Victoria no son ficción ni realismo capitalista. Este es un golpe durísimo, pero en el mediano plazo esa masa y esos agrupamientos se van a reinventar. Estas preguntas no serán menores en ese proceso. Demasiado temprano para hacer pronósticos sobre las dinámicas de las identidades políticas. Pero no para formular el interrogante.
Hay gente terca que, por ejemplo, dice: “es que había que construir la burguesía nacional”. Lindo proyecto para discutir de política. La imagen del empresario que contribuye a desarrollar la industria nacional no se lleva del todo bien con la del monasterio. La austeridad protestante y los relojes, no encajan. Invertir el dinero no sería sinónimo de hundir.
Pero hay algo cierto. Muchas de las fortunas más grandes de este país se forjaron a través de la corrupción. Un capitalismo de obras públicas, la famosa patria contratista. Y si no, con monumentales subsidios directos o indirectos, con la apropiación del dinero de todos los mortales. Y también endeudando empresas y con gobiernos que estatizaban esas deudas. O con contrabando de mercaderías, automóviles por decir, que es eso: evadir las leyes y los impuestos del Estado. Evadir impuestos siempre es corrupción, porque el evasor se apropia de dinero público. Sea radicando empresas o dinero en guaridas fiscales.
Lo espeluznante de nuestro realismo argentino no es que algunos de sus hijos pródigos hayan llegado hace poco al gobierno. Es que hayan llegado con banderas del republicanismo clásico, de la transparencia, de la lucha contra la corrupción. Llevan seis meses y hay decenas de funcionarios con conflictos de intereses entre sus áreas de gestión y sus inversiones. Conflictos explícitamente éticos. También está el nombramiento de familiares, que no han sido casos aislados. Y más espectacular, arrinconando otra vez a la ficción, están Mossack Fonseca, las explicaciones contradictorias, las inversiones desconocidas, las cuentas en Bahamas. No en todos los países se asiste a ese show como si fuera un capítulo más de la tira diaria. Que sólo da más curiosidad. Una bronca ficcional. Los argentinos se enojan con quienes les roban como se enojan con los malos de Netflix. Intensamente, pero de modo pasajero.
Mientras se distribuyen sapos para quienes apoyaron el Cambio, multiplicamos los estándares. No parecemos querer saber toda la verdad y nada más que la verdad. Pedimos ficción. Y si no, varas de juicio distintas. Todos “los nuestros” son inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Todos los de ellos son culpables porque fueron “imputados”, declarados sujetos a investigar. No somos así por ADN, sino por historia y por instituciones. ¿Existe en nuestro país una Justicia ciega y eficiente? Menem fue sobreseído o sus condenas aguardan fallo de la Corte Suprema. Los principales funcionarios de su gobierno, todos limpitos. Obvio que es ficción. Menem pasó de moda, pero la impunidad de su gobierno es la matriz institucional sobre la cual florecen los dobles y triples estándares.
Buscan las estafas del kirchnerismo y se encuentran con funcionarios o familiares del actual gobierno. A veces parece que hubiesen creído tanto el relato mediático que olvidaron datos muy elementales. Ni un allanamiento, nada de nada. Ni pour la galerie.
¿Alguien quiere en este país que cualquiera que haya robado vaya preso? Ya sé, todos quieren que vayan presos otros. Mi pregunta es en serio: si queda alguien que quiera que vaya preso cualquiera. Es que los argentinos no sólo son expertos en dólar. Cada uno tiene su cuota de pragmatismo y de maquiavelismo. Cada uno tiene un cálculo de hasta dónde podría avanzar la justicia sin que el país se venga abajo. Sin que ofrezcamos el espectáculo mayor del realismo capitalista 2016.
Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, decía Jameson. Mark Fisher tituló su libro Realismo capitalista y explica que el capitalismo es el único sistema que no necesita publicidad. Su publicidad es la naturalización. Por eso, se presenta a sí mismo como exento de alternativas. La fisura es mostrar alternativas históricas y potencialidades futuras. Ese camino es largo, lo sabemos bien. Pero sólo se puede avanzar si se distingue con claridad en qué aspectos uno debe ser flexible y en qué aspectos uno no puede transigir. Con la corrupción no se puede transigir. Por razones éticas obvias. Y por razones políticas sencillas: arrasa todo lo construido. Del otro modo, será más lento, pero será más sólido.
Finalicemos repasando los principios. Toda la verdad. Sin ficciones ni condenas mediáticas. Pero toda, toda la verdad pronto. Puedo pensar muy parecido o muy distinto de algunos políticos. Sin embargo, mi opinión sobre cualquier funcionario que haya cometido un delito será categórica, inexorable. Los dineros públicos son sagrados. Con las pruebas claras mi opinión sobre una persona cambia. Pero no nos confundamos. Hay algo que no cambia. Es el compromiso político con proyectos que se remontan a pasados y tierras lejanas. Y que creo, de verdad, que tienen el futuro en sus manos. Proyectos que amplíen la democracia y la participación, que incrementen derechos y la igualdad en todos los planos. Esos deseos de miles y millones seguirán vivos mientras haya injusticia en este mundo. No nos pidan, porque no podremos aceptar, varas distintas para medir actos de corrupción de un gobierno y de otro. Y debemos rechazar con toda nuestra potencia que un escándalo se utilice como excusa para atacar derechos sociales. O atacar nuestros ideales, que no son sólo nuestros.
Para poder avanzar necesitamos una estrategia política de construcción de mayorías. Necesitamos más que nunca reivindicar nuestros principios y volver a soñar con una sociedad más justa. Debemos saber que nuestros principios e ideales son necesarios, pero no suficientes.
Revista Anfibia