China, la batalla de fondo es la mayoría de edad del yuan
China ha caminado sobre esos pasos con similares técnicas aristocráticas e intoxicadas de poder estatal como lo hicieron otros imperios hasta asentarse. El caso del británico es quizá el más elocuente. Pero lo que esta reseña constata es la experiencia de ese pueblo para navegar las grandes olas de la historia sin temor a transformarse.
Hay un proverbio chino que han repetido dirigentes de la nomenclatura a lo largo del ciclo de apertura y giro capitalista que inició Deng Xiao Ping a fines de los ‘70. Anota con picardía que “un país que parece ser pacífico y estable puede tener una crisis escondida”. Es una forma de justificar como necesarios los sacudones que cada tanto acomete este gigante sorprendiendo al mundo, como si se retorciera en su crecimiento. La última vez que se dijeron esas palabras, las pronunció el entones premier Wen Jiabao en 2007 ante la Asamblea Nacional Popular y apenas antes de estallar la crisis global del año siguiente. En su discurso no tuvo empacho en reconocer que la forma de expansión de China es “inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible”. Y anotó esta frase singular por lo visionaria mirada desde nuestros días: “la economía china descansa excesivamente en la exportación”.
Este funcionario fue uno de los primeros que mentó la alternativa de una apertura política que siguiera a la otra. No aludía necesariamente a democracia, una palabra que tiene significados diferentes en China de los que pueden suponerse en Occidente. Aludía a la necesidad de válvulas que a través de un sistema al menos consultivo canalicen las demandas populares antes de que se descontrolen. Un riesgo claro en una estructura donde se celebra la acumulación pero no del mismo modo el reparto.
Ese es el país que ha regresado con tumulto llenando de preguntas las tapas de los diarios. Con China todo es siempre colosal. También las reacciones del mundo ante cada uno de los pasos del gigante. La reciente devaluación del yuan generó un estremecimiento en aquel sentido de las proporciones. El ajuste de 4,6% en tres etapas diarias, sin embargo, fue menos enorme que el sombrío panorama que se desató en el planeta. Esta vez hubo más de afuera que de adentro. Analistas como Tom Orlik, economista jefe de Bloomberg Asia o John Gorman de Nomura, entre otros, habían advertido en un caso sobre el “riesgo de que la depreciación causara la fuga de capitales desestabilizando el sistema financiero de China”, o en el otro dudando “que el mercado compre esta versión de que (el ajuste) es un hecho aislado”.
Pero el viernes Beijing dio por terminado el proceso de reacomodamiento de su moneda hacia equilibrios mas cercanos a los del mercado. El ajuste se detuvo en un punto que no debería generar tanto asombro si se tiene en cuenta que el yuan se ha venido revaluando de una manera impactante: casi 17% respecto al euro y 21% con relación al yen japonés. Según el J. P. Morgan esa variable de apreciación llega hasta el notable 32% frente al peso mexicano, un dato importante porque el país norteamericano compite con Bejing en el acceso al mercado estadounidense. En términos más sencillos, las tuercas chinas costarían un 32% más que las mexicanas.
Esas contradicciones están en la base del desplome del comercio exterior chino de 7,3% desde enero, con una baja solo en julio de 8,3% de sus exportaciones. Beijing no podía avanzar en una devaluación más profunda porque esa política sería tóxica para su estrategia superior de amplificar el consumo interno, que hoy es apenas 35% contra PBI, una cifra que enrojece frente a 70% promedio en EE.UU. o similar en Gran Bretaña. La alternativa de aumentar los sueldos para resolver ese escollo le haría perder competitividad frente a sus rivales comerciales ya beneficiados por la guerra de monedas. La burbuja bursátil que estalló el mes pasado en las dos bolsas continentales chinas, en la capital y en Shenzhen, fue estimulada por el gobierno de Xi Jinping para que la nueva clase media china invierta en papeles como forma de alentar ese consumo necesario. También ahí debe notarse que a lo largo de un año, ese globo se infló 125%. Estalló es cierto, pero acabó recortando el 35% que fue el promedio de caída. El costo de esa aventura fue más en el nivel social, porque se tomaron créditos en el mercado secundario chino, un shadow path que el estado deja que la gente camine, incluso las empresas. En la desesperación por vender cuando el incendio en julio era inevitable por la insostenible contradicción entre el aumento bursátil exponencial y el crecimiento moderado de la economía, muchos se quedaron atrapados, endeudados como nunca antes.
La búsqueda del mercado interno la inició el gobierno anterior al de Xi. El presidente Hu Jintao y su escudero Wen, pilotearon la potencia cuando estalló la crisis global de 2008. La hecatombe financiera que arrancó en EE.UU. con la quiebra del banco Lehman Brothers, entre otros efectos adelantó el lugar geopolítico de China que esperaba ser el contrapeso de Occidente recién hacia mitad de siglo. El fenómeno impulsó una gran mutación interna. Desde Deng y hasta Jiang Zemin, predecesor de Hu, el país había puesto toda su energía en su sistema de acumulación, ignorando los costos, ecológicos por el desastre ambiental de sus ciudades contaminantes. Y sociales, porque el esfuerzo de desarrollo fue solo hacia la costa, Shanghai y apenas otras capitales, dejando fuera del circuito a una inmensidad de más de mil millones de chinos que veían esta revolución desde la banquina, alumbrados con velas.
Fue en esa etapa que China comienza a abandonar su rol de gran exportador y equilibra la balanza comercial. Crearon dos fórmulas que llamaron con los típicos giros chinos “del desarrollo científico” para aliviar la polución respondiendo a las demandas de la ciudadanía. Y “de la sociedad armoniosa” para integrar a parte de ese espacio no tenido en cuenta, para sumarlo al tronco de la clase media. El objetivo era mantener el yuan pegado al dólar, ignorando la furia de economistas como el Nobel Paul Krugman que consideraba un oportunismo inaceptable ese mecanismo, porque mantenía escudada la producción local y clausuraba el mercado doméstico a los productos occidentales. Pero si China duplicaba la población de las tres américas, la intención profunda era evolucionar a una etapa donde ese tremendo mercado explicará el crecimiento.
Xi Jinping no se apartó de ese camino, por el contrario abrió aún más la noción del mercado. Y le sumó el objetivo de conversión de la moneda china en una divisa de reserva mano a mano con el dólar y el euro. Esta crisis de devaluación y estremecimiento se movió prácticamente alrededor de ese satélite oculto en el trasfondo. La jerarquización de la divisa es clave para impulsar su uso en todo el globo con el impacto añadido del aumento del poder político de Beijing. Si China no amplificó la devaluación, fue también para no alimentar la oposición del FMI o aún del Tesoro de EE.UU. contra la conversión. Pero ese rechazo ya es fuerte en Norteamerica, incluso en el Partido Demócrata y en ese bloque en Diputados. Si esa oposición se consolida, se abrirá otro frente de litigio entre las dos mayores potencias mundiales, en un reflejo de lo que sucedió con la exclusión del gigante asiático del proyecto de área de libre comercio que impulsa Washington en el Pacífico, o la negativa a empinar a China en el directorio del Banco Mundial o el Fondo.
La Potencia del Centro esquivó esos obstáculos creando su propio banco mundial y su propio mercado libre asiático. Pero no tiene una alternativa tan clara con su moneda, salvo liberarla totalmente. Y esa es quizá la siguiente traumática etapa. Ahí se verá si el coloso logra seguir transformándose sin dejar de ser.
Clarín - 14 de agosto de 2015