Deuda buena

Alfredo Zaiat
Si el acuerdo financiero para pagar el 51 por ciento de las acciones de YPF en manos de Repsol hubiese sido definido por un grupo privado, los especialistas de análisis bursátil de grandes bancos internacionales y de inversión global estarían inundando el mercado con informes donde destacarían el espectacular negocio concretado por el comprador. Estarían compitiendo por quién es primero en recomendar a sus clientes la compra de acciones de YPF en la Bolsa.

En esta oportunidad, esos mismos economistas han estado flojos de reflejos, preservando igual la postura de que se las saben todas y dando cátedra de moral sobre el buen gobierno, trabajando en entidades que están unificadas por el mérito de haber sido acusadas de fraudes millonarios y lavado de dinero.

Ha sido notable esa falta de reacción. Puede ser que esa inhibición tenga explicación en que sea el gobierno de CFK el protagonista, y que en ese equipo haya sido Axel Kicillof el líder de la negociación con Repsol en un mundo dominado por las finanzas, ministro de Economía al que sólo le reconocen pergaminos académicos pero no capacidad de gestión. Esta prueba que superó Kicillof debería hacerlos pensar que, en algunas ocasiones, la realidad no se ajusta a sus deseos o prejuicios. Otra razón para esa prudencia analítica puede descubrirse en que la transacción con la española Repsol haya culminado con un resultado muy favorable al Estado argentino.

Por cualquier vía que se quiera evaluar en términos financieros (return on equity, price/earnings, valor de mercado, cash flow), el monto alcanzado en el acuerdo de adquisición del control con la mayoría accionaria de la principal petrolera nacional culmina en saldo positivo para la Argentina. Pago en bonos a mediano y largo plazo, sin desembolso inmediato de efectivo. Deuda por infraestructura, en este caso energética. Deuda buena.

Previo a la rúbrica, Repsol tuvo que enviar a pérdida unos 1700 millones de dólares porque tenían valuada esa tenencia a un valor más elevado. También retirará el juicio contra el país por unos 10 mil millones de dólares en el Ciadi, y Antonio Brufau, el presidente de Repsol, tendrá que explicar a sus accionistas por qué había dicho que reclamaría 18 mil millones de dólares por YPF para finalmente recibir apenas un tercio de ese monto, en bonos. Y también cómo perdió el yacimiento Vaca Muerta, con reservas probadas de casi 1000 millones de barriles de petróleo y gas, que era el activo más estratégico de Repsol, al que había valuado en 14 mil millones de dólares.

Para aquellos acostumbrados a desarrollar juiciosos comentarios leyendo títulos de grandes diarios, entusiasmados porque habrían encontrado contradicciones entre lo que decía Axel Kicillof al momento de la estatización con las condiciones acordadas con Repsol, deberían ser cautos. Cuando Kicillof fue al Congreso para defender la ley de expropiación, expuso durante dos horas y media adelantando que no se pagaría la indemnización que reclamaba Repsol. La frase textual fue: “No les vamos a pagar lo que ellos dicen, sino el costo real de la empresa. Dicen que son 10.000 millones de dólares. ¿Y eso dónde está? Los tarados son los que piensan que el Estado tiene que ser estúpido y comprar todo según el estatuto de YPF”. Eso fue lo que sucedió. El Estado argentino negoció con firmeza durante meses en un escenario complicado y no desembolsó lo que pretendía Repsol. Con bonos a mediano y largo plazo pagará menos del valor de mercado de la petrolera con el adicional de capturar el paquete de control.

Esta positiva evaluación financiera para el Estado, en clave especulativa como prefieren analizar en el mercado, tiene un valor aún más importante cuando se incorpora el criterio de activo estratégico para el desarrollo, como lo son los hidrocarburos. Esto último fue la motivación oficial al decidir la expropiación, corridos por la urgencia de haber perdido el autoabastecimiento energético, al confiar en demasía en el comportamiento de las petroleras privadas, en especial de Repsol con sus socios argentinos Eskenazi. El objetivo planteado por el Gobierno fue el de comenzar el empinado camino de la recuperación del autoabastecimiento y, por lo tanto, de la soberanía energética, y no solamente concretar una operación financiera exitosa, que además la consiguió.

Las perspectivas de crecimiento de YPF son también un aspecto destacado al momento de analizar el valor de la compañía. Ese futuro promisorio es el que también compró Argentina y perdió Repsol. YPF invirtió el año pasado más de 10 mil millones de pesos. Aumentó la producción de petróleo y gas en 3,4 por ciento y 2,2 por ciento, respectivamente, respecto del año anterior. Tendencia que se ha acelerado en los últimos meses: en diciembre pasado, la producción de petróleo y gas subió 8,7 y 11,4 por ciento en comparación con el mismo mes de 2012. En producción de gas, desde 2004 que YPF no anotaba un incremento anual. Hoy la compañía dispone de 65 equipos de perforación de nuevos pozos y 92 de workover (reparación de pozos) contra los 25 y 49 que tenía antes de la estatización. Las utilidades netas consolidadas de YPF en nueve meses de 2013 sumaron 3201 millones de pesos, equivalente a unos 530 millones de dólares, 11 por ciento más que en igual período de 2012. Con mayores ingresos y colocación de deuda, YPF sumó recursos para adquirir activos locales de la petrolera Apache por 800 millones de dólares. De este modo, se convirtió en el principal operador argentino de gas, además de petróleo.

Las amenazas españolas de nuevo rico hoy en quiebra sólo expresaban en los meses posteriores a la expropiación la desesperación de saber que ya no son lo que imaginaron que eran. El gobierno de Mariano Rajoy, que buscó finalmente el acuerdo pese a la resistencia de Brufau, enfrenta problemas mucho más urgentes que el destino de una empresa petrolera que se dedicó a devastar los pozos de petróleo en Argentina para financiar su expansión global.

Sólo grupos conservadores locales con obsesiva inclinación a mirar hacia el exterior pueden estar tristes con este desenlace. Aunque sea difícil para ellos admitirlo, ganó Argentina.

Página/12 - 26 de febrero de 2014

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