Divididos y polarizados
Para desgracia de los talibanes del consenso el pulso de la dinámica política aún lo marca la polarización. Una tendencia confirmada por el ascenso de la derecha ultraliberal y la izquierda y la profundización de las tensiones en las grandes coaliciones. Sin liderazgos claros en el gobierno y la oposición, el país enfrenta el garrote del Fondo Monetario que se asienta sobre una profunda crisis social. En ese contexto, el desafío de la izquierda consiste en articular la discusión parlamentaria con la lucha en las calles, “el único lugar maldito del país burgués”
La elección del Frente de Izquierda, con un batacazo jujeño, un avance histórico en la Ciudad de Buenos Aires y una buena performance general, confirmó que no estábamos en presencia de un giro unilateral hacia la derecha en el escenario, como se había planteado luego de las PASO desde múltiples usinas políticas y periodísticas. La polarización continúa primando en la dinámica política, para desgracia de los talibanes del consenso.
No solo se expresa en el ascenso hacia los extremos que muestra el crecimiento de una derecha dura que radicaliza a una fracción de votantes de Juntos por el Cambio y la reemergencia de la “extrema izquierda” que capitaliza desencantados en general y del Frente de Todos en particular; sino también en las tensiones en el seno de las grandes coaliciones. Aunque el “antisistema” Javier Milei fue ablandando sigilosamente su discurso, fue exceptuando de la “casta” a varios referentes del macrismo y —como afirmó Pablo Stefanoni— “con esa casta a geometría variable fue tendiendo rápidamente puentes con los ‘halcones’ del PRO, sobre todo con Patricia Bullrich”. Lo más probable es que los ruidosos libertarianos no quemen ninguna sede del Banco Central y, por el contrario, calienten sus bancas como colectora de hecho o de derecho de Juntos por el Cambio. Vendrá la casta y tendrá tus ojos.
Como sea, presionada por derecha, la coalición opositora levantó el perfil de sus halcones. Mauricio Macri volvió a ocupar un lugar en el escenario y fue un factor muy importante para la remontada del oficialismo en provincia de Buenos Aires. Lo esencial de la recuperación se explica por la dinámica política antes que por la (escasa) “platita” o el fantasmal ejército de remises piloteados por intendentes superpoderosos. También, apretado por izquierda, el Frente de Todos giró en el último tramo hacia un discurso más duro con el Fondo Monetario Internacional, en parte por la campaña electoral y en parte porque la burocracia del organismo se había puesto más rígida en las negociaciones con la Argentina, luego del intento de golpe blando contra Kristalina Georgieva.
Pese a lo que en apariencia muestra la aritmética electoral, políticamente la “crisis de representación” sigue su curso en cuotas. La forma coalicional que adoptó el sistema político luego del estallido de 2001 es, en sí misma, una manifestación de este fenómeno. El sistema disfuncional genera vetos cruzados, bloqueos mutuos y la resultante es la consecuente debilidad política: no hay liderazgos claros ni en el Gobierno ni en la oposición.
En el Frente de Todos, apenas se conocieron los resultados comenzó el debate sobre quién era el padre (o la madre) de la remontada en territorio bonaerense. Como la recuperación se produjo en el baluarte kirchnerista, Alberto Fernández sigue acechado por la “sombra terrible” de Cristina Kirchner.
En Juntos por el Cambio, luego de las PASO hubo una legión de candidatos que se sentaron en la mesa para desayunarse la cena: Horacio Rodríguez Larreta, que se cree candidato natural y tiene alambrada la Ciudad, aunque no se sabe si hasta el punto de no poder salir de su bastión; Facundo Manes o Gerardo Morales, que piensan que los radicales tienen que dar un paso adelante y Mauricio Macri, para quien, parafraseando a Rodolfo Walsh, “la historia se le aparece como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”, incluido el PRO.
En términos institucionales, la pérdida del control del Senado por parte del peronismo por primera vez en la historia pos-1983 también es una manifestación de esta larga crisis, así como la persistente baja de la participación electoral comparada con el promedio histórico.
La relación de fuerzas más estructural que determina estos avatares superestructurales evidencia que desde el 2012, cuando se agotaron las condiciones de la expansión económica habilitada por el ciclo anterior, nadie reúne las condiciones políticas para imponer un nuevo ajuste a la medida de lo que reclaman los poderes fácticos. Ahí radica el "empate" estructural, emparchado por la ampliación de un Estado exhausto con cada vez mayores demandas y menores capacidades estatales. Lo que vimos estos años fueron los acelerados auges y caídas de las salidas intermedias o negociadas: “gradualismos”, “sintonías finas” o ajustes con rostro humano.
En el futuro inmediato el garrote del Fondo Monetario buscará imponer un nuevo intento de ajuste sobre el país, una vez derrumbadas las ilusiones puestas en la “diplomacia de amigos” (en Manzur, amigo de la esposa de Joe Biden; en el Papa, amigo del mismísimo Biden; en Joseph Stiglitz, amigo de Martín Guzmán, del Papa, de Biden y de todos los demás también) y una vez que se confirmó -una vez más- que el Fondo no tiene amigos, tiene intereses.
El acicate del organismo —que de mínima pide aumentos de tarifas y devaluación, aunque sea controlada sobre una economía con alta inflación— solo puede agudizar la polarización porque se asienta sobre una crisis social grave con indicadores que remiten a la última gran hecatombe de principios de siglo.
Esto anuncia enfrentamientos más decisivos y, no por casualidad, la izquierda alcanza un peso político y hace una elección como no se veía desde el explosivo 2001. Con la reelección de Nicolás del Caño y Romina Del Plá en la provincia de Buenos Aires, la histórica elección de Myriam Bregman en la ciudad de la furia y el batacazo de Alejandro Vilca, obrero, de origen coya, recolector de residuos de San Salvador de Jujuy, que cosechó un cuarto de los votos de la provincia norteña. El desafío reside en la necesidad de articulación entre la conquista de la tribuna parlamentaria y la movilización extraparlamentaria que —con el fin de la pandemia— es probable que vuelva y abra la posibilidad de que la sociedad argentina retome su tradicional carácter contencioso. En un país en el que, pese a los avances de ajustes varios, desde el punto de vista de sus clases dominantes aún le sobran sindicatos, “organizaciones sociales” y lo que el sociólogo Juan Carlos Torre llamó “pobres en movimiento”. Y aportar desde el Congreso y las legislaturas al impulso de las calles, el único lugar maldito del país burgués.
Revista Anfibia - 16 de noviembre de 2021