Don Arturo o la integridad en política
Algunas de ellas fueron audaces y anticipadoras: Ley de Abastecimiento, Ley de Medicamentos, Reforma hospitalaria, Plan Nacional de Alfabetización, crecimiento económico con aumento de la participación del asalariado en el producto bruto interno, inflación controlada, liquidación de la deuda externa, apertura del comercio internacional sin discriminaciones ideológicas. En política exterior, la resolución 2.025 de la ONU fue el primero y único éxito diplomático argentino en dos siglos de conflicto por las Malvinas.
La dictadura que lo reemplazó, que proclamaba la modernización, paradojalmente fue un anacronismo inspirado en el corporativismo y el nacional catolicismo fascistoide y militarista.
Illia le dio un estilo firme y sereno a su gobierno, que concebía como una "revolución democrática", fiel a la plataforma electoral de 1963 conforme a la idea republicana del cumplimiento del contrato electoral. La anulación de las concesiones petroleras, quizá el más polémico de sus actos de gobierno, debe juzgarse en forma conjunta con el manejo muy prudente de los recursos del subsuelo y la recuperación de la decisión nacional, con una activo desarrollo de la hidroelectricidad y la energía atómica. Hoy esa política podría constituir un ejemplo ante la crisis energética que nos acosa. La soberanía energética obtenida entonces permitió que la Argentina pudiera superar en 1972 la crisis petrolera mundial, que serias dificultades acarreó a los países que despreciaron esa estrategia.
La predilección por el futuro se concretó en el Plan de Desarrollo, que utilizó las más avanzadas técnicas de la estadística y la prospectiva de su tiempo. La concepción del progreso como cambio social y económico, integral y estructural planificado y la incorporación de la ciencia y la tecnología al servicio de ese futuro caracterizan un eje poco reconocido por los historiadores.
Se critica aún hoy la pasividad de Illia ante la evidencia de la conspiración y el golpe. Puede resultar inexplicable la indefensión del gobierno y del radicalismo ante la campaña de acción psicológica de algunos medios. Pero Illia rechazaba toda forma de propaganda estatal y la manipulación de la opinión ciudadana. "Debemos luchar por el hombre mismo, porque es la evidencia humana la que hace tambalear a los tiranos y falsos dioses. Y si los hombres no sabemos con seguridad que nuestra verdad es la verdad, sabemos bien, en cambio, donde está la mentira", afirmaba en su discurso ante el Congreso el 12 de octubre 1963. Confiaba en la capacidad y la inteligencia del hombre común para entender los hechos y creía que esa conciencia evitaría la ruptura constitucional. No fue así. Pero tardíamente, en el futuro que él preveía, el respeto y el reconocimiento del pueblo por su conducta le dieron la razón.
Illia vino varias veces a Río Negro. Le gustaba Bariloche, que por su clima, sus bosques y sus casas de madera le recordaba los países nórdicos que él admiraba. Lo acompañé cada vez, compartiendo horas y días inolvidables. Fuimos a Ing. Jacobacci, a Comallo, a El Bolsón. Algún día escribiré el rico anecdotario de sus periplos rionegrinos.
Era un hombre muy racional, serio e introspectivo, pero afable y de buen humor. Frecuentaba la ironía y poseía una sorprendente perspicacia para encontrar los flancos más agudos de la psicología de sus interlocutores.
Tenía una vasta cultura clásica de la que no hacía gala y que sólo mostraba en sus conversaciones con jóvenes, estudiantes, intelectuales y científicos de su tiempo.
En Bariloche siempre se preocupó por visitar el INTA, el Centro Atómico y la Fundación Bariloche. Sostenía que allí, junto a las estufas sureñas, mantenía diálogos interesantísimos.
Era un conocedor profundo de la filosofía de Leibniz, del pensamiento de Rousseau, de Kant y del filósofo panteísta que le inspiraba la conciliación de la ética social y la moral individual que signaran su conducta pública y privada. Y admirador del presidente Roosevelt, de Gandhi y del general De Gaulle. Conocía las cualidades del hombre humilde, del obrero de ciudad y del poblador de nuestros campos. En sus viajes se detenía en cualquier paraje para conversar largamente con los hombres y mujeres sencillos.
Después de su caída en 1966, en el llano fue el símbolo de la decencia política, de la formación de la conciencia ciudadana y de la preservación del patrimonio común de la Nación. Para mí, es el más grande hombre civil de la segunda mitad del siglo XX.