Ecuador: crónica de un triunfo necesario
El triunfo de AP garantiza una continuidad; pero solo es el primer paso. Viene lo decisivo: ejercer el gobierno y construir la hegemonía de la nueva izquierda progresista y democrática, que tiene al frente una derecha cada vez más agresiva y violenta, que busca reimplantar el capitalismo de los gerentes-propietarios.
Para la primera vuelta presidencial realizada en Ecuador el 19 de febrero de 2017 ya estuvo claro que la confrontación electoral entre ocho candidatos se concentraba, en realidad, en tres candidaturas: en el espectro de la derecha política estuvieron Guillermo Lasso (binomio Andrés Páez) por la alianza CREO-SUMA, y Cynthia Viteri (binomio Mauricio Pozo) del PSC, mientras que por el “oficialismo” (esa era la etiqueta que usó aquella prensa convertida en actor político contra el gobierno de la Revolución Ciudadana) estuvo el candidato Lenín Moreno (binomio Jorge Glas) de Alianza País (AP).
También era previsible que el general Paco Moncayo (binomio Monserratt Bustamante), patrocinado por el Acuerdo Nacional por el Cambio (ANC), que juntó a sectores de las izquierdas marxistas tradicionales y a una serie de dirigentes indígenas y de movimientos sociales -todos guiados fundamentalmente por el anticorreísmo y por una ceguera conceptual derivada de la ideologización de la realidad-, no tenía opciones de triunfo ni ofrecía al Ecuador la alternativa idealizada por sus “bases”.
En la polarización política que se agudizaba en el país, Lasso y Viteri, aunque marcaban diferencias de estilo y hasta de ciertos planteamientos políticos, no tenían diferencia alguna en el modelo de economía y de sociedad que se proponían impulsar. Siempre estuvo claro que su “modelo” (empresarial, privatizador, antiestatista, neoliberal) se contraponía radicalmente al de Moreno, quien, evidentemente, representaba la continuidad de la Revolución Ciudadana.
En la primera vuelta triunfó Lenín Moreno con el 39.36% de la votación (sin lograr el 40% requerido, con 10 puntos de diferencia, que volvía innecesario el balotaje), y quedó segundo Guillermo Lasso con el 28.09% de votos.
Para la segunda vuelta, la polarización política se agudizó. Lasso, por banquero y millonario, pasó a ser el candidato idóneo de la tradicional oligarquía, de los intereses bancarios, de las elites empresariales ligadas a las cámaras de la producción, de los medios de comunicación privados y voceros de esos sectores y, sin duda, el instrumento clave de las estrategias imperialistas contra los gobernantes progresistas de América Latina.
Lasso recibió el respaldo de las otras cinco fuerzas políticas que mantuvieron candidatos para la primera vuelta (solo uno anunció el apoyo a Moreno). A todas les unió siempre sólo una consigna: el anti-correísmo. Pero, además, lo cual resulta insólito en la historia de América Latina, anunciaron su apoyo a Lasso las fuerzas que convergieron en el ANC (incluido Moncayo, quien obtuvo apenas el 6.71% de los votos), que a través de una serie de dirigentes sostuvieron que preferían un banquero al “continuismo”.
Los intelectuales vinculados al ANC crearon (en realidad lo hicieron todo el tiempo, desde su ruptura con el “correísmo”) los conceptos y argumentos clave que llevaron a esa posición, y sostuvieron que en la segunda vuelta se enfrentan “dos derechas”, que las opciones son entre “dictadura y democracia”, que el correísmo nada más es un gobierno “autoritario”, “criminalizador de la protesta social”, “neo-neoliberal”, simple “modernizador” de un “capitalismo extractivista y transgénico” (…???), y que no hay alternativa popular, etc. Es decir, una serie de terminologías justificadoras de su posición probancaria (Ecuador tiene una izquierda y un sector marxista probancario, algo sui géneris en la región), que tergiversa la realidad histórica. Por todo ello, estos sectores han quedado deslegitimados socialmente, carecen de alternativas y se han reducido a un segmento marginal en la vida política del país.
Moreno quedó como el representante de los intereses de un amplio y variado sector progresista y democrático de la sociedad, que es el que ha respaldado al presidente Rafael Correa, el que ha sostenido los diez triunfos de AP en una década, y en el que se incluyen las nuevas izquierdas, otros sectores marxistas y otros dirigentes y bases de los divididos y hasta débiles movimientos indígenas y de trabajadores. No eran dos derechas las que se confrontaban en la segunda vuelta, y tampoco la dictadura contra la democracia.
En la segunda vuelta presidencial, realizada el 2 de abril, se jugaba el destino del Ecuador y el espacio del progresismo de izquierda en América Latina. Y la ultraderecha ecuatoriana sabía muy bien que esta era la oportunidad para la derrota de ese proceso. De allí nace la agresividad con la que la ultraderecha bancario-empresarial del Ecuador asumió la segunda vuelta presidencial y las estrategias que articuló.
Para la primera vuelta ya se levantó la descalificación del Consejo Nacional Electoral (CNE) y se habló de “fraude”; para la segunda, CREO montó un sistema de “control electoral” con decenas de jóvenes partidarios con sendas computadoras en un enorme salón, para “defender” el voto ciudadano. Continuó la descalificación del CNE, se lanzó una formidable “campaña sucia” a través de las redes sociales, se anticipó un supuesto “fraude” y se difundieron resultados de encuestas que daban el triunfo a Lasso.
Con ese aparataje montado, al concluir el proceso electoral de segunda vuelta, los medios privados al servicio de los intereses bancario-empresariales anunciaron que, de acuerdo con la encuesta de exitpol, triunfó Lasso. En episodio seguido, el banquero apareció en pantallas para agradecer al “pueblo ecuatoriano” y emocionadamente reconocer su triunfo.
Pero en pocas horas los resultados oficiales dieron un escenario distinto: triunfaba Lenín Moreno. Entonces la estrategia prefijada y calculada se puso en marcha: partidarios de Lasso a las calles, caravanas motorizadas, intentos por tomarse los locales del CNE , proclamación por todos los medios del “fraude electoral” supuestamente cometido y nuevamente el banquero en pantallas para sostener que no aceptaba los resultados oficiales.
El “incendio” siguió en los siguientes días. No faltaron las incitaciones y los actos de violencia. Como en ningún otro país del planeta, los perdedores han argumentado que sus encuestas privadas daban el triunfo a Lasso y que, por tanto, ni creen ni aceptan los datos del CNE, que, sin embargo, es la única institución constitucional y legalmente autorizada para dar las cifras oficiales, por ser la responsable del proceso electoral y del escrutinio de las actas.
El triunfo de Lenín Moreno salva y afirma la vía del progresismo-democrático en América Latina y ha impedido que en Ecuador capte el poder del Estado una poderosa oligarquía, que pretendía “descorreizar” al país, término que debe ser bien comprendido en el lenguaje político, por el peligro social e institucional que representa. Pero también cabe comprender que la estrategia orquestada por la ultraderecha ecuatoriana, forma parte de una internacional derechista continental.
Con Nuestra América (AUNA) - 8 de abril de 2017