El control de lo que vemos, oímos y leemos
En los seis años que siguieron a la promulgación de la ley, “Clear Channel Communications”, por ejemplo, obtuvo el control de 1,225 estaciones de radio en 300 ciudades. Actualmente su propiedad o control se ha extendido a más de 6,600 estaciones, más de la mitad de las que existen en Estados Unidos, incluyendo una red nacional (“Premiere Radio Networks”) que produce, distribuye o representa unos 90 programas, sirve a cerca de 5,800 emisoras y tiene alrededor de 213 millones de oyentes semanales. Incluye también “Fox News Radio”, “Fox Sport Radio” y “Australian Radio Network”, entre otras. Sus ingresos en 2011 alcanzaron la cifra de 6.2 billones de dólares.
Eliminadas las restricciones para la consolidación vertical, sólo faltaba suprimir las limitaciones que existían a la consolidación horizontal establecidas por la regla de la FCC (“Federal Communications Commission”) de 1975 (“cross ownership rule”) que prohibía al que poseía un periódico la posesión de una estación de radio (o de televisión) y viceversa en el mismo mercado. El objetivo de la regla era impedir que una sola entidad se convirtiese en voz demasiado poderosa dentro de una comunidad. En 2003 la FCC flexibilizó estas restricciones, pero el Tercer Circuito de Apelaciones bloqueó la aplicación de los cambios. En marzo de 2010 la Corte levantó el bloqueo y quedó abierto el camino a la consolidación horizontal.
Los medios de prensa escrita, radiales o televisivos, siguen las agendas que imponen los dueños. Cuando éstos se cuentan por miles, prevalece la diversidad de información y opinión dentro de los límites que permite el “establishment”. Pero cuando la consolidación se produce en gran escala, como sucede actualmente, la agenda que domina es la de unos pocos y poderosos propietarios, y la ideología que adelantan los medios es, por supuesto, la más reaccionaria y ultraderechista. Hoy tenemos más canales de televisión que nunca antes, pero una cantidad sustancial de ellos se dedica al fundamentalismo religioso, a las ventas por televisión, al más frívolo entretenimiento, o a la pornografía. En el resto, la calidad ha descendido a su peor nivel, lo que, unido al exceso de comerciales, alcanza límites embrutecedores.
Todo esto es extremadamente peligroso en una sociedad que apenas lee ya y que ha perdido la capacidad para discernir entre hechos y opiniones, porque se ha acostumbrado a la selección o presentación de los hechos en conformidad con criterios preestablecidos. Los hechos se ignoran o se deforman para validar opiniones.
La desregulación abrió a la competencia desleal todos los mercados de telecomunicación, incluyendo los de cable o satelital, y la Internet. Cinco conglomerados mediáticos controlan el 90 % de todo lo que leemos, oímos y vemos. Qué de extraño tiene que decenas de millones de norteamericanos aprueben la guerra preventiva, los asesinatos selectivos de presuntos enemigos de Estados Unidos, la tortura de prisioneros, las violaciones de fronteras con drones, o los crímenes llamados daños colaterales. O que ignoren completamente los sufrimientos de la población de Cuba a causa de un bloqueo criminal de medio siglo, o las injustas y crueles sentencias dictadas contra cinco patriotas cubanos.
La consolidación produce medios que no están dirigidos a toda la comunidad. Los anunciantes proporcionan ¾ de los ingresos, y a ellos solamente les interesa el sector de la población con capacidad para adquirir sus productos o sus servicios. Típicamente, la población de menores ingresos no es de su interés. La consolidación convierte a los ciudadanos norteamericanos en simples consumidores y espectadores.
Actualmente, el libre mercado es el criterio con el cual se analizan los medios, es decir, la operación eficiente y la máxima ganancia constituyen los objetivos principales o únicos, sin tener en cuenta el importante papel que deben desempeñar los medios en la sociedad y en la vida pública. Los medios consolidados son generalmente grandes y complejas instituciones sociales, culturales y políticas, no sólo económicas, que ejercen una profunda y negativa influencia en la sociedad. Si permitimos que controlen lo que vemos, oímos y leemos, controlarán también lo que pensamos.
ALAI, América Latina en Movimiento - 13 de noviembre de 2012