El desplome

Claudio Scaletta

 

En el segundo trimestre la economía ingresó en una fuerte recesión. Los números oficiales hablan de una caída interanual del 3,4 por ciento. Cuando esto sucede significa que por detrás del indicador de síntesis, el “-3,4”, existen montones de malas noticias cuyo sólo relato resulta agobiante.

Se evitará aquí el trance, pero es inevitable destacar que, a pesar de la contracción de la actividad, los ajustes de precios relativos decididos por la Alianza PRO (devaluación, modificaciones arancelarias y subas tarifarias) provocaron en paralelo un significativo aumento de la inflación.

Los economistas cercanos al gobierno piden paciencia e insisten en las maravillas que llegarán en ese futuro que siempre se aleja. Se trata del mito (neo)clásico del esfuerzo asimétrico para arribar al paraíso. Pero los datos del presente eximen de mayores comentarios. Los números son números. Como podía preverse apenas conocida la naturaleza de la nueva política económica, la economía se desplomó. Y a diferencia de otros momentos históricos, la caída fue inducida por el ajuste.

En la experiencia histórica era al revés, se explicaban los ajustes con la excusa de la contracción de la actividad. Hoy los ideólogos de Cambiemos recurren al ingenio comunicativo e insisten que los padecimientos actuales son pura culpa del pasado. El relato es conocido: la pesada herencia, pero llevada al límite. Cuanto peores son los resultados del presente, aun peor resulta aquel pasado. Tanto es así que a nueve meses de iniciado el nuevo gobierno la prensa corporativa sigue abocada a la narración de los males pretéritos.

En el camino aparecieron también cuestiones más complejas. El descalabro técnico en materia tarifaria no podía atribuirse al gobierno anterior, pero para estos casos los grandes CEO a cargo de las principales áreas del Estado optaron por mostrarse humildes y pedir comprensión. Dijeron que están aprendiendo, aunque sea a costa del erario y los consumidores.

Efectivamente, existía una herencia. En el último gobierno kirchnerista la reaparición de la escasez relativa de divisas introdujo fuertes tensiones, situación que en medio del cambio de tendencia del escenario global a partir de la crisis estadounidense de 2008-2009, provocó, a partir de 2011-2012, un freno en el ciclo largo de crecimiento iniciado en 2003. Restricción externa y economía que avanza más despacio no son precisamente el mejor de los mundos, pero a pesar de ello, salvo momentos puntuales, durante los 12 años largos de la anterior administración los salarios siempre continuaron ajustándose por encima de la inflación, dato que es necesario memorizar.

La economía de fines de 2015 demandaba correcciones. La estructura económica, el aparato productivo, no conoce puntos de llegada y era necesario trabajar para resolver aquello que estaba generando las tensiones: transformar la estructura para volver a correrse de la restricción externa, tener un plan de producción como el diseñado por la Fundación DAR (Daniel Scioli) para decenas de cadenas sectoriales y regionales. Trabajar sobre las industrias deficitarias en divisas y aumentar la producción de energía. Mejorar la situación de endeudamiento para financiar una transición sin dolor, sin sobresaltos, una de las funciones genuinas de tomar deuda. Cuidar las divisas para importar los insumos de los procesos productivos y movilizar los recursos internos para mejorar la infraestructura. Para que esto funcione, la macroeconomía debía mantener una demanda pujante, lo que supone cuidar y mejorar el poder adquisitivo de los salarios. Se trataba de un conjunto de correcciones para recuperar el crecimiento sostenido. Nada en este camino indicaba que el instrumento para lograrlo era una indispensable poda de los salarios y la consecuente caída de la demanda y la actividad.

La Alianza PRO repitió durante la campaña que nadie perdería nada de lo que ya tenía, pero a poco de asumir sus ideólogos comenzaron a repetir que aquello que la mayoría tenía “era una ficción”. La gente hasta se había “acostumbrado a comer barato”. Había llegado el tiempo de sincerarse, de provocar “un cambio cultural”. No lo dijeron antes de las elecciones, lo dijeron después. Si cumplieron, en cambio, con el núcleo duro de su base electoral. El ganador había sido el hijo de Franco Macri y desde el día cero comenzó a beneficiar a su clase. El objetivo número uno fue mejorar la rentabilidad empresaria por dos vías: La baja de salarios, lo que demando un mix de aumento acelerado del desempleo combinado con paritarias por debajo de la inflación, y cuyo resultado fue la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores que ya supera los 10 puntos promedio, y la eliminación de aranceles al agro, a la minería y a commodities industriales a pesar de la fuerte devaluación, una combinación única. En paralelo se sobreactuaron las señales amistosas hacia el poder financiero internacional vía un arreglo apurado y carísimo con los fondos buitre, más la progresiva y también acelerada eliminación de toda restricción para girar divisas al exterior. El objetivo de estas señales de mercado fue conseguir el mix deseado de endeudamiento y lluvia de inversiones internacionales que, supuestamente, disparará alguna vez el crecimiento económico. Endeudarse, se sabe, es mucho más fácil que conseguir inversiones, más si se cuenta con la pesada herencia de un endeudamiento en divisas por debajo de los 20 puntos del PIB. La deuda se disparó y el país ocupó el triste récord de colocación entre los países emergentes, pero gracias a la liberación de restricciones buena parte de los recursos obtenidos financiaron la salida de divisas.

En síntesis: no se produjo nada parecido a la transformación de la estructura productiva para alejar la restricción externa y poder crecer. Tampoco hay señales del prometido boom de infraestructura, apenas un ñoqui VIP, con rango de ministro, que teóricamente preside un presunto Plan Belgrano. La situación externa no sólo no mejoró, sino que empeoró. Ya se prevé que el déficit comercial continuará hasta el final de la actual administración. Mientras tanto la inversión continúa cayendo y los inversores internacionales hicieron saber que todavía no están seguros. No comen vidrio, saben que un modelo que no crece ni crea empleo no es políticamente estable y, por ahora, prefieren observar el desenlace de 2017.

Toda decisión de política económica es una decisión de transferencias entre clases, sectores y regiones. La actual administración ya decidió y los resultados que se observan son los previstos por la teoría económica. La recesión y la caída de poder adquisitivo de las mayorías no son la consecuencia de errores, sino de un plan deliberado. Al igual que los inversores internacionales, las clases hegemónicas locales también observan, todavía sin preocupación, cuál será la sostenibilidad de largo plazo del nuevo modelo.

 

Suplemento CASH de Página/12 - 25 de septiembre de 2016

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