El fiasco de la ortodoxia
Como se sabe, Richard Kahn, colaborador de Keynes en Cambridge, descubrió el efecto multiplicador del gasto público, en 1931, que este último utilizó en la Teoría General. La presentación habitual muestra que cuando el gobierno gasta 1 peso más y con una tasa de ahorro del 20 por ciento, el incremento del PBI, a plazo, es de 5 pesos. Inversamente, si el Estado disminuye el gasto, esto tendrá un efecto similar. La pauta habitual es circunscribir el efecto multiplicador a 2 años y en ese caso se dice que el multiplicador es de 1,8. El FMI había calculado y enunciado una pauta media global del multiplicador del gasto público según la cual una disminución del gasto público de 1 peso producía una baja de sólo 0,5 peso en el PBI, suponiendo implícitamente que la actividad privada permitiría sostener la actividad económica.
Esta pauta era en sí discutible debido a que es improbable que pudiera ser válida indistintamente para todas las economías. Por otra parte, el cálculo se hacía en períodos “normales”, vale decir de “prosperidad”, con lo que puede suponerse que en un período de crisis el valor podía ser mayor. Además suponía, implícitamente, que existía una tasa de desempleo baja y un atesoramiento que los particulares podían disponer, y gastar, que creaba una suerte de tensión en la economía que trataba de autorrelanzarse suponiendo que los agentes desearían mantener su nivel de confort y gastarían lo atesorado. Estos “correctores” mostraban que este tipo de modelos tienen una carga ideológica y que no son “neutros”. En los países más pobres, donde no existían esas condiciones, el efecto multiplicador negativo era más poderoso y la caída del PBI mucho más importante.
Los nuevos cálculos realizados por los economistas del FMI mostraron que el multiplicador se sitúa entre 0,9 y 1,7, lo cual introduce una explicación plausible de la crisis de Europa en 2012, regenerada por las restricciones presupuestarias. Ello explica que en la crisis financiera actual en Europa, el FMI haya mostrado, paradójicamente, una gran moderación frente a los ayatolás de la austeridad que son la Bundesbank, de la Comisión Económica Europea, el Banco Central Europeo, la canciller Angela Merkel y David Cameron.
La ideología de la austeridad aparece así aun más descabellada de lo que se suponía. La crisis actual que impone sufrimientos a los pueblos europeos fue provocada por el laxismo de los dirigentes políticos europeos y estadounidenses que permitieron que el sector financiero realizara las maniobras especulativas que llevaron a la crisis. La austeridad, se sostiene, agrava la crisis pero permite restaurar la confianza de los mismos financistas que produjeron la crisis. Absurdo.
Pero dentro de todo hay una buena noticia, en la medida en que puede hacerse una lectura inversa del error de cálculo del FMI. Si la austeridad provoca un efecto recesivo más importante del que se suponía es evidente, como lo muestra el ejemplo argentino, que las políticas presupuestarias expansivas son mucho más eficaces de lo que se presume.
La segunda mala noticia para la teoría ortodoxa es otro error de cálculo, cometido por dos economistas norteamericanos que sostenían la austeridad en el gasto público. En un libro, Carmen Reinhart, profesor de Economía en la Universidad de Maryland, y Kenneth Rogoff, ex jefe economista del FMI y actual profesor de la Universidad de Harvard, sostienen que las crisis financieras son la consecuencia de la deuda pública. En un nuevo artículo que llenó de gozo a los promotores de la limitación de la deuda pública y que proponen sistemáticamente una disminución del gasto público que la genera, establecieron que cuando la deuda pública sobrepasaba el 90 por ciento del PBI se generaba una caída de la tasa de crecimiento. Es como sostener que habían encontrado el umbral de la muerte de las economías y el dato fatídico fue utilizado en la reunión del G-20 para definir las políticas que en Europa llevaron a la recesión actual.
Todo podría haber seguido en el mejor de los mundos si en el marco de un trabajo escolar un estudiante de doctorado no hubiera tratado de reproducir los cálculos de los eminentes economistas, realizados con un tablero un Excel. Frente al fracaso, luego de varios ensayos, para corroborar los supuestos resultados, sus profesores consideraron que Reinhart y Rogoff habían cometido un error. Pero la verdadera sorpresa fue que rectificando los “errores de cálculo”, la tasa de crecimiento cuando la deuda llegaba al umbral de la muerte del 90 por ciento ya no era negativa de 0,1 por ciento, sino positiva del 2,2 por ciento.
Este artículo hubiera tenido otra envergadura y su destino académico otra trayectoria si hubiera sido presentado como una hipótesis de trabajo, para una discusión sobre la pertinencia de las políticas de austeridad. Pero presentado como un hecho indiscutible por dos eméritos teóricos que apoyan las políticas de restricción presupuestarias produjo la desagradable impresión de que en medio del estancamiento generalizado en los países industriales la neutralidad teórica dejaba que desear.
Este “error” tiene dos orígenes. Por un lado resulta de la autosugestión: cuando los resultados son los que se esperaban, lo cual es intelectualmente altamente satisfactorio y placentero, entonces es suficiente en sí. Por otro lado, resultan de la metodología utilizada. En lugar de apoyar un razonamiento teórico sobre un cálculo econométrico, se realiza el cálculo para obtener un resultado, al cual se le otorga validez sin aportar el razonamiento teórico que lo fundamente, que dicho sea de paso es mucho más complicado que apoyar “enter” sobre dos columnas de datos.
Los dos profesores ya habían tenido que afrontar críticas demoledoras, pero eso no había sido suficiente. Obtener un resultado “robusto” en un modelo no significa que dicho resultado sea pertinente. La tesis de la austeridad simpática que produce confianza, y en consecuencia facilita y provoca la expansión económica, no tiene mayor asidero teórico. ¿Cómo explicar que la disminución del ingreso de una mayoría de hogares pueda enriquecer al conjunto?
No obstante la política económica del sacrificio y del “ahorro”, que rechaza la facilidad de la satisfacción epicúrea inmediata, goza en apariencia de una sorprendente fascinación... en las elites. Es probable que sea el asidero de una cierta moral donde la abstinencia es una virtud y la satisfacción de las necesidades un exceso cuyas consecuencias asustan.
En la célebre fábula de Jean de Lafontaine, la pobre cigarra va a pedirle comida a la abnegada hormiguita que trabajó corajudamente durante el verano mientras ella cantaba, lo cual la condena a perecer durante el invierno que ya se vislumbra, en una clara amenaza hacia aquellos que prefieren gastar en lugar de ahorrar.
De allí que sin duda, aquí en Argentina, que los dirigentes de la oposición sostengan que el país vive por encima de sus posibilidades, que la “fiesta del consumo” se tiene que acabar ya que, si no, pagaremos inevitablemente los “excesos” con nuevas y terribles consecuencias que nos caerán encima como las siete plagas de Egipto. Pero es fácil comprender lo que hay del otro lado del espejo: si no hay que gastar, la mejor manera de hacerlo es distribuir poco, vale decir bajar los ingresos para no estar tentados de gastarlos, lo cual supone que lo mejor es que aquellos que saben utilizarlos los perciban
Suplemento CASH de Página/12 - 9 de junio de 2013