El precio de la desigualdad según Joseph Stiglitz: ineficacia y democracia en peligro

Estelle Leroy-Debiasi
Hay momentos en que los pueblos se alzan (o reaccionan, si te gusta más) y dicen «esto no va más, esto debe cambiar» Ahora, estamos en eso. Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de economía, hace mucho tiempo que viene previniendo los desvíos del actual sistema y de la financierización de la economía. En su nuevo libro se centra en el «precio de la desigualdad». Hace veinte años que vienen aumentando las desigualdades y no solo son socialmente inaceptables sino más nefastas aún desde el punto de vista económico. Los indignados lo ponen muy bien en evidencia enarbolando los colores del 99% con referencia al 1% que ya había estigmatizado el antiguo director del Banco Mundial y Premio Nobel de economía Joseph E. Stiglitz.

Fracaso de los mercados, fracaso de los sistemas políticos que no corrigen los excesos de los mercados y de los injustos sistemas económicos y políticos. El actual sistema multiplica y mantiene los fracasos y de golpe se agravan las desigualdades. Pero lo que mucha gente ignora es que las desigualdades cuestan muy caro, porque participan directamente al «deterioro de la economía» y a sus desvíos, que Stiglitz llama «subversión de la democracia».

Más allá de la muy interesante y fundamentada comprobación que plantea, el economista muestra como la desigualdad es la causa y la consecuencia del sistema que provoca un círculo vicioso y genera inestabilidad y cómo el actual sistema económico ha llegado a su fin.

Su comprobación parte de la situación de los EE.UU. en donde, desde hace dos décadas, el poder de compra de las clases medias no ha hecho sino disminuir. Los EE.UU tiene «el problema del 1%», una clase media presionada debido a que las desigualdades en los ingresos se han agravado y las ganancias de la recuperación «se le han esfumado»; «el 93% de los ingresos suplementarios creados en 2010 han sido acaparados por el 1% de la población de clase alta». De modo que en el transcurso de los últimos treinta años los Estado Unidos se han convertido en un país dividido: la clase alta ha progresado rápidamente y el país ha retrocedido. Los salarios bajos aumentaron en treinta años un 15% mientras que los del 1% del nivel superior aumentaron un 150%. Esta situación es aún más flagrante si observamos la distribución de los ingresos del capital.

Y en todo su libro, Stiglitz no dejará demostrar y demostrar que las desigualdades son causa de inestabilidad económica y derrota los argumentos de quienes hacen la apología de la desigualdad como base del crecimiento, según la tesis de la «economía del derrame» porque eso no funciona así.

Por el contrario los efectos nefastos de las desigualdades son claros: descenso del nivel de vida, consecuencias de deterioro de la salud, la de educación, de la vivienda, deterioro de las relaciones sociales entre los jóvenes ya adultos atrapados en la casa de sus padres… el mito de unos Estados Unidos justos y con igualdad de oportunidades se muestra sin eufemismos.

El libro didáctico y voluntariamente dirigido al gran público permite comprender –aun cuando uno no sea muy ducho en economía – los diferentes mecanismos y sus perversos efectos. Es cierto que Stiglitz se apoya en muchos ejemplos usamericanos – la campaña electoral obliga – pero su razonamiento es absolutamente «benchmarkable» y por otra parte no se priva de mostrar que más allá de los EE.UU. las limitaciones del actual sistema afectan a numerosos países comenzando por los europeos. Porque las mismas recetas generan los mismos males, aunque si bien es cierto en Francia se disfruta aún hoy de un sistema de redistribución un poco más logrado que el sistema estadounidense.

La Democracia en peligro

Además como lo señala claramente, los EE.UU. han jugado un papel central en la creación de las actuales reglas de juego que han fracasado. La globalización tal como está siendo actualmente administrada no facilita el progreso ni de la eficacia mundial, ni de la justicia, Sino que lo que es más grave es que pone en peligro a la democracia. Este es seguramente uno de los puntos más sensibles del libro.

Una democracia en peligro, es el título del capítulo nº 5 : la actual desigualdad existente en los EE.UU. y en muchos otros países del mundo nació o ha sido mantenida por las abstractas fuerzas del mercado y fortalecida por la política. Es por eso que la batalla la ha ganado el 1%. Pero no es esto lo que debiera suceder en una democracia.» En la que el 100% de los ciudadanos deberían participar del sistema «una persona = un voto» mientras que en la realidad sucede, como él lo recuerda «un dólar = un voto». La política establece las reglas de juego de los mercados y ese juego esta sesgado a favor del 1%.

Así a los griegos se los privó de participar de un referéndum sobre el programa de drástica austeridad, dado que los dirigentes y los financistas pusieron el grito en el cielo ante esa idea. Pero sobre todo como lo subraya muy bien Stiglitz, el control de los mercados financieros no se produce solamente con los países endeudados sino en todos aquellos que quieren ganar en el mercado de capitales. Y aunque haya elecciones libres, los mercados imponen sus leyes mediante chantajes (baja de la calificación, nada de créditos, aumento sobre los préstamos de las tasas de interés…) La elección de opciones económicas es limitada. Y vale la pena recordar como en los años 90 (página 205 del texto en francés), Lula pudo haber sido electo en Brasil, pero Wall Street lo objetó (chantaje de por medio). En el 2002, los brasileños no se dejaron cooptar y de todas maneras eligieron a Lula.

Sin olvidar el lado caprichoso de los mercados que juegan con las calificaciones para actuar en el corto plazo, la presión de las multinacionales continúa especialmente a través de la OMC. Dado que las multinacionales se hallan administradas por un 1%, las reglamentaciones favorecen a ese 1%. Otro mundo es posible pero con otras formas de administrar la globalización, que no admitan una globalización sin trabas. Porque «para preservar la democracia, es necesario moderar la globalización» afirma.

Terminar con la reducción del Estado.

Y defender por lo tanto una justa distribución de los roles tanto del mercado como del Estado, y no acentuar sobre todo la reducción del Estado sino una estimulación de la economía. Ahora bien, explica Stiglitz, los programas anti-déficit y de austeridad tienen a menudo por objeto aumentar y preservar las desigualdades.

Por otra parte «la historia nos demuestra que la austeridad casi nunca funcionó” y que el gasto público, en cambio, puede ser muy eficaz. Sin embargo resulta siempre sorprendente, subraya Stiglitz, ver que muchos expertos (banqueros, políticos…) o ciudadanos que se dejan seducir por el “mito de la austeridad” como también por el «mito de comparar el presupuesto del Estado con el de un hogar» Un gobierno gastando más de lo que gana puede incentivar la producción y la generación de empleos. La creación de riquezas derivada de esa política puede llegar a ser muchas veces superior a los gastos realizados.

Ahora bien «el 1% a captado y distorsionado el debate presupuestario» sobre la base de un chantaje sobre el exceso de gastos pero que solo oculta su deseo de achicar el estado.

Stiglitz nos conduce de este modo al terreno de la política macroeconómica, de la política monetaria (capítulo 9). Tal como ha sido delineada por los monetaristas, ocn Milton Friedman a la cabeza «campeón del libre mercado» y toda la escuela de Chicago cuyos perjuicios se conocenen todo el mundo especialmente en América Latina.

Si los Bancos Centrales se interesaran en los empleos

«Las teorías de Friedman reflejaban su intención de achicar el Estado y limitar su libertad de decisión» La moderna concepción de la política monetaria ha dañado al 99% prosigue Stiglitz. Negando la importancia de la distribución de los ingresos, centrándose en las tasas de interés como única palanca y partiendo de la desregulación. El economista nos muestra muy bien los límites del concepto de Banco Central independiente tal como funciona en nuestros países puesto que son cautivos de los mercados financieros. Estigmatiza también la falta de fe en el control democrático de los que defienden la independencia de los bancos centrales. Y sin embargo debería inquietarlos. Y señala con el dedo el ambigüo papel del BCE en la crisis griega en beneficio de los bancos (pag. 349).

Pero lo más importante, es que una vez más, detrás de la política monetaria se esconde una lucha de ideas, una batalla sobre la concepción de la economía y de que lo que es bueno para ese 1% que toma las decisiones, lo sea forzosamente para el 99% que las sufre. Si el monetarismo ha sido dejado de lado, los bancos centrales se han centrado en las tasas de inflación como único objetivo.

Esto se ha convertido en una verdadera obsesión. Pero lo que ha desviado la atención de los problemas más serios, como son las desigualdades y la baja de los salarios. Y la conclusión de que luego de 25 años las políticas macroeconómicas y monetarias no han aportado ni estabilidad, ni crecimiento permanente, ni una mejor distribución de la riqueza entre las mayorías. Ha llegado por lo tanto el tiempo de encontrar otro marco. Pero los bancos y los mercados mantienen la resistencia.

Otro camino es posible. A través de un programa de reformas económicas (que Stiglitz detalla en su último capítulo) en el que debe intervenir el Estado, regulando los bancos, las empresas, los paraísos fiscales… Corrigiendo los excesos y fiscalizando en mayor medida los altos ingresos, promoviendo la inversión pública, mejorando la protección socialny tendiendo al pleno empleo otorgándole un papel más responsable al banco central «abandonando su excesiva concentración sobre la inflación para interesarse de manera más equilibrada en el empleo, el crecimento…» : lo que trata por otra parte de hacer la Argentina a través de una política considerada heterodoxa en cuanto a las funciones del banco central (ver : «Desaceleración del crecimiento, la Argentina elige ser contracíclica»).

Las reformas descritas y propuestas se hallan destinadas a los EE.UU. – en plena campaña electoral - pero es comprensible que son comunes a muchos países. El análisis de Stiglitz sugiere que los EE.UU. podría usar su poderío y su influencia – aunque ahora sea menor que antes – a favor de nuevas regulaciones que generen una economía mundial más justa. Una visión posiblemente más hegemónica en un mundo en el que se diseñan nuevos contornos, en el que las relaciones de fuerza evolucionan.

ALAI, América Latina en Movimiento - 11 de septiembre de 2012

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