El regreso de la política o el "eterno retorno"

Martín Bermejo - Facundo Piovano -  Esteban Tarditti Agüed * (Especial para sitio IADE-RE) | El "regreso de la politica" y el tipo de conflicto que se espera para la próxima gestión gubernamental. "Los consensos y las arduas negociaciones, no sólo en la cúpula política sino entre los principales grupos sociales, serán moneda corriente los próximos años", dicen los autores. 

Luego del resultado contundente de las PASO algunos analistas comenzaron a sostener que ha regresado la política, entendida como la gestión y administración de los conflictos sociales. En rigor, siempre estuvo pero parece que durante casi un lustro su pronunciamiento fue mala palabra. Es que la "nueva política" ofició como una falsa anti política y eso, junto al macrismo, es lo que está entrando en crisis.

 Al menos en apariencia, durante un brevísimo periodo, la "nueva política" procuró travestir la discusión y la disputa en tanto forma de dirimir conflictos. Ya no había más ideología, ni historia, ni clases, ni intereses objetivos, ni sujetos sociales, ni nada similar; todas ellas eran cosa del pasado. Viejas categorías usadas para analizar un mundo obsoleto que desaparecía. Lo único que había era dos sectores definidos en términos ético-morales: el kirchnerismo, peronismo y los 70 años de tragedia por un lado; la república y la modernidad, por el otro. Los valores y las pulsiones reemplazaron a las relaciones sociales de producción como determinantes de los conflictos. Durante este complejo interregno, quienes renegamos de esta supuesta "nueva política", nos vimos en offside casi de forma permanente. Fuera de los espacios académicos, de militancia o de afinidad ideológica, disputar esta nueva concepción implicó un gran esfuerzo para no parecer poseedor de un pensamiento con olor a naftalina.

Enunciar el regreso de la política manifiesta en última instancia que para los análisis y las discusiones volverán a estar en el centro de la escena el conflicto, la negociación, el toma y daca, el acuerdismo permanente, por arriba, por abajo, por todos lados; y, por sobre todas las cosas, las disputas del poder y el diagnóstico sobre la correlación de fuerzas (enunciada con mayúsculas) volverá a ser el leitmotiv de los mítines políticos.

La paradoja de todo esto es que los enunciadores patológicos de “la nueva política” y el fracaso de su proyecto fueron los que lograron que aquella que tanto denostaron, una vez más, vuelva a estar en escena y resuene con fuerza nuevamente. Así fue que las diferencias al interior del panperonismo se fueron limando, la prédica de unidad fue calando hondo y los operadores volvieron a estar en la espuma de la ola. Individuos, sectores y hasta clases que se creían en las antípodas hoy vuelven a constituirse en un mismo frente electoral llamado Frente de Todos, con la oportunidad cercana de gestionar el Estado. Resurgió la política, volvió a estar en centro de la escena, hasta podría decirse parafraseando a un diputado ¿oficialista?: renació la rosca y en estas líneas la reivindicamos…

Por ello, así como "volvió" (se insiste, nunca se fue, ni se irá) el conflicto y la correlación de fuerzas a los análisis mundanos de la realidad nacional, nosotros nos preguntamos cuál será el tipo de conflicto que se espera para la próxima gestión. Adelantamos nuestra hipótesis: el conflicto madre de esta coyuntura será con los acreedores externos entendida como fracción de clase, disputa que emerge como resultado del gigantesco endeudamiento al que fue sometido el Estado y para el cual la economía doméstica como totalidad no muestra capacidades de repago. Esta disputa particular fue lo que permitió que la amalgama de los sectores populares, la burguesía nacional y parte de las fracciones más concentradas del capital local se transformaran en un proyecto viable de gestión del capital total (llámese, el Estado). Solapando sus contradicciones internas hoy integran el mismo frente, puesto que la dinámica en la que ingresó la economía doméstica trae consigo un derrotero generalizado: la extranjerización de los capitales concentrados a precio de saldo, la desaparición de franjas importantes de la pequeña burguesía, junto con una fortísima caída del salario. En términos concretos, un avance en la extranjerización, concentración y centralización del capital por un lado; por otro, avances en la pauperización de la clase obrera.

Por esto es esperable la reedición de una alianza clasista de tintes similares a la que imperó en la primera etapa kirchnerista, aunque con particularidades imposibles de soslayar. Veamos: el agotamiento del modelo de acumulación de la convertibilidad, cuyo acta de defunción decretaron desde Washington pero el sello lo imprimió La Plaza, trajo consigo una crisis sistémica de gran parte del entramado político vigente, con los partidos tradicionales como víctimas principales. En ese terreno arrasado, las medidas tomadas por Duhalde en aquel volcánico 2002 y los primeros tiempos de Kirchner encontraron cierta agilidad indispensable para su rápida y efectiva aplicación. El escenario post cambiemita, en cambio, presenta un paisaje divergente: a pesar de los movimientos estratégicos lógicos experimentados en los últimos meses persiste una más que aceptable legitimidad de los principales frentes que disputan la conducción del Estado (no casualmente hijos del “que se vayan todos”), y prevalece una fuerte polarización entre ambos que los obliga a negociar con otros actores de la sociedad civil para avanzar en sus planes. Los consensos y las arduas negociaciones, no sólo en la cúpula política sino entre los principales grupos sociales, serán moneda corriente los próximos años.

Tampoco son equiparables las condiciones de los sectores populares y, consecuentemente, las de las clases poseedoras, que no es más que el reverso de la moneda. En aquel tiempo los apabullantes niveles de desempleo y pobreza, junto a la profunda desarticulación de la clase obrera le permitieron al capital recomponer súbitamente su tasa de ganancia tras la feroz licuación de salarios, a la vez que le posibilitaron iniciar un sendero de acumulación centrado en la expansión de la demanda agregada, aprovechando la significativa ociosidad productiva y el margen para motorizar el gasto público (default de la deuda mediante). Contrariamente, los próximos meses el capital (y el Estado, como su representante político) enfrentarán mayores tensiones, pues si bien es indudable el deterioro de todos los indicadores socioeconómicos durante estos 4 años, difícilmente alcancen niveles semejantes a los descriptos en los primeros años de los 2000, a lo cual se agrega un nivel de organización incomparablemente mayor tanto de la clase obrera ocupada como de los excluidos del mercado de trabajo y de la economía formal (experiencia solidificada al calor de los 12 años kirchneristas, en gran parte). Es decir, actualmente el ejército de reserva es sensiblemente menor, e incluso, más organizado, lo cual representará un escollo importante para restaurar sin conflictos la acumulación de capital.

Por último, no podemos olvidarnos de las diferencias en el plano externo. El próximo gobierno encontrará un mundo fuertemente conflictivo, con bajo crecimiento en los países centrales y recurrentes fricciones en el comercio mundial, con China dirimiendo decididamente el control del mercado internacional (carrera tecnológica como principal arena de disputa) aunque creciendo a tasas menores que hace 15 años, por lo que los precios de nuestros productos exportables difícilmente alcancen los niveles de aquella época. Por si fuera poco, Estados Unidos seguramente procurará alcanzar una injerencia en el Hemisferio Sur considerablemente mayor a la esbozada a principios de siglo, cuando sus asuntos en Medio Oriente acaparaban su atención. En síntesis, el escenario político, social y económico arriba descripto, tanto local como internacional, obliga a matizar cualquier analogía lineal que quiera hacerse con los primeros años de la posconvertibilidad.

Con estas líneas lo que queremos afirmar es que la tensión dentro del propio frente que gobernará, que efectivamente existe, quedará coyunturalmente apaciguada. Como se sostenía anteriormente, es el derrotero que enfrenta cada una de las fracciones a título individual (extranjerización, concentración y centralización por un lado;  caída del salario real, por el otro), lo que fomenta la amalgama colectiva. Sin embargo, puede preverse que una vez recompuesta la tasa de ganancia y la acumulación doméstica, y desembarazados transitoriamente del capital financiero vía el pago de las obligaciones de la deuda (no sin antes haber cambiado las condiciones de pago y monto), será inevitable experimentar reediciones de la tensión dentro del frente interno. Ahí se verá qué fracción será la que lidere y de qué forma ejercerá esa conducción. Siguiendo a Daniel James en su imprescindible Resistencia e Integración, ¿será el kirchnerismo el rasgo herético del albertismo? ¿Se erigirá como el representante de los sectores populares, frente a la gran burguesía local y los gobernadores, encarnados por otros actores del mismo Frente? Y en tal caso, ¿Hasta qué punto le será favorable la correlación de fuerzas? ¿Cómo se resolverán las tensiones dentro del propio bloque gobernante? Ya lo dijimos: ha vuelto la política de siempre, explícita y sin maquillajes; la rosca eterna por la que tenemos historia.

 

* Martín Bermejo (Sociólogo UBA, Maestrando en Economía Política - FLACSO) / Facundo Piovano (Economista UNRC, Maestrando en Economía Política - FLACSO) / Esteban Tarditti Agüed (Historiador UNC, Maestrando en Economía Política - FLACSO). 10-10-2019.

 

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