El verdadero problema fronterizo de Norteamérica

Harold Meyerson
La ley de reforma de la inmigración con probabilidades de ser aprobada esta semana en el Senado recogerá algunos votos más si el gobierno se compromete a construir una valla más extensa. Gracias a una enmienda de los republicanos, los operarios levantarán 700 millas [más de 1.000 kilómetros] de vallado a lo largo de la frontera mexicano-norteamericana.

Pero si vamos a levantar una valla, ¿es ahí donde debería ir? Si somos aprensivos respecto a nuestros vecinos, ¿son estos los vecinos — y es ése el sur — que realmente le plantea los problemas más difíciles a los Estados Unidos?

Por ahora, hasta la profesión de los economistas reconoce que nuestra apertura al mundo en desarrollo — llamémoslo el Sur Global — ha tenido su papel en la depresión de la renta de los trabajadores norteamericanos. Y deprimidos están: el sueldo por hora ha caído un 3,8% en el primer cuatrimestre de 2013, el mayor desplome desde que el gobierno comenzó a medirlo en 1947. El aumento de los beneficios y la caída de los salarios que definen nuestra “recuperación” no parece que vayan a desaparecer.

Pero, ¿en qué medida se origina este problema en el Sur Global y en qué medida en el Sur norteamericano? Los Estados Unidos tenían dos sistemas laborales, regionales, distintos. Cada uno de ellos ha mutado múltiples veces, pero a lo largo de la historia norteamericana, uno ha sido el del Norte y el otro el del Sur, y sus diferencias han estado, hasta hace poco, clara., En el sistema del Norte, los trabajadores tienen más derechos e ingresos más elevados. En Dixie, tienen menos derechos e ingresos más bajos.

El modelo económico del Sur siguió siendo notablemente diferenciado aun cuando la esclavitud y luego el sistema de aparceros fueran relegados al basurero de la historia. Durante la época del New Deal, fueron los senadores y representantes del Sur los que insistieron en excluir a los trabajadores agrícolas y domésticos – sobre todo afroamericanos – de la nueva legislación sobre salario mínimo. Una década más tarde, fueron los senadores y representantes del Sur, en coalición con los republicanos del Norte, los que aprobaron la Ley Taft-Hartley, que, como ha demostrado documentalmente Rich Yeselson en la edición de verano de 2013 de la revista Democracy, permitía los estados impedir que los trabajadores se sindicaran al volver prohibitivamente caras las campañas organizativas. Poco después, fueron los estados del Sur, a los que se sumaron los del Oeste montañoso, los que se sirvieron de esta opción aprobando las llamadas “leyes de derecho al trabajo” [disposiciones antisindicales].

Apuntalaba todo esto el virulento racismo del sistema de poder del Sur blanco. Su antisindicalismo hundía sus raíces más en la antipatía derechista por los derechos de los trabajadores; lo sostenía también el temor a que los sindicatos industriales realizaran la integración racial y se convirtieran en vehículos de poder afroamericano, como sucedió en el Norte. Hoy en día, hace ya mucho que desaparecieron las leyes de Jim Crow [segregacionistas], pero la supresión de los derechos e ingresos de los trabajadores del Sur - sin que importe su raza- continúa.

Sin embargo, en años recientes, el sistema laboral del Sur ha empezado a desplazarse hacia el Norte. A medida que Wal-Mart iba pasando en su evolución de ser una cadena barata de los Ozarks [región montañosa del Medio Oeste] a convertirse en el patrono más grande del país en el sector privado, ha ido llevando sus bajos salarios cotidianos y su feroz antisindicalismo a cada uno de sus establecimientos. Mientras tanto, la transformación del Partido Republicano en una organización con base y dominio del Sur blanco ha vuelto más antisindicales a los republicanos del Norte. Desde que, por ejemplo, los republicanos derechistas se apoderaron del control de Indiana y Michigan en las elecciones de 2010, ambos estados han aprobado leyes sobre “derecho al trabajo”.

Pero el Sur sigue siendo el corazón de la América del trabajo barato. En los informes de población publicados el pasado septiembre, el Sur sigue siendo la región con la renta media más baja y las tasas más elevadas de pobreza y carencia de seguro médico. También es la meca de las corporaciones globales que buscan mano de obra sumisa y barata. De modo parecido a cómo los empresarios británicos de confección de ropa favorecieron en buena medida al Sur durante la Guerra Civil debido a su dependencia del algodón recogido y procesado por el trabajo esclavo del Sur, así una panoplia de fabricantes europeos y japoneses — entre ellos Volkswagen, BMW y Nissan — han abierto fábricas carentes de sindicatos y con bajos salarios en el Sur, aunque trabajen en armonía con las organizaciones sindicales en sus respectivos países. Cuando se trata de barrios míseros, las empresas siguen yéndose al Sur.

Con una población hispana en rápida expansión, el Sur puede experimentar bien pronto un cambio político de los que hacen época, tal como documentan mis colegas del American Prospect en el último número de la revista. Sus gobiernos de reaccionarios republicanos blancos en los estados pueden dejar paso a otros que reflejen coaliciones más liberales de negros, blancos e hispanos. No obstante, mientras no llegue ese día, si el gobierno federal quiere construir una valla que mantenga a salvo a los Estados Unidos de los peligros de bajos salarios y la pobreza y otros males concomitantes — y de la chifladura de toda laya del Sur blanco derechista — debería levantar esa valla entre Norfolk [Virginia] y Dallas [Tejas]. Nada malo hay en las vallas, siempre que se coloquen en el lugar correcto.

Sinpermiso - 21 de julio de 2013

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