En Bolivia, todo vicepresidente espera ser algún rato presidente

Jorge Fontevecchia


Luego de las elecciones, Bolivia vive una experiencia política en la que el hombre más fuerte de la alianza de gobierno no es el presidente, Luis Arce, sino Evo Morales. Quien fuera su vicepresidente y uno de los ideólogos del MAS Álvaro García Linera explica cómo se articulan ambos liderazgos y también hacia dónde va el progresismo latinoamericano. Intelectual con amplia obra publicada, describe la práctica y el día a día del poder.

En el momento de ser nombrado Doctor Honoris Causa por una universidad argentina, la de La Rioja, se dijo de usted que era el referente teórico y político del gobierno de Evo Morales en Bolivia. En la Argentina, el rol de la vicepresidenta lo ocupa otro referente político, Cristina Kirchner. ¿Cuál es el rol que le cabe a un vicepresidente y cómo fue su experiencia en Bolivia?

—La experiencia tuvo que ver con una relación bastante personal entre Evo y yo. Por lo general, las vicepresidencias, en Bolivia, en buena parte del continente donde las hay, están caracterizadas por ser la persona que suple al presidente cuando no puede ejercer la función temporalmente. Así fue en Bolivia. Sin embargo, cuando entramos con Evo al gobierno, él toma una decisión: que yo sea copartícipe de la gestión. Evo me hace copartícipe de la gestión tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo y en lo cotidiano. Mi posición era acompañar la gestión en la perspectiva de hacer que el primer presidente indígena tuviera el mejor desempeño posible. Buscaba y se esforzaba por sostener lo mejor que se pudiera la gestión del presidente indígena. Compartimos con Evo la gestión ejecutiva. Es la confluencia de su decisión y la mía. Nos distribuíamos tareas en función de tiempos y de posibilidades, de tal manera que el vicepresidente acompañaba y cogestionaba como el presidente las decisiones ejecutivas más pequeñas, más simples, más grandes, a la vez que coordinaba en el Legislativo. Se trata de una experiencia muy particular, que difícilmente se pueda replicar en otros lugares. Responde a un orden institucional, y a la decisión tanto del presidente como del vicepresidente. Un presidente que quiere una compañía en la gestión presidencial y un vicepresidente que no busca la presidencia, sino que busca hacer que la presidencia del primer presidente indígena sea lo más destacable posible en la historia.

—En una entrevista conjunta con usted en Argentina, Evo Morales dijo: “Aunque la derecha nos quiso enfrentar, nunca pudieron hacerlo”. ¿Cómo fue ese proceso?

—En Bolivia, todo vicepresidente espera ser algún rato presidente. Eso es lo que pasó en la historia. Y un presidente, si bien elige su fórmula de compañía vicepresidencial, siempre está cuidándose y precautelándose de su vicepresidente. En cierta manera, está “serruchando al presidente” para sustituirlo. No era mi caso. La oposición pensó que podría meter una cuña entre nosotros, como en las gestiones anteriores. Especularon con mi ambición y se encontraron con una muralla. Con alguien muy feliz y orgulloso de ser el segundo a bordo. Mi objetivo personal y de vida era que hubiera indígenas gobernando Bolivia. No soy indígena: no podía sustituir al presidente, entonces busqué siempre que tuviera la mejor función y el mejor desempeño posible.

—En la Argentina la situación es inversa. Quien es vicepresidenta ya fue presidenta dos veces, entonces se supone que la ambición es diferente de la que usted decía en Bolivia. ¿Cómo se imagina que se puede dar esa relación?

—Es una relación muy particular. La clave para una buena gestión, para una gestión sana, radica en la comprensión de que el éxito de un gobierno es que le vaya bien al presidente. Con mucha o poca experiencia de los miembros, el proyecto se juega en que le vaya bien al presidente. Si le va bien al presidente y su gestión, también redundará en beneficio del propio vicepresidente o vicepresidenta. Hay que tener el suficiente respeto para que las decisiones las tome el presidente, pero el presidente debería tener la suficiente lucidez para oír a personas que tienen más experiencia. Escuchar reflexiones, para compartir decisiones. Más que un tema de institucionalidad, es de afinidades personales, de la mirada subjetiva de las personas: pueden convertir esta relación particular entre presidente y vicepresidente en algo fructífero y virtuoso, y no en un escollo de la gestión gubernamental.

“La experiencia progresista debe inventar un nuevo horizonte.”

—¿Cómo definiría usted la lealtad? El peronismo tiene un Día de la Lealtad, lo que revela la importancia para sus valores.

—Tanto Evo como mi persona venimos de las luchas sociales. Él del mundo sindical, agrario, indígena y campesino, y yo de las luchas guerrilleras, primero con el mundo indígena en los años 90 en el altiplano aymara, pero luego de involucramiento continuo con las luchas obreras y campesinas. Ambos hemos compartido este primer elemento básico, que es el conocimiento y compenetración con la acción colectiva y las luchas sociales. Es un elemento que permitió un acercamiento, una afinidad estratégica. En lo personal, como Álvaro García que acompaña a Evo, la convicción firme que arrastro desde hace cuarenta años es que Bolivia tiene que ser gobernada por indígenas, que son la mayoría de mi patria, el núcleo de la nación, la fuerza más vital de regeneración moral, política y organizativa de la sociedad boliviana. De mi parte, no había la menor duda de que quienes tenía que tomar las decisiones eran los indígenas. Y uno, como revolucionario, como socialista, acompañar que esa gestión sea lo más destacada posible. No hubo por parte del vicepresidente de Evo ni un átomo de expectativa de sustituirlo. Implicaría ir en contra de mis propias convicciones. Deberían gobernar, aun con los errores de toda nueva experiencia. Esta renuncia estructural a cualquier expectativa de ser presidente ayudó a un encuentro sincero, directo y puro con Evo para que pudiéramos llevar adelante la gestión gubernamental.

—Evo Morales dijo: “Es importante ser humanista, progresista, pero si no se es antiimperialista, no se es revolucionario. Nosotros hemos demostrado en los hechos nuestro antiimperialismo y eso nos ha permitido hacer los cambios”. ¿Cuál sería la diferencia entre ser antiimperialista y ser progresista?

—El progresismo en el continente es una experiencia política de amplio espectro. Tiene un común denominador: la búsqueda de una ampliación democrática de derechos de los sectores populares, los humildes. A eso se suma un nuevo papel protagónico del Estado en la economía y el impulso de políticas posneoliberales. El neoliberalismo generó mucho daño en el continente y todavía lo sigue haciendo en parte del mundo. Ese es el común denominador de los progresistas. Sobre eso hubo experiencias más radicales, dependiendo de las circunstancias de cada país. El caso de Bolivia es una de esas. Buscó descolonizar el aparato estatal. Éramos un país profundamente colonizado internamente. La mayoría era despreciada y marginada. La condición indígena era un estigma. En Bolivia se dio este proceso de descolonización interno, de desracialización de la vida política, que significó ciertamente un quiebre del orden moral de ciertos sectores que consideraban que su color de piel, su apellido o su estirpe les daba derecho a las prerrogativas del mando y del poder, como había sucedido desde hacía casi 500 años. Bolivia tuvo una relación de emancipación o de búsqueda de emancipación de la dependencia, el tutelaje o la intromisión norteamericana. Algunos países lo hicieron de manera razonable, moderada. Países como el nuestro lo hicimos más radicalmente. La intromisión en Bolivia era también excesivamente descarada. Los mandos militares dependían de los norteamericanos. Los diputados y los posibles ministros debían tener el aval de la embajada norteamericana para postularse. Las políticas públicas se definían en embajadas como la alemana, la de la Unión Europea o los Estados Unidos. No solo había este colonialismo interno racializado, sino que también un colonialismo externo agresivo, brutal. Se precisó romper con eso. No se podía ser tolerante ni convivir con esa forma de denigrar nuestra soberanía y nuestra democracia. Rompimos con ellos, lo que nos llevó a tener que expulsar al embajador norteamericano en Bolivia. Quería darnos clases de democracia y de moral. Venía de un país que no se caracteriza por tener la mejor democracia del mundo. Lo acabamos de ver con el ataque de la gente al Capitolio. Bolivia tuvo que asumir este tipo de experiencias por su propia trayectoria histórica de los últimos siglos.

 

Perfil - 14 de enero de 2022

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