Integración regional
El año 2016 habrá sido un año particularmente estático -cuando no regresivo- en materia de integración regional. los vientos de renovación que refrescaron el panorama político y social de la región con la llegada del siglo XXI están siendo sorpresivamente más esporádicos que lo deseado, generando dudas sobre la solidez de los cimientos sembrados por los gobiernos de corte izquierdista que se multiplicaron en la geografía suramericana.
Los gigantescos pasos que se dieron para fortalecer el espacio regional -que van desde el nacimiento de nuevas teorías de integración solidaria hasta la declaración de américa latina y el Caribe como zona de paz- han venido conociendo preocupantes signos de retrocesos por razones políticas, creando un panorama muy alejado de aquel nacimiento de nuevas fórmulas de encuentro regional y redimensión de las preexistentes.
De esa forma nacieron por ejemplo la alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra américa (alBa-tCp), la Unión de naciones Suramericanas (UnaSUR) y la Comunidad de Estados latinoamericanos (CElaC), y quedaron en un segundo plano la Comunidad andina de naciones (Can), el Sistema Económico latinoamericano (SEla) y la Organización de Estados americanos (OEa), dentro de lo que constituiría un debate conceptual más de fondo entre una integración política y una integración meramente económica o signada por el amargo recuerdo del intervencionismo. En cuanto al Mercado Común del Sur (MERCOSUR), su posición de esquema esencialmente económico pudo suponer que correría igual suerte que la opacidad de la integración tradicional; sin embargo la fuerte presencia de sectores económicos argentinos y brasileños ligados a un comercio transfronterizo y a un importante sector exportador de productos agrícolas celoso de las barreras arancelarias frente a productores foráneos, impidieron que las eventuales crisis del MERCOSUR dieran al traste con el mecanismo.
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CLACSO - febrero de 2017