Internacionalismo solidario
En mayo pasado se cumplieron 20 años de la muerte de Jacobo Laks, Presidente del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (IMFC) entre 1988 hasta 1996; representante ante la Alianza Cooperativa Internacional y sempiterno miembro de la Asociación Internacional de Bancos Cooperativos hasta que el cáncer lo venció. Había peleado un largo período, movilizándose por el mundo a veces en silla de ruedas por la enfermedad, pero sintiendo el compromiso día a día. No se daba un respiro. Tres días antes de morirse me dijo “necesito un año y medio más para terminar algunos de los proyectos”. Esto no era un deseo personal, sino otro más de los mandatos políticos que sentía como propios: la lucha por un modelo económico y social más solidario y justo, precisamente en el período en que entre la caída del Muro de Berlín y el avance del discurso único a nivel global, parecía imposible de detener.
Su último proyecto era muy claro: una alianza de cooperativas a escala global, que integrando todos los niveles (cooperativas de producción, comercialización, trabajo, servicios, y fundamentalmente las de crédito) se integrasen para poder competir, basados en los principios de solidaridad, pero sin perder la eficiencia empresarial, con los pulpos multinacionales a todos los niveles. Sus discursos, así como los editoriales de la revista de Cabal o Acción, las arengas del Luna Park o en las asambleas del movimiento muestran su convicción, pero por sobre todo, la racionalidad de su planteo. Para enfrentar los avances del capitalismo, mucho más que una política defensiva o de resistencia, era necesaria una acción conjunta y coordinada de los cooperativistas a nivel global. Para ello conversaba con cooperativas de Canadá, Francia, España, así como otras de países en vías de desarrollo, que tambaleaban por los cambios normativos y la apertura de los mercados. Verdadero internacionalismo cooperativista, trascendiendo las fronteras nacionales.
Jacobo fue un tucumano convencido. Prefería viajar dos o tres veces por mes –muchas veces en medio del largo tratamiento contra la enfermedad– a Buenos Aires, porque decía que desde el interior se veía el país y el mundo de otro modo. Tenía razón.
A pesar de haber sido dirigente del movimiento durante décadas y artífice con otros camaradas de lucha del IMFC, nunca acepto en su estudio contable, su fuente de ingresos ya que nunca se volvió funcionario del movimiento, a empresas cooperativas. Le parecía que era lucrar con su compromiso político. Solo en 1985 aceptó, y por insistencia de otros, asesorar a Trabajadores Unidos de Campo Herrera, que afrontaba una situación acuciante que ponía en peligro su existencia. Y los ayudó a salir.
Entendedor como pocos de la restricción crediticia que enfrentaban las empresas pequeñas y medianas, ocultas para los grandes bancos, promovió la creación de cajas de crédito a lo largo y a lo ancho del país. Allí, eran las comisiones de asociados, conocedoras de los vecinos y empresarios locales, las que asignaban los créditos y garantizaban moralmente a los mismos. El sistema funciono por largos períodos, a pesar que a poco de su creación arreciaron los ataques por parte de los bancos integrantes del sistema financiero convencional. En este contexto, la idea de un ente que facilitara la movilización de los recursos y prestara los sofisticados servicios (legales, computación, comercio exterior) que la etapa requería, y que deriva en el IMFC, tuvo a Jacobo entre sus más dinámicos defensores. El intento del Onganiato en 1966 fracasó.
La otra gran tarea de resistencia fue durante la última dictadura. Clandestino durante mucho tiempo, con amenazas constantes, viviendo en casas que le facilitaban los amigos, fue un gran opositor a la Ley de Entidades Financieras, marco legal de la etapa de valorización financiera que acompañó la etapa más sangrienta y oscura de nuestra historia, abogando por la consolidación de las cajas en bancos cooperativos más fortalecidos que pudiesen resistir, al tiempo que financiaban a las PyME.
Jacobo la tenía clara. Ampliar la acción cooperativa a las esferas más dinámicas donde el capitalismo canónico operaba. Mostrar que los instrumentos schumpeterianos que caracterizan a las grandes empresas, pueden ser de utilidad en el marco de las cooperativas. Que la empresa cooperativa podía funcionar sin la necesidad de un propietario movido por la codicia. Que se podía ser rentable y solidario al mismo tiempo, no a través de la caridad que hoy se pondera en los billonarios dueños del mundo, sino por las bases de un sistema económico donde un socio sea igual a un voto, y que las ganancias se distribuyan conforme ese principio.
Gran analista político, por la presión de muchos compañeros y amigos, encabezó una lista de izquierda por Tucumán para la Constituyente de Santa Fe de 1994. Si bien no llegó al número necesario –recordar que era el Tucumán de Bussi, Ortega y el radicalismo– el desempeño fue el más importante para una fuerza progresista desde 1973.
Hombre de modales suaves, pero enérgico en sus convicciones, hasta sus opositores más acérrimos lo respetaban. Trabajador de equipos, nunca un llanero solitario. Podía destinar horas de charlas y de café para convencer a algún compañero frustrado o confundido en cualquier parte del país. Nunca un mal modo. Nunca un grito.
Semanas antes de su muerte me tocó presenciar la visita de un alto dirigente de la Alianza Cooperativa Internacional que voló hasta Tucumán por el día a ofrecerle la conducción de la ACI para el Mercosur, en un proyecto ambicioso, con oficinas regionales y equipos de profesionales, que sería dotado de muchos recursos para alcanzar sus objetivos. Jacobo le dijo que solo lo podía operar desde Tucumán, sin mayores explicaciones. Este compañero le respondió “Jacobo hay uno solo y él opera desde donde está o desde dónde se siente cómodo”. Esto fue en marzo de 1996.
Suplemento CASH de Página/12 - 19 de junio de 2016