La desintegración regional centroamericana

Sergio Barrios Escalante


Ante cambios cataclísmicos como los ahora presentes, las periferias del capitalismo terminan insertándose en posiciones subalternas y nos va a ir peor si cada uno sigue buscando salidas por su propia cuenta y riesgo.

¿Está viva aún la famosa “integración regional centroamericana? ¿La terminó de matar la pandemia? ¿Es aún posible –y realista– plantear su relanzamiento o rediseño? ¿Se redujo la región a un simple “Triángulo Norte”? ¿No sería mejor hablar del “arco insular caribeño y mesoamericano?

Tales son las preguntas que por estos días surgen en charlas formales e informales y en ambientes diversos. Lo cierto es que segmentos importantes de la población centroamericana sienten y perciben el notorio vacío, producido por un proceso de integración regional que muchos perciben como moribundo, a pesar de la existencia de un cierto entramado institucional, cuya vigencia pareciera agotarse en el formalismo, e incluso, en escándalos de corrupción y tráfico de influencias, como ha ocurrido con el Parlacen.

Tal pareciera que la crisis general de la globalización, de la gobernanza global y la crisis de la economía liberal en Occidente, manifestada a través de un nuevo regionalismo y de un nuevo orden internacional multipolar (crisis todas ellas presentes e incubadas desde mucho antes del surgimiento de la pandemia en el 2020), está provocando que al menos en ciertas regiones del mundo, se impongan fuerzas centrífugas y fragmentadoras, en un contexto global de declive de la hegemonía de Occidente, y de reordenamiento geoestratégico y geoeconómico de un conjunto importante de potencias emergentes (1).

En este mar agitado, cambiante, convulso y en acelerada recomposición dinámica, a los centroamericanos nos ha tocado enfrentar los retos de la pandemia, fenómeno planetario de emergencia sanitaria que ha venido a catalizar las múltiples deficiencias y desigualdades sociales, económicas y políticas de nuestras viejas, obsoletas y bicentenarias estructuras.

Quizá por ello es que el vacío dejado por el fantasma de la integración regional a ratos se siente con más fuerza, al menos para un segmento de la población centroamericana y caribeña. Claro está que para la inmensa mayoría de la población empobrecida en nuestra región, la potenciación del traslape de las viejas con las nuevas crisis, ni siquiera les deja tiempo y oportunidad de respiro para tan siquiera plantearse tal vacío integracionista.

La pandemia no solo desnudó sino además potenció nuestras calamidades. Después de un año de Covid casi todos los principales indicadores macro económicos, macro sociales y macro políticos reflejan tendencias negativas (2).

En términos generales, ningún país de nuestra región ha escapado de la vulnerabilización creciente, ni siquiera El Salvador, cuyo principal fenómeno político llamado Bukele (con elevados índices de aceptación ciudadana), no logra minimizar los embates crecientes de la fragilidad socio-medioambiental y la fragilización de los procesos democráticos internos; ni siquiera Costa Rica, cuyo desempeño con su proceso de vacunación anti-Covid ha sido ejemplar en la región, pero con uno de los índices de descontento social más elevados en Centroamérica (3).

Ni siquiera Guatemala, que ostenta los índices regionales más altos de recuperación económica post-Covid y de los cuales se ufana su élite empresarial, pero con los más dramáticos indicadores de desigualdad social y de empobrecimiento general a nivel latinoamericano. En Honduras, Panamá y Belice el panorama también se torna desafiante.

En otras palabras, la vulnerabilización general de nuestra región no se ha detenido, pese a que la pacificación originada de los procesos regionales de paz en los años noventa, sumada a la creciente importancia de las remesas, sentó algunas bases para que hubiera cierta mejora en algunos indicadores socio-económicos durante los últimos 10 años (4), pero que la fragilidad institucional, la erosión de los procesos de transición democrática, la corrupción, la violencia y el crimen organizado, junto a la pandemia, hacen ahora que la región enfrente de nuevo la necesidad de volver a repensar la integración.

Debido a que nuestra región mesoamericana y caribeña no flota solitaria en el universo, es importante levantar la vista hacia nuestras vecindades. A estas alturas, está muy claro que estamos ya en medio de un gran “reseteo” de la economía global. Para fines prácticos, poco importa si todo esto ha sido o no planificado.

Como siempre, ante cambios cataclísmicos como los ahora presentes, las periferias del capitalismo terminan insertándose en posiciones subalternas y nos va a ir peor si cada uno sigue buscando salidas por su propia cuenta y riesgo. Por ahora, El Salvador y Costa Rica y otras naciones latinoamericanas han empezado a ponerle más atención al
“desembarco chino” en la región (5); el resto de países vecinos está a la espera que el “gran amigo del norte” nos vuelva a sacar del empantanamiento.

Si como región estamos tan vulnerabilizados, la cuestión es cómo buscar apoyo externo sin lesionar aún más los ya reducidos márgenes de autonomía que todavía nos quedan, pero sin atrincheramientos en falsos nacionalismos. En el espíritu de este texto, conviene dejar claro que “repensar” la integración regional no es un asunto de “cumbres” o concertaciones de élites.

Se trata de redefinirla desde y con el rol protagónico de los sectores populares, incluyendo sus potencialidades sociales, políticas, técnicas, culturales y científicas. En términos generales, hay en la sociedad civil de nuestra región numerosos actores y sectores con gran madurez y potencialidades. Se han acrisolado tras doscientos años de
represión y resistencia.

Repensar la integración puede ser una forma productiva de conmemorar el bicentenario.


Notas
1. “Eurasia y América Latina en un mundo multipolar”. Andrés Serbin, 2019, Icaria Editorial – Ediciones CRIES Edición para España y América del Sur, 2019.
2. Ver capítulos I y V en: DESIGUALDAD Y DESCONTENTO SOCIAL: Cómo abordarlos desde la política pública. Informe económico sobre Centroamérica, Haití, México, Panamá y República Dominicana. Coordinadores: Arnoldo López Marmolejo y Marta Ruiz-Arranz, BID, 2020.
3. Ibíd., Ver capitulo III.
4. Ibíd., Ver p. 6 en capitulo I.
5. En su ensayo, Serbin emplea el término “desembarco chino”. Explica que (…) “En particular porque la presencia china no se ha limitado al comercio y a las inversiones y a una creciente demanda de materias primas, sino también al
establecimiento de relaciones estratégicas en el marco de la firma de sendos acuerdos de asociación estratégica con Argentina (2004), Brasil (1993), Chile (2004), Ecuador (2016), México (1997), Perú (2005), Venezuela (2014), Costa
Rica (2005), Uruguay (2016) y el anuncio de la un acuerdo similar en avance con Jamaica desde 2005, con énfasis en la complementariedad y la cooperación Sur-Sur”. (Op. cit, p. 151).

- Sergio Barrios Escalante, Científico social e investigador. Activista por la niñez en el proyecto ADINA. Editor de la Revista virtual RafTulum. https://revistatulum.wordpress.com

 

Nodal - 7 de mayo de 2021

Noticias relacionadas

Enrique Acevedo. La contención de personas ha sido el eje central de la política migratoria en Estados Unidos dura
Indiana Azar, Mariana Polizzi. Desde la crisis migratoria de 2015, los países miembros del bloque europeo han mantenido sus...

Compartir en