La espada de Bolívar llega al Vaticano
Comenzaba marzo, terminaba el verano, el otoño parecía llegar implacable a ocultar el sol de la esperanza para los pobres de nuestra América.
Pocos días después, bien lejos nuestro, en una ciudad amurallada como reliquia de otros tiempos, encerrados bajo el más hermético secretismo, se desarrollaba silenciosa una lucha indescifrable, donde poco más de un centenar de hombres, demasiado humanos, elegían al pastor de 1.200 millones de católicos. Tal vez, como se dijo, Chávez ayudó desde el cielo. Tal vez los cardenales del tercer mundo actuaron con firmeza en pos de un cambio en la Iglesia. Lo cierto es que se produjo un verdadero milagro: contra todas las posibilidades, a pesar de las alevosas operaciones del Imperio, un latinoamericano, jesuita, amigo de los pobres, de ideas revolucionarias, de conducta intachable, enorme coraje y humildad ejemplar, llegaba al trono de San Pedro. Un compañero era electo Papa.
El estupor se apoderó del mundo cuando, en sus primeras palabras, después de inclinarse ante el pueblo reunido en la Plaza de San Pedro con sus zapatos viejos y su cruz de hierro, Francisco clamó por una Iglesia pobre para los pobres. El Cardenal Bergoglio era poco conocido en el exterior e incomprendido en su propio país, pese a su contundente trabajo pastoral y vigoroso aporte al pensamiento social cristiano. El poder económico, sin embargo, seguía con preocupación su creciente influencia en la Iglesia a punto tal que comenzaron a urdir una fuerte campaña de difamación en su contra financiada principalmente por la Fundación Ford, el National Endowment for Democracy y el British Council.
Como siempre, la propaganda estaba bien segmentada y apuntaba en forma diferenciada al público progresista y al conservador. Comunista y reaccionario, delator y subversivo, oscurantista y herético, los medios corporativos intentaron debilitar su imagen en todos los frentes sin reparar en contradicciones y fabulaciones. Obtuvieron cierto éxito en su tarea, a punto tal que muchos compañeros aunaron sus voces con los sectores más recalcitrantes en un repudio prejuicioso contra el nuevo Papa.
Las mentiras, empero, se derrumbaron como castillo de naipes frente al concluyente testimonio de miles de trabajadores, campesinos, militantes y sacerdotes tercermundistas que salieron a mostrarle al mundo quién era Bergoglio. Francisco, con sus primeros actos y palabras, confirmaba que no había dejado sus convicciones en la puerta del Vaticano y despertaba una arrolladora ola de simpatía popular. El poder tomó nota del clima social y cambiando de estrategia, comenzó a reinterpretarlo, mostrándolo como un cura bueno, simpático y campechano... moderado e inofensivo. En los próximos meses, Francisco demostraría que las mieles de la fama y el poder no lo domesticaban.
Con los pobres de la tierra, combatiendo al Capital
Durante la ceremonia de asunción de Francisco, en primera fila, muy por delante de los poderosos del planeta, un hombre robusto, de tez curtida por el sol y el esfuerzo, con su uniforme de trabajo y lucha, desentonaba entre centenares de dignatarios protocolarmente emperifollados. Era Sergio Sánchez, cartonero, villero y militante del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE-Argentina). La presencia de Sergio no fue casual, anunciaba la orientación popular del nuevo pontífice, su firme opción por los pobres y un sólido apoyo a los movimientos sociales.
Ya como obispo, Bergoglio había desarrollado una incesante aunque discreta labor de acompañamiento a los trabajadores y sus organizaciones. Las anécdotas son innumerables: solidaridad con militantes perseguidos, apoyo a las organizaciones campesinas, protección a los vendedores ambulantes, promoción de los “curas villeros”, acompañamiento de las fábricas recuperadas y una actitud frontal de lucha contra la explotación, la exclusión, la trata de personas, el narcotráfico y la cultura consumista. Todo ello sumado a su austeridad proverbial y su simplicidad en la conducta, su interpelación constante al estilo de vida satisfecho del pequeñoburgués, al hedonismo consumista posmoderno y al progresismo light, lo convertían en una figura incómoda no sólo para la derecha reaccionaria sino también para la centroizquierda liberal.
Todos los años, junto a diversas organizaciones populares, celebraba una misa bajo la consigna “por una sociedad sin esclavos ni excluidos” en la que se permitía a los trabajadores tomar la palabra y expresar crudamente sus reclamos y reivindicaciones. Sus homilías son una clara muestra del ideario franciscano, vale la pena leerlas[1].
El pensamiento social de Francisco está claramente esbozado en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Sus críticas al capitalismo, en particular bajo su forma neoliberal, son frontales, explícitas y estructurales. Nótese que no son descripciones de la miseria. Francisco va a fondo, ataca la propia matriz del Capital, su esencia: la maximización de la ganancia que lapidariamente describe como un “culto idolátrico al dios Dinero”.
Para mayor claridad, el documento expresa: “esta economía mata”. Califica de “burda e ingenua” la esperanza de que el mercado y quienes detentan el poder económico “derramen” equidad e inclusión social. Denuncia las terribles desigualdades y plantea abiertamente que su origen se encuentra en el mercado capitalista y la especulación financiera. Repudia las soluciones represivas contra los excluidos y la dominación solapada de los que “pretenden encontrar la solución en una «educación» que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos”.
Este trascendente documento plantea un programa revolucionario. No tiene tapujos en repudiar la tiranía de la propiedad privada y reivindicar el destino común de todos los bienes: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”. Nos exhorta a “crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” y advierte que “mientras no se resuelvan radicalmente [!!] los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales”.
Denuncia el carácter destructivo de la cultura consumista, individualista, alienada que promueve el capital y nos alerta que “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada”.
El repudio al imperialismo, fundamentalmente en su variante militarista, también ha sido objeto de palabras y acciones de Francisco. Su trascendente aporte para evitar el bombardeo a Siria no deja lugar a dudas sobre su tenaz enfrentamiento con el Imperio del Dinero. Al denunciar la mano sucia del complejo militar-industrial detrás de las aventuras bélicas, al señalar la utilización miserable de los derechos humanos para justificar actos de violencia, Francisco se coloca claramente en el campo antiimperialista. Asimismo, en reiteradas oportunidades reivindicó el concepto de Patria Grande y las figuras de San Martín y Bolívar, un apoyo explícito a la unidad de nuestros pueblos.
Atacar las causas estructurales de la pobreza, avanzar en soluciones radicales, enfrentar al Imperio del Dinero, reivindicar la Patria Grande, repudiar el individualismo consumista, construir una mentalidad comunitaria y proyectar una sociedad de hermanos es la orientación estratégica del pensamiento franciscano y es, sin duda, una propuesta revolucionaria.
Francisco y los movimientos populares
Como se dijo anteriormente, el especial vínculo de Francisco con los sectores populares no se limita a la crítica contra sus verdugos y opresores. Tampoco al acompañamiento a pobres y excluidos. Francisco también promueve a sus organizaciones y militantes. Reivindica la organización popular, la lucha social, la militancia comprometida, el ejercicio de la política orientada a la justicia, una opción preferencial, irrenunciable, casi excluyente, por los pobres.
Ya como Papa, en diciembre del año pasado, a través de la Academia Pontificia, Francisco convocó un coloquio, en el cual el autor de este artículo y João Pedro Stédile del Movimiento de los Sin Tierra pudimos, por vez primera, exponer la posición de los movimientos populares sobre el fenómeno de la exclusión[2]. Se presentó en ese marco el documento “Capitalismo de exclusión, periferias sociales y movimientos populares”,[3] luego oficialmente publicado[4]. Se va abriendo, de esta forma, un nuevo frente de acumulación para el campo popular que tenemos la obligación de aprovechar.
Las oportunidades de coordinación y colaboración entre esta Iglesia renovada y nuestras organizaciones se potencia al infinito, sin duda contamos con un firme apoyo para nuestras luchas por la justicia social, por la tierra, por el trabajo, por la dignidad, por la naturaleza y por una democracia comunitaria y protagónica que supere la pseudodemocracia burguesa decadente y el capitalismo de exclusión de los banqueros y las trasnacionales. Este nuevo encuentro entre organizaciones e Iglesia puede resultar un coctel explosivo para el Imperio y, por eso, los think thanks del establishment económico mundial -el Financial Times, el Tea Party, la CNN, etc.- han profundizado su campaña contra Francisco.
Dicho esto, creo sin embargo que el aporte más importante de Francisco a los Pueblos va más allá de la coyuntura. No radica exclusivamente en las posibilidades de cooperación, en su apoyo a tal o cual lucha. Francisco puede funcionar como un viento que esparce semillas de solidaridad y lucha en la conciencia de millones de hombres y mujeres a lo largo del globo. Francisco reivindica ante el mundo la primacía del hombre por sobre el Capital, la de los valores humanos frente a los valores del mercado. Las derivaciones de esto son impredecibles, incontrolables, pero sin duda contribuyen a crear las condiciones para un aluvión militante entre los cristianos del mundo.
Es nuestra tarea cuidar, como los compañeros campesinos, esas semillas esparcidas, regarlas para que crezcan y se multipliquen, y recoger su fruto revolucionario al servicio de nuestros pueblos.
Contradicciones inducidas o unidad del campo popular
Desde algunas organizaciones sociales se han planteado cuestionamientos. El pensamiento liberal ha intentado ocultar el rol de millares de sacerdotes católicos en las luchas populares de ayer y hoy, distorsionando la imagen de la Iglesia y reduciéndola a un refugio medieval de inquisidores, parásitos, reaccionarios y pedófilos (que los hay, y muchos). Los mártires, los que dejaron su vida al lado de los pueblos y los muchos que acompañan las luchas son olvidados y minimizados. Como dijo Chomsky, en el plano mediático y militar, "EE.UU. lanzó una guerra amarga, brutal y violenta contra la Iglesia[5]".
Escarbando en la historia real de nuestras organizaciones, de las luchas de nuestro pueblos, de la búsqueda de soberanía política, independencia económica y justicia social, de la resistencia contra la penetración imperialista y la cultura del vacío consumista, vemos a cada paso la presencia de millares de hijos de la Iglesia, desde laicos hasta obispos, que luchan y lucharon hermanados con las organizaciones del Pueblo, muchas veces incluso aportando a su nacimiento. Ellos fueron silenciados, con Francisco recuperan su voz. ¡Las nuevas generaciones deben conocer esta historia! ¡Que no nos vengan a contar los liberales ilustrados del primer mundo la historia de Nuestramérica!
Más allá de los prejuicios inducidos o el ocultamiento de la historia social, existen hoy cuestionamientos hacia la posición de la Iglesia en temas de plena vigencia como el aborto, la despenalización de las drogas o el matrimonio entre personas del mismo sexo. No es este el espacio para discutir a fondo ninguno de estas cuestiones, que no son tan obvias ni sencillas ni tienen lecturas unívocas ni están exentas de promotores en los centros de poder. Sí es importante entender que estas contradicciones no deben ser obstáculos para la unidad del campo popular en esta etapa y esa unidad, claro está, incluye a los católicos comprometidos.
Nuestra misión como movimientos populares es, creo, ver más allá de estas contradicciones inducidas, apuntar al tema de fondo y unir todas las fuerzas para trastocar la estructura de poder económico, social, cultural y político. Como dice Stédile: el capital tiene el dinero, el imperio tiene las armas, los pueblos tenemos el número. Si nos dividen con estas cosas, no podremos derrotar a nuestro poderoso enemigo que sigue amasando ganancias a costa del sufrimiento y la exclusión de nuestros compañeros.
Basta de falsos antagonismos, reagrupemos globalmente las fuerzas populares para derrotar al capitalismo y construir una sociedad de hermanos, la cooperación entre los militantes revolucionarios y la Iglesia Católica franciscana es una tarea estratégica. Tenemos un gran aliado y hay que aprovechar el momento. ¡Unidad, unidad, unidad debe ser nuestra divisa! ¡Arriba los pobres del mundo!
ALAI, América Latina en Movimiento - 21 de marzo de 2014