La protección industrial

Enrique Martínez
Los tiempos en que se sostenía que la libertad de comercio internacional sin restricciones era el motor del progreso y por lo tanto nada debía frenarlo o interponerse en su camino, van quedando detrás y seguramente en pocos años la frágil memoria colectiva se encargará de concluir que nunca se dijo o pensó tal cosa. Desde la explosión de la burbuja financiera en 2008, está claro que Estados Unidos y Europa han quedado en estado de shock en materia de modelos económicos. No atinan a encontrar el camino para recuperar el empleo en sus geografías nacionales, ya que antes de ese momento, las grandes compañías multinacionales se habían encargado de dispersar sus unidades productivas por todo el planeta y en los países centrales había aumentando de manera desproporcionada el empleo en las finanzas y los servicios, que ahora son de mucho más difícil recuperación.

Cada puesto de trabajo productivo, en consecuencia, es y será defendido con uñas y dientes. Eso se llama proteccionismo, medidas para-arancelarias, acuerdos de limitación de comercio bilateral en sectores sensibles. Es justamente lo contrario de lo postulado hasta hace una década.
Sin embargo, el movimiento no es exactamente pendular. No se vuelve a la situación de hace medio siglo. A diferencia de aquel entonces, donde se aplicaban enormes aranceles de importación a escala de cada país, hoy hay bloques regionales o acuerdos con países clave, como China, que no hacen practicable la utilización del arancel.
Los esquemas deben ser más sutiles y desde nuestro punto de vista, mejor así. En efecto, hoy la protección industrial debe estar más vinculada a rechazar las importaciones de calidad discutible, que por lo tanto tienen bajo costo. Eso obliga a dos cosas:

a) A mejorar la capacidad nacional de verificar calidad y desempeño de componentes o productos.

b) A contar con programas que por un lado obliguen a la producción nacional a prestar adecuados niveles de calidad y por otro lado le brinden la asistencia técnica y financiera que requiera.

Los países de ingresos medios, como el nuestro, pueden recorrer una senda virtuosa en este escenario.
Por un lado, pueden consolidar una industria que pueda defenderse con solvencia de las importaciones de bienes de consumo sensibles e incluso de las de bienes de capital de tecnología intermedia.
Por el otro lado, esa industria podrá participar con éxito en los mercados del mundo desarrollado, tanto en términos de costo como de calidad.
Hasta aquí una mirada sobre las perspectivas empresarias en el nuevo esquema global. En verdad, faltaría analizar cómo afecta el diagnóstico y la política posterior el hecho de que las filiales de compañías multinacionales tengan una muy fuerte presencia en cada uno de nuestros países. Lo prometo para una nota futura.

Aquí quiero ocuparme de otra faceta de la cuestión.
Si las empresas nacionales – que de ellas hemos hablado hasta ahora – logran ser encuadradas y favorecidas por una política eficiente de protección industrial, ¿qué ganan con ello sus trabajadores y los consumidores de los bienes que producen?
No sería legítimo decir y pensar que los trabajadores ganan simplemente al mantener su puesto. No obstante, normalmente las políticas de protección no explicitan condiciones pautadas para una mejora de la calidad del trabajo. En tal contexto, resulta poco alentador, por caso, que en el mismo día en el mismo periódico, se anuncien limitaciones a la importación de productos textiles y allanamientos a talleres con trabajo esclavo.
En cuanto a los consumidores, la necesidad de definir una estrategia es aún más importante que en el caso de los trabajadores. De lo contrario, cualquiera podría preguntarse si no se cumplirá una regla básica de la economía, que es que al reducirse la competencia – por desaparecer la presión de las importaciones – se perjudican los consumidores a través de un alza desproporcionada de los precios.
Para evitar que eso suceda, es necesario conocer a fondo la estructura y el funcionamiento de las cadenas de valor, sobre todo de los principales bienes de consumo. Ese conocimiento debe ser utilizado para dos tipos de acciones:

a) Eliminar progresivamente los eslabones de intermediación, que no agregan valor al producto final y que son habituales en estos productos. Se trata de llevar al consumidor a un contacto cada vez más cercano con el productor.

b) Transparentar los costos y márgenes de cada eslabón, construyendo espacios donde converjan productores y eso permita un funcionamiento de la oferta y la demanda lo más cercano posible al ideal teórico.

En cada una de las acciones detalladas, además de una clara concepción de política industrial, se requiere conocimiento técnico con varias aristas, incluyendo entre ellas la capacidad de trasladar al sistema nacional las innovaciones que se generalizan en el resto del mundo.
Es mucha la tarea y mucha la necesidad de articular un mejor tejido industrial, superando en el camino la idea que lo que es bueno para la empresa es bueno para todos.

Publicado en la edición impresa de "sabercómo" nº 98 - marzo de 2011

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