La única verdad es la muerte
Podríamos (podría) ingresar en el campo del análisis y las consideraciones políticas. Existen y no son menos importantes. Pero ni siquiera vale la pena entrar en ese terreno cuando los campos y las calles se cubren de cuerpos inertes, sin que nadie pueda explicar mínimamente la razonabilidad de la absurda y demencial siembra de muerte. Se puede hablar de la intransigencia de unos, del fundamentalismo de otros, de la justicia negada y de los derechos no reconocidos y, sobre todo, del uso irracional, exagerado, no justificado, desmedido, inexplicable de la fuerza. Tanto para quienes utilizan un enorme poderío militar contra población civil como para quienes disparan misiles contra blancos desconocidos o dirigidos a un avión comercial. Nada, absolutamente nada se justifica.
La única verdad es la muerte. Y los cómplices de la muerte son las grandes potencias que siguen dominando el mundo, que juegan sus propios intereses, que usan la diplomacia para trabar o burlar la Justicia internacional y que de manera cobarde, artera y falaz se rasgan las vestiduras y hacen declaraciones supuestamente dolidas frente a los familiares de las víctimas.
Los muertos que estamos sembrando como comunidad internacional son el resultado de un sistema económico político esencialmente injusto, que no repara en daños ni en víctimas. En algunos casos, ni siquiera en los sacrificados del propio bando que, en todo caso, serán jóvenes, migrantes, miembros de minorías étnicas en gran medida.
No se trata, entonces, de casos aislados. En Gaza, en Ucrania, en Irak o Afganistán, o en el lugar que mañana elijan los detentores del poder (que puede ser el patio de nuestra propia casa), operan siempre los mismos intereses y los mismos actores. Dirigentes que hablan de paz en los organismos internacionales y luego traban resoluciones o acciones decididas por mayorías apabullantes. Supuestos líderes internacionales que se llenan la boca en público con discursos pacifistas y en privado aprueban operaciones de guerra y exterminio. Todo lo cual convierte los discursos de paz de esas personas en una gran mentira. Porque la única verdad es la muerte. Lamentablemente. Y quienes reclamen justicia y exijan que sus derechos sean reconocidos, serán siempre, en cualquier lugar, “terroristas”... porque subvierten el poder dominante que no admite otro orden, razones e intereses distintos a los propios. ¿Qué podemos y debemos hacer como ciudadanos/as que defendemos la vida y la justicia frente a tanta insensatez, locura e irracionalidad exterminadora? Ayúdenme a pensar. Por favor.
Página/12 - 22 de julio de 2014