La visita de Obama a Cuba y la reconquista de América Latina

Rafael Cuevas Molina
La política de los Estados Unidos hacia Cuba se transformó en un obstáculo para sus relaciones con América Latina solo porque nosotros, los latinoamericanos, accedimos a posiciones reivindicativas y cuestionadoras en estos quince años de gobiernos nacional-progresistas. John Kerry tiene toda la razón: la política de Estados Unidos hacia Cuba, que prevaleció desde la década del 60 del siglo XX hasta nuestros días, constituía uno de los principales problemas de las relaciones de Estados Unidos con América Latina.

Cuando, al inicio del mandato de Barak Obama, se preocuparon por la pérdida de influencia que habían tenido en la región en los últimos 15 años, se encontraron, en primero lugar, con una letanía de reclamos por su prepotente, anquilosada, violenta y desfasada política hacia la isla, que tuvo como eje articulador al bloqueo.

No hubo cumbre o reunión, en donde estuvieran presentes todos los mandatarios de la región, en donde no se le criticara abiertamente y se le exhortara a ponerse a tono con las nuevas circunstancias.

Cuba es, en América Latina, un polo de referencia muy importante para todas aquellas fuerzas políticas que tengan como norte la construcción de modelos de desarrollo que pongan por delante la soberanía nacional y la atención prioritaria a los grupos sociales más desfavorecidos. Con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, y el subsecuente proceso de intento de construcción de procesos caracterizados como posneoliberales en todo el continente, esa presencia cubana se acrecentó en la región, y se transformó en ese obstáculo para relacionarse con América Latina al que se refiere John Kerry.

Seguir en la tesitura de la Guerra Fría era una tozudez que no solo perjudicaba a Cuba sino a los mismos Estados Unidos, y de ahí el interés por remover el obstáculo. Lo hacen en un momento en el que están a la ofensiva nuevamente en la región, tratando de recuperar el terreno que perdieron durante los años nefastos de las administraciones de los Bush.

Se aproximan a Cuba, por lo tanto, porque estar en constante pugna con ella es una piedra en el zapato, un valladar que se erige a tan solo 90 millas de sus costas opacándole el panorama de un continente en el que entran a pasos agigantados otras potencias que le disputan la hegemonía. Es un paso importante en una estrategia calculada que tiene varias aristas y frentes, pero que en esencia lo que busca es posicionarlos nuevamente en el lugar que consideran natural: el de hegemón de Occidente.

La administración Obama no impulsa esta política de “reconquista” de América Latina sin oponentes en su país. Se encuentran principalmente en el Partido Republicano y en sus núcleos más conservadores, especialmente el Tea Party. Por eso, ante la cercanía de las elecciones presidenciales, la prisa por apresurar la apertura hacia Cuba.

Casi al final de su mandato luego de ocho años en el poder, se puede tener una visión bastante general de los logros de Obama. De su programa original poco pudo realizar a pesar de sus esfuerzos, y seguramente lograr un cambio en las relaciones con Cuba constituirá uno de los pocos logros que podrá exhibir su administración.

Pero una cosa hay que tener muy clara: la política de los Estados Unidos hacia Cuba se transformó en un obstáculo para sus relaciones con América Latina solo porque nosotros, los latinoamericanos, accedimos a posiciones reivindicativas y cuestionadoras en estos quince años de gobiernos nacional-progresistas. Si se hubiera tratado de los gobiernos que han prevalecido en países como Colombia, Perú, México, Costa Rica o Guatemala, los Estados Unidos no habrían sentido absolutamente ninguna presión y las cosas, a estas alturas, seguirían igual que siempre.

Ellos han cambiado, entonces, porque nosotros cambiamos y ese cambio nuestro no les gustó. Ahora vuelven sobre sus fueros con toda la maquinaria que poseen y están logrando avances en lo que les conviene. Pero la batalla está en curso.

Con Nuestra América - 27 de febrero de 2016

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