Las PYMES del campo y la agricultura concentrada: dos modelos en pugna
El estudio Los pequeños productores en la República Argentina. Importancia en la producción agropecuaria y en el empleo en base al Censo Nacional Agropecuario 2002, realizado por Edith S. de Obschatko, María del Pilar Foti y Marcela E. Román, define a las explotaciones agropecuarias de pequeños productores como «aquellas en las que el productor o socio trabaja directamente en la explotación y no emplea trabajadores no familiares remunerados permanentes»
Profecía autocumplida
En 1991, Jorge Ingaramo, integrante del equipo del entonces ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo, en declaraciones a un matutino porteño señaló que «en la Argentina deben desaparecer 200.000 productores agropecuarios por ineficientes». Casi lo logra.
El CNA 2002 registró 333.000 explotaciones agropecuarias (EAPs). En relación con los valores del anterior censo (de 1988), muestra una disminución de 21% (88.000 EAPs menos). La disminución de las EAPs tuvo un mayor peso en la región Pampeana o Zona Núcleo, llegando al 29%. Sólo la reducción de esta región explica el 66% de la correspondiente al total del país. «Correlativamente –señala el CNA– la superficie promedio en la Región Pampeana aumentó en un 28%, hasta alcanzar 538 hectáreas, contra las 469 del CNA 1988». Este incremento de la superficie promedio impactó de lleno en las pequeñas y medianas explotaciones. «No obstante, éstas aún representan las 2/3 partes de las 333.000 EAPs; ocupan un 14% de la superficie y producen hasta un 20% del Producto Bruto Agropecuario».
Daniel Asseff, gerente general de la Confederación Intercooperativa Agropecuaria (Coninagro), organización de tercer grado que reúne a 10 federaciones y nuclea a 120.000 empresas cooperativas agrarias, aclara: «No es lo mismo un pequeño productor de la región Pampeana, que uno de yerba mate en Misiones, con 5 o 7 hectáreas. En la Zona Núcleo hablamos de volúmenes. ¿Son 200 hectáreas y menos de 500 toneladas?», se pregunta. Y agrega: «¿Qué es un mediano? ¿Hasta 3.000 hectáreas? Es muy difícil el corte. Nosotros vemos que la mayoría de nuestros productores de 50 hectáreas, por ejemplo, arrienda campos y los produce para buscar escala. Con 200, 300 hectáreas es otra cosa. Compra una sembradora, siembra, trabaja para terceros. Compra una cosechadora en conjunto con otros productores y trabaja para terceros».
Carlos Trevisi, presidente de Agricultores Federados Argentinos (AFA), una cooperativa integrada por 26 Centros Cooperativos primarios y que cuenta con más de 30.000 productores asociados, coincide con el titular de Coninagro y señala: «Al productor le hace falta nuclearse, agruparse. Al de 25 o 30 hectáreas le va a ser muy difícil avanzar solo, pero con el apoyo de las cooperativas, de algunas entidades como el Inta, las herramientas están dadas. Van a tener que nuclearse entre productores de similar magnitud para hacer más eficiente la producción». Y señala: «Debemos dejar el individualismo, sabemos que las economías de escala han hecho distorsiones muy grandes y pretender ir a cientos de hectáreas de sembrado es imposible, pero asociándose entre pequeños productores seguramente se alcanzarán logros de mayor envergadura».
Por su parte, José Luis Livolti, coordinador nacional del Movimiento Campesino de Liberación (MCL), asegura que en función del aumento de la productividad, se potencia el modelo de paquetes de insumos tecnológicos, «que no es negativo per se, sino que la cuestión es cómo lo hago y para qué lo hago. Esa es la cuestión de fondo».
Omar Ruggieri, productor de la localidad de Bigand, al sur de Santa Fe es propietario de 40 hectáreas y trabaja 53 más, propiedad de su suegro, quien posee lo que se denomina cañada, donde producen hacienda y cereales. «Tenemos soja, a veces hacemos trigo, luego soja de segunda y en un pequeño lote de 3 hectáreas, maíz. Es lo que se llama una empresa familiar», señala Ruggeri. Bigand es una zona donde las tierras explotadas tienen una dimensión promedio de entre 30 y 60 hectáreas, aunque se trabajan de forma diversificada. «Una parte se arrienda y otras se siguen trabajando, pero son lotes chicos», aclara el santafesino.
Este problema de escala se revela también en el CNA 2002: para el total del país, se observa una disminución de la cantidad de hectáreas explotadas por sus propietarios, 8,4 millones de hectáreas menos, y un crecimiento de la superficie explotada bajo distintos tipos de contratos (arrendamiento, aparcería y contrato accidental). «Los arrendamientos –aclara Asseff–, antes eran a porcentaje. Ahora son por adelantado porque hay empresas (pooles nacionales e internacionales) dispuestas a pagarlos».
«No pretendemos que mañana se salga del modelo industrialista, sino que sea algo gradual y progresivo. Y ahí empieza a jugar un gran papel la definición del sujeto agrario», sostiene Livolti. «Tenemos un sujeto agrario muy diversificado pero, a la vez, muy concentrado. Hablando de producción granaria –afirma–, tenemos por un lado, entre 5.000 y 6.000 productores que concentran el 65% de la explotación sojera, que son los grandes pooles de siembra, los fondos de inversión. Y por otro, hay una importante cantidad de productores medianos y pequeños de las Zonas Núcleo y extrapampeanas. Peones rurales que se convirtieron en agricultores familiares al perder su trabajo en las chacras mixtas porque la sojización los dejó fuera y pasaron a ser pequeños tamberos, apicultores, floricultores. Si uno va a un pueblito de 5.000 o 6.000 habitantes en las afueras encuentra a estos pequeños productores».
Monocultivo versus diversificación
Una actualización técnica de diciembre de 2011 del PEA «Plan estratégico agroalimentario y agroindustrial participativo y federal», elaborado por Precop y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta) junto con el Ministerio de Agricultura, brinda datos bajo un subtítulo por más elocuente: «Situación preocupante». «El 60% de los granos de la Argentina –señala el documento– los producen productores no propietarios de la tierra. 70.000 productores producen soja en el país (58% del área total de la superficie sembrable); de estos, sólo 1.700 productores producen el 50% de la soja argentina».
«Si no le damos un empuje al maíz, al trigo y a la carne en forma ordenada y rentable vamos a ir cayendo en el monocultivo», advierte Trevisi. «Todos hablan mal de la soja, como si fuera el demonio pero, a la vez, las políticas actuales lo único que logran es incentivar su cultivo, porque es el único producto cuyo precio internacional se mantiene, porque tiene una demanda enorme a nivel nacional e internacional. A nivel nacional porque las moliendas más grandes del mundo están instaladas alrededor de Rosario, las fábricas de biodiesel más grandes están en Argentina. Alimento y energía el mundo necesita y, hasta hoy, se puede comercializar libremente con los precios del mercado internacional. Y esto es peligroso para todos: para el Estado nacional, para las provincias, para los municipios y para el país, porque cada vez hay menos mano de obra en el campo y en los pueblos del interior».
Livolti coincide y agrega: «Un productor de hasta 70, 80 hectáreas no es el sujeto agrario pensado por Monsanto. La transnacional pensó el paquete tecnológico para extensiones de más de 500, 1.000 hectáreas. Ese pequeño y mediano productor tiene que volver al campo a luchar por la chacra mixta».
Otros productos
Pero no todo es soja y ganado en Argentina, aunque el modelo productivo sojero extienda vorazmente su frontera en detrimento de bosques y producciones regionales. De acuerdo con el estudio Los pequeños productores en la República Argentina, los pequeños productores (PP) predominan en porcentaje en las regiones del Norte del país y en la Mesopotamia, y su importancia es algo menor en la región Pampeana, Patagonia y Cuyo. Sin embargo, por cantidad, el mayor número de PP se ubica en la zona Pampeana, Mesopotamia, Monte Árido y Chaco Húmedo. Son la gran mayoría (en porcentaje del total de explotaciones que cultivan determinado producto) en un gran número de cultivos: más del 85% en tabaco, algodón, yerba mate y caña de azúcar; entre el 70% y 80% en varias hortalizas. Mientras que el 92% del valor de la producción de los pequeños productores se forma con los rubros de oleaginosas, ganadería bovina, cereales, hortalizas y frutales a campo, forrajeras, cultivos industriales y productos forestales.
En una entrevista publicada por Página/12, la titular de Desarrollo Rural del Ministerio de Agricultura, Carla Campos Bilbao, señaló que la creación del Ministerio –secretaría hasta hace pocos años– fue el reconocimiento de la existencia de dos agriculturas. La del modelo productivo soja –intensiva en capitales y tecnología, exportadora y expulsora de mano de obra, enfocada al mercado internacional que «tiende a “sacar” al pequeño, porque lo absorbe, porque lo desplaza de los centros de acopio, por acceso a la tecnología y a los insumos». Y aquella integrada local y regionalmente, economías regionales o extrapampeanas, «impensables sin la existencia de un Estado que garantice las condiciones políticas y, además, tenga un “norte” bien clarito».
Sin embargo, Livolti advierte que en las zonas extrapampeanas también hubo concentración. «Por ejemplo –señala– en Río Negro, la producción de manzana se ha concentrado en dos o tres empresas, expulsando a los pequeños y medianos productores hacia las periferias de las ciudades».
«La mayoría de los productos de las economías extrapampeanas son para el mercado interno. Y creemos que la contención para su desarrollo la pueda dar sólo la cooperativa, en el tema de la ayuda solidaria, de la búsqueda de financiación en conjunto, de la comercialización, de la venta de productos o de la compra de insumos», afirma Asseff. Y aclara: «Estos productores necesitan ayudas puntuales. Pero no hay que castigar a los grandes para darles a los chicos, sino que hay que darle al pequeño productor ventajas para competir. Y eso sólo lo pueden hacer a través de un sistema asociativo».
También Trevisi coincide en el impulso a las producciones alternativas a la soja, aún en la Zona Núcleo. «Si no le damos un aliciente a las economías regionales, a las producciones alternativas (avena, lenteja, cebada, garbanzo, girasol), todos cereales que se fueron desplazando porque no se puede trabajar a pérdida, dejás al pequeño y mediano productor en la encrucijada de, por no poder hacer escala con la soja, alquilar su campo a un productor más grande y lo condenás a su desaparición».
Frente a este panorama, pueden identificarse dos problemáticas puntuales que jaquean a pequeños y medianos productores de ambas agriculturas, al ser los eslabones más débiles de la cadena productiva: el difícil acceso al crédito y la incorporación de valor agregado a la producción de materias primas.
«No es fácil conseguir créditos –coincide Trevisi– porque se necesita una carpeta enorme y sabemos que el productor más chico no tiene todos los requisitos. Aquel que tuvo la carpeta y la armó, tuvo créditos subsidiados y hay varios emprendimientos en Santa Fe que los han conseguido, pero son los menos. El problema pasa no sólo por haberlo conseguido, sino que el cuello de botella es cuando están en plena producción, el precio baja y no pueden hacer frente a las cuotas».
Asseff, en cuanto al acceso al crédito, divide a los productores en tres categorías. «El pequeño productor que no es sujeto de crédito, requiere una ayuda directa, por ejemplo, darle semillas para arrancar. Después están los pequeños y medianos, que pueden ser sujetos de crédito, pero no tienen garantías suficientes, que son la gran mayoría. Y por último, están los medianos productores, que lo que necesitan es tasa y plazo. Son las cooperativas las que pueden llegar directamente a los pequeños productores y pueden salir como aval de ese productor, con un financiamiento bajo o con un sistema de garantía recíproca».
En este aspecto, profundiza Livolti, «hay dos grandes cuestiones. La primera es una reforma tributaria que otorgue carácter de progresividad a los impuestos en todos los órdenes. Y la otra, es la crediticia. Son dos temas pendientes e inescindibles».
«Sin dudas es dificultoso para los pequeños y medianos productores obtener créditos. Pero el Estado intenta suplirlo con distintos mecanismos. No están abandonados», sostiene Guillermo Martini, subsecretario de Agricultura Familiar del Ministerio de Agricultura. «El Gobierno nacional se esfuerza en llegar a esos productores no bancarizados –agrega–, primero a través de su blanqueo, para que puedan ingresar al sistema, y después con sistemas intermedios –como fondos rotatorios, con transferencias– que se convierten en intermediarios para asistirlo». Y cita un ejemplo concreto: «Llegamos a las juntas intercooperativas lácteas con fondos que el Estado nacional da en concepto de transferencias. Las cooperativas les dan crédito a los pequeños productores a una tasa reducida, que devuelven en producción o en un porcentaje mensual. Es muy exitoso. Hasta el momento, se ha llegado a 800, que representan el 10% de los productores lácteos nacionales».
Cadena de valor
Y en lo referente a la segunda problemática, el valor agregado, pero vinculado con el crédito, Trevisi remarca: «Hay muchas iniciativas, como el Plan Federal Bicentenario de Ganados y Carnes de la Nación, que ejecuta la provincia de Santa Fe, y que impulsa el nucleamiento de los productores de cerdos. Es una de las herramientas más importantes que tiene el pequeño productor para producir en escala kilos de carne que le generen mejor ingreso. Incluso desde la cooperativa estuvimos haciendo un par de proyectos de integración, pero si no hay créditos a largo plazo es muy difícil que se pueda pagar con las tasas que tenemos ahora».
Para Asseff, el mecanismo para incorporar valor agregado a la producción de pymes agrícolas ganaderas es, «sin lugar a dudas, primero, una integración horizontal en la figura de la cooperativa. Pero después se debe continuar con una integración vertical, en cómo darle valor agregado al producto, y hacer que ese producto, desde el campo hasta la góndola, sea del pequeño productor, no de los intermediarios».
Martini, por su parte, señala: «Estoy convencido de que la única salida para los pequeños productores en un sistema global que se concentra, es organizarse, alcanzar escala y agregar valor a través del asociativismo, porque solos no van a poder». Y pone un ejemplo. «Hace 40 años si se tomaba la cadena de producción del trigo, por ejemplo, entre el productor de trigo y el vendedor de galletitas, tomando esto como el 100%, el productor primario se quedaba con el 40%. El restante 60% se distribuía entre la transformación y la comercialización. Hoy, en esa misma cadena, la incidencia del productor primario es del 7%. El 93% queda entre la transformación y la comercialización. Si el productor no se mete en esta cadena, va irremediablemente a su desaparición. Por eso, el objetivo es aumentar la producción y la transformación garantizando el mercado interno, de ahí la fuerte presión a ir a producciones alternativas».
Y deja en claro el horizonte que se avizora: «El modelo agropecuario que viene en el plano agroalimentario se basa en pequeños y medianos productores, por eso se habla de duplicación de cantidad de cooperativas, del agregado de valor a la producción local. Por eso el esfuerzo en consolidar una producción democratizada, que le llegue a la mayor cantidad de gente y con un sistema de comercialización cada vez más democrático para bajar las condiciones de concentración».
El proceso de la denominada modernización agrícola, atado al paquete tecnológico de insumos que se consolidó en los 90 y que aún perdura, no sólo profundizó las desigualdades existentes, sino que además llevó a la desaparición a gran cantidad de explotaciones de medianos y pequeños productores agropecuarios y expulsó del campo a igual número de trabajadores rurales. Sin embargo, poco a poco, de distintas maneras y con iguales éxitos que fracasos, esos pequeños y medianos productores continúan en sus tierras debido a su voluntad de trabajo. «Ni loco vendería mi campo, es tradición familiar», afirma el productor Héctor Pocchetino de la localidad santafesina de Murphy, que trabaja 600 hectáreas junto con sus hijos. «Podemos agregarle cosas, hacer todo el trabajo nuestro y a veces ser contratistas, pero siempre en el campo».
Mirta Quiles
Mano de obra y soberanía alimentaria
Guillermo Martini antes de asumir como subsecretario de Agricultura Familiar del Ministerio de Agricultura, fue coordinador general del Consejo Federal y Regionales del INAES, de allí su conocimiento del accionar de las cooperativas nacionales. El ingeniero remarca entre las dos agriculturas –la concentrada o industrial y la familiar– una diferencia fundamental: la utilización de mano de obra.
«La agricultura concentrada o industrial es la que está basada en medios químicos, mecánicos, que no tiene en cuenta la mano de obra. Hoy un gran productor, con un peón que trabaja 4 meses, siembra 1.000 hectáreas. El 85% del Producto Bruto del valor económico está generado por la agricultura de la Pampa Húmeda, con una tasa de empleo bajísima. Mientras que los agricultores familiares con menos del 20% de la tierra, ocupan el 53% de la mano de obra. Son dos modelos».
«En cambio –agrega–, la agricultura familiar, entendida como una agricultura que no remplaza indiscriminadamente mano de obra por capital intensivo, es deseable desde el punto de vista de la ocupación territorial, de la producción agroecológicamente sustentable, de la biodiversidad. Incluso desde el modo de vida de una familia, del trabajo familiar contra esa misma unidad dispersa viviendo en la periferia de las ciudades como sectores marginales. Ese modelo tiene un alto valor y hoy, no es parte del problema. Durante muchos años esta producción fue pensada como la agricultura de los pobres que era pasible de ser atendida desde la asistencia. Hoy la FAO la plantea como parte de la solución».
Aunque, para Martini, el país posee una característica que le es propia: «Tiene muy baja cantidad de productores agropecuarios respecto a su superficie. Y un gran problema es cómo ocupamos el territorio, porque en 180 millones de hectáreas tenemos 350.000 productores y el grueso de esos productores viven en el 17% de las tierras. Es un problema complejo de altísimo impacto social que tiene que ver con la conservación de los recursos naturales, con la preservación de la estructura social, con la seguridad alimentaria. Porque la agricultura concentrada produce lo que demanda el mercado. Qué come la gente poco importa. Y eso le tiene que importar al Estado nacional, que tiene que garantizar primero que su población coma y luego que se exporte. Tiene que asegurar la soberanía alimentaria».
Alfredo T. García - Economista
Resistencia a pagar
Los representantes agropecuarios han enfrentado el, según ellos «desmesurado aumento de las valuaciones fiscales» impulsado por el decreto bonaerense. Sin embargo, hay propiedades cuyo valor real por hectárea es 10.000 dólares, pero el fiscal es de sólo 400 dólares, una situación insostenible en un entorno democrático. Desde 1955 que no se realiza un revalúo integral de las tierras.
Hasta ahora, la valuación fiscal de las tierras rurales de la provincia, entre las más productivas del país, era la mitad del valor del parque automotor, una incoherencia; el inmobiliario rural aporta el 2% de lo recaudado por la provincia, cuando en 1984 contribuía con el 15%.
Quienes salen ganando con la reforma son los pequeños productores, que en muchos casos seguirán pagando lo mismo o en algunos casos menos impuesto, ya que la modificación es progresiva, con alícuotas que van del 3,5% al 22,1% según la capacidad productiva del terreno y sólo alcanza al 38% de los campos. Una parcela en Pergamino, donde se obtienen los más altos rindes del país, ya no pagará lo mismo que otra en Tres Arroyos, al sur de la provincia.
Los montos tampoco son importantes, el propietario de 168 hectáreas en General Alvear, terreno con un valor de mercado de 1,3 millón de pesos, pagaba menos por Inmobiliario que por la patente de un auto de media gama; con la reforma pasarán a pagar lo mismo. El aumento global promedio es del 40% cuando las tierras se revaluaron en los últimos diez años el 570%.
¿Qué es lo que más les duele a aquellos que protestan con paros patronales y cacerolazos? Que con el revalúo de las tierras, comenzarán a pagar el impuesto a los bienes personales y a la ganancia mínima presunta, tributación de la que quedaban al margen, legal pero injustamente, campos riquísimos.
La oposición a los cambios impositivos está originada en una cuestión cultural, los ricos terratenientes están acostumbrados a no pagar impuestos; esto comienza a cambiar, y no les gusta.
Revista Acción - Segunda quincena de junio del 2012