Los aportes del feminismo para entender la criminalidad femenina

Sabrina Calandrón

En horas de debates, discusiones, posicionamientos acerca de la relación y, en particular, de la responsabilidad de los feminismos para entender, evaluar y juzgar la criminalidad femenina quisiera recuperar algunas reflexiones. Voy a empezar con una referencia a las monjas y el pecado aunque, en principio, parezca un poco absurdo.

En la avenida Hipólito Yrigoyen del barrio Nueva Córdoba, resplandece un edificio comercial, punto de encuentro y de referencia que todavía lleva el nombre del Buen Pastor. Nada tiene que ver con su función de origen. Hoy, una especie de paseo e hito en la orientación turística, antes fue una de las casas de corrección de mujeres a cargo de la congregación que le dio su nombre. En nuestro continente, desde la época poscolonial, las mujeres que transgredían normas eran penadas con un tipo de encierro que adquiría la forma de recogimiento. El recogimiento se administraba desde congregaciones religiosas porque la transgresión que cometían las mujeres, y sólo las mujeres, tenía un sentido sobreimpreso: era también un pecado. Se entendía que esa falta era un quiebre de valores morales, de responsabilidades familiares o de ética clerical. Nada de esto pasaba con los castigos masculinos.

Pero lo cierto es que no estaban sólo las congregaciones. Para “rectificar” la conducta de las mujeres desviadas también estaban sus esposos, corresponsables de la corrección y el castigo. Esto, como es de suponer, venía acompañado de legitimaciones sociales y estatales para el ejercicio de la violencia marital.

Hasta aquí, la descripción muestra que las prácticas punitivas se distribuían de forma dicotómica: las mujeres, pensadas como inmorales, encerradas en las casas correccionales religiosas y los varones, tratados como transgresores del régimen económico y social, en prisiones. Esta diferenciación sostuvo el sistema penal durante siglos. En pocas palabras, se percibía a las mujeres como si fueran seres menos propensos al crimen que los varones. El comportamiento delictivo era un contrasentido, una falacia, una aberración. La figura de la mujer-madre colonizó los imaginarios y orientó las expectativas y obligaciones hacia comportamientos afectuosos y virtuosos.

¿De dónde llegaron los principales aportes para poner en crisis este pensamiento imperante hasta el siglo XX? No es necesario explicar extensamente que los feminismos, en varias de sus expresiones, aportaron elementos para criticar y, cuando fue necesario, destruir esencialismos y preconceptos sobre la supuesta naturaleza universal de la mujer-madre-esposa. Separaron aquellas cualidades cardinales ahistóricas de la debilidad y el amor incondicional, que supuestamente las definían, de las mujeres de carne y hueso, las reales. Pugnaron por colocarlas en la esfera pública, como sujetos con derechos y responsabilidades sociales, civiles, políticas.

El largo camino de dejar de ver a las mujeres como imposibles culpables fue un camino transitado por feministas. Abierto por ellas. Alimentado con estudios y demandas concretas al sistema de justicia penal. El tratamiento de mujeres como personas que cometieron crímenes, y no como pecadoras o perversas, es producto de este proceso de inclusión de una perspectiva de género. Aunque hoy muchos desconozcan esa deriva. Aunque hoy muchos nos exijan posicionamientos que ya tomamos.

Lejos de encubrir, justificar, espiritualizar o alivianar las cargas de aquellas que cometen actos de violencia, los feminismos aportaron herramientas para visibilizar esas violencias y emitir juicios. Lo que nunca hicieron esos feminismos fue trazar relaciones de causalidad entre el delito, la atrocidad o la perversidad y las identidades de género ni las orientaciones sexuales.

Fuente: CELIV - Marzo 2023

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