Los puntos de vista de Beatriz Sarlo
Falleció hace unos días. Más allá de valoraciones divergentes fue una figura relevante de la cultura y sobre todo su producción periodística y sus intervenciones políticas le confirieron una repercusión pública poco frecuente para una intelectual argentina.
Cierta vez Sarlo afirmó que en nuestro país hubo un cambio de época después de la radicalización ideológica y las movilizaciones de la década de 1970 y que ya no habría un dirigente sindical de la talla de René Salamanca, a quien había tenido el privilegio de tratar.
Enseguida manifestó que ya no conocía a ningún dirigente obrero. Toda una confesión. La afamada profesora, crítica literaria y también apasionada de la política y el periodismo, había perdido su vínculo con el movimiento obrero y las clases populares en general. Y no parecía lamentarlo mucho.
A esa altura venía de un giro político e ideológico gravitante, acompañada por muchos intelectuales de su generación. En la década de 1980 estimaba la opción revolucionaria de años anteriores como un error. Y la perspectiva de superación del capitalismo como algo irrealizable o bien susceptible de conducir al desastre.
La derrota consumada por la represión dictatorial era tomada así a modo de un hecho definitivo, el fin de una visión transformadora que había errado en sus presupuestos conceptuales y en sus métodos.
Trayectoria colectiva y marcas individuales.
Tenía la particularidad de haber pasado la dictadura atrincherada en la revista Punto de Vista,que creó cuando aún se vivían los años más oscuros. Destinada a una prolongada existencia, esa publicación conjugó la recepción de lo más reciente y sofisticado del pensamiento de los países centrales con un “repensar” de la tradición intelectual y política de izquierda que conducía hacia su clausura.
En la década de 1980 se habló y se escribió mucho acerca de la revalorización de la democracia, ahora “sin adjetivos”. La diferenciación entre burguesa y obrera, entre “real” y “formal” debía ser relegada al pasado. El sistema parlamentario era la única respuesta compatible con el debate amplio y la ahora apreciada libertad del individuo. No había otro camino que fuera inmune a la tentación totalitaria.
Junto con ese tan limitado enfoque de la cuestión democrática, floreció la aceptación del orden capitalista como horizonte de largo plazo. No se renunciaba sin embargo a la adscripción al socialismo, al contrario, se la promovía con fuerza. Por ejemplo con la fundación y sostenimiento del Club de Cultura Socialista.
Sí se le daba un nuevo significado, no rupturista sino consensual, exento de anticapitalismo. Los afanes más radicalizados eran sacrificados en el altar del liberalismo político. Y alguna versión del Estado de Bienestar era la mayor distancia que se permitía respecto del neoliberalismo económico en ascenso.
Como tantos, para la escritora la crítica a Montoneros; al militarismo, el divorcio de sus bases y la incorrecta apreciación de las fuerzas en juego, la puso a contribución de su adhesión a la socialdemocracia.
O con más propiedad, a la aspiración a crear una ausente corriente de ese signo en nuestro país. Sarlo venía de un costado diferente del marxismo y la izquierda. El Partido Comunista Revolucionario (PCR). Organización maoísta que no participó en la lucha armada. Y mantuvo insólitas proximidades con la derecha peronista.
Con matices y toques personales, adhería a la renuncia al cuestionamiento a fondo del orden existente. Apoyó al gobierno de Raúl Alfonsín. Depositó su confianza en las instituciones representativas y ya no en la lucha de clases y de calles.
Siguió en ese rumbo después del final de la presidencia del líder radical. Acompañó a Chacho Álvarez y sobre todo a Graciela Fernández Meijide. La búsqueda de alguna versión local aproximada de la socialdemocracia siguió sin llegar a destino.
La enseñanza y la escritura.
Muchos y muchas recuerdan como experiencias decisivas haber asistido a sus cursos, en particular los de la primera etapa de la posdictadura.
Quien esto escribe no se dio la oportunidad de participación en esas instancias. Sí la de haber leído parte de su obra. Dentro de ella el libro que recoge parte de los ejercicios docentes que brindó entre 1984 y 1988, compilados como Clases de literatura argentina. Facultad de Filosofía y Letras. UBA. 1984-1988,
En la apreciación de la literatura nacional contemporánea contribuyó en gran medida a ampliar el reconocimiento a figuras como Manuel Puig, y sobre todo a Juan José Saer. Llegó a elaborar un canon tal vez demasiado rígido, lo que le atrajo no pocas antipatías entre los escritores excluidos.
Otro aporte valorable es Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920 y 1930. Allí traza grandes líneas de interpretación de los cambios de la cultura y los intelectuales en las primeras décadas del siglo XX.
Entre lo más recordable de esa obra se encuentra su tratamiento de una nueva camada de escritores, hijos de la inmigración. Y sin la cultura refinada de la elite tradicional. Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Alfonsina Storni, entre otros, son analizados como representativos de un punto de inflexión en la cultura nacional.
Siempre dentro del prisma que adoptó, era una observadora aguda de la realidad. Tanto en la política como en los aspectos más cotidianos. Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina proporcionó una visión multidimensional de la década de 1990 y sus a menudo destructivas innovaciones.
Se volcó de lleno al análisis político en La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010. Fue otro intento de ajustar las cuentas con el “populismo”. Que la atrajo en sus años jóvenes y del que procuró un drástico despegue que casi no conoció pausas.
Figura pública.
Ella no practicó la reclusión en el campo académico que tentó a muchos universitarios de las últimas décadas. Incluso aumentó cada vez más su participación en el debate público. E incursionó como periodista en medios masivos.
Su innegable relieve intelectual y sus posicionamientos políticos le granjearon simpatías en ámbitos del establishment cultural y comunicacional. Llegaron distinciones y reconocimientos varios.
Se erigió en una módica celebridad, lo que se cimentaba en parte en sus dotes de polemista. Su aparición en una emisión del programa televisivo prokirchnerista 6, 7, 8 fue celebrada hasta la demasía y se la recuerda hasta hoy.
En el campo del peronismo se ganó más bien reproches como “gorila” y acusaciones de elitismo Estas últimas en general merecidas. Lo que no excluía cierta atracción suya por las multitudes. Acudía muy seguido a movilizaciones masivas y tomaba nota pormenorizada de sus incidencias.
Desde la izquierda se le dedicó una mirada teñida de consideraciones acerca de la defección del grueso de una generación. La que atacó dogmas y esquematismos sin cuidarse de preservar aspectos incuestionables y preñados de actualidad de las perspectivas emancipatorias.
David Viñas, León Rozichtner o Vicente Zito Lema, entre otros, obraron a modo de contrafiguras, con una interpretación diferente y hasta antagónica de las novedades ocurridas en el país y en el mundo.
No faltaron quienes en esa vertiente le dispensaron un respeto que no sentían por otros coetáneos que consumaron un giro a la derecha que no se detuvo ni ante el apoyo a variantes francamente reaccionarias. Ella en cambio siguió en una sintonía de centroizquierda que se pareció cada vez más a un conjunto vacío.
Los sesgos en parte conservadores adoptados por Beatriz Sarlo fueron suficientes para granjearle una despedida en plan de “prócer” de nuestra vida intelectual. Tiene algo de paradójico, a la luz de que parte de sus orientaciones se han demostrado fallidas.
Pese a sus esfuerzos en el campo de la interpretación de la sociedad y la política, no resulta aventurado suponer que su producción en el terreno de la historia intelectual será la más perdurable.
Fuente: Tramas - Diciembre 2024