Macri y las oportunidades de Antonia
Los hijos de cartoneros, de obreros industriales, de maestros, médicos o de gerentes de bancos, deberían tener la misma oportunidad para desarrollarse en la vida que la bella Antonia, la hija del Presidente. A eso se refirió Macri, y lo hizo dos veces, en su breve discurso inaugural. Dijo: “Nuestra prioridad será lograr un país donde cada día haya más igualdad de oportunidades”, y remarcó señalando: “Quiero ser el presidente que pueda acompañarlos en su crecimiento, el presidente del desarrollo del potencial de cada argentino, del trabajo en equipo, de la igualdad de oportunidades”.
Encantador. Pero como dice François Dubet, la igualdad de oportunidades “es una ficción”. En un imperdible libro publicado en 2011 y titulado Repensar la justicia social - Contra el mito de la igualdad de oportunidades, el sociólogo francés se manifiesta en contra de la idea de que la sociedad debe construirse en base a un principio de justicia que coloque a todos en igualdad de condiciones para poder competir. En lugar de pretender la inalcanzable “igualdad de oportunidades”, él postula el criterio de la “igualdad de posiciones”, buscando que los distintos roles de la estructura social estén lo más próximo posible. Lo ilustra con el siguiente ejemplo: “Se trata menos de prometer a los hijos de los obreros que tendrán las mismas oportunidades de ser ejecutivos que los propios hijos de los ejecutivos, que de reducir la brecha de las condiciones de vida y de trabajo entre obreros y ejecutivos”.
George B. Kaiser es dueño del Banco de Oklahoma y de la franquicia de la NBA de esa ciudad, el Oklahoma City Thunder. Es una de las cien personas más ricas del mundo con una fortuna estimada en los 10.000 millones de dólares. Si bien él abona la idea de que “el contrato social americano es el de la igualdad de oportunidades”, cuando en 2010 explicó las razones de su filantropía dejó en evidencia la irrealidad de ese principio. Kaiser escribió: “Mi compromiso con la caridad llegó fundamentalmente a través de la culpa. Muy temprano entendí que la causa de mi gran fortuna tenía menos que ver con que tuviera un carácter o una capacidad de iniciativa superior, que con la suerte. Fui bendecido por haber nacido en una sociedad desarrollada y de padres muy atentos. Por lo tanto, he tenido la doble ventaja de la genética (gané en la lotería del ovario) y de la crianza. Cuando miro alrededor y veo a aquellos que no han tenido esas ventajas, me queda claro que tengo la obligación moral de dirigir mis recursos a ayudar a equilibrar esa balanza. El contrato social americano es la igualdad de oportunidades. Como considero que soy sólo periféricamente responsable de mi gran fortuna, tengo el deber moral de ayudar a aquellos que se quedaron atrás por el accidente del nacimiento”.
Es parte de la carta que escribió hace cinco años para anunciar que se sumaba a The Giving Pledge (El Compromiso de Dar), la iniciativa que un par de años antes lanzaron Bill Gates y Warren Buffet para comprometer a los más grandes multimillonarios a donar al menos la mitad de su riqueza. Una actitud encomiable. Pero la caridad es una gota en un océano de oportunidades desiguales.
Desde su concepción económica liberal, FIEL publicó hace unos pocos años una profunda investigación sobre el tema titulada “La igualdad de oportunidades en la Argentina: movilidad intergeneracional en los 2000”, que muestra la estrecha relación entre la realidad del hogar en que se nace y el nivel socioeconómico al que se llega de adulto. El estudio también muestra que la movilidad intergeneracional basada en las diferencias de nivel socioeconómico entre padres e hijos es en la Argentina muy inferior a la de los países desarrollados.
Según Nancy Stokey, una economista de la Universidad de Chicago citada en el trabajo de FIEL, “se puede afirmar que una sociedad provee igualdad de oportunidades cuando el éxito económico es fundamentalmente impredecible sobre la base de las características de la familia de origen (…) Al contrario, cuando el éxito es predecible sobre las bases del origen familiar, el accidente de nacer en una determinada familia determinará el suceso económico vulnerando la igualdad de oportunidades”. Salvo escasas excepciones, en la Argentina y en casi todo el mundo sucede lo segundo.
Además de que las diferencias de cuna establecen puntos de partida muy desiguales, el funcionamiento social amplía la brecha de oportunidades. En primer lugar, porque el sistema educativo favorece mucho más a los aventajados.
En una visita que hizo a la Argentina para presentar el mencionado libro le preguntaron a Dubet sobre la relación entre el capitalismo y la desigualdad. Respondió: “Es verdad que estamos dentro de una economía capitalista y en ella estaremos por un largo tiempo, pero el capitalismo no determina la sociedad como una fatalidad. Canadá y Estados Unidos tienen exactamente la misma economía capitalista, pero las desigualdades sociales son dos veces menores en Canadá que en Estados Unidos; la inseguridad no existe en Canadá; los canadienses gastan menos que Estados Unidos en salud y tienen mejor servicio; la escuela canadiense es muy igualitaria mientras que la escuela estadounidense no lo es en absoluto”.
Es comprensible que en lo inmediato la sociedad esté mucho más interesada y preocupada por la economía que viene que por la falta de igualdad de oportunidades. Pero hay que reconocer que, más allá de urgencias coyunturales, la desigualdad no es un asunto que movilice. Tal vez se explique por lo que Dubet sostiene en su reciente libro, titulado ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario). Argumenta: “Si el 1 por ciento arrasa con las riquezas a expensas del otro 99 que se indigna pero no hace nada, es porque estos últimos no son un bloque homogéneo capaz de actuar como tal. Es también porque, dentro de ese conjunto, los intereses de unos no coinciden con los intereses de otros. Y acaso sea porque la ‘pasión por la igualdad’ no es tan fuerte como se supone”
Revista Veintitrés - 16 de diciembre de 2015