Máximo y los riesgos de la ruptura
Movida principista o reflejo de autopreservación, la decisión de Máximo Kirchner de renunciar a la jefatura del bloque de diputados del peronismo en rechazo al acuerdo con el FMI generó un nuevo terremoto en el gobierno. En esta nota, Julio Burdman explica por qué una ruptura total es improbable y por qué, paradójicamente, la decisión puede terminar fortaleciendo a Alberto Fernández.
La renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque oficialista parece guiada por una predicción: él cree que el acuerdo con el FMI es malo para el país, y que a partir de ahora todo irá peor. Que la recuperación económica iniciada en 2021 se detendrá y que el Frente de Todos volverá a perder las elecciones. En ese sentido, su paso al costado puede ser entendido como una medida de autopreservación ante la tormenta o, en el mejor de los casos, como una protección principista del legado anti FMI de su padre, Néstor Kirchner, a quien menciona varias veces en su carta. Habrá que darle el beneficio de la duda, porque nadie conoce el futuro.
Mientras tanto, lo que sí sabemos con alguna certeza es que en el Frente de Todos ya nada será igual. Con Máximo se terminó de constituir un polo kirchnerista de izquierda, disidente al gobierno de Alberto Fernández, con la intención de ser una alternativa electoral para 2023. Aunque la coalición de gobierno no se rompa formalmente, la lógica del gobierno unificado ya no rige como antes: una parte de ella va por la gestión y eventualmente intentará renovar el mandato, y otra por la representación del votante disconforme y la construcción de una opción política. El “nuevo bipartidismo argentino”, o la política como una competencia dual entre el Frente de Todos y Juntos, sufre otro desafío más. Esta vez, desde adentro.
Este polo kirchnerista disidente viene cobrando forma desde el mismo 10 de diciembre de 2019, cuando quedó claro que la gestión del Frente de Todos no era un “tercer kirchnerismo” sino algo distinto, más corrido hacia el centro. Arrancó con las voces críticas de ex funcionarios kirchneristas que no habían sido convocados, algunos complicados en los tribunales, como Julio De Vido y Guillermo Moreno. Luego tomaron la posta los comunicadores icónicos de la etapa cristinista, que aun apoyando al gobierno de Alberto y Cristina no ocultaban sus desacuerdos con la austeridad fiscal de la Guzmanomics. En 2021 llegaron las elecciones y con ellas el audio nada sutil de la diputada Fernanda Vallejos. Poco después, se presentó en sociedad la agrupación Soberanxs, liderada por Alicia Castro, Amado Boudou y Gabriel Mariotto. La masa crítica de nombres y rostros asociados al Frente de Todos que no se sentían representados por el presidente crecía, pero, salvo contadas excepciones –como Claudio Lozano, director del Banco Nación–, no eran funcionarios, ni tenían volumen electoral. Lo de Máximo tiene otro relieve, porque es un diputado que lidera a otros diputados –y funcionarios–, y porque porta un apellido que permite disputar una parte del legado kirchnerista.
Que este polo se iba a formar era casi cantado. La ideología moviliza. Y la disconformidad con el gobierno tiene votos potenciales, según las encuestas. En 2021, algunos de esos disconformes emigraron a la izquierda, otros se quedaron en casa, y hasta hubo quienes se sintieron atraídos por los libertarios. La sorpresa fue la decisión de Máximo de moverse en esa dirección, porque en los inicios de la gestión frentetodista prometía convertirse en la cara del giro al centro. Quienes conversaban con él aseguraban que sus ideas económicas ahora eran más “convencionales”, y que su obsesión era el crecimiento. Junto a su nuevo amigo, Sergio Massa, se reunía con empresarios nacionales y extranjeros para convencerlos de invertir en el país. Tal vez la derrota de 2021 cambió su visión.
Los caminos de Cristina
Quedan dos incógnitas en el aire, que son como dos caras de la misma moneda: qué va a hacer la madre del disidente, Cristina Fernández, y cuál es el potencial electoral del nuevo polo. La vicepresidenta es la líder política y espiritual del kirchnerismo; se la considera “dueña” de dos de cada tres votos del oficialismo. Según dijo el propio Alberto Fernández, ella coincide en parte con las críticas de su hijo, pero no con su renuncia; estaría a mitad de camino entre los dos. Pero moverse de ese punto de equilibrio va a ser complicado.
Máximo se fue hacia un lugar que no existe fuera de los principios o de las consignas de campaña. No hay alternativa al acuerdo con el Fondo, salvo un acuerdo todavía más exigente, o los vaticinios de un caos económico y financiero. Él mismo reconoce en su carta que está planteando una discusión, pero no una opción. Él puede darse ese lujo. Pero Cristina, por su rol institucional y político, no.
La razón de todo esto es geopolítica. Hoy no hay alternativas al Fondo. El kirchnerismo que gobernó entre 2003 y 2015 tuvo algunos momentos de audacia internacional, pero siempre estuvo contenido en una opción existente. No inventaba cosas: optaba. La Argentina contemporánea no tiene capacidad de invención geopolítica, pero puede elegir.
Cuando le dijo “no” al ALCA que impulsaba George W. Bush, Kirchner se apoyaba en el Brasil de Lula, la Venezuela de Chávez y sus otros socios del Mercosur, en una América del Sur dominada por movimientos políticos afines. La cancelación de la deuda con el FMI, gran hito del kirchnerismo, se hizo coordinadamente con Brasil y montada en una corriente internacional de críticas al organismo –motorizada intelectualmente por los libros de Joseph Stiglitz, entonces muy de moda–. En la misma línea, los discursos encendidos de Cristina Kirchner contra el sistema financiero internacional en la cumbre del G-20 del año 2009 fueron pronunciados en el marco de la crisis global de 2008 y tomaban buena parte de las críticas de los BRICS a la gobernanza económica mundial.
Aquel debate sobre el rol del Fondo ya no tiene público, ni participantes. Hoy no solo presionan por el acuerdo Estados Unidos y sus aliados occidentales: también China, Rusia y hasta Lula piden o festejan que Argentina resuelva pronto el tema. Esto puede atribuirse a que China, el adversario geopolítico de Washington, está muy comprometido con el funcionamiento del organismo y busca cogobernarlo junto con Estados Unidos: no critica al Fondo, sino que quiere influir en él y usarlo como una herramienta en su gran objetivo, que es la internacionalización del yuan (1). De hecho, Alberto Fernández apuró el anuncio del acuerdo con el Fondo porque viajaba a China a buscar inversiones y quería llevarle a Xi Jinping la noticia, junto con los habituales mates de cuero y plata y las camisetas de Messi.
El Frente, creado bajo el liderazgo de Cristina, fue una fórmula electoral exitosa basada en la desconfianza.
Así las cosas, para Cristina no solo sería muy difícil seguir el principismo de Máximo, sino que expondría al kirchnerismo –y, por lo tanto, a ella misma– a un salto al vacío. Ella puede representar el malestar de quienes pagarán el costo del ajuste en el sector público –salarios estatales y jubilaciones aumentarán poco en los próximos años, y las boletas de luz, gas y agua aumentarán mucho–, pero no puede enfrentar a su gobierno sin argumentos. Ella tiene que representar una opción. Si desafía a su propio gobierno sin plantear una alternativa, es probable que termine perdiendo aliados en la coalición y transfiriendo parte de sus votos al presidente y los gobernadores. Si esto ocurre, Cristina y Máximo terminarían por crear, inesperadamente, una suerte de albertismo no deseado.
Unionismo post-loteo: ¿un modelo superador?
Paradójicamente, la maniobra de Máximo, tendiente a preservar el núcleo duro electoral cristinista, requiere no apretar demasiado el acelerador. Por eso mismo es probable que Alberto Fernández, a la larga, salga fortalecido. Porque, en su búsqueda de obtener mayor autonomía para convertirse en una opción política en 2023, el polo que ahora lidera Máximo Kirchner le da más espacio al presidente en 2022.
Una primera muestra de ello fue la designación de Germán Martínez como jefe de los diputados nacionales del Frente de Todos. Alberto Fernández no se inclinó por alguien de su riñón porteño para ocupar un puesto clave. Hizo algo más sabio: eligió a alguien que patea para el mismo lado que él.
Hasta ahora, la gestión del Frente de Todos funciona como un “gobierno loteado”. El Frente, creado bajo el liderazgo de Cristina, fue una fórmula electoral exitosa basada en la desconfianza. La ex presidenta decidió correrse del primer lugar y convocó nada menos que a sus dos más conspicuos traidores, Alberto Fernández y Sergio Massa. La unificación con quienes fueron dos de sus críticos más despiadados en los años de su segunda presidencia le permitió suturar las heridas de la grieta interna. Salió muy bien. Pero la nueva familia se miraba con recelo, y por eso los fundadores del Frente de Todos acudieron a dirigentes de confianza personal para ocupar puestos claves en el gabinete, lógica que se trasladó al interior de muchos ministerios. Cristina se valió de antiguos colaboradores y dirigentes de La Cámpora, Alberto de sus amigos del justicialismo porteño, y Massa –en menor medida que los dos anteriores– de antiguos compañeros de ruta de su experimento político bonaerense. El resultado fue un archipiélago poco coordinado, loteado y demasiado AMBA. Que la jefatura del bloque quedase en manos de Máximo fue parte de esa lógica.
Una alternativa al “loteo” entre representantes del albertismo porteño, el camporismo cristinista o el massismo era la designación en puestos claves de “gestores de la unidad”. Es decir, de dirigentes que no pertenecieran a ninguna de las tres líneas metropolitana y que estuvieran comprometidos con el éxito del conjunto. Martínez, formado junto a Agustín Rossi, tiene ese perfil: va a responder verticalmente al presidente que lo puso ahí, y ninguna de las tribus iniciales lo va a ver como un adversario. Para Alberto Fernández, este puede ser un modelo superador al del “loteo”: los “gestores de la unidad” son más eficaces. Y además le dejan al presidente el atributo del unionismo. Si el kirchnerismo disidente se abre de la gestión y la vicepresidenta guarda prudente silencio, el líder de la unidad pasa a ser Alberto Fernández. El último unionista.
1. Burdman, J. “El papel de China en el acuerdo entre Argentina y el FMI”, Tiempo Argentino, 29-1-22. Disponible en: https://bit.ly/3ongSTs
- Julio Burdman, Politólogo.
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur - febrero de 2022