Milei es un deseo de shock

José Natanson


La irrupción de Javier Milei y su veloz transformación de panelista de televisión en candidato competitivo es consecuencia del malestar hondo de una sociedad a la que una década de recesión puso contra las cuerdas, de la desesperación de no saber de dónde vendrá la próxima trompada y de la angustia que produce la inflación. Nuevos fenómenos sociales, como el trabajador pobre, que cuenta con empleo estable pero no llega a fin de mes, o la expansión de los trabajos por cuenta propia en los ámbitos de la economía digital, el comercio electrónico y el reparto, completan el cuadro, que la pandemia agudizó: si el origen del macrismo puede rastrearse en las movilizaciones del campo de 2008, el nacimiento del mileísmo se sitúa en las marchas anticuarentena y su reclamo de libertad. La sociedad está mutando de manera acelerada. Son corrientes submarinas que apenas podemos intuir.

El ascenso de Milei tiene dos dimensiones. La primera es conocida: el candidato libertario refleja un rechazo rotundo al actual estado de cosas. Es una impugnación fuerte, un “hasta acá llegamos” que encontró en su lengua de furia la forma de expresarse (1). Con Juntos por el Cambio estabilizando el voto antiperonista, el PJ convertido en un “partido del orden” y hasta el Frente de Izquierda integrado al sistema político, jugando con soltura el juego parlamentario, Milei se ofrece como el más remoto de los outsiders, el que vive en la isla más distante. Un excéntrico en su acepción original: alejado del centro. Alguien que no se priva de apelar a la “resistencia”, por ejemplo llamando a la rebeldía fiscal o reivindicando el derecho a no escolarizar a los hijos, y que además lo hace encarnando en su figura la bronca social contenida: parafraseando a Pablo Stefanoni, podríamos decir que no sólo la rebeldía, también la pasión se volvió de derecha (2).

Pero no es sólo este rechazo sordo lo que explica el crecimiento de Milei. Si el macrismo fue en esencia una coalición antiperonista, Milei es eso, pero es más que eso. ¿Hay un voto de esperanza? Digamos que hay una expectativa, sobre todo en los jóvenes, en los varones de clase media baja y en los cuentapropistas. Tras una década de empate político, de “hegemonía imposible” entre dos coaliciones que no logran ni derrotar a la otra ni acordar un programa común (3), Milei dice, claro y fuerte, que él sí puede, que las cosas que promete, por más delirantes que suenen, son factibles. Frente a la “impotencia de Estado” del Frente de Todos, Milei promete, por usar la expresión canónica, un ejercicio de voluntad. Su ascenso también es consecuencia del fracaso del gradualismo; Milei es un deseo de shock.

Veamos si no lo que sucede con la dolarización. Aunque los economistas ortodoxos y heterodoxos coinciden por una vez en que, con los actuales niveles de reservas del Banco Central, la deuda acumulada y el contexto internacional, una dolarización sería dolorosísima, el debate político de los últimos días gira en torno a esta propuesta, que Milei formula envuelta en una nube de tecnicismos y especulaciones econométricas que nadie entiende, mientras deja correr alegremente la versión de que dolarizar la economía supone dolarizar salarios. Y por supuesto que en el contexto actual la dolarización no es factible, pero también era imposible construir un muro en la frontera con México y Trump ganó las elecciones −lo que no significa que Milei vaya a ganar, sino que la sociedad está dispuesta a escuchar sus ideas−.

En todo caso, la discusión pública generada alrededor de la iniciativa confirma la centralidad de Milei en este tramo del proceso electoral. Algo similar sucede con la participación de las Fuerzas Armadas en asuntos de seguridad interna o la libre portación de armas, propuestas que otros candidatos, como Patricia Bullrich, también suscriben. Empujado por la época, el economista ha logrado girar el eje programático de la campaña varios grados a la derecha. En este sentido, Milei ya ganó.

Desdiabolización

Aunque los modos destemplados de sus intervenciones públicas nos hagan caer en la tentación de tomarlo en broma, hay una cierta inteligencia en el ascenso de Milei, que se revela en cuatro decisiones estratégicas. La primera es construirse como el candidato de la antipolítica apelando a la gesta contra la “casta”, un concepto importado de Podemos al que le saca todo el jugo posible. La segunda, que se deriva de la anterior, es no ingresar a Juntos por el Cambio (“Juntos por el Kargo”), como sí lo hicieron José Luis Espert y Ricardo López Murphy, cuidándose al mismo tiempo de no atacar ni a Macri ni a Bullrich y concentrando sus invectivas en Horacio Rodríguez Larreta, al que llama “Harry el sucio”. La tercera, cerrar acuerdos con fuerzas provinciales del espectro conservador, casta de la casta, pero esenciales para completar las listas legislativas y asegurar un mínimo de fiscalización en las elecciones. Y la última, dejar de lado sus propuestas de dinamitar el Banco Central o habilitar el mercado de compraventa de hígados y riñones para limitar sus apariciones mediáticas a los temas que sabe que funcionan: fracaso del Estado, inseguridad, economía.

En realidad, Milei no está haciendo nada nuevo. La desdiabolización es un proceso que han seguido otros candidatos de extrema derecha en diferentes países. En Francia, Marine Le Pen tomó distancia del origen fascista de su padre y revisó su propuesta original de abandonar el euro; en Italia, Georgia Meloni logró ser elegida primera ministra luego de enviar todo tipo de señales tranquilizadoras a la Unión Europea; y en Brasil, Jair Bolsonaro buscó −y consiguió− el apoyo de la centroderecha tradicional. Como ellos, Milei transita una línea finita entre la exigencia táctica de contener sus desbordes discursivos y la voluntad de no perder la autenticidad, de seguir siendo él.

Al mismo tiempo, el discurso ultraconservador procura retener al núcleo duro de la derecha tradicional. Por lejos el más ideológico de los candidatos presidenciales, Milei se ha declarado contra la legalización del aborto, contra el feminismo y contra cualquier política prodiversidad, un mix que no resulta tan extraño en Argentina: es, al fin y al cabo, el de los gobiernos militares, que combinaron neoliberalismo económico con reaccionarismo cultural. La inclusión en su coalición de dirigentes que han construido sus carreras reivindicando la última dictadura, como Victoria Villarruel o Ricardo Bussi, expresa esta amalgama.

La estrategia se completa con una operación simbólica audaz: la revalorización del legado económico de Menem, muy oportuna en tiempos de inestabilidad del dólar e inflación descontrolada. Durante años, Menem fue una especie de punto ciego de la política argentina, como si la historia hubiera saltado de Alfonsín a Kirchner, a punto tal que ni siquiera los políticos que crecieron a su sombra se animaban a reivindicarlo. En contraste, Milei sostiene que “Menem fue el mejor presidente de la historia y Cavallo el mejor ministro de Economía”, y con ello planta una bandera. Si declararse fan de la Generación del 37 es una tentación a la que casi ningún político argentino puede resistirse, la reivindicación de Menem y Cavallo constituye un gesto más atrevido, que ubica a Milei en el grupo de líderes de extrema derecha que bucean en el pasado para encontrar su lugar en el presente: el Tea Party como antecedente de Donald Trump, Vox y el franquismo, José Antonio Kast y el pinochetismo, Jair Bolsonaro y la dictadura brasileña.

Hasta dónde llegará

Las encuestas coinciden en que Milei, que hasta hace poco crecía sobre la base de los votantes macristas y que últimamente también comenzó a alimentarse de peronistas desencantados, sigue en ascenso, y que si las PASO fueran hoy podría salir tercero e incluso segundo, desplazando al peronismo. Si las dos coaliciones llevan más de un candidato, es probable que, considerado individualmente, resulte el postulante más votado en agosto. La pregunta es si una vez que esto ocurra la sociedad reaccionará asustada y correrá a ponerle un techo o si por el contrario se subirá a la ola, lo que a su vez dependerá de la profundidad de la crisis económica y del resultado de las otras PASO, en particular la de Juntos por el Cambio: Bullrich podría disputarle el electorado a Milei y jugarse al clásico de clásicos contra el peronismo, mientras Rodríguez Larreta apostaría a un gran frente moderado yendo a buscar los votos peronistas. Y si el Frente de Todos logra un resultado aceptable, entonces deberá competir con el candidato del macrismo por los votos libertarios. En un escenario de empate de tercios cualquier cosa puede pasar.

En todo caso, enfrentar a Milei exige una sintonía fina que la política, sobre todo el progresismo, todavía no logra encontrar. Un ejemplo: las reivindicaciones huecas de un Estado al que parte de la sociedad observa muy críticamente (no todos los votantes de Milei quieren abolir la educación pública o cerrar los hospitales, pero probablemente todos coincidan en que son cosas que funcionan mal desde hace muchos años). A esta altura de la crisis, los privilegios de las elites progresistas generan cada vez más irritación, y el establishment económico tampoco parece entender lo que está pasando: las críticas que recibió Milei por su participación en la cumbre de empresarios en el Hotel Llao Llao, que los medios se ocuparon de difundir, ¿son un problema para Milei o un argumento más para eirigirse en el candidato antisistema?

Por último, calificarlo sin más de “fascista” no parece el camino más adecuado para frenar su crecimiento, en buena medida porque nadie cree que, en caso de ganar las elecciones, Milei vaya a instalar campos de concentración en la Panamericana. Esto no implica subestimar la catástrofe que implicaría su llegada al poder, sino entender mejor la naturaleza exacta de su autoritarismo: ajuste fiscal, recorte de los servicios públicos, eliminación de los planes sociales, retroceso en las políticas de género y derechos humanos, flexibilidad para la portación de armas, política de manos libres para las fuerzas de seguridad: ahí está el peligro. Las experiencias de Trump y Bolsonaro revelan que, más que la improbable creación de un régimen fascista, las nuevas derechas producen una brutal degradación de la vida cívica, el desmantelamiento de los mecanismos estatales de solidaridad y la creación de una zona liberada a nivel nacional para los ataques al pluralismo y la diversidad. La previsible resistencia de una sociedad movilizada como la argentina llevaría al país a la ingobernabilidad y al caos.

Pero no nos dejemos vencer por la tentación de imaginar distopías; todavía falta bastante y nada está dicho, así que volvamos al comienzo.

Surgido de las entrañas mismas del capitalismo contemporáneo (la consultoría económica y los estudios de televisión), Milei es el emergente más visible del hartazgo de una cantidad creciente de argentinos con el rumbo del país y con la política, con una crisis que no termina de estallar pero que igual va destruyendo la trama social a su paso. Desengañada de todo, sumida en una sensación de fracaso colectivo, la sociedad ya castigó al kirchnerismo (en 2015), al macrismo (en 2019) y al Frente de Todos (en 2021). Hoy parece más proclive que nunca a ensayar un salto al vacío.

1. Ignacio Ramírez, “La naturaleza política de una desilusión”, Revista Anfibia, www.revistaanfibia.com

2. Pablo Stefanoni, ¿La rebeldía se volvió de derecha?, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2021.

3. Fernando Rosso, La hegemonía imposible, Capital intelectual, Buenos Aires, 2022.

 

Le Monde diplomatique, edición Cono Sur - mayo de 2023

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