Ninguna denuncia se hace en soledad: El caso de Pedro Brieger en Argentina
Las recientes denuncias de acoso sexual hechas en contra del periodista argentino Pedro Brieger despiertan una pregunta: ¿es posible denunciar estos hechos cuando las víctimas aún no están listas? Maria Florencia Alcaráz reflexiona sobre los aprendizajes que deja el periodismo feminista y cómo enfrentar las denuncias desde el cuidado y no desde el escándalo.
Una serie de tuits en X revolucionaron los chats de Whatsapp de las periodistas argentinas el último domingo: Alejandro Alfie, periodista del diario Clarín, exponía 5 historias de acoso sexual que apuntaban a un periodista de reconocida trayectoria, Pedro Brieger, director de Nodal, columnista de internacionales C5N en el programa del Gato Sylvestre y en la radio con Eduardo Aliverti. Toda una referencia dentro del periodismo progresista latinoamericano. Los testimonios eran contundentes y de una impunidad inusitada: cuentan que el tipo se masturbaba delante de colegas. También la extensión en el tiempo de las historias muestra que hubo cómplices silenciosos: ¿cómo se sostuvo un acosador entre 1994 y 2019? Porque pudo. Las estructuras de dominación masculina le garantizaron la impunidad. Y el periodismo tradicional es uno de los mejores alumnos si de estructuras de dominación masculina se trata.
De la conversación digital saltó a los portales y se convirtió en noticia. Nadie se sorprendió. Según el estudio mundial sobre el acoso sexual en las redacciones publicado por la Asociación Mundial de Periódicos (WAN-IFRA) en 2022, el 41% de las mujeres periodistas han sufrido acoso verbal y/o físico en el lugar de trabajo. Sólo 1 de cada 5 ha denunciado. Lo que significa que el 80% de los casos quedan sin denunciar. De la conversación digital saltó a los portales y se convirtió en noticia. Una semana después, desde el colectivo Periodistas Argentinas, convocaron a una conferencia de prensa en el que se conocieron 19 historias de mujeres afectadas por el acoso de Brieger: desde vecinas hasta alumnas, académicas y periodistas. Exigieron medidas de reparación “que garanticen la erradicación de estas conductas abusivas” y consideraron “imprescindible” que pida disculpas públicas a las afectadas.
Las historias quedaron documentadas en un artículo que se denominó: “La Cultura del acoso: punto y aparte”.
Al menos yo no había escuchado, conocido o leído el testimonio de una víctima directa de este periodista acosador de turno. Es cierto que había rumores y sospechas (“Es pajero”. “Es libidinoso”. “Es un lascivo”) pero con base en rumores y sospechas no se puede denunciar a nadie. Sin el consentimiento de las víctimas, tampoco. Ninguna denuncia se hace en soledad.
El periodismo feminista no se basa en rumores y sospechas. Se basa en el deseo de las personas , en lo que ellas quieren, buscan, deciden qué es lo que puede llegar a reparar, sanarlas y devolverles la paz. Existe un método: investigamos, documentamos, establecemos patrones, decidimos juntas cómo, dónde y en qué momento. Sabemos que lo que contamos tiene una respuesta punitiva, por eso comunicamos con responsabilidad: no es lo mismo acoso que el abuso sexual, ni mucho menos que una violación. Somos muy conscientes de que cada palabra responde a un tipo penal y a un nivel de gravedad particular. No para todas las víctimas justicia es sinónimo de cárcel. Algunas quieren que los corran de sus espacios laborales, otras simplemente que las dejen de molestar.
Sabemos que las víctimas hablan cuando pueden. En general son ellas las que llegan a nosotras y se construye colectivamente el camino entre periodistas, organismos de derechos humanos, organizaciones feministas y abogadas. Tratamos de protegerlas y rodearlas con redes. Denunciar acoso laboral tiene sus costos para ellas y sus entornos ¿Quién quiere ponerse en el centro y exponer su intimidad desde una subjetividad como la de víctima? A nadie le conviene denunciar.
Todavía hoy es enfrentarse a los estereotipos, al descreimiento y a la sospecha del “algo habrá hecho”. Todavía hoy hay personas que dudan de nuestra palabra. Todavía hoy es exponerse a un debate público sobre la propia vida de una: desde el aspecto físico hasta la ropa que usamos o nuestros vínculos del pasado.
Todavía hoy es el riesgo de quedar marcada en varios sentidos: por curiosidad o morbo, durante un tiempo nadie te va hablar sobre otra cosa que la denuncia; por prejuicio, es probable que seas vista como “la problemática” o “la complicada” y no te llamen para trabajar. Por eso no todas las mujeres, lesbianas, travestis y trans que atravesaron situaciones de acoso optan por hablar, y está bien que así sea. Sienten culpa, miedo y vergüenza porque nosotras también estamos atravesadas por prejuicios y estereotipos de género. Cada una lo procesa como puede.
“Acá es así”
La primera entrevista laboral que tuve para trabajar en medios fue en un canal de televisión por cable que hay en el barrio donde crecí. “¿Te vas a bancar que te toquen el culo, que los productores te apoyen o te digan cosas en la isla de edición?”, me preguntó el productor ejecutivo que me entrevistaba. Me quedé tiesa.
Esa mañana había leído todos los diarios y había estudiado nombres de Ministros y funcionarios del gobierno. Estaba preparada para responder cualquier pregunta sobre la coyuntura política y social del país, pero no para lo que me estaba preguntando. “Acá es así”, me dijo ante mi silencio. No quedé para ese trabajo.
A los pocos meses tuve otra entrevista para producir un programa de radio. El conductor nos citó en su departamento a mi y a otras postulantes. En ese momento yo no usaba todo el tiempo mis anteojos. Me pidió que me los pusiera porque había visto la foto del CV que había mandado y “me quedaban más sexys”. Nos propuso a las candidatas a productoras que hiciéramos una dinámica de juego de roles en la que teníamos que convencer a un entrevistado que le de la nota a él, poniendo en juego la seducción como una herramienta. No lo hice. Tampoco quedé en ese trabajo.
De a poco, insistiendo con sumarios, empecé a escribir en una revista porteña. Eran mis primeras colaboraciones en Ciudad de Buenos Aires. Yo todavía vivía en La Matanza. Tenía una editora de la que aprendí mucho. Una tarde tuve que llevar una factura para cobrar las notas que había publicado. Estaba entusiasmada porque iba a conocer una redacción real. En el edificio de la revista funcionaban otros medios y me tocó compartir ascensor con un periodista de internacionales a quién leía, escuchaba, veía y admiraba mucho porque cubría Latinoamérica, todo lo que yo siempre había querido hacer. Sólo compartimos un viaje de dos pisos, pero fue incómodo. Recuerdo que me escaneó con la mirada y que yo quería llegar rápido a mi destino. La verdadera intuición femenina que se activa como instinto de supervivencia.
Pasaron más de 15 años de esas situaciones incómodas e inapropiadas que para mí funcionaron como advertencia en un momento en el que poco se hablaba de acoso y abuso de poder en el ámbito laboral en el periodismo, o en cualquier otra profesión. Supe que para poder trabajar en medios de comunicación había que desarrollar una destreza: convivir con la incomodidad y armarse de escudos como lo hacemos todas en cualquier otra estructura de dominación masculina. El sexismo estaba naturalizado y silenciado. Nadie hablaba de estos términos y condiciones como un problema, sino como condición, una puerta de entrada. “Acá es así”, me habían avisado y dado la bienvenida.
Entonces, cuando sentía que los tipos me escaneaban con la mirada, iba yo y encaraba con seguridad, les decía mi nombre y lo que hacía mientras pensaba para mis adentros “a mí no me vas a incomodar, forro de mierda”.
Quizás de terca y porque mi forma de enfrentar la dominación masculina es siempre la provocación: no dejé de usar vestidos apretados, ni polleras cortas o pantalones engomados. Por el contrario, los usé como escudo, como un disfraz que los descolocaba cuando me encaraban y yo me plantaba.
Todas las situaciones siempre bordeaban un delgado límite. A mí nunca un jefe o compañero me tocó alguna parte de mi cuerpo sin mi consentimiento, ni me mostró su miembro. Pero me hicieron sentir incómoda infinidad de veces: esa atmósfera en la que nos veíamos (vemos) obligadas a trabajar no tiene por qué ser así.
Entre nosotras las periodistas hablábamos poco de estas situaciones, pero las percibíamos y nos cuidábamos. Un día en un estudio de radio una colega vio que un compañero me miraba libidinoso y como él se sentaba al lado mío, ella me propuso intercambiar lugares sin decirme nada. Mi escudo fueron otras. A nuestra manera nos decíamos: “No estamos solas”. Pero mi escudo favorito, el más efectivo, era invocar al que era mi pareja, que también era periodista. El respeto a otro varón, y más si es colega, puede ser un súper escudo. No hay nada más corporativo que el machismo. Los periodistas machistas son corporativos al cuadrado.
Es cierto que a medida que fui trabajando cada vez más en medios, y sobre todo dedicándome a la agenda de los derechos humanos y las violencias machistas, las situaciones incómodas fueron cada vez menos. El acoso sexual en el ámbito laboral es, primero, abuso de poder.
En estos años abracé a compañeras que tuvieron que irse llorando de estudios de radio, aconsejé a colegas varones que no sabían qué hacer cuando descubrieron que terminaron envueltos en una noche de copas con un abusador, escuché infinidad de situaciones de acoso que no se hicieron públicas pero que terminaron en renuncias y corrimientos de lugares. La mayoría fueron desplazamiento de ellas porque los tipos no se van solos de ningún lado.
El acoso sexual y el abuso de poder son un obstáculo para el desarrollo de nuestro crecrimiento profesional y nos va dejando afuera. Ellos suben peldaños, escalan en espacio de poder, prestigio y dinero. Nosotras seguimos en los lugares más precarizados y algunas dejan la profesión.
A mí hoy también me protege, un poco, la visibilidad. Ni Una Menos fue un hito en Argentina. Muchas de las que fundamos ese movimiento ocupamos lugares en el debate público de manera inesperada. De todos modos no crean que a las feministas con voz pública no nos acosan. Los tipos han sofisticado sus formas y encuentran maneras perversas.
El domingo, cuando saltó el nombre del acosador de turno, muchas pensamos en ese momento en cómo se sentían otras colegas que estaban reviviendo situaciones que habían atravesado con esa persona al leer los relatos que el periodista de Clarín compartió. Es que sabemos que esto recién empieza. “Colegas: estamos para lo que necesiten. Abrazo y fuerza”, publicaron desde el colectivo Periodistas Argentinas.
La propuesta de los feminismos llegó para plantearnos a todos y todas que los términos y condiciones en la vida -y en el periodismo- pueden ser otros. Lo digo sin pudor: fuimos nosotras las feministas quienes construimos las condiciones de posibilidad para que todas esas situaciones incómodas e inapropiadas pudieran contarse desde una voz legítima cuando las víctimas puedan, quieran o así lo deseen. Fuimos nosotras las feministas las que llegamos para decir en los medios y en la vida: “Acá puede ser de otra manera”.
Fuente: Volcánicas - Julio 2024