“No nos reconocemos como trabajadores esclavos”
Muchos de los asistentes de aquella primera asamblea se enfrentaron con una realidad muy diferente de la que esperaban: la comunidad boliviana en la Argentina tiene significativos grados de organización y espacios de reflexión de sus propios problemas, dentro de los cuales se encuentra la cuestión de los talleres, vinculada al conflicto de la migración.
“Eramos alrededor de 150 personas. Empezamos a discutir mucho sobre lo que habíamos trabajado durante este tiempo, los distintos niveles en el taller y la connivencia con los diferentes sectores involucrados”, relató el referente de la organización cultural y explicó que se propusieron “problematizar mucho más la situación de los talleres, porque lo que se había hecho no había funcionado. Quienes vinieron –agregó– tuvieron que deconstruir estereotipos ya armados y consolidados sobre el problema, centrados principalmente sobre la mirada victimista de la situación: mediáticamente se imponen palabras como ‘trabajo esclavo’ y ‘talleres clandestinos’, que tienen como eje la ilegalidad y la figura de la víctima. Nosotros siempre nos corrimos de esas miradas, porque entendemos que surgen otros procesos dentro”.
–¿Son víctimas?
–No, creo que es un término que funciona mediáticamente. Cuando a uno lo victimizan, lo infantilizan; te muestra incapaz de modificar las condiciones por tus propios medios. Es alguien que te tiene que salvar, es alguien que te tiene que liberar, es otro el que te tiene que decir cuál es el camino. Además es una mirada legalista; el taller no está habilitado, no tiene todo en regla. Y se suma a ello que el problema es más complejo que la existencia de “talleristas malvados” y “pobres víctimas”. Porque además de los niveles de connivencia está la realidad de que el propio costurero aspira a ser tallerista y a reproducir, sin querer, la misma lógica de producción.
–Sin víctima, ¿hay victimario?, ¿quiénes someten?, quiénes son responsables?
–El Estado tiene autoridad para intervenir. Si no lo hace, es porque no tiene interés político. Hace un tiempo nos reunimos con el entonces director del INTI, Enrique Martínez, porque se enteró de nuestro trabajo y quiso acercar soluciones. Se encontró con una realidad diferente a la que pensaba y muchas propuestas no eran viables, pero sí acordamos impulsar una iniciativa que contemplaba una oblea mediante la cual el INTI garantizaba que las prendas se habían producido en condiciones laborales dignas. Sólo una institución estatal aceptó entonces la propuesta, el Ministerio de Defensa. No hay interés. La ropa que se utiliza en el Estado no se sabe cómo se hace; se terciariza y se produce en las mismas condiciones. El gobierno de Macri, por su parte, puso a un empresario textil al frente del organismo responsable de controlar la situación de los costureros. Es decir, un empresario que controla empresarios. Además, carga con una denuncia de fuerte mediatización, como la de la marca Awada, del cuñado de Macri.
–¿Cuál es la dimensión del sector en la Ciudad?
–El 80% de la industria textil está sostenida en este tipo de taller. En la Ciudad, según cálculos de La Alameda, hay unos 300 mil costureros, y la textil es la segunda industria que más creció a nivel nacional después de 2001. Clara muestra es la importancia de la feria La Salada, que vive de ese trabajo de taller. Por otro lado hay 109 marcas muy reconocidas también denunciadas por La Alameda. Nosotros no somos un ente regulador; nos organizamos con los costureros, para ayudarlos a salir de esa situación. Por eso nos indignamos cuando la CAME protesta porque hay manteros, o trabajadores en la vía pública, porque no pagan un alquiler; no hacen la autocrítica de qué es lo que están vendiendo, de dónde vienen, y a costa de quién. Esa mirada legalista no la aplican sobre ellos mismos. Además, no queremos el cierre de talleres: queremos que los costureros salgan de los talleres. La Alameda y otros sectores discuten políticamente, y ese es su objetivo. Pero no trasforman la realidad del costurero. Al victimizarlo y mediatizar su situación, lo único que logran es que los vecinos denuncien “ahí hay un taller clandestino”, y así impulsar los allanamientos y la expulsión. Son pocos los costureros que arman procesos cooperativos interesantes. Falta formación y subsidios a la organización. Inevitablemente vuelven al mismo mercado, con menos ganas de denunciar, porque la policía entra con armas a señalar la ilegalidad. Hoy hay cerca de 15 allanamientos diarios, en talleres pequeños, familiares, que buscan esencialmente la coima. Los talleres más grandes, de 20 personas, que trabajan para las principales marcas, están protegidos por el Gobierno de la Ciudad.
Qué va a ser de ti lejos de casa. Vázquez llegó a la Argentina a los 9 años. Hijo de costureros, que posteriormente fueron talleristas, vivió en carne propia la realidad de la industria textil en la Ciudad. “Decidí no trabajar más en mi casa e irme a otro taller. Ahí entendí qué es ser tallerista y qué es ser costurero.”
Su militancia en organizaciones sociales pronto lo reencontró con experiencias bolivianas. “Volví a interesarme por mi país, por las ideas, lo que estaba sucediendo allá. Me enganché mucho por compartir la militancia pero también los códigos, lenguajes, cosas que había dejado olvidadas”, cuenta. “Empezamos a reunirnos en Buenos Aires, convocando a jóvenes bolivianos, en reuniones que llegaron a tener 200, 300 personas. Hacíamos ciclos de cine, grupos de música, de danza, de teatro. Ahí surge la idea de organizarnos, poner en común nuestros problemas, la realidad. Y posterior a la tragedia en el taller de la calle Luis Viale, en 2006, donde murieron seis personas, entre ellos cuatro niños. Esa fue una experiencia que nos marcó mucho.”
–¿Por qué golpea tan fuerte a la comunidad migrante?
–Porque lo que hace la migración es vulnerabilizarte. Cuando migrás, cortás con tus lazos sociales y te vas a otro lugar en el que no conocés el entorno, y en el que asumís condiciones que no asumís en tu lugar; dónde vivir, qué comer, cuánto tiempo trabajar. Falta la contención. Y después empieza un proceso de naturalización. Mi compañera estaba terminando la carrera de Comunicación Social, militaba en el Centro de Estudiantes y tenía una formación maoísta; vino y trabajó en las mismas condiciones durante un año. Cobró 300 dólares por todo el año. La empleaba su tía. Y eso es otro de los problemas, el del taller familiar.
–¿Sólo atañe a la comunidad boliviana?
–No, pero no se habla porque hay connivencia económica. Los talleres son núcleos económicos que generan alrededor el mismo mercado. Para las organizaciones sociales hablar de esto siempre fue incómodo. Además, dentro del conflicto se enfrentan dos posturas: una la de las víctimas, legalista y moralista, donde se para La Alameda; y otra, la que protege a los talleres de bolivianos, más vinculadas a la defensa de los puestos de producción y las máquinas, y que se sienten amenazados por estos grupos.
–Una se sirve de la otra.
–Nosotros veníamos con discusiones de distinta índole; armamos la biblioteca, la editorial, la radio, el espacio audiovisual. Pensamos cómo entrar a la colectividad con esa discusión y organizarnos de otra forma. Eso junto con el Centro de Formación Profesional y con una profunda reflexión sobre lo que queremos hacer. En ese camino, y en una de las pintadas, nos preguntamos con una frase: “¿Entran tus sueños en un taller?”. Nos respondimos que sí. Hoy en nuestro taller se discute política, se editan libros, se hace música. Nos proponemos el taller como un espacio donde se trabaje la cantidad de horas que cada uno quiera, para que cada uno pueda encontrar y pensar un futuro, pensarse en ese futuro, y atreverse a pensar una vida distinta. Proponemos coser para dejar de coser.
Miradas al Sur - 17 de mayo de 2015